El mundo de los relatos es tan complejo como fascinante. Tardé en llegar a él por los prejuicios culturetas que había en mi generación. Es posible que entendiéramos los cuentos como el género pobre de la novela o como un hermano menor a medio hacer, solapado por la fuerza de las grandes obras. No lo sé, pero llegué tarde. Sin embargo, pronto quedé fascinado por la capacidad de síntesis, el oficio que llevaba al escritor a conseguir condensar toda una trama en unas cuantas hojas. Tal vez en ese momento, me aficioné al realismo sucio, a la hermosa sencillez de los enunciados cortos, la ausencia de subordinación, de descripciones interminables; ello nunca ha implicado que no disfrute con lo meramente literario, el arte por el arte, vamos, pero sí que tengo cierta tendencia a ese tipo concreto de narrar. Nuestra autora, pues, cubre mis necesidades, me ha proporcionado un placer infinito; es lo bueno del placer diferido e intelectual. El libro lo leí durante muchos meses, lo simultaneaba con otros muchos, cada vez un relato, luego descanso, así hasta completar su lectura.
Joy
Williams es reconocida como una maestra del relato corto y ha sido descrita
como "posiblemente, la mejor escritora norteamericana de cuentos". Pertenece
a un conjunto de escritoras norteamericanas de relatos de primer nivel: Lorrie
Moore, Ann Beattie, Amy Hempel o Elizabeth Strout. Su trascendencia en la
literatura estadounidense se refleja en sus múltiples galardones, como el
Harold and Mildred Strauss Living Award de la Academia Estadounidense de las
Artes y las Letras, de la que es miembro desde 2008, y el Premio Rea. Entre los temas recurrentes en su obra se
encuentran las relaciones humanas complejas, la soledad, la muerte y una sutil
crítica social. Su técnica narrativa se caracteriza por una prosa nítida y
elegante, un humor muy personal y una sorprendente habilidad para iluminar
nuestro mundo mediante personajes y situaciones tan inquietantes como
familiares. Ahora os comento algunos de ellos para que os adentréis en su
mundo.
En
Cuidarse, observamos una escritura pulcra que sigue la tradición americana
del relato de lo cotidiano con una apariencia aséptica en cómo se describen las
relaciones familiares.
La nieve es preciosa. Todo está blanco. Jones es un hombre cultivado. Ha leído a Melville, quien dice que el blanco es un incoloro ateísmo de todos los colores, ante el que nos echamos atrás. Jones no lo cree así. Ve en la nieve algo sagrado, una promesa. Espera que su mujer se haya dado cuenta de que nevaba, aunque una cortina la separe de la ventana. Jones ve algo que se mueve en la nieve, como si fuera un trozo de nieve, corriendo.
La
manera de comenzar el relato en El amante es perfecta porque enmarca la
situación, el objeto y la oportunidad, pero después el relato ha de seguir
desarrollándose y lo hará con inteligencia, como ausentándose de la acción,
aunque es capaz de transmitir toda la fuerza de la inseguridad. Magnífico.
La
chica tiene veinticinco años. Aunque no hace mucho que se divorció, no es capaz
de recordar al hombre con el que estuvo casada. Seguramente era un buen tipo.
Se lo dirá al bebé, eso seguro. Una vez, su marido perdió unas gafas de sol de
cincuenta dólares haciendo surf después de zarpar de Gay Head y el disgusto le
duró unos cuantos días. Y otra cosa: también le gustaban los riñones. Le
encantaba comer riñones los fines de semana. Ella tenía que pasearse por los
supermercados, con una bonita barriga y el pelo recogido en una trenza, en
busca de riñones frescos para ese joven, su marido. Cuando la besaba, sus
besos, o así lo imaginaba ella, tenían un ligero olor a orina. Como es lógico,
no le gustaba pensarlo. Era difícil imaginar que ese mismo problema pudiera
volver a plantearse, es decir, con otro hombre. ¡Ninguna lección podía sacarse
de una experiencia como ésa! El bebé no se acuerda de él, de ese hombre, su papá,
y ella tampoco lo recuerda. La acompañó cuando dio a luz. No a su lado, pero
cerca, en el pasillo. Se había escapado del trabajo para ir al hospital. Cuando
se la llevaron en la camilla, su marido le dijo: «Ahora tendrás que aprender a
querer a alguien, mala mujer». Le cuesta creer que pudiera decir algo así.
