sábado, 20 de octubre de 2018

Solenoide, Solenoid, Mircea Cărtărescu

Resultado de imagen de solenoide mirceaHablaba este verano con mi padre, igual os lo he contado, de una lectura que había hecho, creo de Ken Follet o de cualquier otro profesional de la literatura espectáculo, es indiferente, y hablábamos, digo, sobre la futilidad de setecientas páginas, del peso real del alma del libro, de si la extensión justificaba las acciones o las literaturas. Llegábamos a la conclusión de que las páginas, en muchos contextos, sobraban, y que setecientas páginas podían ser una indiferencia, una trivialidad, un peso insoportable o un placer. Las páginas, por lo tanto, no son el alma de la obra, aunque a menudo se confunda el lector y compre a peso los libros, imagino que por justificar la inversión, eso no importa, pero, claro, mi postura suele ser clara al respecto: prefiero los libros breves, las tramas me resultan algo indiferentes y prefiero la literatura, es decir, ante todo, una clara voluntad de estilo.

Así que nuestro autor, que propone, como diré más de una vez, casi mil páginas, se va a adentrar en una manera de hacer que me interesa relativamente, aunque esté leyendo a Karl Ove o haya leído a Foster Wallace, porque reconozco que tengo algo de prevención ante obras de tall magnitud. Pero la leo y me lanzo a la vorágine complejísima de su lectura.
Creo que soy un lector experimentado, medio, si queréis, pero experimentado, además he leído obras de extraordinaria complejidad técnica, intelectual y afectiva, por eso puedo deciros que para leer este libro has de ser un lector, alguien con infinitas ganas de leer, porque la propuesta no es para estómagos delicados ni para mentes ansiosas: requiere calma, concentración y paciencia, mucha paciencia, muchísima paciencia. Me queréis alguien contar ¿cómo es posible que haya sido un libro tan vendido? No me lo explico (¡Hay tantas cosas de esta postmodernidad que no me explico!)
Es posible que tenga miedo a enfrentarme a la obra, que me dé pavor hablar sobre algo que me cuesta entender. Es posible que esta obra no me haya hablado con claridad o que yo no esté preparado para su literatura, sin embargo me levanto de la cama y me enfrento a la página en blanco, dejo que mi cerebro escriba lo que quiera, poco a poco, disfrutando de los recuerdos que se agolpan conforme digo y hago. Así, se me ocurre que el autor quiere enfrentarse a lo que escribe proponiendo algo diferente, al menos siendo él mismo, refundando el género, adentrándose en la experimentación e invitándonos a descubrir, junto a él, las dimensiones, todas, que propone en la novela, en el libro, en su escritura. Se me ocurre, por ejemplo, que mezcla lo ficcional, el ensayo, lo poético como un todo, entendido, este, como una concepción estética, la autodescripción, lo imaginado y lo real, todo mezclado y agitado, porque lo agita, para proponer un libro, sí, eso es, para proponer casi mil páginas de literatura.
Fluye la escritura como único fin a borbotones con un vómito infinito que desgrana la alucinación de vivir y haber vivido en la fantasía ilusoria de la trama. Excusa de introspección  o vía para el ser literario

Mi manuscrito supera la literatura porque es verdadero

Y las palabras fluyen en la extrañeza y en toda la dimensión de su significado botánico, onírico o imaginado: creodas otoñamiento venustrofobia uróborosálgica apileptoide psudópodo icneumónidos proteos lotófagos mnésica sarcopto acromegálicos hebefrenia oniromante  catoptromante madrépora holarquía heterotòpicas, magnificadas en los sueños, en la imaginación que se apodera del personaje.

 Cuando volví en mí después de la terrible visión

Prácticamente, en cada instante de nuestra vida realizamos una elección o una ráfaga de aire nos arrastra por un pasillo y no por otro, esa es la experimentación, el viaje del escritor que busca de manera incansable todas las posibilidades de lo que es, fue o podría haber sido, por eso las dimensiones se solapan, como las escrituras, y el lector ha de hacer un gran esfuerzo para concebir, asimilar y estar a la altura de la propuesta.

Como escritor, te irrealizas con cada libro que escribes. Siempre quieres escribir sobre tu vida y siempre escribes solo sobre literatura. Es una maldición, una Fata Morgana, una forma de falsificar el simple hecho de vivir, de ser verdadero en un mundo verdadero. Multiplicas mundos cuando tu propio mundo debería bastar para llenar millones de vidas. Con cada página que escribes aumenta sobre ti la presión del gigantesco edificio literario, que obliga a tu mano a realizar movimientos que no querrías hacer, una presión que te constriñe a permanecer en el plano de la página cuando tú querrías tal vez atravesar el papel y escribir perpendicular sobre su superficie,

Dentro de  una corriente que ya he comentado en muchas ocasiones, los autores recurren a la reflexión sobre la literatura, sobre su proceso creador, en este caso de manera alienada a través del personaje, porque la metaliteratura es la salida para la historia y el camino hacia una literatura.

