El cuento me acompaña siempre, funciona como un estimulo en tiempos de guerra. Cuando estoy cansado de leer una trama, el cuento actúa como revulsivo y me recentra en una lectura concentrada donde el autor acampa a sus anchas. El relato es mucho más difícil de lo que nos pensamos, el espacio juega en contra del autor porque lo determina todo, acaso, ¿cómo es posible contar tanto en una o en una decena de páginas? Se me antoja difícil, requiere concentración y dominio de la técnica literaria, requiere saber qué queremos contar y cómo y, además, a mí particularmente, me resulta mucho más sencillo encontrar los elementos que constituyen al autor.
De la literatura argentina Arlt,Cortazar, Echeverría, Bioy Casares, Walsh y Borges me fascinan, al menos en el relato, y Fogwill no lo conocía, para nada, sin embargo leyendo un blog, siento no acordarme de cuál, sobre Onetti, un lector comentaba que le gustaría hacerse con los relatos, cuentos, de Fogwill, que había leído alguno y le parecía un autor fascinante. No sé si será más sencillo en Argentina, aquí me resultó algo más complicado hacerme con el libro; en los ambientes que frecuento nadie lo conocía, en los blogs que leo, nadie había comentado su obra, todo esto me hizo pensar si no estaría, de nuevo, ante un autor menor que se había presentado así, por las buenas, pero leyendo descubrí una afirmación del autor que me pareció reto, que era uno de los mejores escritores argentinos, al menos de relatos y, claro, tanta seguridad en uno mismo hizo que el libro, finalmente, cayera en mis manos.
Dos hilitos de sangre. el relato se mueve en la anécdota de encontrarse dos veces la misma circunstancia: que el cogote de un taxista sangra. El relato discurre ante la perplejidad del lector como si estuviese en algo rutinario, concentrándose en lo que se concentra el protagonista.
Y a nadie le gusta sentir más de una vez en la vida que está viviendo por segunda vez algo que se repite.
Reflexiones. La introspección y la mala leche desfilan por el cuento.
Cuando un imbécil se ha vuelto prescindible para sí, íntimamente se sabe prescindible para los otros...
¡Si hasta he sido capaz de escribir cuatro páginas sin repetir esa palabra que tanto te golpea («puta»)! La escribo ahora puta-puta-puta-puta-puta y sigo escribiéndola y gritándola, hasta que adentro me inunde el ruido «puta» y ya no pueda diferenciar el sonido de afuera de aquel ruido de adentro
Otra muerte del arte. A través de un bucle infinito el escritor escribe la historia de Pablo en diferentes versiones que se suceden y superponen en un ejercicio metaliterario muy divertido.
En fin: nada peor que estar enfermo de literatura. Corrijo: nada peor, para la literatura, que estar enfermo de literatura. Hay quien vive de la literatura y hay (también —¡ay!— hay) quien vive en «estado de literatura», como decían del hijo de Leo. Pero vivir de la literatura, o vivir en estado de literatura, no son enfermedades: son errores.
Efectos personales.Una sucesión de sensaciones que se agolpan en una escena de un robo, lo circunstancial contra la trama. Escritura y solo escritura.
Acero, blanco, tiempo, muñeca, sólido. Plata, gris, fuego, cuerpo, gas. Ébano, negro, letra, mano, líquido. Restituir, perder, regalar, perder. ¿Y por qué a Elsa?
La cola.Muere el presidente. La ciudadanía se lanza en una cola inmensa y demencial de miles de personas a verlo. El narrador recorre los espacios de la ciudad. El relato tiene fuerza y pulso literario.
Japonés. Me gustan los relatos marinos, con su jerga de navegación, me imagino en el agua y disfruto. El cuento trabaja lo inesperado y lo convierte en trama.
La chica de tul de la mesa de enfrente. La trama es la fascinación de una mujer con un tul, pero juega con la lectura de un manuscrito. ¿He pensado en la trama cuando leía? En ningún momento.
La larga risa de todos estos años. Me gusta cuando un cuento consigue empezar bien, resume todo un pensamiento y juega con el lenguaje para seducir al lector. El amor es posible que no sea lo mismo que la felicidad, pero el ritmo de la escritura crea una sensación de bienestar.