Un
hecho en apariencia sin importancia, como es pasar un mes de agosto, sirve para
que la autora configure un relato de lo cotidiano ágil e interesante en Verano.
Ella
no enviaba postales. No quería tener contacto con nadie que no fuera Ben,y Ben
vivía en la misma casa que ella, como habían hecho en todas las casas en las que
habían estado desde que se casaron. No parecía muy razonable enviarle una postal
a Ben.
La
autora muestra situaciones complejas que afectan a lo cotidiano y las resuelve
con sensibilidad y elegancia. En La boda cuenta las cosas con aparente
sencillez porque es la manera de que el lector siente identificación.
Sam
y Elizabeth se conocieron como la gente suele conocerse. De pronto apareció una
luz ilusoria en la oscuridad. Una luz que era un recordatorio tenebroso de la
oscuridad que aguarda a los solitarios. Se conocieron cenando en la boda de la
hija de un amigo común.
En
los cuentos de Joy Williams, muchas veces no me fijo en la trama, ni en
lo que cuenta, que puede ser trivial, pero sí en su capacidad técnica, en,
sobre todo, cómo inicia los relatos, como por ejemplo en El mozo jardinero.
El
mozo jardinero era un materialista espiritual. Vivía en el Ahora. Se había
liberado de la cadena kármica. Ser un iluminado no era nada fácil. Había que
trabajar duro. De hecho, era un trabajo manual.
El
ser iluminado es libre. Siente el dolor y la tristeza de quienes le rodean,
pero no siente necesariamente los suyos propios. El mozo jardinero creía que
llevaba dos meses iluminado, a lo sumo.
En
otras ocasiones me fijo en la delicia intelectual de saborear la literatura
como en Tren.
—¿Por
qué estás hablando siempre con hombres jóvenes? —preguntó Jane.
—Jane,
cielo —dijo el señor Muirhead—, te voy a responder. —Dio un trago de su copa y
suspiró. Luego se inclinó hacia delante y dijo con seriedad—: Hablo con tantos
hombres jóvenes porque tu madre no me deja hablar con mujeres jóvenes. —
Se
quedó encorvado un momento, dándole palmaditas a Jane en la mejilla, y luego se
echó hacia atrás.
En
La excursión, destripa las relaciones humanas de una manera asombrosa.
En este cuento consigue transmitir la dificultad de construir el amor porque
siempre hay algo de extraño en el otro.
Él
es oscuridad y ella es luz. No hay matices en el mundo de Jenny. Él es un árbol
alto y oscuro que hunde sus raíces en la terca noche y ella es una llama que lo
busca, una llama vacilante y transparente. Están en Oaxaca. Si abrieran los
postigos, verían la ciudad de piedra. La ciudad se construyó con una piedra
suave y de color verde claro que hace pensar que la lluvia cae sobre ella desde
hace siglos. De los edificios caen sombras con la silueta de hombres. Todo está
frío, casi podrido. En los mercados, las frutas están perladas de rocío; los frágiles
cráneos emplumados de los pájaros están húmedos cuando los tocas.
Hay
momentos muy brillantes en algunos cuentos, en Química invernal, la
trama trascurre de una manera magistral y sorprendente.
El
frío, a diferencia de lo que acostumbra el verano, no inventaba nada y tampoco revelaba
nada, como hace la primavera. Acampaba en una demostración de fuerza sobre
todas las cosas: a la espera, alterando las ambiciones de cada cual, avivando
el anhelo de un final. El frío era causa de dolor, desasosiego y enfado, y de
unos pensamientos que conducían por caminos extraños e intransitables.
