domingo, 4 de enero de 2015

La posibilidad de una isla, La Possibilité d'une île, Michel Houellebecq


Me encanta volver a ciertos textos, es la verdad, sobretodo cuando creía no haberlos leído y, conforme me adentro en la trama pienso, vaya, esto ya lo he leído: las sensaciones de complicidad argumentales, los guiños del autor, la estructura, lo dicho, todo, en fin, te van recordando que ese libro fue una parte de tu vida en un momento dado. El problema de la lectura compulsiva, bueno no voy a pasarme, de leer tanto, eso mejor, es que se acumulan cientos de libros en tus archivos mentales y, claro, alguna vez te puede pasar lo que me ha pasado a mí esta vez, que sé que he leído el libro, pero no me atrevo a aventurar cuándo ni dónde fue. Pero estaba claro que el libro me llamaba, de hecho me hizo este pequeño guiño el día de mi 47 cumpleaños, recién levantado, abro el libro y esta fue la primera frase que leí
A los cuarenta y siete años...La vida es extraña. Ni que lo digas Michel.

Dejando a un lado los excesos y problemas de la memoria, cuando vuelvo a encontrarme con Michel Houellebecq sé que voy a disfrutar de un mar de contradicciones, de un espejo cóncavo que deforma mi silueta mental, que aviva mis miedos y frustraciones o, simplemente, que me obliga a enfrentarme con todos los tabúes modernos de lo políticamente correcto, porque Houellebecq es un autor que provoca, que le encanta provocar, que puede ser antisemita, islamófobo, misógino, pornógrafo, o lo que le pasa por los huevos, seguro, porque de mayo del 68 en Francia, y en toda Europa, quedan vestigios de lo políticamente correcto, de los límites al pensamiento libre que impone una izquierda mucho más ortodoxa de lo que ella misma cree ser. 
En esta obra un cómico, excelente la elección del personaje, un monologuista de éxito que llegará a ser millonario, va contándonos su vida porque ha de dejar un testimonio de la misma, una suerte de memoria para la futura clonación de su cuerpo. La memoria solo puede ser de papel, primera tesis, hermosa, por lo tanto, ficcional, literaria, falsa, errática, solo puede contener lo que el autor quiere que contenga, sus pensamientos más brillantes, sus aventuras más gozosas, sus amores más entrañables. La literatura, en consecuencia, tiene un hueco en la sociedad postnuclear que nos presenta, en una futura raza humana perfectamente correcta: sin sexo, sin amistades, sin críticas, sin emociones. Una raza de jóvenes, de eternamente jóvenes, porque la juventud es un valor que se contradice con la vejez, con el deterioro, con la vitalidad y el deseo sexuales. La juventud como icono postmoderno de lo útil, de lo hermoso, de lo necesario.

Los temas son variados: políticos, sociales, antropológicos, filosóficos, y su tratamiento es cínico, descarnado, brillante. La paternidad como hecho absurdo en un mundo superpoblado, el amor paterno filial como una estupidez sin sentido, los niños molestias infames.

El día del suicidio de mi hijo me hice unos huevos con tomate. Más vale perro vivo que león muerto, como dice sabiamente el Eclesiastés. Nunca quise a ese niño: era tan idiota como su madre y tan malo como su padre. Su desaparición estaba lejos de ser una catástrofe podemos apañárnoslas sin seres humanos como él.

Vaya tela. Duro, conmovedor, desalentador, hipócrita, cínico, pero real, humano, contradictorio.
Las relaciones de pareja, su extinción, la fugacidad del deseo y de la posibilidad de una relación eterna. Me parece fascinante su relación con Esther, prototipo perfecto del ideal masculino: perfecta folladora, dispuesta, solícita, abierta a cualquier aventura, independiente, pero joven, ese el problema, joven.

La soledad en pareja es un infierno consentido...

Cuando desaparece la sexualidad, lo que aparece es el cuerpo del otro, con su presencia vagamente hostil; los ruidos, los movimientos, los olores; y la presencia misma de ese cuerpo que ya no podemos tocar, ni santificar mediante el contacto, se convierte poco a poco en algo incómodo;

También analiza la sociedad occidental de consumo, su futilidad y trivialidad, su absurda dependencia de los objetos, su falta de objetivo, alucinada por la ausencia de pensamiento crítico.

