Hablaba
este verano con mi padre, igual os lo he contado, de una lectura que había
hecho, creo de Ken Follet o de cualquier otro profesional de la literatura
espectáculo, es indiferente, y hablábamos, digo, sobre la futilidad de
setecientas páginas, del peso real del alma del libro, de si la extensión
justificaba las acciones o las literaturas. Llegábamos a la conclusión de que
las páginas, en muchos contextos, sobraban, y que setecientas páginas podían
ser una indiferencia, una trivialidad, un peso insoportable o un placer. Las
páginas, por lo tanto, no son el alma de la obra, aunque a menudo se confunda el
lector y compre a peso los libros, imagino que por justificar la inversión, eso
no importa, pero, claro, mi postura suele ser clara al respecto: prefiero los
libros breves, las tramas me resultan algo indiferentes y prefiero la
literatura, es decir, ante todo, una clara voluntad de estilo.
Así
que nuestro autor, que propone, como diré más de una vez, casi mil páginas, se
va a adentrar en una manera de hacer que me interesa relativamente, aunque esté
leyendo a Karl Ove o haya leído a Foster Wallace, porque reconozco que tengo
algo de prevención ante obras de tal magnitud. Pero la leo y me lanzo a la
vorágine complejísima de su lectura.
Creo
que soy un lector experimentado, medio, si queréis, pero experimentado, además
he leído obras de extraordinaria complejidad técnica, intelectual y afectiva,
por eso puedo deciros que para leer este libro has de ser un lector, alguien
con infinitas ganas de leer, porque la propuesta no es para estómagos delicados
ni para mentes ansiosas: requiere calma, concentración y paciencia, mucha
paciencia, muchísima paciencia. Me queréis alguien contar ¿cómo es posible que
haya sido un libro tan vendido? No me lo explico (¡Hay tantas cosas de esta
postmodernidad que no me explico!)
Es
posible que tenga miedo a enfrentarme a la obra, que me dé pavor hablar sobre
algo que me cuesta entender. Es posible que esta obra no me haya hablado con
claridad o que yo no esté preparado para su literatura; sin embargo, me levanto
de la cama y me enfrento a la página en blanco, dejo que mi cerebro escriba lo
que quiera, poco a poco, disfrutando de los recuerdos que se agolpan conforme
digo y hago. Así, se me ocurre que el autor quiere enfrentarse a lo que escribe
proponiendo algo diferente, al menos siendo él mismo, refundando el género,
adentrándose en la experimentación e invitándonos a descubrir, junto a él, las
dimensiones, todas, que propone en la novela, en el libro, en su escritura. Se
me ocurre, por ejemplo, que mezcla lo ficcional, el ensayo, lo poético como un
todo, entendido, este, como una concepción estética, la autodescripción, lo imaginado
y lo real, todo mezclado y agitado, porque lo agita, para proponer un libro,
sí, eso es, para proponer casi mil páginas de literatura.
Fluye
la escritura como único fin a borbotones con un vómito infinito que desgrana la
alucinación de vivir y haber vivido en la fantasía ilusoria de la trama. Excusa
de introspección o vía para el ser literario
Mi manuscrito supera la literatura
porque es verdadero
Y
las palabras fluyen en la extrañeza y en toda la dimensión de su significado
botánico, onírico o imaginado: creodas otoñamiento venustrofobia
uróborosálgica apileptoide psudópodo icneumónidos proteos lotófagos mnésica
sarcopto acromegálicos hebefrenia oniromante catoptromante madrépora
holarquía heterotòpicas, magnificadas en los sueños, en la imaginación que se
apodera del personaje.
Cuando
volví en mí después de la terrible visión
Prácticamente, en cada instante de nuestra vida realizamos una elección o una ráfaga de aire nos arrastra por un pasillo y no por otro, esa es la experimentación, el viaje del escritor que busca de manera incansable todas las posibilidades de lo que es, fue o podría haber sido, por eso las dimensiones se solapan, como las escrituras, y el lector ha de hacer un gran esfuerzo para concebir, asimilar y estar a la altura de la propuesta.
Como escritor, te
irrealizas con cada libro que escribes. Siempre quieres escribir sobre tu vida
y siempre escribes solo sobre literatura. Es una maldición, una Fata Morgana,
una forma de falsificar el simple hecho de vivir, de ser verdadero en un mundo
verdadero. Multiplicas mundos cuando tu propio mundo debería bastar para llenar
millones de vidas. Con cada página que escribes aumenta sobre ti la presión del
gigantesco edificio literario, que obliga a tu mano a realizar movimientos que no
querrías hacer, una presión que te constriñe a permanecer en el plano de la
página cuando tú querrías tal vez atravesar el papel y escribir perpendicular
sobre su superficie,
Dentro de una corriente que ya he comentado en muchas
ocasiones, los autores recurren a la reflexión sobre la literatura, sobre su
proceso creador, en este caso de manera alienada a través del personaje, porque
la metaliteratura es la salida para la historia y el camino hacia una
literatura.