Como
los cuentos trabajan lo cotidiano, en algunos como Orillas, la pérdida
aparece como elemento vertebrador de la historia, pero no necesariamente con una
carga de pesar o pesimismo en los personajes, sino como devenir de la vida.
Quiero
explicarlo. Sólo somos dos: el bebé y yo.
En
Escapadas, la ternura en un mundo interior descarnado en lo cotidiano,
toma el ritmo del relato que se construye con asombrosa lucidez.
Y
a la postre resultó que mi madre no fue capaz de salir adelante, pero eso fue
después. Aquel día todavía no estaba tan cerca del final y cuando mi madre se
despertó fuimos a buscar el coche y salimos de Portland, y mi madre no dejó de
pronunciar mi nombre. «Lizzie —decía—. Lizzie». Tuve la impresión de que estaba
obligada a acompañarla en sus viajes y que ella también lo sabía, pero no en
aquel viejo descapotable azul que regresaba a casa de noche, con la capota
blanda y manchada hinchándose como un globo, pues sabía que ese era el aspecto
que debía de tener la capota vista desde fuera. Al final conseguí salir de allí,
pero tardé años.
La
Podredumbre es el contraste que utiliza la autora para contraponer la decadencia
de un coche frente a la decadencia del protagonista masculino, no tanto la
podredumbre que carcome la chapa como la inmovilidad truncada por los años.
Este
tipo de podredumbre no tiene arreglo. Lo cual nos lleva a la cuestión: ¿qué es
el hombre?, con sus tres subdivisiones: ¿qué podemos conocer?, ¿qué debemos
hacer? y ¿qué podemos esperar? Preguntas que nos afectan a todos, incluso a
usted, señorita.
El
relato requiere de capacidad de síntesis, capacidad de entender que la
complejidad de la trama puede ser reducida a elementos cotidianos como en El
pequeño invierno.
Ya
había oscurecido cuando Gloria regresó a las cabañas. Todas las luces estaban
apagadas. Recordó que durante el día se había sentido feliz a ratos
intermitentes y también que al mirar las cosas había descubierto que todo le
resultaba desagradable. Cada vez le costaba más trabajo hablar, y también
escuchar, pero ahora estaba sola y se sentía un poco mejor. Aun así, se notaba
rara. Sabía que nunca se encontraría estable. Las cosas nunca le parecerían
formar una unidad coherente. Todo sería un ir y venir hasta el final.
Hay
veces que la trama es tan sencilla, como que una niña vaya a un Centro de
belleza a darse rayos UVA, que te sorprende como lector la capacidad para
convertirla en literatura, de esa manera tan sencilla que ayuda al lector a
empatizar y convertir el acto de lectura en algo familiar.
En
realidad la lleva a una sesión de bronceado, que durará veinticinco minutos. Es
lo que ha pedido por su cumpleaños, diez sesiones de bronceado en un centro de
belleza. También pidió y recibió un nuevo juego de ruedas para sus patines. Son
unas ruedas púrpura marca Rannalli. Pammy tiñó los tacos para conjuntarlos con
las ruedas, pero le quedó un púrpura un poco más basto y apagado. Quiere ser
una patinadora de velocidad, pero teme no tener el carácter necesario.
Los
hombres de azul me interesa por la técnica depurada de
síntesis que se observa en su inicio.
Bomber
Boyd, de trece años, les contó a las amistades que había hecho aquel verano que
el estado de Florida había ejecutado a su padre por el asesinato de un ayudante
del sheriff y su perro detector de drogas.
—Es
una lástima que matara al perro —dijo una chica.
—¿Con
pistolas, la silla o una inyección letal? —preguntó un chico.
—Con
la silla —dijo Bomber. Le daba rabia haber metido al perro en la misma frase.
Había sido completamente innecesario.
