jueves, 7 de noviembre de 2024

Las Tempestélidas, Времеубежище, Gueorgui Gospodínov

 


Hay días en que mejor no decir nada. Esa capacidad de acercarse al silencio es difícil, parece que nuestro cerebro necesita siempre decir algo, romper el silencio que, indefectiblemente, se convierte en incómodo. Lo es, en efecto, porque la sociedad actual no nos deja ese espacio para no decir, para estar callado, para no escuchar, para reflexionar o recogerse. Pero no. Las redes nos bombardean sin piedad, cualquiera puede expresar el ruido que necesita para no tener que parar y pensar en lo que dice, es un mal endémico que tiene difícil solución; conviene ese marco agitado, esa algarabía que desvía a todas horas la atención de lo importante. Hoy, aquí, hay centenares de muertos, devastación a doscientos metros de mi casa, amigos y conocidos que lo están pasando mal, sin embargo, sigue habiendo gente que tiene la necesidad de anteponer su ego, su necesidad imperiosa de gritar, de quejarse, porque no puede estar en silencio, callar, reflexionar. Es el signo de mis tiempos, pero yo tampoco estoy en silencio, estoy escribiendo este post.

El libro es singular, con esto quiero decir que se estructura de una forma diferente a la esperada. La ficción sirve para configurar la fantasía de la historia, una distopía en que se reflexiona sobre Europa como idea y, a partir de los tópicos de las diferentes edades de esta, acomodar la historia al personaje. El recuerdo como cura, como refugio necesario ante lo que se pierde, la memoria, pero, ahí está la alegoría, este se configura como un escenario, por lo tanto, como una ficción, algo artificial que reconforta porque contiene los elementos necesarios para la cura. Este hallazgo del libro, sobre el que he hablado en numerosas ocasiones, me interesa en especial porque he mantenido que los recuerdos son falsos, no tal vez en la percepción, pero sí en la reconstrucción. No vale con tener buena memoria. Un recuerdo es mucho más, porque podemos reconfigurarlo y adaptarlo a nuestra necesidad psicológica del momento.

Mas, la alegoría no acaba ahí, porque quien se instala en los recuerdos corre el peligro de configurar la realidad desde ese recuerdo, construir una realidad que se adapte a ese espacio en que, presuntamente, se encontraba bien. Así el individuo se queda a vivir en un espacio que parece seguro, pero peligroso. Así, el libro, hace que la nostalgia sea de obligado cumplimiento, que esta se imponga lo real como espacio seguro, como huida par ano tener que enfrentarse a una realidad que no nos gusta. A mí, hoy, no me gusta lo que veo, lo que huelo y lo que oigo.

La aventura de construcción del pasado en la realidad del presente, hace que la acción se desarrolle en esta distopía inteligente. Y da en el clavo porque, entiende, que lo imaginado también contribuye a esa reconstrucción de la que os he hablado.

 

El pasado no es solo aquello que te ha ocurrido. A veces es aquello que solo has imaginado.

 

El nacionalismo europeo, los nacionalismos en general, son mostrados con ironía, pero con la certeza de que el virus se extiende y aniquila la razón, sacraliza lo ridículo de costumbres ancestrales en una Europa que se encuentra en la encrucijada de sí misma. Me parece interesante el pensamiento crítico sobre el presente.

 

El viceprimer ministro de un país del sureste europeo eligió unos calzones de lana de tamaño considerable con trencillas. Les sumó una amplia faja roja y se caló hasta las cejas el aterciopelado kalpak de los pastores, adornado, vaya a usted a saber por qué, con palomitas de maíz. La ministra de turismo se decidió por un plúmbeo sukmán rojo y una blusa bordada de mangas holgadas. Las monedas que adornaban sus prendas brillaban como oro auténtico, tanto es así que pronto corrió el rumor de que la ministra lucía en sus trapitos parte del tesoro nacional tracio que todos creían bajo custodia en las arcas del Estado. Poco a poco, todos los ministros comenzaron a vestir trajes tradicionales. Las sesiones de Gobierno empezaron a semejar corrillos campesinos. La tertulia se da por concluida, decía el primer ministro en lugar de la acostumbrada frase protocolaria: «Se levanta la sesión». Por momentos cundió cierta turbación, sobre todo al principio, cuando el ministro de Defensa compareció a caballo, con el uniforme revolucionario, un sable largo en el cincho y un revólver Nagant de culata nacarada enfundado y trabado en el cinturón de cuero. El caballo se pasaba el día entero atado junto a los Mercedes negros en el aparcamiento del Consejo de Ministros, mientras un policía le tendía un saco con forraje y limpiaba tímidamente el estiércol.

 

En Fulgencio Pimentel.

 

Colección La Principal, 978-84-17617-34-9, diciembre 2022

Tapa dura, 14,320 cm, 408 páginas

Blanco y negro, Castellano

Traducido por César Sánchez, María Vútova

En su nueva obra, ganadora del Premio Strega Europeo y del Premio Booker Internacional, el autor de «Física de la tristeza» dibuja una reveladora distopía sobre la memoria y la identidad europeas.

El enigmático flâneur conocido como Gaustín inaugura en Zúrich una clínica para enfermos de alzhéimer. Sus instalaciones reproducen las distintas décadas del siglo XX al detalle, lo que permite a los pacientes regresar al escenario de sus años de plenitud. Pronto, un número creciente de ciudadanos perfectamente sanos solicita ingresar en la clínica con la esperanza de huir del callejón sin salida en que se han convertido sus vidas. Pero este «cronorrefugio» no puede contener por sí solo un sueño tan seductor y la idea se propaga por toda la Unión Europea. Es entonces cuando el pasado invade el presente como una ola devastadora. Ensueño distópico y sembrado de premoniciones, el ganador del Premio Strega es un viaje de ida y vuelta al continente del ayer y un examen severo de nuestra relación íntima y política con la nostalgia.

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