05 septiembre 2025

Mi rusia, Frieden oder Krieg,Mijaíl Shishkin

La literatura política es un género que no suelo abordar a pesar de mi formación. Eso no significa que no me interese, simplemente prefiero la ficción. Para que una obra sea parte de la literatura política no solo ha de tener literatura en alguno de sus modos, necesita subjetividad, eso seguro, además ha de tener un contenido analítico que va más allá de lo meramente ficcional. Hay modos y maneras, algunos van dirigidos hacia un tipo de literatura didáctica que sirve para aleccionar, enseñar; otra literatura es más cercana al ensayo; otra a la crónica histórica más o menos seria. A mí me gusta el género cuando aporta algo, cuando te da perspectiva sobre un fenómeno y ayuda al análisis propio para eventos que acontecen o han acontecido. Es complejo el mundo, hoy infinitamente más, mucha información, dificultad para procesarla, inteligencia artificial, noticias falsas, dificultad de contraste, estudios sesgados. Sin embargo, hay obras que suscitan el interés y ayudan a ver el mundo con más perspectiva. Precisamente el punto de vista es lo importante.

La obra que os traigo está escrita por un novelista, eso es indicativo, y utiliza diferentes géneros en un libro que nos muestra ensayo histórico, análisis político, impresión personal, crónica y análisis. Me ha resultado muy entretenido, ameno y su tono divulgativo ayuda a la comprensión del fenómeno ruso. Me he dado cuenta de la extraordinaria dificultad que tenemos en occidente para entender fenómenos que pertenecen a otras culturas, a mundos que conocemos peor. Las fuentes de información suelen caer en la trampa del foco. Me explico. Cuando analizamos un hecho, lo hacemos desde nuestra perspectiva, que es la que conocemos, así, atribuimos características civilizatorias propias a elementos civilizatorios externos. No existe una única cultura política, ni una única cultura. Hay diferencias evidentes que caracterizan los modos de hacer de los otros. La contaminación en el análisis da, como resultado, que hagamos una interpretación sesgada y poco coherente de fenómenos que deberían leerse con otra interpretación. Aquí el libro ayuda a entender ese otro punto de vista, esa otra relación que los rusos tienen con la palabra, con el poder, con el individuo y con la mentira (al menos como nosotros la entendemos, no como herramienta del poder, sino como pecado original). Así, cuando oyes declaraciones del ministro de exteriores, entiendes qué dice, no lo que dice. Esto mismo me ha pasado muchas veces con las declaraciones de los gobiernos de Irán, el trecho que hay entre lo dicho y lo real.

 

Los féretros provenientes de Vietnam provocaron en su día protestas masivas en Estados Unidos. Los féretros que llegan de Ucrania provocarán más féretros.

 

Un buen amigo me dijo una vez, después de su viaje a Rusia, que lo que más le había sorprendido de los museos no eran sus maravillosas obras de arte ni su colosal arquitectura, sino el horror que se olía en cada pincelada.

 

En Rusia se entiende por Estado algo muy diferente: significa poder y territorio, y ambos son sagrados. En Occidente, el ciudadano es copropietario del Estado; en Rusia, por el contrario, es su siervo con independencia del blasón que cuelgue en su puerta.

 

El cinismo político es notable. El hecho de afrontar la reflexión sobre la tiranía comunista con socarronería, muestra no solo la inteligencia del autor, sino que demuestra la capacidad de análisis. Puede trascender el ensayo académico y deslizarse por la visión personal aparentemente objetiva.

 

Propagandistas anquilosados encandilaban a la población con un discurso en piloto automático que hablaba sobre los logros de la Unión Soviética. Como prueba de ello exhibían tanques y cohetes en la Plaza Roja, mientras que el pueblo soviético, «orgulloso constructor del comunismo», buscaba a diario los artículos que escaseaban y se limpiaba el trasero con trozos de papel del Pravda, ese mismo periódico que aseguraba que vivíamos en el mejor de los mundos.

 

La historia va evolucionando hasta llegar a este presente que no entendemos en occidente, extraño, cuyos símbolos nos son ajenos en lo religioso, en lo cultural y, por supuesto, en lo político.