No siento respeto por el arte que procura comodidad y alivio, por las novelas y la música y la pintura que te hacen más soportable la estancia en la celda.

Pero vayamos a la trama, al menos alguna pincelada: nuestro profesor de rumano, frustrado porque está alienado en su mismidad, se desconoce, se mira y no se reconoce, luego lo veremos, pero recorre el camino del cono cimiento a través del fracaso, el amor, el sexo o su profesión de profesor, sobre la que reflexiona.

Resulta inimaginable lo embrutecedora que es la labor de un profesor, cuánto te degradas, año tras año, corrigiendo exámenes y escuchando las lecciones de los escolares, repitiendo decenas, cientos de veces las mismas frases, leyendo «con idéntica entonación» los mismos textos, hablando con los mismos colegas en cuyos ojos observas la misma desesperación e impotencia que ellos observan en tus ojos (y que observas también tú en los tuyos cada mañana, cuando te afeitas ante el espejo). Eres consciente de que te degradas poco a poco, de que tu mente se transforma en un vómito de citas bombásticas y de clichés y, sin embargo, no puedes hacer otra cosa que aullar sin ser oído, como un torturado en un sótano, a solas con su verdugo, observando con una lucidez plena cómo se le desgarran los tejidos del cuerpo, cómo es desollado en carne viva, incapaz de luchar.

Así, en su viaje iniciático nos ofrece su visión de la infancia, la suya, la de los otros, dando pautas para ese camino del que os he hablado.

Para un niño nada resulta extraño porque él vive en la extrañeza, de ahí que los sueños y los recuerdos antiguos parezcan fabricados con la misma sustancia. 

Luego se adentra en él, en el camino, a través de los extraños solenoides, a través de la cuarta dimensión, a través del viaje onírico que juega con el surrealismo y que va dando las pautas para que podamos descubrir hacia dónde parece que se encaminia.

Y entonces, cuando acabé con la superficie de mi cuerpo, pasé al interior. Me tatué los hemisferios cerebrales, la médula espinal y los nervios craneales, numerándolos como si fueran láminas de anatomía. Me tatué los pulmones, el corazón, el diafragma, los riñones, cubriéndolos con ciudades desconocidas, telescopios, insectos y sistemas solares. Durante muchos años trabajé con minuciosidad en los encajes y las telarañas con los que, como un nuevo redaño, recubrí el ovillo de mis intestinos. Grabé en mis huesos frases del Corán, del Kebra Nagast y de las Escrituras. Me tatué la tráquea con el gran cuadro de Altdorfer. Caligrafié en la vejiga galaxias unidas por nubes de materia oscura
También yo tengo unas cicatrices así, a veces pienso que mi corteza cerebral ha sido tan perforada, tan arrancada, tan taladrada, tan desgarrada que ahora parece un antiguo estandarte, desflecado y agujereado por las puntas de las lanzas y las balas de los arcabuces.

Kafka parece presente, pero también Borges, los laberintos, ¿es lo ficcional un sustituto o aderezo de lo real frente a lo verdaderamente literario? La novela es un ejercicio monumental de hacer esto precisamente en casi mil páginas.

Porque no son necesarias mil páginas para escribir un psicodrama, sino cinco líneas sobre Isachar y Hermana. Ninguna novela ha señalado alguna vez un camino, todas, absolutamente todas, se reabsorben en el inútil vacío de la literatura. El mundo se ha llenado de millones de novelas que escamotean el único sentido que ha tenido la literatura: el de comprenderte a ti mismo hasta el final, hasta la única cámara del laberinto de tu mente en la que no te está permitido entrar.

Precisamente porque la novela es un camino, no hay una conversión súbita en un escarabajo, pero sí una conciencia que le permite buscar una amplitud intuida por el tercer ojo.

No puedo expresar ahora —y tampoco puedo ciertamente recordar, ahora, a falta de mis sentidos de ácaro— los increíbles y abstrusos paisajes a través de los cuales, como un Gulliver en el país microscópico de la piel de una mano, fui feliz con las semejanzas discordantes de los bosques y los henares y los aromas y el trino de los pájaros, pero también me sentí aterrado por lo que podría traducir, traidor e incapaz, a través del sufrimiento extremo y de la agonía, el enterramiento en vida y el desollamiento de la piel, el empalamiento sádico y el aplastamiento entre mandíbulas monstruosas. Paisajes de olores y sabores, panoramas de ácido gástrico, objetos sentidos con el aire que rodeaba los pelillos, con el aura electromagnética de los borboteos del vientre. Aprendí a orientarme siguiendo mipliogvnv yquznzdz, a sentir en la boca shvrnv, a mover las patas siguiendo un álgebra primitiva pero eficiente. Mis homúnculos motor y sensorial se remodelaron siguiendo el esquema de la cucaracha, de la araña y de la garrapata.

Es hermoso decir que la literatura se ejecuta libremente voluptuosa surrealista.

