El verano es una época de contrastes, por una parte dejamos el trabajo para disfrutar de las vacaciones, y por otra, anhelamos lo que no tenemos, nunca nos conformamos, nunca tenemos bastante con lo que el día a día nos sorprende. Sin embargo he descubierto que no añoro la actividad frenética de mi día a día, para nada, la molicie se ha instalado en mí y no siento la culpabilidad luterana de perder el tiempo, al contrario, siento que tendré tiempo para redimirme y pedirme perdón, si procediese, porque el cuerpo y la mente también necesitan desconectar de la gran farsa. Es curioso, pues, que esté escribiendo esto cuando, al ir a comenzar, tenía el firme propósito de excusarme por no haber hecho las entradas que había prometido, mas conforme escribía, escuchando las sonatas para chelo de Bach interpretadas por Mischa Maisky, he descubierto que me importa un pito, que este blog que disfrutáis, o que ignoráis, es mi particular cápsula del tiempo, el reducto al que vuelvo cuando me lo pide el cuerpo para satisfacer la vanidad de quien no es capaz de escribir como un escribidor de verdad. (Anotación: me encanta cuando comparto impresiones con alguno de vosotros sobre lo que os ha parecido tal o cual lectura, ¿Vanidad?)
Eduardo Mendoza es uno de los escritores españoles que me ha hecho feliz, esta afirmación tan rotunda como poco crítica, describe a la perfección la relación que tenemos los lectores con los autores. Es cierto que debería ser más crítico, es mi profesión, y hablaros de lo que supone su obra para el conjunto de la literatura en español de finales del siglo XX y principios del XXI, pero no os pienso engañar, ni hacerlo mucho menos conmigo, la realidad es que la mayoría de estudios particulares sobre literatura contemporánea ni se estudian en la facultad de filología, ni son motivo de másteres, ni interesan a la mayoría de futuros profes de lengua y literatura, así que el incontrolable tamaño del ego de quien vive su existencia en la feliz idea de que sus estudios de literatura contemporánea van a llegar a ningún sitio más allá de congresos endogámicos o círculos intelectuales, pues como que no. ¡Qué libertad, lector! Es una liberación sin control, puedo explicaros mi experiencia lectora sin miedo a que esto pase a la posteridad, porque mi intención, consciente, de la inconsciente no respondo, es tributar al autor por los momentos de felicidad que me brinda, y os brinda.
Así
que, aun no siendo crítico en un sentido de incisivo, os cuento que el libro
tiene todos los ingredientes del autor, desde la ironía o, directamente, el
sarcasmo, pasando por períodos de análisis históricos o políticos (podéis ver
otras entradas del mismo en este blog), porque Mendoza es un autor que ha sido
capaz de crecer y de trabajar diferentes géneros de una manera notable. Es un
autor inteligente y sagaz, capaz de dar al lector lo que espera, y al tiempo,
no hacer ningún tipo de concesión al mismo. Esta aparente contradicción es lo
que engrandece al autor porque no nos desprecia, sino que entiende que hemos de
hacer nuestro trabajo.
La
novela es la primera de la trilogía Las
tres leyes del movimiento, no nos encontramos a un detective anónimo o
loco, no esperéis que sea la continuación de aquella saga, o un nuevo Pomponio Flato, no, porque nuestro
personaje es inteligente y a través de su experiencia vital transita por el
tardo franquismo de los setenta (hasta la muerte de Carrero Blanco) o por la Norteamérica
del escándalo Watergate, mostrando
costumbres, cambios en la mentalidad política y de costumbres relacionales, a
través de un hilo conductor, extraño, del príncipe aspirante al trono báltico.
Como
os decía la novela tiene aspectos muy del autor como la fina ironía y la mala
leche que destripa lugares comunes que construyen un leitmotiv único.
La mayoría sabía leer y escribir lo
justo, contar lo justo. El resto se lo enseñaba la tradición, la experiencia y
la palabra de Dios por boca del clero. Los conocimientos se ajustaban a la
condición de cada ciudadano, a su oficio, a su vida y a su medio. Ahora pululan
por todas partes miles de graduados universitarios sin trabajo, sin dinero y
sin futuro, pero convencidos de saberlo todo. Henchidos de su valía personal,
se les puede embaucar con halagos y comprar con golosinas. Esto traerá la
decadencia y el caos. Por raro que parezca, los países comunistas saldrán mejor
librados de este fraude, porque su sistema es tan estúpido que lo que se gana
por un lado se pierde por el otro.
De
Mendoza siempre me ha gustado su olfato político y su capacidad de análisis del
tardo franquismo y de la transición, ayuda haberlo vivido en primera persona, así
consigue que el lector vaya adentrándose en una realidad que a muchos les
parecerá lejana porque educar contraculturalmente sin necesidad de seguir el
discurso omite, pues, el revisionismo cobarde, puesto que la literatura no es
historia, es mucho más, ya que hace que lo que fue se presente como verosímil,
de ahí su peligro, claro, pero también la virtú.
