Celebro el premio princesa de Asturias 2025 a Mendoza. Aquí encontraréis comentadas siete de sus novelas, con esta, ocho:
Me gusta enfrentarme a retos, montañas difíciles de escalar o aventuras de incierto final, es como si así, la vida, tuviera mejores cosas que ofrecer. Siempre me he aburrido en lo cotidiano, como si algo en mi interior no me dejase disfrutar de cosas nimias, pero no es eso, es tan simple como saber que me encanta subir un puerto de montaña que parece imposible. Tampoco necesito que me entiendan, claro. En el ámbito literario me pasa con obras que, a priori, son imposibles, o al menos, rompen la dinámica de lo estándar. Ahora mismo estoy con Los Soria, de Laiseca, obra monumental y milenaria (en un sentido metafórico, claro, por su extensión, aclaro), y el hecho de enfrentarme a la locura del autor, a su inagotable verborrea y a sus cientos de páginas, me reconforta, me angustia y me estimula por igual. Los grandes libros, independientemente de su temática, pero eso sí, que contengan literatura, son el anclaje que siempre he tenido con la normalidad. Dicho de otra manera, esa en mi cotidianidad.
El libro que os traigo es monumental, épico e inteligente porque aborda en la historia, el ciclo vital de Onofre caracterizado con rasgos del pícaro (padres sin honra, ascenso social, engaña para sobrevivir, etc.) recreando un devenir vital completo: nacimiento del antihéroe, ascenso y desaparición, recreando el círculo virtuoso de la vida, la literaria, y consigue así que el lector entienda los avatares vitales de este. Lo hace en la historia, bastante fidedigna, anclando las acciones en acontecimientos que van desde la exposición universal de Barcelona de 1888 a la de 1929, en la misma ciudad; añade, a todo ello, todo lo que ocurre en ese tiempo histórico: anarquismo, semana trágica, ascensión del comunismo soviético, primera guerra mundial y avances tecnológicos, enmarcado, a su vez, todo en el ambiente social de una ciudad, Barcelona, que se erige en personaje que corre en paralelo con Onofre, en una ascensión y expansión que la llevará a lo que es hoy en día.
En Mendoza conviven una voz de cronista y un pulso callejero —coloquial y técnico a la vez— que desembocan en un humor de gravedad socarrona: el periodo avanza solemne y remata con un latigazo que desactiva la pompa, ese contraste entre habilidad formal y peripecia desmesurada que tantos lectores han subrayado. Sobre una Barcelona deliberadamente edificada con materiales reales —no como copia mimética, sino como construcción literaria—, la ciudad adquiere doble condición: personaje y escenografía ideológica. Ese anclaje factual le permite tensar la cuerda hacia la hipérbole satírica, foco desde el que se desnuda la lógica del “progreso”. La narración toma la forma de un bildungsroman al revés: el ascenso de Onofre Bouvila deforma más de lo que forma, guiado por un narrador heterodiegético de focalización móvil. Las unidades son macroescenas —ferias, huelgas, inauguraciones— y el tejido estilístico mezcla actas, crónicas, edictos y panfletos con aire de archivo, para luego dinamitar ese resultado desde dentro. De ahí una doble ironía: la dramática (el discurso del progreso encubre rapiña) y la formal (el mimetismo documental vacía la pompa). El resultado se sitúa en el cruce que la crítica viene señalando: novela histórica de la postdictadura que adopta herramientas de la posmodernidad sin renunciar a su músculo narrativo, sin embargo, yo me inclino más en adscribirla a una novela con historia.
Mendoza tiene un sentido del humor delicioso, es capaz de alternar esos incisos coloquiales, sarcásticos, con elementos formales muy elaborados.