No éramos tan felices, pero si en las reuniones de los sábados alguien hubiese preguntado si éramos felices, ella habría respondido «seguro sí», o me habría consultado con los ojos antes de decir «sí», o tal vez habría dicho directamente «sí», volteando su largo pelo rubio hacia mi lado para incitarme a confirmar a todos que éramos felices, que yo también pensaba que éramos felices. Pero éramos felices. Ya pasó mucho tiempo y sin embargo, si alguien me preguntase si éramos felices diría que sí, que éramos, y creo que ella también diría que fuimos muy felices, o que éramos felices durante aquellos años setenta y cinco, setenta y seis, y hasta bien entrado el año mil novecientos setenta y ocho, después del último verano.
Muchacha Punk.Tal y como he comentado en el anterior cuento, un buen inicio hace que el cuento se desarrolle solo, es un decir, claro, lo hace con esfuerzo el escritor, quiero decir que la trama queda clara, mostrada, y sabemos que lo que acontece se hace desde.
En diciembre de 1978 hice el amor con una muchacha punk. Decir «hice el amor» es un decir, porque el amor ya estaba hecho antes de mi llegada a Londres y aquello que ella y yo hicimos, ese montón de cosas que hicimos ella y yo, no eran el amor y ni siquiera —me atrevería hoy a demostrarlo— eran un amor: eran eso y sólo eso eran. Lo que interesa en esta historia es que la muchacha punk y yo nos «acostamos juntos».
Luz mala. El sexo explota desde el recuerdo en un imaginario delirante y obsceno que gusta y me hipnotiza.
Pero lo que más abundaba por entonces eran las vírgenes, infinidad de ellas había, y tantas, que buena parte de las personas —jóvenes y mayores— creía tenazmente en la existencia del virgo. ¿Qué sería el virgo? Para mí, el virgo era algo que existía como un animalito de lengua bífida y cuerpo de molusco surcado por gruesas arterias cuya rotura producía un ruido idéntico al de una petaca al cerrarse y desencadenaba una hemorragia más que difícil de parar.
Llamándonos. El arte del cuento consiste en tomar un punto de la trama y convertirlo en una punta de lanza por donde se desahoga la acción.
Nuestro amor no eran esas voces y ruidos que escucharon grabados tantas veces. Nuestro amor fue todo lo que hicimos y que ahora circula entre nosotros, entre todos los que en un mismo instante estaremos leyendo una vez, otra vez más (¡más! ¡más!), la historia de la famosa charla,
Música. Por la misma razón que el cuento toma una parte para derivar la trama, puede ocurrir que la trama derive en muchas posibilidades distintas.
Así es contar: saber el sitio justo donde uno debe quedarse quieto, como punga en requisa. Así de quieto: manso y quieto.
La liberación de unas mujeres. La dictadura. Los presos políticos. La lucha y el pensamiento. El horror de la tortura y el pensamiento único. Una prisión y una fuga.
Definitivamente —pensó—, esta tipa no me cae bien. Pero no podía ser un agente doble: como los policías, esta gente proclive a la deslealtad teme menos a sus autoridades y a la justicia que a las revanchas del hampa que exageran los films policiales...
Fueron golpeadas el día de la detención, pero no habían pasado por los interrogatorios que todavía aterrorizaban las memorias de tantas presas.
Los pasajeros del tren de la noche. Los cuentos intranquilizan muchas veces, trabajan lados oscuros del pensamiento y la acción nos deriva, en ocasiones, a nuestros miedos. Cuando vuelven los soldados de una guerra en un tren nocturno, parece que la vida se recupera sin sobresaltos con una normalidad monótona.
Help a él. Los relatos también sirven para indagar en el alma humana, en los recuerdos de los personajes. En este hay un viaje al centro de Vera, a lo más íntimo del recuerdo en el personaje en sus vivencias, en lo que significó o significa todavía.
Cada vez que ella se movía arreglándose el pelo y me alcanzaba la onda de su movimiento y recorría mi cuerpo tendido, dudaba si se movía ella o mi alucinación y no podía definir si imaginaba o recordaba esos encuentros de mi mano con el tubo que latía. Parecía un recuerdo: dejaba que la mano se cerrase cada vez más, y apretando, volvía más suaves las oleadas de sangre que entraban en mí. Ráfagas de sangre se debilitaban, el cuerpo sentía el entumecimiento de esperarlas y recibía apenas una corriente mortecina. Sólo eso sentía, el pecho: necesidad de respirar.
