Hay
días en que mejor no decir nada. Esa capacidad de acercarse al silencio es
difícil, parece que nuestro cerebro necesita siempre decir algo, romper el
silencio que, indefectiblemente, se convierte en incómodo. Lo es, en efecto, porque
la sociedad actual no nos deja ese espacio para no decir, para estar callado,
para no escuchar, para reflexionar o recogerse. Pero no. Las redes nos
bombardean sin piedad, cualquiera puede expresar el ruido que necesita para no
tener que parar y pensar en lo que dice, es un mal endémico que tiene difícil
solución; conviene ese marco agitado, esa algarabía que desvía a todas horas la
atención de lo importante. Hoy, aquí, hay centenares de muertos, devastación a
doscientos metros de mi casa, amigos y conocidos que lo están pasando mal, sin
embargo, sigue habiendo gente que tiene la necesidad de anteponer su ego, su
necesidad imperiosa de gritar, de quejarse, porque no puede estar en silencio,
callar, reflexionar. Es el signo de mis tiempos, pero yo tampoco estoy en
silencio, estoy escribiendo este post.