Aumentar los deseos hasta lo insoportable y a la vez hacer que satisfacerlos resultara cada vez más difícil: ese era el principio único en el que se basaba la sociedad occidental.

Porque occidente es vulgar, estandarizado, insustancial. Todo se parece, todo está conectado, la individualidad ha caído en desuso, la armonía del pensamiento, la linealidad, la uniformidad son las constantes de lo absurdo, por eso refugiarse en la mismidad es la única solución para el hombre, mientras espera la única realidad, la nada.

En cierto modo, todo es kitsch. En conjunto, la música es Kitsch, y el arte, y hasta la literatura. Casi por definición, cualquier emoción es Kitsch; pero también cualquier reflexión e incluso, en cierto sentido, cualquier acción. Lo único que no es Kitsch en absoluto es la nada.

El sexo, su tema recurrente, su obsesión creativa, puritanismo social y folleteo generalizado, hipocresía sin límites moralinas y ética por doquier, pero los anuncios de los periódicos no paran de ofrecer sexo.

En La Voz de Almería eran explícitos: piel dorada, culito de melocotón, guapísima, boca supersensual, labios expertos, muy simpática, complaciente.

Brutal,

Darle una moneda a un pobre porque no tiene pan es perfecto; pero chuparle la polla porque no tiene amante sería demasiado: no es una obligación.

La soledad como fin de la existencia, la contemplación, la posibilidad de una isla, en definitiva, hacen que David, nuestro personaje, se cierre en sí mismo, en su mundo interior, y anhele ser quien fue, o tal vez no, pero la solución de la trama, su clonación a lo largo de 25 generaciones, el diálogo que establecen entre ellos los diferentes yoes del personaje, su vida solitaria en fuertes aislados de un mundo hostil, no deja de ser una alegoría de la existencia, de la anomia contemporánea.

la idea de que un ser humano, por insignificante que fuese, pudiera contemplar los detalles de mi vida, y de su vacío,s e me había vuelto insoportable.

Otra de las tesis expuestas en la novela es si el amor será el último e imposible refugio del hombre, si el amor nos libera de la nada, del absurdo de la existencia.

la mayoría de la gente nace, envejece y muere sin haber conocido el amor.

El personaje es un monologuista, escribes sus guiones, e incluso, poesía, pero

por lo que yo sabía, la poesía estaba muerta.

Y en esto coincide con el último libro de Landero, El balcón de invierno, ¿será una reminiscencia de otra época?


Houellebecq puro, ácido, crítico con budistas, árabes, judíos, políticos, escritores, periodistas, con el sexo, con el amor, con la inmortalidad. Perspicacia inteligente que nos desnuda ante nuestras contradicciones, ante la flaqueza de nuestra memoria, de nuestro olvido o de nuestro fracaso como seres humanos. Fustigador incansable de los lugares comunes, de lo obvio, de lo establecido, nos abre la posibilidad de varias islas, la del amor, la de la soledad, la de la mismidad, la de la memoria. Desde nuestra atalaya, como Zaratustra, podemos observar a los hombres que se quedan a los lados de la montaña y, puede ser, confundirlos con salvajes.
Excelente novela de uno de los mejores autores franceses vivos, como dice Arrabal. La encontramos en Alfaguara, y aquí, datos útiles.


Traducción: Encarna Castejón
Colección: Literaturas Páginas: 440
Publicación:10/11/2005
Género: Novela Precio: 20,50 €
ISBN: 9788420469140
EAN: 9788420469140

«¿Quién, entre vosotros, merece la vida eterna?»

Abandona cualquier posibilidad de salir indiferente de la lectura de esta novela. Michel Houellebecq ha vuelto.

La posibilidad de una isla es la historia de Daniel, famoso por sus monólogos cáusticos en los que mezcla la provocación con una visión fría y cruel de la existencia. El protagonista narra los últimos años de su vida, sus relaciones sexuales y amorosas con Isabelle y con Esther, y su contacto con una secta cuyos miembros aseguran que el ser humano alcanzará la inmortalidad.

Temas filosóficos, sociales, políticos y científicos, clonación y sexo, juventud y vejez, violencia y deseo... Toda la fuerza del pensamiento de Houellebecq se da cita en las narraciones de Daniel1, Daniel24 y Daniel25 que, separadas por dos mil años, se cruzan en una trama donde las ideas tiran a dar.

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