—La
inyección letal es fascista, tío —dijo un chico menudo y de aspecto fiero—. ¿Qué
estados usan la inyección letal?
Hay
veces que en la normalidad, que se relata en La última generación, de la
existencia, se puedan desarrollar iconos complejos que esperamos de la vida.
Se
mecieron en las sillas del porche. El porche se había pintado varias veces en
colores distintos. En las marcas que habían dejado las sillas se veían capas de
un verde claro, un verde más oscuro, un azul y un rojo. Los bichos revoloteaban
alrededor de las luces.
En
ocasiones el relato debe adentrarse en temas muy complejos relacionados con las
relaciones humanas, como en Invitado de honor, que nos cuenta la
relación basada en pequeños momentos entre una madre moribunda y una hija
adolescente.
Estaba
pasando una mala época y a veces había pensado en suicidarse, pero suicidarse
en el penúltimo curso de secundaria no podía ser más cursi, y había que andarse
con ojo porque dos de sus compañeras de clase se habían suicidado el curso
anterior y entre las dos habían dejado veinticuatro notas de suicidio y al
final la gente se lo tomó a guasa. Habían dejado las notas por todas partes,
repletas de faltas de ortografía y pedanterías variadas. El espectáculo que habían
dado era una farsa. Luego, ese mismo curso, una chica ingirió una sobredosis de
paracetamol, que por supuesto no le hizo nada, pero se corrió la voz y cuando
volvió al instituto vio que le habían forzado la taquilla para llenársela hasta
arriba de cajas de paracetamol. En plan qué idiota eres. Dadas las
circunstancias, lo raro era que Helen pensara en el suicidio. No era nada guay.
Lo único que conseguías era quedar en ridículo. Y además la gente se burlaba de
los padres de esas chicas. Los consideraban fomentadores del suicidio, malvados
y débiles, y la gente pasaba de ellos y les hacía la vida casi imposible. Vivían
en un pueblucho. Helen no quería hacerle la vida más difícil aún a su madre.
Me
gusta mucho que en los relatos haya reflexiones que no requieren respuesta. Por
otra parte, el relato ahonda en la pérdida, la del amor, la de la identidad o
la costumbre. Incorpora un elemento fundamental en la literatura como es el
viaje que, cuando se convierte en iniciático, implica progreso. (Congreso)
Nunca
sabía qué decir a los fans de Jack. Ellos, por su parte, no entendían a Miriam
en absoluto. ¿Por qué ella y no otra? Con sus ansias de vivir, Jack habría
podido elegir a una mujer mejor, pensaban. Miriam carecía de encanto, pensaban.
Era una persona triste. Hasta Jack la encontraba triste de vez en cuando.
Un
tema que aparece reflejado en algunos relatos, y que se integra con normalidad porque es parte de la
vida, es la muerte. Esta actualiza la vida en una dinámica sin remedio porque
sigue independientemente de lo que se pierda. (Marabú)
Apagó
las luces y se sentó en la oscuridad de su casa. Bien pronto, tal y como
esperaba que sucediera, el teléfono empezó a sonar. Sonó y sonó, pero no tenía
por qué responder. No lo haría. Nunca volvería a darse aquel instante, nunca más,
en el que se enteró de que Harry había muerto, por mucho que supiera en el
fondo de su corazón que el pasado no era sino el presente de ese futuro al que
el pasado pertenecía.
A
vueltas con qué me atrae de la cuentística norteamericana, es la desesperanza,
la descripción de un mundo monótono, a veces triste, que desencadena infinitas
tramas insulsas, pero que contienen anécdotas inacabables que motivan la
escritura. Un logro de esta literatura es elevarlas, las anécdotas, a hecho
literario como en Derecho de visita.
Tal
vez no era una idea tan buena el que Cynthia usara el teléfono. Donna prefería
sentarse tranquilamente con ella en la Casa del Estanque y ofrecerse a traerle
cosas por las que no había expresado ningún deseo, o conversar sobre Dennis, su
hombre casado, que no se había dignado a ir a verla ni una sola vez. Sin duda
debía de seguir cabreado por el tema del coche, aunque no la había denunciado.