 

Una dictadura no puede sobrevivir sin el culto al dictador. El portavoz de la Duma rusa repetiría las famosas palabras de Rudolf Hess, «¡Hitler es Alemania al igual que Alemania es Hitler!», casi de forma textual: «Putin es Rusia. No existe Rusia sin Putin, ¡Cualquier ataque a Putin es un ataque a Rusia!»

 

Entre las consideraciones de interés, el libro se centra en la capacidad rusa de controlar y reconstruir relatos que desestabilizan a occidente, el concepto de guerra híbrida, así se ayuda a la pervivencia rusa. Es un planteamiento claro desde la perspectiva soviética y la concepción histórica que tienen.

 

El triunfo del Ulus de Moscú consiste en que su propaganda ha sembrado la venenosa semilla de la duda en los valores más importantes de la civilización. Su triunfo es este descontento con la democracia, cada vez más palpable en la sociedad. Numerosas capas de la sociedad están dispuestas a sacrificar su libertad a favor de la guerra contra el terrorismo. Las personas tienen miedo, y con ello se ha conseguido el objetivo de que los ciudadanos de un país, orgullosos de su libertad, estén de acuerdo en que sus teléfonos puedan ser interceptados sin orden judicial o que sus cuentas y saldos bancarios, documentos de identidad o historiales médicos se hagan públicos. La guerra contra el terrorismo conduce al control total, al Estado policial.

 

Este es un tema que me interesa, el de los mandarines y la naturaleza del burócrata. Se podría enunciar como que quien ejerce un poder derivado del estado tiende a asegurar el beneficio de su estirpe, es axiomático. Parte de la naturaleza humana, pero un sistema que no se rige por el mérito medido por datos objetivos y mesurables, por el resultado de pruebas objetivas y trasparentes, es un régimen tiránico que encumbra a una élite que tiende a la mediocridad y al latrocinio, lo que convierte a ese sistema en inservible. De ahí que ha de imperar un modo de hacer que parte de la ley y de los contrapesos del poder, si no, tampoco es útil.

 

La escalera social funciona como en la Edad Media. Una conocida broma lo sintetiza de la siguiente forma: el hijo de un coronel no puede llegar a ser general, puesto que el general tiene su propio hijo. Se ha formado una nueva aristocracia estatal con carácter hereditario. Los altos funcionarios rusos tienen exclusivamente hijos talentosos que después de acabar la guardería se convierten en dirigentes de alto nivel y directores de los principales bancos y organismos públicos. Pero tampoco estos niños prodigio pueden estar seguros de que las propiedades que heredaron les pertenezcan a ellos realmente. Lo que se entiende por economía libre de mercado en Rusia es un sistema de propiedad estatal. La propiedad depende por completo de los «recursos administrativos» y las lealtades. Si el líder del clan cae en desgracia arrastra consigo a su séquito al desastre.

 

La encontramos en Impedimenta.

 

ENCUADERNACIÓN Rústica

FORMATO 14x21,8

ISBN 978-84-19581-59-4

PÁGINAS 224

PRECIO 22,50 €

EDICIÓN 1ª

COLECCIÓN Impedimenta

Desde la Rus de Kiev, pasando por el Ulus de Moscú, la época imperial, la Revolución y la Guerra Fría, hasta la actual Federación Rusa de treinta años, el novelista Mijaíl Shishkin, uno de los más lúcidos intelectuales rusos en el exilio, rastrea en Mi Rusia las raíces de la problemática de su patria: una nación que desde sus orígenes se abisma en un círculo de autodestrucción. Poniendo el foco sobre la incómoda relación entre el Estado y los ciudadanos, Shishkin dilucida la actitud rusa ante los derechos humanos y la democracia, y extrae la dolorosa conclusión de que en Rusia coexisten dos pueblos: los desilusionados e indiferentes que aceptan el dominio del más fuerte premiando a los dirigentes de mano de hierro y los que se resisten al poder opresivo y arbitrario intentando hacer frente al Gobierno. Profundamente personal y con una amplia visión histórica, Mi Rusia es un relato apasionante de un Estado enredado en un pasado complejo y sangriento, así como una carta de amor a un país en guerra.

Una obra reveladora en la que Shishkin cartografía, desde el amor y el desarraigo, la historia y la cultura de Rusia, un país contradictorio cuyo futuro solo puede predecirse a la luz del pasado.

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