lunes, 25 de diciembre de 2017

Offshore, Petros Márkaris


Los libros se acumulan en mi mente, en mi retina y en el universo paralelo que recreo con cada uno de ellos; los leo y los dejo amontonados en mi biblioteca particular, esperando el momento en que me decida a hablar de ellos. Son como fantasmas que pululan por mi cabeza y me vienen, de vez en cuando, a recordar que se merecen un pequeño lugar en este canon tan particular que he ido construyendo con los años. Así es la lectura, una experiencia personal, un recorrido propio por la intimidad recreada en los espacios de ficción reales de nuestros autores, por la dimensión que, todos nosotros, lectores, conocemos tan bien.

Vuelvo a Márkaris, evidentemente porque ha vuelto a publicar, y como está entre los autores de mi panteón, pues devoro el libro sin pararme mucho a pensar si tenía otros libros esperándome en la mesita de noche; aquí debo ser sincero, siempre llevo varios libros al tiempo, cuando me aburro, cuando no quiero navegar por la psique de tal o cual personaje, me paso a otro autor. Siempre cuento con libros de relatos, el cuento me permite desbordarme en la anécdota, una lectura eficaz que me traslada a un espacio concreto, porque seguramente ahí está la explicación de lo breve, en que la novela recrea espacios, situaciones y personajes, no necesariamente así, pero más o menos, y el relato se concentra, te concentra, ¿será por eso que me pierdo tanto en los cuentos?
A lo mío, vuelve Jaritos. Vuelve de una Grecia en llamas, de una Grecia donde se ha tenido que bajar el sueldo a los funcionarios, donde se ha tenido que ajustar el país a la Troika comunitaria. Adrianí ha tenido que hacer malabares para dar de comer a la familia.


Sobre todo este último año, he rozado mis límites, Kostas —me confiesa con un suspiro de alivio—. No había manera de cuadrar las cuentas. Ir al mercado por las mañanas se había convertido en mi calvario particular. No podía estirar más el dinero. Si supierais cuántas veces habéis cenado sobras recocinadas, alucinaríais.

La trilogía de la crisis ha pasado, es posible que este nuevo libro inicie otra trilogía, algo así como la trilogía de los buenos tiempos, pero esos tiempos también son oscuros, siniestros, porque la ética y la moral se ven amenazadas por la necesidad y, como siempre, Markarius denuncia, a su manera, la superestructura que determina y designa el futuro de los pueblos como si estos no fueran más que peones en manos de quienes realmente gobiernan. Así llega el fenómeno de los populismos, de las recetas mágicas, del engaño masivo a un pueblo no pensante, ajeno, preocupado por el consumo.

Nos quedamos todos con la boca abierta cuando descubrimos qué significaban aquellas siglas: «PNC, Partido Nacional por el Cambio». Y debajo formulaban por primera vez la pregunta completa: «¿Y si lo conseguimos? Dadnos tres meses. Si no lo conseguimos, nos vamos». Nadie los tomó en serio…

Nuestro país es un conejillo de Indias, señor comisario. A lo largo de la crisis, el experimento consistía en averiguar hasta qué punto podían resistir un país y sus gentes a las crecientes privaciones de todo tipo. Sucesivas bajadas de sueldos, recortes de las pensiones, recortes hasta en las necesidades más básicas. Durante cinco años, seguimos el experimento de la austeridad muy de cerca, año tras año, mes a mes, y llegamos a la conclusión de que merecía la pena que también nosotros utilizáramos a Grecia como cobaya. Aunque nuestro experimento es muy distinto.

Asesinatos, claro, pero conciencia social, reflexiones sobre el futuro del país, sobre el movimiento de las empresas, su huida y su retorno, sobre lo que son, en realidad, las naciones y sus habitantes, y los que construyen a su antojo todo lo que nos rodea.

¡Gilipolleces! No hay empresa en el mundo que esté dispuesta a perder dinero para contribuir a la recuperación económica de ningún país. Y no está nada claro que las navieras vayan a tener beneficios.

Estas novelas con conciencia social rompen los paradigmas clásicos de la novela policiaca, o de detectives más bien, no se preocupan tanto de la vida ajetreada, tortuosa y vil del héroe dentro de su propio laberinto, tanto Jaritos como Brunetti tienen una vida familiar con hijos, con amigos, son funcionarios de los cuerpos públicos, servidores leales de la ley, ciudadanos en un sentido griego de la palabra, ciudadanos porque son conscientes de los problemas que importan, les preocupan, son conscientes de su papel en la dinámica del poder, y eso, hace que formen un nuevo tipo de personajes creíbles, no héroes ficcionales que proyectan las ambiciones y sueños de los lectores. Son los Ulises de la novela policíaca, no los Aquiles, ya sabéis que me encanta este símil, porque su viaje hacia Ítaca es un viaje de servicio hacia un ideal de construcción de un país, bueno, de un país que ellos imaginan, básicamente sin corrupción, imaginemos el reto.
La tenemos en Tusquets y aquí os dejo datos que os interesan.

  • Nº de páginas: 288 págs.
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • Editorial: TUSQUETS EDITORES
  • Lengua: CASTELLANO
  • ISBN: 9788490663851

En una Grecia que, misteriosamente, empieza a experimentar una gran recuperación económica, un funcionario de la Secretaría de Estado de Turismo aparece muerto en su casa, atado a una silla y con un tiro en la cabeza. Todo apunta a un robo que se torció, pero el comisario Jaritos no descarta que se trate de un ajuste de cuentas. Cuando las indagaciones le llevan a descubrir que la víctima estaba ligada a tráficos ilegales, los agentes detienen a dos inmigrantes que, acusados del asesinato, confiesan que, efectivamente, intentaron perpetrar un robo. El nuevo subdirector general presiona a Jaritos –como siempre, muy escéptico– para que cierre el caso. Y entonces se produce un nuevo asesinato: un famoso armador griego.
Después de la «Tetralogía de la Crisis», Márkaris desafía a un comisario Jaritos desbordado por los acontecimientos a resolver varios crímenes investigando por su cuenta y riesgo, poniendo en peligro su propia carrera en la policía, para esclarecer casos que demuestran que los «nuevos» poderes tienen al país atado de pies y manos.

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