La
realidad y el deseo son una constante en muchos autores. La contradicción entre
lo deseado y lo vivido no deja de ser el reflejo del anhelo de ser quien no se
es. (Caridad)
Se
tumbaron todos en la cama. Al cabo de un rato alguien empezó a roncar. Janice no
hubiera apostado sus últimos cincuenta dólares a que no era ella.
Si
insisto en la importancia de lo cotidiano, lo Anodino tiene que aparecer
como parte del hecho de vivir en lo relacional con los otros.
A
la izquierda, detrás de un separador de cristal transparente, estaba la galería
de tiro. Los tiradores llevaban cascos en las orejas y se colocaban de costado
en cubículos desde donde disparaban a los blancos, los cuales estaban montados
en cables y se podían acercar o alejar pulsando un botón. El blanco mostraba el
torso de un hombre de grandes hombros cuadrados con una gran cabeza cuadrada.
En la esquina izquierda del blanco había un recuadro con la misma figura, pero
de un tamaño muy inferior. Ésa era la zona a la que tenías que dar si eras
bueno. No era aburrido mirar a los tiradores, pero tampoco era muy interesante
que digamos. Yo prefería sentarme lo más cerca posible de la puerta cerrada del
aula y escuchar los discursos del Tirador a sus alumnos.
La
virtud de la sencillez, insisto, es la capacidad de analizar las relaciones
humanas más complejas diseccionando como por casualidad las pasiones humanas,
como en Martillo.
Ángela
había conocido a pocos hombres después de su joven e impetuoso marido, que se
llamaba Bruce. Seguía viviendo en la casa a la que había regresado como viuda
en la ciudad donde siempre había vivido. Pese a la aversión que su hija sentía hacia
ella, Ángela era una madre entregada a Darleen y aguardaba el día en que aquel distanciamiento
por fin terminara, pues aquel día había de llegar sin duda. Al mismo tiempo,
temía que en ese momento algo se rompiera en Darleen y que nunca pudiera
recuperarse.
Otro
aspecto de la vida que aparece en los relatos, como por ejemplo en Fortuna,
son las convenciones sociales, presentes de modo transversal, así es capaz, la autora,
de reflejar, como en un espejo, una realidad en la que mirarse. Esa
construcción a través de los elementos que configuran las convenciones, dotan
al relato una verosimilitud importante.
Por
la mañana, el perro de Caroline había vuelto a desaparecer. Habían remendado la
cuerda varias veces con nudos, pero siempre volvía a romperse. Y cuando se rompía,
el perro escapaba del patio y, ladrando alegremente, correteaba por las calles.
Caroline decía que cuando desapareciera para no volver habría llegado la hora
de marcharse de allí. Había oído en alguna parte que los ángeles te anuncian cuándo
ha llegado la hora de marcharse de un sitio marchándose justo antes que tú.
June creía haberlo oído también. O eso o algo por el estilo.
La
distancia entre padres e hijos, material y psicológica aparece en varios
relatos; la maternidad dolorosa; la paternidad responsable. Dentro de ese mundo
corriente que lo abarca todo. Me ha parecido extraordinario. (Bromelias)
Es
verano. Están en una pequeña casa de campo, de vacaciones. Hay una esterilla de
rafia en el suelo con un diseño de pétalos entre los cuales se cuela la arena.
Cuando levantan la esterilla, la arena deja el dibujo perfectamente perfilado
en el suelo. Han puesto una hilera de uvas pasas en la barandilla del porche
para los pájaros gato.
Jones
recuerda. Por las mañanas, el césped parece bruñido con un paño de joyero. Y la
esposa de Jones lleva ese vestido y frota la cara de su hija con el dobladillo
de ese mismo vestido. Pero no puede ser ese mismo vestido, eso seguro, todo fue
hace tanto tiempo…
La
vida puede ser cruel igual que las hijas, Las chicas, mal criadas, soberbias e inaguantables. Lo que
nos inquieta del relato es que no conoces la intención de la autora, ni cuál
será su desenlace, lo que le dota de un interés tremendo.
