lunes, 10 de diciembre de 2012

El cero y el infinito, Arthur Koestler


Hay épocas en que pareces paralizado, el blog se ralentiza, la escritura se pospone, y parece que te aletargas como los osos.
Esta novela merece reflexión. Con ello no os quiero decir que no reflexione cuando escribo de otras, digo que esta mereceruna reflexión más en profundidad. La novela de la que hablo es compleja, extraordinaria en su concepción, un verdadero clásico que ya no se lee, ¿cuántos clásicos ya no se leen? Y aquí debo hacer mi primera reflexión.
Ya sabéis que respeto la literatura de consumo, que yo mismo hago algunas entradas de libros que se usan para pasar un buen rato, no tengo nada en contra de ellos, pero sigo pensando que la situación ideal radica en combinar ambos tipos de lectura, la reflexiva, el clásico, y el best seller que te engancha como una adicción insoportable. Un clásico es intemporal, eterno, se puede leer respecto a la época en que fue escrito o quinientos años después, y mantiene toda la esencia del buen trabajo. Los clásicos son muy difíciles de leer, la sociedad contemporánea no permite, bajo ningún concepto, el placer diferido, nos obliga al consumo inmediato de placer. La novela aún mantiene la virtualidad de este placer pospuesto, algo es algo, pero los editores y escritores no quieren dejarlo todo al azar, no deja de ser un negocio, así que potencian la escritura de consumo rápido, de contenido digerido, de personajes fácilmente identificables. Por eso los clásicos adquieren mayor dimensión, son sorprendentes, son abrumadores, son un espejismo en un mundo trivial.

La ficción gramatical tiene todos los ingredientes de un gran clásico, es decir, reflexión, posicionamiento ante la realidad, denuncia, valentía, una trama bien construida, una acción verosímil y valorable, una ficción ajustada a la narración, buen uso del posicionamiento del autor. Lo tiene todo. La novela reflexiona sobre la tiranía, sobre la presencia omnipresente del partido, el peso insoportable del nosotros, de lo colectivo frente a lo individual, del destino histórico del pueblo frente al deseo, frente al yo, frente a la conciencia, frente a la libertad y autonomía. El libro se zambulle en la ficción gramatical del comisario del pueblo, del creador del nosotros, que es depurado por ese nosotros que, paradójicamente, controla el yo del líder, del padrecito, del Número Uno, del deseo individual devenido en realidad colectiva. El comisario es depurado por el nosotros, por su creación, y se ve inmerso en la reflexión particular, en la ficción de la conciencia, del deseo, del miedo. El yo se presenta como alternativa, y el propio pensamiento como promesa de libertad. Es una reflexión absoluta sobre el poder, la tiranía y el horror, sobre la decadencia moral, sobre la política sin ciudadanos, sobre la justicia matemática, sobre la ausencia de sentimientos. Es una novela que marca y denuncia una época oscura de nuestra historia, una denuncia sobre el poder del Gran hermano, el poder y control del gobierno, la manipulación del estado, el desdibujamiento del yo que solo puede ser mera ficción gramatical.

El libro es difícil de encontrar, tal vez en alguna biblioteca, pero os recomiendo que lo busquéis, es uno de los que se han de leer porque te obliga a pensar, a posicionarte. Ahora está en Debolsillo y aquí os dejo la sinopsis:

El cero y el infinito da a conocer las confesiones que los viejos bolcheviques se vieron forzados a hacer en los Juicios de Moscú.

Durante las purgas estalinistas, el viejo revolucionario Nicolás Rubachof es encarcelado y sometido a tortura psicológica por el partido al que ha dedicado toda su vida. La presión que el régimen ejerce sobre él terminará por mostrarle la ironía y la vileza de una dictadura que se cree instrumento de liberación. Publicada originalmente en 1941, El cero y el infinito es la obra maestra de Arthur Koestler, un retrato estremecedor del totalitarismo y sus mecanismos de destrucción moral.

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