lunes, 1 de octubre de 2018

La trama nupcial, The Marriage Plot jeffrey Eugenides

Resultado de imagen de la trama nupcialPasa el tiempo y nos va poniendo viejos. Si no viejos, cansados de hacer, erráticos en un mundo que nos aliena, extrañados de respirar por unas calles idénticas de espacios idénticos. La lectura, refugio reivindicado, también necesita de descanso y mi aliento se centra en vivir, pero muchas cosas parecen iguales siendo distintas. Así que vuelvo aquí, como un peregrino buscando sentido a esos espacios que conozco, pero en los que necesito encontrar nuevos estímulos para sentirme vivo. Vivimos, tal vez, demasiado, imaginemos una inmortalidad absurda de múltiples vidas reinventadas, el hastío, es posible, la dejación en el tiempo de nuestras vidas, es muy probable, nos devoraría en un nuevo cuerpo perfecto, con un horizonte plano, muertas, tal vez, las ilusiones.

Así que intento rerutinarme, tomar libros que he leído este año y sobre los que no había escrito. Reviso, veo que mis notas están intactas, intento recordarlos y observo, sin alarma, que no perviven en mi memoria. Algún estudioso avezado, en su rutina, me reclamaría amablemente que releyera, me preguntaría, yo mismo entonces ¿el qué? Porque esa es la calve, releer para qué si no recordamos lo esencial, porque si hubiéramos recobrado el pulso con ese libro en concreto, quedaría en nosotros el pulso de una eternidad sólida y coherente, no la desidia de la rutina lectora.

Trama nupcial, trío amoroso bien escrito, una mujer en el centro de los deseos, una novela construida sobre las tramas, sobre las reflexiones. Me gustó Middlesex, algo recuerdo del personaje a caballo entre dos géneros y sexos, su narrativa. Pero no recuerdo mucho de esta aventura americana de un amor en fases.
Recuerdo, por ejemplo, que la leí con gusto, de una manera sencilla, me entretuve; recuerdo que hubo momentos en que disfruté. Así que, aunque es vaga la historia, sé que tuve ciertas sensaciones agradables. Eso debería bastar para decir qué pensamos de un libro, o ¿no?
Como parte de la trama se desarrolla en ambientes universitarios y, además, la lengua aparece, da lugar a reflexiones que me han hecho divertirme. Esta en particular es muy significativa.

Ello arrojaba un gran contingente de estudiantes que elegían Lengua sin ninguna motivación concreta. Porque su hemisferio izquierdo del cerebro no estaba lo bastante dotado para la ciencia; porque la historia era demasiado árida, la filosofía demasiado difícil, la geología demasiado encaminada al campo del petróleo y las matemáticas demasiado matemáticas; o porque no estaban motivados por la música, el arte, las finanzas, o porque en realidad no eran lo bastante inteligentes.

Por ejemplo la descripción de la clase de semiótica, hay cierta obsesión intelectual por esta disciplina, es entrañable, al igual que las discusiones sobre la intención del autor o la configuración de la verosimilitud, hechos sobre los que he escrito mucho en este blog, porque “Los libros no tratan de la ‘ vida real’. Los libros tratan de otros libros.” Así parece que el lector es imprescindible, pensemos, ¿existirían los libros si no pudiéramos leerlos, como muertos en un cementerio, encerrados en sus cajas? Es imprescindible porque interpretamos y el libro no solo es un texto, es mucho más, pero al final, creo, este se configura independientemente del autor: da lo mismo que este pasara hambre, llore o intente suicidarse, es o fueron hechos, cierto, pero la trama queda como algo en sí mismo reentendida y reinterpretada por cada uno de los que podamos, o no hacerlo; esto, sin embargo, no significa que no veneremos a los escritores, a ellos sí que los venero, pero me siguen sin interesar las personas.

Como lectora, no estaba interesada en la figura del lector. Seguía sintiendo debilidad por aquella entidad cada día más eclipsada: el escritor. Madaleine tenía el presentimiento de que la mayoría de los teóricos de la semiótica no habían tenido muchos amigos de niños; de que con frecuencia se les había hecho poco caso o habían sido víctimas de matones, de forma que habían dirigido su rabia aún viva contra la literatura. Querían degradar al autor. Querían que un libro - esa cosa obtenida con tanto esfuerzo, tan trascendente - fuera un texto, algo contingente, indeterminado y abierto a las sugerencias. Querían que el lector fuera lo más importante. Porque ellos eran lectores.

Como sabéis uno de los temas quemás me interesan es el canon, por eso todas las reflexiones sobre ello las recojo en “Un canon particular” porque sigo pensando que hay libros que merecen ser leídos y compartidos y otros, incluso, disfrutados por toda la comunidad.

Era perfectamente consciente de que ciertos escritores, un día canónicos (siempre varones, siempre blancos), habían caído en desgracia. Hemingway era misógino, homófobo, homosexual reprimido, matador de animales salvajes. Mitchell pensó que aquél era un buen ejemplo de cómo a veces se juzgaba a las personas con trazos demasiado gruesos.

O este otro fragmento que pone en valor a escritoras que ya casi todo el mundo ha olvidado.

Sonaba a algo que Santa Teresa – que lo escribió quinientos años atrás – había experimentado, algo tan real como el jardín que podía verse desde la ventana de su convento de Ávila.

Pero no todo se circunscribe a la lingüística, hay otro tipo de reflexiones que me han interesado mucho (anotación para el lector/a; es imprescindible anotar un libro cuando lo leéis, si yo lo hubiera hecho, de este me quedaría un vago recuerdo del autor, algo de la trama y nada de los pensamientos que en él se esconden)

Toda forma institucionalizada de las religiones occidentales va dirigida a decir a las mujeres que son inferiores, impuras, subordinadas al hombre. Y si tú te crees cualquiera de esas cosas, no sé qué decir, la verdad.

Y, sin embargo, no os cuento ni escribo nada de la trama. ¿Por qué será? Lo podemos encontrar en Anagrama.



ISBN 978-84-339-7858-5
EAN 9788433978585
PVP 23.90 €
NÚM. DE PÁGINAS544


Estamos a principios de los años ochenta del siglo pasado. Madeleine Hanna, una romántica incurable que está escribiendo su tesis sobre el amor en Jane Austen y George Eliot. También ella se convertirá en protagonista de una historia de amor apasionada, dolorosa e intensa. Porque en su vida aparecerán dos hombres muy diferentes. Leonard Bankhead, solitario, carismático y brillante estudiante de ciencias, y Mitchell Grammaticus, estudiante de teología atormentado por las dudas. Una vez finalizada la universidad, el triángulo se mantendrá, obligándoles a enfrentarse con el final de la juventud y a reflexionar sobre el sentido último de la vida y la verdadera naturaleza del amor.

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