La
novela indaga sobre las relaciones interpersonales e intrapersonales. Lo que
esperamos frente a lo que obtenemos, lo que damos en contraste a lo que
recibimos. Esas contradicciones del ego, esa espera infinita que abre marcos de
expectativas eternamente insatisfechos, nos configuran y nos hacen infelices,
nos inquietan, tiranizan la vida que podría, efectivamente, transcurrir en
calma; pero parece que necesitamos esperar algo de los otros, que necesitemos recibir
porque pensamos que damos. Pero no siempre es posible y, esa espera, nos mina y
nos va comiendo por dentro.
Hace
tiempo que no os hablo de los inicios de las novelas, de los relatos. No os
hablo de la inteligencia que se necesita para ser capaz de resumirlo todo, de
encauzar la trama con mano firme. Es un placer intelectual, te llena de amor y de
alegría por la literatura.
Una
vez te hablé, Jeffers, de cuando me encontré con el diablo en un tren, saliendo
de París, y de cómo desde entonces el mal que normalmente acecha bajo la
superficie de las cosas sin que nadie lo moleste se sublevó y arremetió contra
todas las partes de la vida. Fue como una infección, Jeffers: se apoderó de
todo y lo pudrió. Creo que no me había dado cuenta de cuántas partes tenía la
vida hasta que cada una empezó a liberar su capacidad para el mal. Sé que tú
siempre has sabido estas cosas, que has escrito sobre ellas a pesar de que
otros no quisieran oírlas y encontraran tedioso ese interés por la maldad y el
error. Pero tú seguiste igualmente, construyendo un refugio en el que la gente
pudiera cobijarse cuando las cosas se torcieran también para ellos. ¡Y siempre
se tuercen!
La
novela transcurre con inteligencia, pegada a lo cotidiano, dándole naturaleza
de excepcionalidad, porque lo que se narra vive dentro de lo que pasa.
Una de
las dificultades para contar lo que pasó, Jeffers, es que la narración es
posterior a los hechos. Esto puede sonar imbécil de puro obvio, pero muchas
veces pienso que hay tanto que decir sobre lo que uno creía que pasaría como
sobre lo que pasó en realidad.
A
través de la voz de la personaje, vamos conociendo los pensamientos íntimos,
deseos ocultos, miedos. Esto le da un carácter vital al personaje que vive y
respira como nosotros.
Lo que
menos entendía de todo era qué es la libertad y cómo alcanzarla. Yo la veía
como un simple desabrochar un botón, una liberación, cuando en realidad —como
tú bien sabes— es el dividendo generado por la obediencia continua de las leyes
de la creación y su dominio. Los dedos del pianista, rigurosamente entrenados,
son más libres de lo que lo será jamás el corazón esclavizado del amante de la
música. Supongo que esto explica por qué los grandes artistas pueden ser
personas tan horribles y decepcionantes. La vida rara vez ofrece oportunidad o
el tiempo suficiente para ser libre en más de un sentido.
La
profundidad psicológica, la capacidad para reflejar cómo son los cambios, cómo
se hacen imparables a pesar de uno mismo, ayudan a verme con mayor claridad,
comprender que las cosas que nos pasan son, en muchas ocasiones, certezas
universales, hechos que han de ocurrir y que ocurren en todos los rincones del
mundo porque la existencia es una.
Me he
preguntado muchas veces, Jeffers, si los verdaderos artistas son personas que
han conseguido desechar o marginar su realidad interior desde muy pronto, lo
que podría explicar que una parte de ellos sepa tanto de la vida mientras que,
al mismo tiempo, la otra no entiende
absolutamente nada. Cuando conocía a Tony y aprendí a invalidar mi concepción
de la realidad, tome conciencia de la amplitud y la falta de discriminación con
que era capaz de imaginarme cosas y de la frialdad con que podía analizar los
productos de mi imaginación. La única experiencia de este fenómeno que había
tenido en mi vida anterior era la intensidad con la que en cierto momento me
imaginé ejerciendo algún tipo de violencia contra mí misma: supongo que fue
entonces cuando mi fe en la vida que llevaba y mi incapacidad para seguir
llevándola libraron una especie de duelo a muerte. Creo que vi algo en aquellos
momentos, un horror o un odio a mí misma que era como el umbral de un lado
oscuro de mi personalidad: lo que vi era un monstruo, Jeffers, un gigante feo y
arrollador, y le cerré la puerta lo más deprisa que pude, aunque no lo
suficiente para evitar que me arrancara un buen pedazo. Más adelante, cuando
vine a vivir a la marisma y repasé mis recuerdos, me di cuenta de la crueldad
con la que me veía. Nunca he tenido tantas ganas de crear algo como entonces.
Me parecía que únicamente eso —expresar o reflejar algún aspecto de la
existencia— repararía la terrible certeza que al parecer había desarrollado.
Había perdido la fe ciega en los acontecimientos y en la inmersión en mí misma
que hasta ese momento, comprendí, me habían hecho soportable la existencia.
La
encontramos en Libros del Asteroide.
ISBN:
978-84-17977-76-4
N.º de
colección: 262 / octubre, 2021 (2.ª ed.)
Número
de páginas: 184
Idioma:
Castellano
Idioma
original: Inglés
Formato:
12,5 x 20 cm
Precio:
17.95 €
Una
mujer invita a un prestigioso pintor a pasar una temporada con ella y su
familia en una casa de invitados que acaban de construir junto a la remota
marisma en la que viven; profundamente conmovida por su pintura, alberga la
esperanza de que la particular mirada del artista ilumine desde una nueva
perspectiva su propia existencia. La visita alterará la quietud de su vida y le
revelará aspectos tan singulares de la existencia humana como la distancia que
separa la realidad de las ficciones que nos construimos, las sutiles dinámicas
de poder que dominan nuestras relaciones, en especial entre hombres y mujeres,
o lo difícil que resulta ser auténticamente libre.
Segunda
casa añade una pieza clave a la admiradísima obra novelística de Rachel Cusk,
una autora capaz de seguir sorprendiendo a sus numerosos lectores con la
inconfundible originalidad, profundidad y penetración psicológica de su
literatura. Una novela de una asombrosa perfección formal que, a través de la
meticulosa indagación en nuestros deseos y contradicciones, nos demuestra que
el arte puede ser tan salvífico como destructivo.
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