No siento respeto
por el arte que procura comodidad y alivio, por las novelas y la música y la
pintura que te hacen más soportable la estancia en la celda.
Pero vayamos a
la trama, al menos alguna pincelada: nuestro profesor de rumano, frustrado
porque está alienado en su mismidad, se desconoce, se mira y no se reconoce,
luego lo veremos, pero recorre el camino del cono cimiento a través del
fracaso, el amor, el sexo o su profesión de profesor, sobre la que reflexiona.
Resulta
inimaginable lo embrutecedora que es la labor de un profesor, cuánto te
degradas, año tras año, corrigiendo exámenes y escuchando las lecciones de los
escolares, repitiendo decenas, cientos de veces las mismas frases, leyendo «con
idéntica entonación» los mismos textos, hablando con los mismos colegas en
cuyos ojos observas la misma desesperación e impotencia que ellos observan en
tus ojos (y que observas también tú en los tuyos cada mañana, cuando te afeitas
ante el espejo). Eres consciente de que te degradas poco a poco, de que tu
mente se transforma en un vómito de citas bombásticas y de clichés y, sin
embargo, no puedes hacer otra cosa que aullar sin ser oído, como un torturado
en un sótano, a solas con su verdugo, observando con una lucidez plena cómo se
le desgarran los tejidos del cuerpo, cómo es desollado en carne viva, incapaz
de luchar.
Así, en su
viaje iniciativo nos ofrece su visión de la infancia, la suya, la de los otros,
dando pautas para ese camino del que os he hablado.
Para un niño nada
resulta extraño porque él vive en la extrañeza, de ahí que los sueños y los
recuerdos antiguos parezcan fabricados con la misma sustancia.
Luego se
adentra en él, en el camino, a través de los extraños solenoides, a través de
la cuarta dimensión, a través del viaje onírico que juega con el surrealismo y
que va dando las pautas para que podamos descubrir hacia dónde parece que se
encaminia.
Y entonces, cuando
acabé con la superficie de mi cuerpo, pasé al interior. Me tatué los
hemisferios cerebrales, la médula espinal y los nervios craneales, numerándolos
como si fueran láminas de anatomía. Me tatué los pulmones, el corazón, el
diafragma, los riñones, cubriéndolos con ciudades desconocidas, telescopios,
insectos y sistemas solares. Durante muchos años trabajé con minuciosidad en
los encajes y las telarañas con los que, como un nuevo redaño, recubrí el
ovillo de mis intestinos. Grabé en mis huesos frases del Corán, del Kebra
Nagast y de las Escrituras. Me tatué la tráquea con el gran cuadro de
Altdorfer. Caligrafié en la vejiga galaxias unidas por nubes de materia oscura…
También yo tengo
unas cicatrices así, a veces pienso que mi corteza cerebral ha sido tan
perforada, tan arrancada, tan taladrada, tan desgarrada que ahora parece un
antiguo estandarte, desflecado y agujereado por las puntas de las lanzas y las
balas de los arcabuces.
Kafka parece presente, pero también Borges, los laberintos, ¿es
lo ficcional un sustituto o aderezo de lo real frente a lo verdaderamente
literario? La novela es un ejercicio monumental de hacer esto precisamente en
casi mil páginas.
Porque no son
necesarias mil páginas para escribir un psicodrama, sino cinco líneas sobre
Isachar y Hermana. Ninguna novela ha señalado alguna vez un camino, todas,
absolutamente todas, se reabsorben en el inútil vacío de la literatura. El
mundo se ha llenado de millones de novelas que escamotean el único sentido que
ha tenido la literatura: el de comprenderte a ti mismo hasta el final, hasta la
única cámara del laberinto de tu mente en la que no te está permitido entrar.
Precisamente porque la novela es un camino, no hay una
conversión súbita en un escarabajo, pero sí una conciencia que le permite
buscar una amplitud intuida por el tercer ojo.
No puedo expresar
ahora —y tampoco puedo ciertamente recordar, ahora, a falta de mis sentidos de
ácaro— los increíbles y abstrusos paisajes a través de los cuales, como un
Gulliver en el país microscópico de la piel de una mano, fui feliz con las
semejanzas discordantes de los bosques y los henares y los aromas y el trino de
los pájaros, pero también me sentí aterrado por lo que podría traducir, traidor
e incapaz, a través del sufrimiento extremo y de la agonía, el enterramiento en
vida y el desollamiento de la piel, el empalamiento sádico y el aplastamiento
entre mandíbulas monstruosas. Paisajes de olores y sabores, panoramas de ácido
gástrico, objetos sentidos con el aire que rodeaba los pelillos, con el aura
electromagnética de los borboteos del vientre. Aprendí a orientarme siguiendo mipliogvnv yquznzdz,
a sentir en la boca shvrnv, a mover las patas siguiendo un álgebra
primitiva pero eficiente. Mis homúnculos motor y sensorial se remodelaron
siguiendo el esquema de la cucaracha, de la araña y de la garrapata.
Es hermoso decir que la literatura se ejecuta libremente
voluptuosa surrealista.