Cantos de marineros en las pampas. Me ha resultado complejísima la lectura, la jerga no la domino y el esfuerzo ha hecho que me perdiera en los caminos que pretende mostrarnos el autor.
Restos diurnos. Algunos de los relatos de Fogwill gustan de una obscenidad masculinizada, una fantasía que reconstruye la realidad y el sueño puede ocuparlo todo como si vivir fuera una proyección de los miedos y anhelos de los personajes.
Era una mujer suave. Casi —pensó— sin experiencia. Algo en su manera de poseerla la había asombrado, no se detuvo en averiguar qué y al terminar tenía demasiado sueño para indagarlo. Después, mientras ella abría la puerta y se iba por el jardín descalza él se durmió, no supo cuánto tiempo, pero despertó sobresaltado. Las lámparas de cuarzo de un auto iluminaban el vestuario y al incorporarse lo encandilaron. Oyó voces. Su pulso se aceleraba y supo que había olvidado la charla y el nombre de la mujer pero recordó que sus hijos dormían en el cuarto de huéspedes de la casa de la otra y deseó acostarse y hundirse bajo la almohada y dormir, aunque hubiese llegado el marido: al día siguiente explicaría todo.
Sobre el arte de la novela. El título nos lo sugiere, fluye la escritura a golpe de pensamiento abrupto abriéndose hacia el lector con una fuerza imparable.
Camino, campo, lo que sucede, gente. Parece El desierto de los tártaros, la oportunidad perdida, la espera impaciente al momento y la vida que desaparece en la monotonía absurda, en el devenir sin finalidad. Nunca llega el enemigo, nuestra gloria, hasta que cuando nos alcanza estamos debilitados para asombrarnos y tomar las armas. Aquí unos guardas guardan un complejo abandonado, pero sin esperar un enemigo imaginario, si no pasando el tiempo dentro de sí mismos, ambos, intentando ser ante la perspectiva real de que nada pasará.
Lo Cristalino. Ante lo insulso lo literario se asienta. Los glaciares, el pintor, el fotógrafo, la escritura da vida a lo circunstancial.
Memoria de paso. Antes de él y ella habla de la trasformación de mujer a hombre y de la eternidad como acto de curiosidad intelectual.
Jamás reñimos, pero Ernestina odiaba a los hombres y eso siempre nos diferenció. Sentía en el varón algo que llama y que al principio no supe qué era, pero yo lo quería y lo debía aprender de él. Yo quería ser varón, cosa que nunca me atreví a confesar a Ernestina, tan grande era su desprecio hacia los hombres.
El libro es difícil de encontrar, pero internet es un pozo sin fondo. Lo publicó Alfaguara. Aquí os dejo algunos datos
Nº de páginas: 464 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: ALFAGUARA
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788420407487
«Buscar
una razón que sea más fuerte que el azar de vivir es para Fogwill
una razón narrativa.»
Horacio
González
«La
de Fogwill es una inteligencia "superior", y por lo tanto
un poco inhumana: como si se tratara de la inteligencia de una
divinidad o de un alienígena, siempre un poco más allá de la
capacidad de comprensión del común de los mortales.»
Daniel
Link
«Como
los grandes narradores de ficciones políticas del siglo XX, Pynchon,
De Lillo o Gadda, Fogwill documenta su paranoia con dudosas teorías
sobre la infancia, datos de encuestas imaginarias, supuestas
transcripciones de servicios de inteligencia, catálogos de modas,
usos y costumbres, observaciones culturales y sociales.»
Carlos
Schilling
«Esta
es una antología de media docena de autores muy distintos que tienen
un solo nombre de marca: Fogwill. Y que permite la entrada por
cualquier extensión, por cualquier tono, por cualquier estructura,
escondiendo bajo su eficiente capacidad de entretener, de fascinar, e
incluso de asustar, que contiene seis o siete de los mejores cuentos
de la literatura argentina.»
Elvio
E. Gandolfo
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