Es difícil acertar con la nueva literatura, me explico. Existe una subcultura, algo así como el underground, que gusta de la irreverencia y el canallismo. Se manifiesta en el cómic, en artículos del Penthouse o en folletos autopublicados. No siempre llega al gran público, paso también con la música. Hay grupos incapaces de entonar una canción, hacer bien un acorde o llevar el ritmo el baterista. Pero a veces son cultura. Hay ocasiones, las menos, en que son capaces de encontrar el camino del alma humana, de las pasiones, de los anhelos, de ese grito visceral mórbido que nace del propio hígado. Es una cultura que se ocupa de lo aburgués, de lo que está fuera de la plácida comodidad de la butaca o el sofá con series de Netflix. Es, al fin y al cabo, expresión popular del descontento, de la amorfa realidad que no podemos entender ni empeñándonos en ello.