En ocasiones y tras mucho vacilar y discutir entre ellos respondían a estas notas con otras. Para eso se habían hecho imprimir en un establecimiento especializado de la calle Mayor unos saludas en cuyo encabezamiento, por error o a sabiendas, salió impreso el escudo de Valencia en vez del de Barcelona, como ellos habían pedido. Corregirlo habría supuesto un mes de demora, por lo que hubieron de resignarse. En estos impresos escribieron: "Nos hacemos perfecto cargo de que V.E., cuya vida guarde Dios muchos años, anda en extremo ocupado, pero nos permitimos porfiar, con el debido respeto, habida cuenta de la trascendencia de la misión que nos ha sido encomendada", etcétera. A lo que respondía el ministro al día siguiente con expresiones como "ir con la hora pegada al culo" (por ir justo de tiempo), "ir de pijo sacado" (por estar abrumado de trabajo), "ir echando o cagando leches" (por ir a toda velocidad), "sanjoderse cayó en lunes" (con lo que se invita a tener paciencia), "bajarse las bragas a pedos" (de dudoso sentido), etcétera; y se despedía diciendo: "¡hasta la siega del pepino!", o cosa parecida. "Tal vez dispondría V.E. de más tiempo", acabaron por replicar los delegados, "si no malgastara V.E. tanto en hacer donaires". Por las noches escribían a sus familias, en Barcelona, cartas preñadas de desazón y añoranza. La tinta presentaba a veces borrones causados por alguna lágrima incontenible.
Es tradición de la literatura española, como he dicho, la chanza y jugar con la ironía como modelo narrativo. Hay muchos autores, pero ahora mismo pienso en dos que lo hicieron con la inteligencia cruel para que la realidad pareciera un todo absurdo, Jardiel Poncela y Wenceslao Fernández Flórez. Mendoza sigue una tradición que no inaugura, claro, pero que seguirá con fervor y que vemos en algunas de sus obras, como la serie del detective sin nombre, que consiste en que un hecho caiga en el ridículo y esta ridiculización produce el hecho sarcástico.
El mensajero volvió corriendo a la comisaría y transmitió textualmente al señor Braulio la negativa del barbero. Aquél, viéndose abocado al escándalo sin remisión, aprovechó un descuido de los policías que lo custodiaban para clavarse la peineta en el corazón. Las varillas del corsé desviaron las púas y sólo se hizo unos rasguños de los que manaba la sangre en abundancia. Echó a perder la falda y las enagüillas y dejó encharcado el suelo de la comisaría. Los guardias le quitaron la peineta y le dieron puntapiés en las ingles y los riñones.
A ver si tienes más juicio, marrana, le gritaron. El señor Braulio volvió a enviar al mensajero a la pensión. Allí hay un muchacho llamado Bouvila, Onofre Bouvila, le dijo el señor Braulio al mensajero desde el banquillo angosto donde permanecía tendido, doliente y ensangrentado; pregunta por él con discreción. No creo que tenga un ochavo, pero sabrá cómo ayudarme. O él o estoy dejado de la mano de Dios, se dijo cuando el mensajero hubo partido a cumplir su encargo. Iba pensando qué cosa podía utilizar para suicidarse otra vez si Onofre tampoco le sacaba de aquel atolladero. Todo por mi mala cabeza, se decía.
La novela se mueve entre la ascensión y el declive; el honor y la decadencia del ser; la felicidad del dinero y el hambre del poder; la apariencia como espejismo y la ascensión social como imposición impía. Todo ello a través de la historia de Barcelona, de su política, de la gente (la suya y la ajena), de la corrupción de la vida, del desarrollo personal, del desapego. Saga épica generacional, no tanto decimonónica, aunque utilice sus recursos, sino yendo más allá a través del humor como anclaje, pero con la capacidad de no perder su intensidad y profundidad en lo narrado. Literatura al fin y al cabo.