Volvían a mi mente
los susurros y las voces terribles, ásperas, murmuradoras, llorosas, de hombre,
de mujer, de castrado, de querubín, de fiera sin nombre que había escuchado
mientras estuve allí, en el cenotafio del lenguaje, con la oreja pegada al
hueso hioides. Había escuchado cosas terribles que no les ha sido concedido a
los hombres escuchar, y luego me habían ordenado, con la voz-voluntad que ya
conocía de la sala circular, que no se las divulgara a nadie, jamás.
Los sueños, el recurso necesario para poder resolver la
escritura, se materializan en un diario ensayo, en diálogos surrealistas, en
escritura intuitiva, en la reflexión
sobre libros; así la novela recrea la coralidad quijotesca que construye la
escritura moderna como un todo.
En un determinado
momento, se ha metido el dedo índice en la boca, como si pretendiera hurgarse,
al parecer, entre las muelas. Pero entonces he visto asombrado cómo el índice
empujaba la piel del cogote y empezaba a restregar y a limpiar las vértebras
cervicales.
La descripción de Bucarest es soberbia, se desliza
inteligentemente por la decadencia cotidiana que extraña y atrae al personaje.
Bucarest no tiene
historia, tan solo la remeda. El legendario arquitecto de la ciudad se preguntó
cómo podría una aglomeración urbana reflejar mejor, de la forma más verdadera y
más profunda, el destino terrible de la humanidad, la tragedia grandiosa y
desesperanzada de nuestra estirpe.
Las hiperbólicas descripciones de algún personaje son herramientas
imprescindibles para dar sentido a lo dimensional de la obra, descripciones que nos entusiasman en su
esplendor como con Florabela.
Sus párpados
estaban siempre pintados de kohl, y llevaba un Salambó, descuajeringado de
tanto leerlo en los tranvías, en su bolso rojo. Los tonos agudos de su voz,
imperceptibles, por fortuna, para nuestros oídos adultos, provocaban hilillos
de sangre en los tímpanos de los alumnos, y tumbaban a las polillas en pleno
vuelo y desorientaban a los murciélagos por la noche. A pesar de una sexualidad
que irradiaba como un aura multicolor, nuestra colega de Matemáticas permanecía
inaccesible y pura en su nicho en forma de concha rosa-nacarada. Florabela
estaba completamente sola, tal vez porque resultaba imposible imaginar a un
hombre apropiado para ella, capaz de resistir los ávidos ahogos de sus brazos y
de sus piernas.
Aparecen los espejos, os lo había dicho, el otro lado, el
viaje hacia las dimensiones que nos reflejan al yo y al otro, con un exquisito sentido
de la imaginación, de la construcción literaria que busca el arte como
finalidad en sí misma.
Cuando sacó la
cabeza del espejo, rebosante todavía de la gelatina de la alucinación, el joven
comprendió que el camino verdadero conduce al interior, como la galería de cuya
oscuridad extrae el minero miríficas flores de mina
El libro tiene reminiscencias de todos los estilos y camina
por multitud de filosofías, como un lobo que quiere adentrarse en las
profundidades que no se ven y romper con el espacio tiempo que constriñe
nuestro mundo para ver cierta verdad por eso juega, también, con la trama y la
historia.
La leche de su
cuerpo penetraba en el cuerpo de la niña, y en él, eucarísticamente, se
transformaba en carne y sangre, líquido cefalorraquídeo y endorfinas, a través
de una magia y un misterio que la mente no puede abarcar. La niña era, en estos
momentos, un órgano externo de la madre, un órgano vital cuya contusión habría
transformado ese grupo estatuario en ceniza.
Es una novela monumental, literatura sin concesiones, reflexión y escritura para sibarita. La tenemos en Impedimenta.
ISBN:978-84-16542-99-4
Encuad:Cartoné
Formato:14 x 21 cm
Páginas:800
PVP:28 €
Considerada unánimemente por la crítica la obra cumbre de Mircea
Cărtărescu hasta el momento, Solenoide es una novela monumental en la que
resuenan ecos de Pynchon, Borges, Swift y Kafka. Estamos ante el largo diario
de un escritor frustrado que desgrana su infancia y su adolescencia en los
arrabales de una ciudad comunista, devastada, gris y fría —una Bucarest
alucinada, dotada de una melancolía abrumadora—. Profesor de Rumano en un
instituto de barrio, con una carrera literaria fracasada y una profesión que no
le interesa, compra una casa antigua con forma de barco, construida por el
inventor de un solenoide, que alberga una extraña maquinaria: un sillón de
dentista dotado de un tablero de mandos. Pronto intima con una profesora que ha
sido captada por una secta mística, la de los piquetistas, que organizan
manifestaciones nocturnas por los cementerios de la ciudad y por la Morgue.
Mientras tanto, el narrador se enfrenta a alucinaciones que le revelan la
verdad de su existencia. Solenoide es la piedra de toque en torno a la que
gravitan el resto de las ficciones de Cărtărescu. Una obra que atrae todas las
pistas, los temas, las obsesiones literarias de un autor genial que se ha ido
convirtiendo, poco a poco, en un escritor de culto.
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