De hecho, el partido comunista español
ya lo hacía con sus militantes y, en la medida de lo posible, con sus simpatizantes.
Sus dirigentes y sus mentores no tenían el menor reparo en poner de manifiesto
un autoritarismo similar al que combatía, ni en dictar unas condenas desmedidas
e implacables, que sin duda habrían llevado a la práctica de haber dispuesto de
los medios necesarios.
A
pesar de que pueda parecer que el tono del libro es irónico, sus reflexiones
son de gran interés, de hecho va evolucionando para conseguir formar un libro
más complejo de lo que parecía al principio.
Aunque parezca mentira, su verdadero
nombre era Petra sobada. En el transcurso de la entrevista se me ocurrió
rebautizarla Liviana de Lejos. Al ver que el nombre causaba una gran impresión,
la invité a tomar algo después de la función.
Nuestro
personaje, en su estancia en Nueva York como funcionario gris de un negociado
más gris aun, va adquiriendo un tono diferente, madurando. La descripción de
personajes y espacios entronca con la tradición de ciudad deshumanizada, invivible,
peligrosa, sucia y ajena, pero me gusta que se recree en alguno de estos
tópicos.
El apartamento distaba de ser acogedor. Consistía
en un rectángulo demasiado largo y demasiado alto de techo, sin particiones.
Unos paneles de madera sin pulir separaban el cuarto de baño del resto de la
vivienda. Al fondo, en el extremo opuesto a la entrada, una ventana ocupaba
todo el paño de la pared. Los cristales estaban muy sucios por la parte de
fuera y no tenían cortinas ni nada que protegiera la vivienda de las miradas de
los vecinos.
Si
bien la novela transcurre con el estilo inequívoco del autor no es menos cierto
que tiene pasajes notables en que analiza las relaciones humanas de una manera
inteligente e incisiva.
Nunca la volví a ver, pero recuerdo el
roce de aquella piel exquisita, el suplemento calórico que su compañía aportaba
a la exagerada calefacción del apartamento y la sensación de tristeza que me
produjo su indiferencia, como si aquel estar en cualquier sitio con cualquier
persona fuera el paradigma de la soledad.
Dentro
de las innumerables reflexiones notas históricas y pseudohistóricas sobre
política, modernidad, las reflexiones sociales me parecen de especial interés,
porque son testimonios literarios de personajes que los han vivido en primera
persona, transformaciones sociales, revoluciones que configuran nuestro
universo contemporáneo.
A
diferencia de la doctrina católica, basaba en la correcta interpretación de la
palabra divina por el ministerio de la iglesia, aquellos predicadores ponían de
manifiesto la oscuridad de los textos bíblicos, el misterio de una voz que
exigía la sumisión incondicional, inmediata y sin fisuras. Esta forma de
religión podía parecer exótica a un forastero. Los europeos tenían de ella una
imagen infantil y ridícula. Pero si la religión era el opio de los pueblos,
aquella variante era la cocaína.
En Seix
Barral.
Nº de páginas:
368
Editorial: SEIX
BARRAL
Idioma: CASTELLANO
Encuadernación:
Tapa blanda
ISBN: 9788432234071
Año de
edición: 2018
Plaza de
edición: BARCELONA
Fecha de
lanzamiento: 04/09/2018
Hay dos formas de contar la historia: como sucedió y
como la hemos vivido.
Eduardo Mendoza regresa con una novela que hace sonreír… y sobre todo recordar.
Barcelona, 1968. Rufo Batalla recibe su
primer encargo como plumilla en un periódico: cubrir la boda de un príncipe en
el exilio con una bella señorita de la alta sociedad. Coincidencias y
malentendidos le llevan a trabar amistad con el príncipe, que le encomienda,
entre otras cosas, escribir la crónica de su peculiar historia. El opresivo
ambiente de la gris España franquista pronto se quedará pequeño para Rufo, que
viajará a Nueva York con poco dinero, grandes esperanzas y el difuso objetivo
de hacer algo emocionante con su vida.
Rufo Batalla será testigo de los
fenómenos sociales de los años setenta, como la igualdad racial, el feminismo,
el movimiento gay o el desplazamiento de los grandes centros culturales y la
deriva de la cultura hacia nuevas formas de expresión, fenómenos que en
buena parte hicieron del presente lo que es hoy. Y dejará constancia, no tanto
de los hechos como de la forma en que lo vivieron quienes los presenciaron.
Con la conocida unión de maestría
narrativa y refinamiento estilístico del autor, personajes reales e
imaginarios, típicos del universo de Eduardo Mendoza, se dan la mano en esta
novela, brillante inicio de la trilogía Las Tres Leyes del Movimiento, que
recorrerá los principales acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX.
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