Imaginamos que la guerra es un espacio épico, aunque sórdido, que se produce en escenarios que nos son ajenos: la televisión, geografías lejanas o evocaciones literarias. La guerra como recurso de la historia para su evolución, Margaret MacMillan; la guerra como elemento inherente a la condición civilizatoria, un pecado necesario de la política, Arendt; la guerra, al fin y al cabo, como elemento cotidiano de lo humano. Todo ello nos hace asustarnos cuando parece que se acerca y llevarnos a la indiferencia cuando la percibimos lejos de nosotros. Es condición y contradicción, realidad y ficción. Pero me temo que, para los más jóvenes, es un elemento más de la gamificación general que sufre lo social.