En realidad no había nada sobrenatural en aquello: eran los criados, que manifestaban de este modo su descontento y su hastío. Vamos a ver si acabamos de volver tarumba a la señora, se decían; sin más se dedicaban a golpear cacerolas y arrastrar muebles y golpear las paredes con cadenas. De todo esto Onofre Bouvila no se daba por enterado: para librarse del ambiente lúgubre que reinaba en la casa había adquirido el hábito de salir todas las noches. En compañía de su chófer y guardaespaldas frecuentaba los antros más infames; huyendo de la elegancia y la limpieza buscaba la camaradería de rufianes, maleantes y putas: así creía haber reencontrado aquella Barcelona de la que había logrado elevarse pero en la que ahora creía haber sido bastante feliz. En realidad era la juventud perdida lo que añoraba. Con este objeto trataba de convencerse a sí mismo de que en aquellos ambientes que rezumaban ignominia y miseria se sentía como en su propia casa; en el fondo sabía que le repugnaban aquellos cuchitriles inmundos, mal ventilados, aquellos catres sudados y pestilentes en los que despertaba sobresaltado. El vino peleón, el champaña adulterado y la cocaína que consumía para mantenerse alegre durante toda la noche le sentaban mal: a menudo vomitaba en la calle o dentro del coche cuando regresaba a casa al despuntar el día. También sabía que aquellos charlatanes, contrabandistas y mujerzuelas iban desesperadamente detrás de su dinero. Cuando el chófer lo sacaba casi en brazos de algún burdel las putas que le habían recibido con muestras descocadas de simpatía cambiaban de talante en un abrir y cerrar de ojos, sus chulos les arrebataban a golpes el dinero que él les había dado sin tasa, la euforia y la lujuria se desvanecían: ahora imperaban allí la codicia, la violencia y el rencor. Todo esto lo sabía pero se dejaba engañar; no con el dinero que despilfarraba, sino con este engaño creía pagar el derecho a respirar nuevamente el aire del puerto, el olor a salitre y petróleo y a frutas maduras que se echaban a perder en las sentinas de los barcos como si aún perteneciera a este mundo, que había perdido para siempre muchos años atrás.
Como todo héroe trágico tiene su oráculo manifestado en una pitonisa moribunda de una pensión de mala muerte. Ella le dirá su futuro y su presente, le hablará de sus tres mujeres, de lo que le ocurrirá, así la novela podrá dotarse de sentido a través de la búsqueda del amor, que obtendrá, como lo obtiene todo, con la fuerza y determinación de quien carece ética. Más allá del bien y del mal, Nietzsche dixit, esa es la moral de Onofre.
En los ojos de ella leyó el terror. No se fía del invento de su padre, pensó, y a mí me toma por loco. Quizá no va desencaminada, se dijo. Ahora veía a sus pies todo el recinto de la Exposición Universal. Qué raro, iba pensando, visto desde aquí todo parece irreal; quizá la pobre Delfina tenía razón en esto: el mundo en realidad es como el cinematógrafo. Vaya, bajaré un poco más para ver la cara de la gente, pensó luego. Accionando las palancas del cuadro de mandos hizo que la máquina perdiera altitud. La muchedumbre había recobrado la calma y seguía estas evoluciones sin perder detalle. Mira, mira, ¡es Onofre Bouvila!, se decían los unos a los otros apenas la distancia que mediaba entre la muchedumbre y la máquina permitía reconocer a los tripulantes de ésta. Sí, es él, es él; y esa chica que le acompaña, ¿quién será?; parece joven y guapa; huy, lleva la falda muy corta, ¡qué fresca! Estos comentarios y otros similares eran hechos con un cariño rayano en la devoción. Las historias que circulaban acerca de su riqueza fabulosa y los medios de que se había valido para obtenerla lo habían convertido en un personaje popular: cuando iba por la calle la gente se paraba para observarlo con disimulo, pero insistente e intensamente; trataba de leer en su fisonomía la confirmación o la negación de los rumores que había oído.
