jueves, 1 de enero de 2015

La paradoja del interventor, Gonzalo Hidalgo Bayal


¿Cómo descubrimos nuevos libros? ¿Cómo es posible que hayan pasado los años y este o cual libro haya estado durmiendo el sueño de los justos? Vemos la televisión, anuncian un premio, hacen una entrevista con un autor, la ves, piensas, interesante, lo leeré, parece que nos quiere contar cosas, que su cadencia al hablar es significativa de cómo nos va a contar las cosas, pero te olvidas, pasas a la lectura que tienes sobre la mesilla, o cambias de canal porque el presentador se ha convertido en la estrella de su propia entrevista, claro. Y así pasa el tiempo. Sin embargo, un día, como por casualidad, te quedas sin nada que leer, fastidiado pensando qué libro va a acompañarte los próximos días o las próximas horas, y este te saluda con discreción, te comenta al oído, ¿te acuerdas de tu promesa de lector? Y lo tomas como por casualidad, y cuando empiezan las primeras oraciones, te emocionas porque sabes que te has encontrado algo maravilloso, algo que, probablemente, ha esperado agazapado para ofrecerte lo mejor de sí mismo en el momento más adecuado.
Quitando la sensiblería y tontería de lo dicho anteriormente, es cierto que hay libros que te esperan con paciencia, y, de repente, entiendes que hay que leerlos, que es el momento. Este libro participa de todo lo dicho, de ese conocimiento parcial, de esa promesa de leerlo en otro momento, de aparecer como por casualidad. Y me alegro, ha sido una experiencia hermosa, llena de literatura, de saber hacer, de pasión, de oficio y de sabiduría. El autor usa una prosa limpia, lírica y hermosa que reconforta al lector.

En ocasiones parece que el tiempo se detiene en la noche y que el viento pone solos de silencio en los límites de la oscuridad...

La ciudad había despertado entretanto y también a su modo se liberaba de la noche con un desperezo pálido, sacudiendo su languidez ante la inutilidad anémica de las farolas aún encendidas, cadavéricas manchas de luz en otra luz mayor.

Nuestro personaje, ¿quién es, cuál es su identidad? No podemos saberlo porque no tiene nombre, solo es nombrado por metonimia, El interventor, como paradoja y contradicción: él es él mismo y su destino, todo encerrado en su búsqueda por el horizonte hostil de la ciudad.

no solo no tenía equipaje, sino que tampoco tenía dinero ni documentación ni, en definitiva, identidad.

Cervantes o Landero, veo a un lector en las estructuras, en las tramas que se suceden, en la elaboración de los personajes. Veo ilusión y desesperanza, contradicción entre lo vivido y lo ansiado, entre el pasado y la pereza infinita de vivir un presente insulso, desprotegido. El hombre ante sí mismo como destino, como náufrago de una existencia sin horizontes. ¿Cuál es el significado de la existencia? ¿La literatura o el destino por descubrir? No importa, el personaje es pura contradicción, en consecuencia, pura necesidad de ser.

le pregunté en una ocasión qué había venido a buscar a la ciudad, pero la respuesta le dejó perplejo. No vine a buscar ni a encontrar, dijo el interventor, sino lo contrario...

el hombre no viene de ninguna parte ni va a parte alguna, que la vida no tiene remedio y la muerte es irremediable.

Así que toma su destino como un presente eterno, como una sucesión infinita de cosas, de situaciones, de desdichas, de dolor, de búsqueda de los elementos básicos para sobrevivir. La realidad se le escapa, juega con él, ¿la entiende? Como lector poco me importa, porque el personaje perdido, este homo viator moderno, deambula fascinado por entender, por ser, y es algo así lo que nos pasa a los lectores, que caminamos por entre los renglones, las oraciones, los sustantivos, intentando desentrañar, hasta que dejamos de hacerlo y nos empapamos del espíritu, de la dimensión exacta que nos hace sentirnos pobres y afortunados a un tiempo. El hombre mendigo, degradado por la realidad y devuelto a su condición de animal, desheredado, sometido por el poder absurdo, abrumado por su responsabilidad como ser. Pero es posible que la vuelta a lo primitivo, a lo básico, a la subsistencia pura y dura sea el paso necesario para poder caminar por las vías hacia algún destino nuevo. También nosotros como lectores dejamos nuestro ego a un lado, y así, solo así, nos podemos adentrar, humildes, en el universo fascinante de la trama.

al fin y al cabo un mendigo es un ser devuelto a su condición animal, sin conciencia.

Así que acepta la muerte y la resurrección como partes inexplicables del devenir, el dolor y la soledad como iniciación al arte de vivir. El interventor se sabe hombre, y su identidad es solo un pretexto para estar en el pueblo, allí debe ser el interventor, con su abrigo ferroviario, por eso debe morir, para que al revivir pueda abandonar quien fue y convertirse en quien será.

Soy inmortal, pensó. Preferir morir y seguir vivo, se dijo, es una forma de inmortalidad.

Magnífica novela publicada por Tusquets. Aquí os dejo datos de interés.



NARRATIVA (F). Novela
Marzo 2006
ISBN: 978-84-8310-332-6
País edición: España
232 pág.
14,42 € (IVA no incluido)

Una noche de noviembre, un hombre mayor, «casi en la edad de los desguaces», se apea en una estación a tomar un café y llenar una botella de agua y, sin saber cómo, pierde el tren. Como además no ha tenido la preocupación de bajar con chaqueta, se queda sin dinero ni identificación: el tren se ha llevado su equipaje y su destino.
Éste es el relato, entre kafkiano y becketiano, de las veinticuatro horas de su estancia obligatoria en una ciudad desconocida, donde conocerá una galería de vidas minúsculas y personajes extravagantes. Con los aires de una pesadilla, arruinado y decadente, el protagonista pasa a ser conocido como «el interventor», mientras intenta abrirse camino en una realidad que en absoluto comprende y que, en su infortunio, fatalmente le devolverá una imagen de sí mismo cada vez más degradada.
Paradoja del interventor, novela culminante de Hidalgo Bayal que ahora rescatamos para nuestro catálogo a fin de hacerla accesible a más lectores, demuestra el dominio de un lenguaje preciso y sugerente, la habilidad de un escritor maduro, que explora los territorios menos transitados de la narrativa realista y que descuella por la belleza de su prosa.

2 comentarios:

  1. Hola. Yo también he descubierto recientemente a Gonzalo Hidalgo y estoy absolutamente rendido a sus pies. Te recomiendo -con vehemencia proselitista- "El espíritu áspero". Pura maravilla. Por otra parte, enhorabuena por tu blog. No es fácil encontrar espacios de crítica literaria libres de ego.

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  2. No dudes de que antes de final de año lo habré leído, vamos, seguro.
    Gracias por tus comentarios, hice el blog como espacio para la memoria.

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