Las
chicas entornaron los ojos y canturrearon un poco. Se pirraban por aquella historia:
la noche, las oleadas de nieve que caían sobre el paisaje, la ropa elegante
para la velada, ellas mismas aún por existir, el sacrificio de un desconocido.
En
El aparecido juega con la posibilidad de que un funeral sea una aventura
extraordinaria.
El
agente enemigo apareció a su debido tiempo, le llegó la hora según su propio
calendario. Un traductor murió en un choque en cadena durante una tormenta de
arena en una carretera interestatal de Nuevo México. Un poeta fue asesinado por
su mujer. El fundador de una vieja revista literaria de obstinado prestigio se
desmayó tras excusarse durante una cena.
Como
los relatos abarcan tantas aristas de la realidad, aborda temas y situaciones variopintas.
Estar en prisión, por ejemplo en La misión, es una ensoñación cuando se
pierde la noción del yo.
Incluso
antes de terminar noté la indignidad de mi pregunta. Me retiré a mi litera y
pensé en el señor Hill, de regreso a sus aposentos bajo la Misión, donde la luz
era buena y el agua fluía como si estuviera viva, y donde seguramente docenas
de camisas rosas planchadas que yo admiraba estaban bien ordenadas en hileras.
Nuestra ropa huele a metal, lo mismo que nuestras pastillas de jabón y nuestros
calcetines e incluso las chucherías que guardamos. Todo despide un olor a metal
que en nada reconforta.
Otro
aspecto que analiza es el de la soledad. En
Una temporada más, hace un fresco magnífico sobre esta y la vida.
Muy bien estructurado, sin sensiblerías. Real y veraz.
Al
final del verano prescindieron de sus servicios. No pasaba nada. Encontró
trabajo en otra parte, esta vez en una chabola de verdad, cerca del antiguo
canal, más allá del faro rayado que los residentes veraniegos habían trasladado
desde los acantilados en constante erosión invirtiendo en ello una enorme
cantidad de dinero.
Como
hay pérdida, hay duelo. Escribir sobre ello es muy difícil porque se adentra en
lo más profundo de nuestra manera de sentir; por eso quien es capaz de hacerlo
como Williams, consigue sobrecogerte. (Peligroso)
—Tu
madre trata de contener su duelo en un precioso jardín creado por ella misma — dijo
la joven viuda—, o puede que no sea el duelo. Quizá sea otra cosa, las primeras
etapas de algo. Lo siento —dijo—. No quiero banalizar la situación de tu madre
de ninguna manera. O la tuya. O la mía, ya que estamos. ¿Sabes qué es lo que
odia el duelo? Cualquier tipo de análisis o consuelo.
Pensé
que no llevaba razón. El duelo crece con el consuelo. El consuelo es el vehículo
con el que el duelo puede desplazarse a cualquier sitio y habitar en cualquier cosa.
Aun así, dije:
—¿Y
entonces qué es lo que ama?
—A
aquellos por los que estamos de luto —dijo—. Los desaparecidos. El duelo sabe cómo
amarlos porque nosotros ya no podemos hacerlo.
—Eso
no es verdad —dije.
—Los
zapatos de Larry, por ejemplo. ¿Sabía lo que hacía? No tenía ni idea.
—Dicen
que hay muchas maneras de llorar una pérdida —dije—. No hay una sola manera
correcta de hacerlo.
Un
aspecto que también considera la autora es la conciencia ecologista. Se
materializa en la descripción de un personaje que produce un rechazo solitario
e íntimo. Concienciarse de la realidad, tal vez, como metáfora de la falta de conciencia.
(En el parque)
«Debo
parar esto —pensó Preyman—, debo parar lo que está pasando», y para hacerlo
abrió la boca con un grito.