Editorial: Booket
ISBN: 9788432217104
Idioma: Castellano
Número de páginas: 544
Tiempo de lectura: 13h 1m
Encuadernación: Tapa blanda bolsillo
Fecha de lanzamiento: 15/04/2003
Año de edición: 2003
Plaza de edición: Barcelona
Colección: Biblioteca Eduardo Mendoza
Número: 1
Alto: 19.0 cm
Ancho: 12.5 cm
Grueso: 4.0 cm
Peso: 346.0 gr
En el período comprendido entre las dos Exposiciones Universales de Barcelona de 1888 y 1929, con el telón de fondo de una ciudad tumultuosa, agitada y pintoresca, real y ficticia, asistimos a las andanzas de Onofre Bouvila, inmigrante paupérrimo, repartidor de propaganda anarquista y vendedor ambulante de crecepelo, y su ascensión a la cima del poder financiero y delictivo. Mendoza nos propone un nuevo y singularísimo avatar de la novela picaresca y un brillante carrusel imaginativo de los mitos y fastos locales. Una fantasía satírica y lúdica cuyo sólido soporte realista inicial no excluye la fabulación libérrima.
Eduardo Mendoza y La ciudad de los prodigios: Barcelona como épica burlesca del progreso
Apuntes para una tertulia literaria
1) Dónde encaja en la obra de Mendoza
Mendoza levanta tres grandes vetas: la crónica histórico‑urbana barcelonesa, la picaresca paródico‑policial y las sátiras contemporáneas, a las que suma una trilogía memorial sobre la Transición. El lugar de La ciudad de los prodigios es axial: la gran novela de Barcelona del último medio siglo, reconsagrada por la recepción internacional y los reconocimientos.
· Novela histórico‑urbana (Barcelona como sujeto): La verdad sobre el caso Savolta (1975); La ciudad de los prodigios (1986); La isla inaudita (1989).
· Ciclo del «detective sin nombre» (picaresca paródico‑policial): El misterio de la cripta embrujada (1979), El laberinto de las aceitunas (1982), La aventura del tocador de señoras (2001), El enredo de la bolsa y la vida (2012), El secreto de la modelo extraviada (2015).
· Sátiras contemporáneas: Sin noticias de Gurb (1991).
· Trilogía “Las tres leyes del movimiento” (memoria tardofranquista/Transición): El rey recibe (2018), El negociado del yin y el yang (2019), Transbordo en Moscú (2021).
2) Cómo está contada (técnica narrativa)
Relato lineal con «formación invertida» (ascenso sin educación) de Onofre Bouvila; narrador heterodiegético y pastiche de registros (crónica, acta, nota periodística) que simula archivo para horadarlo. La mezcla —entre novela histórica posfranquista y procedimientos posmodernos— busca verosimilitud estructural con licencia de hipérbole satírica.
3) Registro de autor e ironía
Predomina el registro mixto: prosa de cronista con coloquialismo y tecnicismo urbano‑financiero. El «humor serio» de Mendoza funciona por contraste: solemnidad que se pincha en la última cláusula. Barcelona es una ciudad construida literariamente sobre datos reales: sujeto de relato y escenario ideológico a la vez.
4) Temas
· Modernización urbana (Ciutadella–Eixample–Montjuïc) como espejo moral del protagonista.
· Capitalismo primitivo (especulación, clientelas y violencia privada) como motor narrativo.
· Identidad colectiva fragmentada: la ciudad como archipiélago de tribus sociales.
· Mitología del progreso: la pompa expositiva y su envés.
5) Historia vs. exageración
Los hitos de 1888/1929, la urbanización de Montjuïc y la forma del Eixample están documentados. La exageración recae en la agencia de Onofre (omnipresencia) y en la densidad caricaturesca de ciertos ambientes: una amplificación épico‑paródica que hace visible la hipérbole ya presente en el discurso oficial de los grandes eventos.
6) Dossier de pasajes localizados (ed. Seix Barral, 1986)
Cruza cada escena con la base histórica (1888, Eixample, 1929, I Guerra Mundial, autogiro). Las páginas pueden variar en otras ediciones.
