La
Llamada se encuentra en el primer grupo. Leila Guerriero hace un
esfuerzo importante de imparcialidad, de búsqueda de fuentes y voces. Se centra
en la trama, sí, en su ejercicio como periodista, también, pero es capaz de montar
el libro como si se tratase de una novela, de manera inteligente y entretenida.
Su capacidad de presentar todas las posibilidades, creo que lo consigue de
manera notable.
El
libro desarrolla la perspectiva de la víctima, a modo de reportaje extenso con
entrevistas y el testimonio brutal que se va manifestando, arranca una verdad
sobre lo que ocurrió en la Argentina de los años 70, desgranando acciones,
represiones, atentados y relaciones personales en un cóctel que intenta encajar
la historia.
En su
libro Helgoland, Carlo Rovelli, físico teórico italiano, escribe: «[…] no hay
relato unívoco de los hechos […]. Hechos relativos a un observador no son
hechos relativos al otro. La relatividad de la realidad resplandece aquí
totalmente. Las propiedades de un objeto son tales solo con respecto a otro
objeto. Por tanto, las propiedades de dos objetos lo son solo con respecto a un
tercero. Decir que dos objetos están correlacionados significa enunciar algo
que se refiere a un tercer objeto: la correlación se manifiesta cuando los dos
objetos correlacionados interactúan ambos con ese tercer objeto». Rovelli no
habla de periodismo sino de física cuántica. A pesar de que él mismo advierte,
burlón, que «la delicada complejidad de la relación emocional entre nosotros y
el universo tiene que ver con las ondas Ψ de la teoría cuántica, tanto como una
cantata de Bach con el carburador de mi coche» , arrastro su teoría hasta mi
territorio. No siempre, pero sí a veces, con circunstancias tales como día,
hora y lugar suprimidas, y detalles como descripción de ropa, gestos y
decoración eliminados, a través de piezas desprovistas que colisionan una
contra la otra para que de ese choque surja una nueva pieza invisible, sucederá
esto: dos objetos correlacionados (no siempre los mismos) interactuarán con el
tercer objeto. Que, casi siempre para mal, seré yo.
Es especialmente
significativo el título que no resuelvo en el texto, pero que denota la
amplitud ideológica, el fanatismo, la realidad de la dictadura. Siempre me
pregunto sobre la relatividad de lo humano, sobre el valor de la vida como
hecho sustantivo que nos iguala, pero es cierto, esa pregunta me acompaña y el
espacio irracional me da explicaciones que mi ser consciente se niega a
aceptar.
Desde
esa llamada de 1977, cada 14 de marzo Jorge Labayru llamó a su hija por teléfono
y, si él estaba en Madrid, cenaban juntos. Era una celebración excelsa, el día
de la resurrección. Quizás no solo de ella sino de los dos.
Además
de la barbarie de la tortura y la violación o el asesinato y desaparición, el
análisis sobre la ortodoxia revolucionaria me impacta. Principios patriarcales,
machistas que hemos visto tantas veces hoy en día, donde la teología del
partido no permite la heterodoxia ni la libertad individual en aras de ese indeterminado
que es el bien revolucionario, esa ilusión que, evidentemente, es alimentada
por los mandarines del mal.
A Sara
Solarz de Osatinsky, la esposa de uno de los máximos militantes montoneros,
Marcos Osatinsky, que estaba en la ESMA, que le habían matado a su marido y a
sus dos hijos, un tipo de ahí adentro la violó durante meses y ella en uno de
los juicios lo declaró. Se la querían comer porque había mancillado el nombre
de Osatinsky. Entonces estos excompañeritos que militan tanto los derechos
humanos prefieren que las violaciones queden impunes antes que este tema tan
escabroso salga a la luz. Ellos mismos no las entienden como violaciones.
En Anagrama.
ISBN 978-84-339-2206-9
EAN 9788433922069
PVP
CON IVA 21.9 €
NÚM.
DE PÁGINAS 432
COLECCIÓN Narrativas hispánicas
CÓDIGO NH 726
PUBLICACIÓN 17/01/2024
A
fines de los sesenta, con trece años, la argentina Silvia Labayru era una
adolescente tímida, lectora, amante de los animales, entusiasta de John F.
Kennedy, hija de una familia de militares que incluía a su padre, miembro de la
Fuerza Aérea y piloto civil. A esa edad ingresó en el Colegio Nacional Buenos
Aires, una institución pública de gran prestigio, donde entró en contacto con
agrupaciones estudiantiles de izquierda y se transformó en una militante
aguerrida. En marzo de 1976 se produjo en la Argentina un golpe de Estado que
dio comienzo a una dictadura militar. Para entonces, embarazada de cinco meses
y con veinte años, Labayru integraba el sector de Inteligencia de la
organización Montoneros, un grupo armado de extracción peronista. El 29 de
diciembre de 1976 fue secuestrada por militares y trasladada a la ESMA, la
Escuela de Mecánica de la Armada, donde funcionaba un centro de detención
clandestino en el cual se torturó y asesinó a miles de personas. Allí tuvo a su
hija que, una semana más tarde, fue entregada a los abuelos paternos. En la
ESMA, Labayru fue torturada, obligada a realizar trabajo esclavo, violada
reiteradamente por un oficial y forzada a representar el papel de hermana de
Alfredo Astiz, un miembro de la Armada que se había infiltrado en la
organización Madres de Plaza de Mayo, un operativo que terminó con tres Madres
y dos monjas francesas desaparecidas. La liberaron en junio de 1978 y en el
avión rumbo a Madrid, junto a su hija de un año y medio, pensó: «Se acabó el
infierno». Pero el infierno no había terminado. Los argentinos en el exilio la
repudiaron, acusándola de traidora a raíz de la desaparición de las Madres.
Abominada por quienes habían sido sus compañeros de militancia, arropada por
unos pocos amigos fieles exiliados en Europa, hizo una vida. Hasta que en 2018
la contactó desde Buenos Aires un hombre que había sido su pareja en los años
setenta y, en una secuencia en la que se funden manipulaciones familiares que
torcieron el destino, comenzó a urdirse una historia que continúa hasta hoy.
La
periodista Leila Guerriero comenzó a entrevistarla en 2021, mientras se
esperaba la sentencia del primer juicio por crímenes de violencia sexual
cometidos contra mujeres secuestradas durante la dictadura, en el que Labayru
era denunciante. A lo largo de casi dos años, habló con sus amigos, sus
exparejas, su pareja actual, sus hijos y sus compañeros de cautiverio y de
militancia. El resultado es el retrato de una mujer con una historia compleja
en la que se amalgaman el amor, el sexo, la violencia, el humor, los hijos, los
padres, la infidelidad, la política, los amigos, las mudanzas, y en la que
sobrevuela una llamada telefónica que, realizada desde la ESMA el 14 de marzo
de 1977, le salvó la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Debido a algún comentario improcedente que no respeta ni al autor del blog ni a los participantes del mismo, me veo obligado a moderar los comentarios. Disculpa las molestias.