¿Dónde
radica lo que realmente tiene importancia en nuestras vidas? (Gatos y perros)
Sin
duda sus ojos se habían desacostumbrado a la realidad, pensó Toby, si creía que
esa casa cutre era perfecta. Se levantó del balancín y entró en la casa,
abriendo y cerrando con dificultad la puerta deformada. Se sentó a la mesa de
la cocina, una antigualla rosa de formica con las patas cromadas, y pasó las páginas
de un listín telefónico hasta que encontró el apartado de las empresas de
demolición.
El
deseo se trata desde diferentes puntos de vista, no hay uniformidad, como no
hay nada lineal en nuestra existencia. Tal vez está unido a la soledad, ya que
nunca podemos decir que no vamos a encontrar algo extraordinario. (El
encargado del puente)
Se
fue como se va el humo. Incluso cuando estaba aquí era así. Me cubría con su
cuerpo, me envolvía y apretaba fuerte, y sabía tan dulce y fresca como un
cucurucho de helado y olía maravillosamente bien y se aplicaba a amarme. Pero
entonces se disolvía de golpe y me llenaba de ella hasta arriba como se llena
un vaso de agua. No recuerdo cómo acabó todo, como decía, pero sé que no continúa.
Lluvia negra a las cuatro, como solía ser. Árboles negros y un cielo vacío. Y
el golfo que trae una espuma sucia y verde cuando entra en el canal.
Un
espacio. Sí, un lugar es un punto desde donde pueden partir diferentes
historias, un entramado de situaciones personales que, en este caso, se cruzan
en las salas de una iglesia en El campo.
Sería
más fácil ir en coche a la iglesia y ahorrarme el malestar de tener que andar
por esta tierra baldía, pero no tengo ninguna prisa en llegar a casa. Nunca sé
con quién voy a encontrarme en casa, si con mi madre, mi padre, mi mujer o mi
hijo. Normalmente sólo está mi hijo, mi chico, y las cosas van más o menos como
deberían, pero desde que terminaron las clases el ambiente se ha vuelto un poco
más volátil. Debo decir que vivimos solos, el chico y yo. Tiene nueve años y
los cambios que se han producido en esta década son inconmensurables. Es, en
efecto, como si viviéramos en una civilización distinta. Mis padres, a los que
estábamos muy apegados, murieron el año pasado. Mi mujer nos dejó esta
primavera. Ya no era capaz de sentir nada por nosotros, dijo, y sólo intentaba
salvar lo poco que pudiera de su vida.
No
es necesario complicar la escritura para adentrarse en temas difíciles, en la
reflexión profunda. La autora, una vez más, muestra su capacidad de normalizar
lo complejo en lo sencillo. Es maravilloso. (La célula madre)
Todas
convinieron que cualquier grupo de apoyo para las madres de asesinos célebres
sería de mal gusto.
La
tenemos en Seix Barral
Temáticas
Relatos Novela literaria
Publicación
20 jun 2017
Sentido
lectura Occidental
Colección
Biblioteca Formentor
Presentación
Tapa dura con sobrecubierta
Traductor
Albert Fuentes Sánchez
Formato
12.5 x 19 cm
Editorial
Seix Barral
ISBN
978-84-322-3259-6
Páginas
720
Código
0010185690
Cuentos
escogidos reúne, por primera vez en castellano, los mejores
cuentos de una autora considerada como maestra del relato corto y
«posiblemente, la mejor escritora norteamericana de cuentos». Su primera
recopilación en más de una década y la definitiva para el público español: 33
historias procedentes de colecciones previas y otras 13 publicadas por primera
vez en forma de libro, que recogen todo lo que ha hecho de Williams una autora
fundamental de las letras norteamericanas: una prosa nítida y elegante, un
humor muy personal y una sorprendente habilidad para iluminar nuestro mundo
mediante personajes y situaciones tan inquietantes como tremendamente
familiares.
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