Anclajes históricos rápidos (para cruzar con los pasajes)
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N.º
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Escena / Evento
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Capítulo
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Página (Seix Barral, 1986)
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Nota / fragmento
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1
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Exposición 1888: fiebre de
obras y mano de obra
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I
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96
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«…el contingente… había
alcanzado su máxima dotación, cuatro mil quinientos hombres.»
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2
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Exposición 1888: Pabellón de
Aguas Azoadas
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I
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144
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Onofre y Efrén ocultan
relojes robados en el pabellón (microhistoria criminal en el recinto).
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3
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Exposición 1888: redadas de
«indeseables»
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I–II
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págs. var.
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Disciplina urbana previa a
la inauguración (testimonio narrativo reiterado).
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4
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Exposición 1888: Hotel
Internacional «erigido en 66 días»
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II
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168
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Ritmo acelerado de obras y
pompa efímera.
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5
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Montjuïc 1929 e I Guerra
Mundial: obras paralizadas
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VII
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162
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«La montaña de Montjuich
quedó cerrada al público… el estallido de la Gran Guerra… paralizaron las
obras.»
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6
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Montjuïc 1929: palacios y
censura
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VII
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166
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Listas de palacios y nota
sobre censura y multas a directores.
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7
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1929: muerte de María
Cristina e inauguración
|
VII
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174
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Ambiente político y rito
inaugural: «mal presagio» previo.
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8
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Modernidad técnica:
cinematógrafo
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VII
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172
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«Reunía tres
características… funcionaba con electricidad… era inmutable.»
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9
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Vida popular: noche
barcelonesa
|
VII
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170
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Guitarras, castañuelas,
reyertas: contrapunto popular a la solemnidad ferial.
|
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10
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Clímax: desaparición en
autogiro (Exposición 1929)
|
VII
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pág. var.
|
Onofre desaparece a bordo de
un autogiro: emblema de vértigo tecnológico y fuga.
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· Exposición Universal de 1888: 8 de abril – 9 de diciembre; Parc de la Ciutadella (~46,5 ha); ~2,24–2,30 millones de visitantes; Arc de Triomf como acceso; legado del Castell dels Tres Dragons, Hivernacle y Umbracle.
· Plan Cerdà (Eixample): derribo de murallas (1854); aprobación e imposición 1859–1860; manzanas 113,3 m con chaflán de 45º; calles de 20/30/60 m; altura máxima 16 m; ideal higienista de patios abiertos vs. densificación especulativa posterior.
· Exposición Internacional de 1929: Montjuïc como parque‑escaparate (Palacio Nacional, Fuente Mágica, Poble Espanyol, Estadio; Pabellón de Mies van der Rohe); tensiones financieras, propaganda y censura.
Conclusión
La ciudad de los prodigios es una gran máquina narrativa donde Barcelona —de la Exposición de 1888 a la Internacional de 1929— se vuelve sujeto de relato. El pastiche documental y la ironía desnudan la pompa del progreso, mientras el ascenso amoral de Onofre pone rostro al capitalismo primitivo que lubricó esa modernización. La verosimilitud estructural (fechas, obras, liturgia inaugural) se mantiene; lo que Mendoza exagera, con lucidez, es la escala narrativa (omnipresencia del protagonista y caricatura de ambientes) para mostrar cómo se fabrican los mitos urbanos.
Edición utilizada y bibliografía mínima
· Mendoza, Eduardo. La ciudad de los prodigios. Barcelona: Seix Barral, 1986.
· Acción Cultural Española (AC/E). «Eduardo Mendoza y la ciudad de los prodigios» (catálogo digital).
· Recursos patrimoniales sobre la Exposición Universal de 1888 (Ajuntament de Barcelona, Parc de la Ciutadella).
· Síntesis sobre el Plan Cerdà (MUHBA – Museu d’Història de Barcelona).
· Exposición Internacional de Barcelona de 1929 (síntesis histórico‑arquitectónica; referencias divulgativas y académicas).
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