Volvían a mi mente los susurros y las voces terribles, ásperas, murmuradoras, llorosas, de hombre, de mujer, de castrado, de querubín, de fiera sin nombre que había escuchado mientras estuve allí, en el cenotafio del lenguaje, con la oreja pegada al hueso hioides. Había escuchado cosas terribles que no les ha sido concedido a los hombres escuchar, y luego me habían ordenado, con la voz-voluntad que ya conocía de la sala circular, que no se las divulgara a nadie, jamás.

Los sueños, el recurso necesario para poder resolver la escritura, se materializan en un diario ensayo, en diálogos surrealistas, en escritura intuitiva, en la  reflexión sobre libros; así la novela recrea la coralidad quijotesca que construye la escritura moderna como un todo.

En un determinado momento, se ha metido el dedo índice en la boca, como si pretendiera hurgarse, al parecer, entre las muelas. Pero entonces he visto asombrado cómo el índice empujaba la piel del cogote y empezaba a restregar y a limpiar las vértebras cervicales.
La descripción de Bucarest es soberbia, se desliza inteligentemente por la decadencia cotidiana que extraña y atrae al personaje. 
Bucarest no tiene historia, tan solo la remeda. El legendario arquitecto de la ciudad se preguntó cómo podría una aglomeración urbana reflejar mejor, de la forma más verdadera y más profunda, el destino terrible de la humanidad, la tragedia grandiosa y desesperanzada de nuestra estirpe.

Las hiperbólicas descripciones de algún personaje son herramientas imprescindibles para dar sentido a lo dimensional de la obra,  descripciones que nos entusiasman en su esplendor como con Florabela.

Sus párpados estaban siempre pintados de kohl, y llevaba un Salambó, descuajeringado de tanto leerlo en los tranvías, en su bolso rojo. Los tonos agudos de su voz, imperceptibles, por fortuna, para nuestros oídos adultos, provocaban hilillos de sangre en los tímpanos de los alumnos, y tumbaban a las polillas en pleno vuelo y desorientaban a los murciélagos por la noche. A pesar de una sexualidad que irradiaba como un aura multicolor, nuestra colega de Matemáticas permanecía inaccesible y pura en su nicho en forma de concha rosa-nacarada. Florabela estaba completamente sola, tal vez porque resultaba imposible imaginar a un hombre apropiado para ella, capaz de resistir los ávidos ahogos de sus brazos y de sus piernas.

Aparecen los espejos, os lo había dicho, el otro lado, el viaje hacia las dimensiones que nos reflejan al yo y al otro, con un exquisito sentido de la imaginación, de la construcción literaria que busca el arte como finalidad en ´si misma.

Cuando sacó la cabeza del espejo, rebosante todavía de la gelatina de la alucinación, el joven comprendió que el camino verdadero conduce al interior, como la galería de cuya oscuridad extrae el minero miríficas flores de mina

El libro tiene reminiscencias de todos los estilos y camina por multitud de filosofías, como un lobo que quiere adentrarse en las profundidades que no se ven y romper con el espacio tiempo que constriñe nuestro mundo para ver cierta verdad por eso juega, también, con la trama y la historia.

La leche de su cuerpo penetraba en el cuerpo de la niña, y en él, eucarísticamente, se transformaba en carne y sangre, líquido cefalorraquídeo y endorfinas, a través de una magia y un misterio que la mente no puede abarcar. La niña era, en estos momentos, un órgano externo de la madre, un órgano vital cuya contusión habría transformado ese grupo estatuario en ceniza.

Es una novela monumental, literatura sin concesiones, reflexión y escritura para sibarita. La tenemos en Impedimenta.

ISBN:978-84-16542-99-4
Encuad:Cartoné
Formato:14 x 21 cm
Páginas:800
PVP:28 €

Considerada unánimemente por la crítica la obra cumbre de Mircea Cărtărescu hasta el momento, Solenoide es una novela monumental en la que resuenan ecos de Pynchon, Borges, Swift y Kafka. Estamos ante el largo diario de un escritor frustrado que desgrana su infancia y su adolescencia en los arrabales de una ciudad comunista, devastada, gris y fría —una Bucarest alucinada, dotada de una melancolía abrumadora—. Profesor de Rumano en un instituto de barrio, con una carrera literaria fracasada y una profesión que no le interesa, compra una casa antigua con forma de barco, construida por el inventor de un solenoide, que alberga una extraña maquinaria: un sillón de dentista dotado de un tablero de mandos. Pronto intima con una profesora que ha sido captada por una secta mística, la de los piquetistas, que organizan manifestaciones nocturnas por los cementerios de la ciudad y por la Morgue. Mientras tanto, el narrador se enfrenta a alucinaciones que le revelan la verdad de su existencia. Solenoide es la piedra de toque en torno a la que gravitan el resto de las ficciones de Cărtărescu. Una obra que atrae todas las pistas, los temas, las obsesiones literarias de un autor genial que se ha ido convirtiendo, poco a poco, en un escritor de culto.

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