Dentro
de esa nómina de autores, incluyo a John Irving. Su dominio de la
técnica novelística entendida como un género que se basa en lo narrativo con
linealidad y personajes profundos, se cumple a la perfección. Además, están
presentes algunos de los aspectos que caracterizarán esta manera de hacer: un realismo crudo que retrata las injusticias
sociales de Estados Unidos, abordando temas complejos como la identidad, la
moral y el Sueño americano. Con personajes multidimensionales que luchan por
sobrevivir en un mundo moralmente ambiguo; las obras se desarrollan en lugares
específicos del país, creando un fuerte sentido de pertenencia que a menudo
puede extrapolarse a otras regiones. Si bien enfocadas en la experiencia
estadounidense, sus temas son universales, por eso conectan con lectores de
todo el mundo.
Como
todos los libros de Irving, construye una historia que se cruza con
muchas otras historias, para pararse en la infancia, en los hechos que
determinan el ser adulto indagando en todos los aspectos que van a configurar
al personaje.
Cuando
muere inesperadamente una persona que amas, no la pierdes de golpe; la vas perdiendo
a fragmentos durante largo tiempo… a la manera en que deja de llegar
correspondencia, y su aroma se desvanece de las almohadas e incluso de la ropa
de su armario y de la cómoda. Poco a poco acumulas los fragmentos de ella que ya
no están. Y cuando llega el día en que un determinado fragmento que falta te
abruma con la sensación de que ella se ha ido para siempre… llega otro día y
otro fragmento específicamente ausente.
La
novela trascurre a trompicones, le cuesta, se hace farragosa, no tiene la
frescura de las grandes novelas del autor, sinceramente la muerte de la madre,
que ejerce la soltería, el ansia del padre ausente no acaba de enganchar.
Ahora, si el autor pretende que Owen sea insoportable, lo consigue. Los
diálogos de niños de once años no se adecuan a la edad, son intensos, profundos
y adultos. El que siempre se expresen en mayúsculas, efectivamente, me saca de
quicio.
—HAY
ALGO QUE NUNCA DEBES OLVIDAR —me dijo Owen—. ERA UNA BUENA MADRE. SI PENSABA
QUE LE TIPO PODÍA SER UN BUEN PADRE PARA TI, YA LO HABRÍAS CONOCIDO.
—Pareces
muy seguro.
—SOLO
TE ESTOY HACIENDO UNA ADVERTENCIA— prosiguió—. Es emocionante buscar a tu
padre, pero no esperes sentirte emocionado cuando lo encuentres. ¡Abrigo la
esperanza de que no estés buscando a otro Dan!
No sabía
si así era, pero pensaba que Owen presumía demasiado. Lo que sí sabía es que
era emocionante buscar a mi padre.
Esta
reflexión en concreto me encanta, e independientemente de que no siempre se
puede escribir una obra maestra, el autor es brillante y capaz de mostrar la evolución
de los personajes.
¡Fíjate
en eso! En la primera página, el coronel Summers relata una historia sobre el
presidente Franklin D. Roosvelt en la Conferencia de Yalta, en 1945, cuando las
potencias aliadas intentaban decidir la composición del mundo prebélico. El
presidente Roosvelt quería ceder Indochina al dirigente chino, general Chiang
Kai-shek,, pero este conocía algo de la historia y la tradición vietnamitas;
Chiang Kai-shek entendía que los vietnamitas no eran chinos, y que jamás
permitirían que el pueblo chino los absorbiera fácilmente. A la generosa oferta
de Roosvelt de cederle Indochina, Chiang respondió: «No la queremos». El
coronel Summers señala que a los Estados Unidos les llevó treinta años —y una
guerra que costó casi cincuenta mil vidas estaunidenses— descubrir lo que Chiang
Kai-shek explicó al presidente Roosvelt en 1945.¡Imagínate eso!
La tenemos
en Tusquets.
Temática
Novela literaria
Publicación
1 oct 1989
Colección
Andanzas
Presentación
Rústica con solapas
Formato
15 x 22.5 cm
Editorial
Tusquets Editores
ISBN 978-84-7223-126-9
Páginas
518
Código
0010011963
John
Wheelwright, hoy ya maduro, anglicano y virgen por convicción, recuerda cómo, a
los once años, él y su mejor amigo, Owen Meany, un extraño niño enclenque y
bajito, de voz quebradiza y una excepcional facultad de predicción, jugaban al
béisbol en una pequeña ciudad cuando éste, tras una pelota fuera, mata a la
madre de aquél. A partir de ahí, Irving nos introduce en una extraordinaria
historia, tierna y terrible, cómica y amarga a la vez, llena de acontecimientos
anómalos y a veces hasta milagrosos. Y, poco a poco, descubrimos por qué la
provocadora fortaleza de Owen, que se hace llamar «el instrumento de Dios»,
ejercerá de por vida una mágica fascinación espiritual sobre los actos y
sentimientos de John, cuya visión del american way of life se encarna en un
pequeño armadillo mutilado y en un maniquí sin brazos, vestido de rojo, remedo
de la adorada y hermosa madre muerta, imágenes las dos de un mundo impotente
falto de apoyos.
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