11 marzo 2025

Las muertas, Jorge Ibargüengoitia


El periodismo ha aportado mucho a la historia de la humanidad, lo digo en serio. No soy especialmente amigo de los periodistas, ese género de personas que sabe de todo, aconseja sin pudor al otro y juzga sin despeinarse igual una masacre en México, como un evento gastronómico en Dallas, todo ello con una soberbia moral, con una displicencia digna de reyes. Sin embargo, su labor nos acerca a lo que ocurre y quiero creer que se hace con lo que cada uno de ellos entiende como honradez intelectual. Por eso, cuando algunos periodistas abordan lo real desde lo literario, aportan a la literatura un matiz muy interesante que, desde la falsa objetividad, recrea la trama en lo literario. Son varios los ejemplos de primer nivel. Márquez, Joan Didion, Tom Wolfe o Hunter S. Thompson. Algunos, además, plasman en las obras el objeto de la noticia, como A sangre fría de Capote o La canción del verdugo de Mailer.

En fin, encontramos buenos y variados ejemplos. En la literatura hispanoamericana hay autores periodistas, claro, como Márquez o Paz, otros, como Bolaño, juega con el hecho periodístico. Precisamente nombro a este último porque, leyendo una entrevista sobre él, se nombraba a Ibargüengoitia que tuvo una influencia significativa en su obra, especialmente en su forma de abordar la violencia, la corrupción y la sordidez del mundo real a través de la literatura.

La novela está basada en un hecho real relacionado con las Hermanas González, que dirigían un burdel y explotaban, asesinaban y maltrataban a las prostitutas que vivían allí en un régimen de terror pavoroso. El autor aprovecha la noticia para crear la obra y la convierte en una narración sarcástica y mordaz que expone la corrupción del sistema judicial y la impunidad. Lo hace usando la realidad como materia literaria (como hará después Bolaño en su estupenda 2666, sobre los feminicidios en Ciudad Juárez); La exploración de la violencia en América Latina, mezcla de la brutalidad y la corrupción; el uso de la sátira y el humor negro; el uso de personajes ambiguos y tramas fragmentadas donde los criminales son personas atrapadas en un mundo ajeno a la realidad, dotados de toda la estupidez y defectos de cualquier otra persona. Todo ello sirve para hacer de la crónica negra, literatura de nivel. A mí me ha encantado.

El empleo de la lengua parece arcaico, rememora un español de otros tiempos, no siempre, pero cuando lo hace invita a disfrutar el libro. Tiene nervio y juega con la realidad a modo de un reportaje de prensa, pero con todo lo literario, lo que le carga de interés hacia el lector para que lo disfrute. Prostíbulos, venganza, el interés por un México que parece de antes siendo tan actual como en un corrido.



Las ocho de la noche bajan las muchachas de los cuartos y pasan delante de mí para que yo vea que están limpias, arregladas y peinadas. Se sientan en las mesas del cabaret. El encargado de la cantina tiene la caja en ceros. Se conecta la sinfonola y se abre la cortina de acero. Empiezan a llegar los clientes. Unos ya conocen el lugar y la invitan a sentarse con ellos en una mesa, otros andan destanteados o son retraídos y prefieren llegar a la barra y tomarse una copa o dos antes de decidirse. Si yo veo que pasa un rato y ellos siguen tomando en la barra, les mando alguna de las muchachas que están desocupadas a que los invite. La mayoría de los hombres se va con la primera que los invita a una mesa. En mis casas está prohibido que las muchachas beban en la barra. A veces llega un señor que prefiere esperar que se desocupe alguna de las muchachas que están trabajando en los cuartos: mientras pague lo que se toma, que espere en la barra todo el tiempo que quiera.



Su prosa es sencilla y bella, inteligente. Con gran capacidad para atrapar al lector en la trama, que se construye, poco a poco, como en una noticia periodística, pero trascendiendo los hechos para literaturizarlos sin remedio. En las descripciones hay cierta languidez que ayuda al disfrute del lector.



En Ticomán la arena es blanca, suelta, los pies se hunden al caminar. La playa es ancha. Hay un río pedregoso que desemboca en el mar. En el lecho de este río los habitantes del lugar han cavado pozos en tiempo de secas desde que alcanza la memoria. La gente de Ticomán es de tierra adentro y vive de espaldas al mar. Los hombres trabajan en las milpas que están en la falda del cerro, las mujeres dan de comer a los puercos que están en el corral. Nadie sabe nadar, nadie se atreve a meterse en el mar, nadie espera nada de él. Lo único que aprovechan del mar es la leña: esperan a que el río en tiempo de aguas la arrastre al mar y que el mar la arroje a la playa.

En el mar olvidado se ven, a lo lejos, dos peñascos blancos, y más lejos, barcos que pasan y nunca llegan a Ticomán.



La tenemos en Cátedra.


Colección Letras Hispánicas

Código 141879

I.S.B.N. 978-84-376-4542-1

Publicación 02/02/2023

Formato Papel

Páginas 272

La crítica ha reconocido sin dificultades la evidencia que golpea de inmediato al lector de «Las muertas»: estar ante una obra maestra. Y es que este libro, que sin duda se encuentra entre los mejores trabajos de Jorge Ibargüengoitia, arrebata inmediatamente gracias al brillo especial de las virtudes que caracterizan el conjunto de la obra del autor de Guanajuato: estilo directo pero elegante, personajes reconocibles pero memorables, situaciones absurdas pero realistas (o, incluso, reales), etc. En algunas de estas cualidades, tales como la división de la trama en escenas, la fuerza de los diálogos o la concisión de las descripciones, que en ocasiones rayan en la acotación, reconocemos la impronta del teatro, género en el que Ibargüengoitia se inició en la literatura. Sin embargo, estas virtudes de dramaturgo vienen de la mano de técnicas novelísticas muy maduras, todo ello salpimentado con el humor negro que caracterizaba al mexicano y que en «Las muertas» llega a extremos tal vez inquietantes.

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