El
libro es singular, con esto quiero decir que se estructura de una forma
diferente a la esperada. La ficción sirve para configurar la fantasía de la
historia, una distopía en que se reflexiona sobre Europa como idea y, a partir
de los tópicos de las diferentes edades de esta, acomodar la historia al
personaje. El recuerdo como cura, como refugio necesario ante lo que se pierde,
la memoria, pero, ahí está la alegoría, este se configura como un escenario,
por lo tanto, como una ficción, algo artificial que reconforta porque contiene
los elementos necesarios para la cura. Este hallazgo del libro, sobre el que he
hablado en numerosas ocasiones, me interesa en especial porque he mantenido que
los recuerdos son falsos, no tal vez en la percepción, pero sí en la
reconstrucción. No vale con tener buena memoria. Un recuerdo es mucho más,
porque podemos reconfigurarlo y adaptarlo a nuestra necesidad psicológica del
momento.
Mas,
la alegoría no acaba ahí, porque quien se instala en los recuerdos corre el
peligro de configurar la realidad desde ese recuerdo, construir una realidad
que se adapte a ese espacio en que, presuntamente, se encontraba bien. Así el
individuo se queda a vivir en un espacio que parece seguro, pero peligroso.
Así, el libro, hace que la nostalgia sea de obligado cumplimiento, que esta se
imponga lo real como espacio seguro, como huida par ano tener que enfrentarse a
una realidad que no nos gusta. A mí, hoy, no me gusta lo que veo, lo que huelo
y lo que oigo.
La
aventura de construcción del pasado en la realidad del presente, hace que la
acción se desarrolle en esta distopía inteligente. Y da en el clavo porque,
entiende, que lo imaginado también contribuye a esa reconstrucción de la que os
he hablado.
El
pasado no es solo aquello que te ha ocurrido. A veces es aquello que solo has imaginado.
El
nacionalismo europeo, los nacionalismos en general, son mostrados con ironía,
pero con la certeza de que el virus se extiende y aniquila la razón, sacraliza
lo ridículo de costumbres ancestrales en una Europa que se encuentra en la
encrucijada de sí misma. Me parece interesante el pensamiento crítico sobre el presente.
El
viceprimer ministro de un país del sureste europeo eligió unos calzones de lana
de tamaño considerable con trencillas. Les sumó una amplia faja roja y se caló
hasta las cejas el aterciopelado kalpak de los pastores, adornado, vaya a usted
a saber por qué, con palomitas de maíz. La ministra de turismo se decidió por
un plúmbeo sukmán rojo y una blusa bordada de mangas holgadas. Las monedas que adornaban
sus prendas brillaban como oro auténtico, tanto es así que pronto corrió el rumor
de que la ministra lucía en sus trapitos parte del tesoro nacional tracio que
todos creían bajo custodia en las arcas del Estado. Poco a poco, todos los
ministros comenzaron a vestir trajes tradicionales. Las sesiones de Gobierno
empezaron a semejar corrillos campesinos. La tertulia se da por concluida,
decía el primer ministro en lugar de la acostumbrada frase protocolaria: «Se levanta
la sesión». Por momentos cundió cierta turbación, sobre todo al principio,
cuando el ministro de Defensa compareció a caballo, con el uniforme
revolucionario, un sable largo en el cincho y un revólver Nagant de culata
nacarada enfundado y trabado en el cinturón de cuero. El caballo se pasaba el
día entero atado junto a los Mercedes negros en el aparcamiento del Consejo de
Ministros, mientras un policía le tendía un saco con forraje y limpiaba
tímidamente el estiércol.
En Fulgencio
Pimentel.
Colección
La Principal, 978-84-17617-34-9, diciembre 2022
Tapa
dura, 14,3⨉20 cm,
408 páginas
Blanco
y negro, Castellano
Traducido
por César Sánchez, María Vútova
En su
nueva obra, ganadora del Premio Strega Europeo y del Premio Booker
Internacional, el autor de «Física de la tristeza» dibuja una reveladora
distopía sobre la memoria y la identidad europeas.
El
enigmático flâneur conocido como Gaustín inaugura en Zúrich una clínica para
enfermos de alzhéimer. Sus instalaciones reproducen las distintas décadas del
siglo XX al detalle, lo que permite a los pacientes regresar al escenario de
sus años de plenitud. Pronto, un número creciente de ciudadanos perfectamente
sanos solicita ingresar en la clínica con la esperanza de huir del callejón sin
salida en que se han convertido sus vidas. Pero este «cronorrefugio» no puede
contener por sí solo un sueño tan seductor y la idea se propaga por toda la
Unión Europea. Es entonces cuando el pasado invade el presente como una ola
devastadora. Ensueño distópico y sembrado de premoniciones, el ganador del
Premio Strega es un viaje de ida y vuelta al continente del ayer y un examen
severo de nuestra relación íntima y política con la nostalgia.
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