lunes, 9 de septiembre de 2024

Las benévolas, Les Bienveillantes, Jonathan Littell

 


Como os había dicho, habría un segundo capítulo sobre la huida de los nazis tras la caída de Hitler. El primer libro del que os hablé fue Ruta de escape, libro enfocado desde la investigación y el ensayo, así que ahora os traigo este libro donde se trata el tema desde la literatura. El tema del nazismo fascina, nos fascina, y da lugar a multitud de documentales y literatura histórica y ficcional. ¿Por qué? Esa fascinación deriva de la necesidad de conocer el lado oscuro de las personas, focalizar el mal y entender los mecanismos de la destrucción. Son muchos los personajes que, a lo largo de la historia, han explorado el lado del infierno: Falaris, Calígula, Yang Guang, Iván el terrible, Leopoldo II de Bélgica, Stalin, Bocassa, Mao o el propio Hitler; todos ellos tienen en común que han suscitado un interés que se plasma en los libros. El mal es tan consustancial al ser como el bien y los límites éticos son los únicos que serían capaces de equilibrar la crueldad. ¿Nadie se pregunta por qué desaparece la ética y la filosofía en la enseñanza básica?

En este libro se explora la figura de un cargo de las SS que, desde su nueva identidad, reflexiona y cuenta todo lo que ocurrió desde su acceso al nazismo, hasta su huida tras la caída del sistema. La trama va desarrollándose como un entramado que va atrapando a todos los implicados, como una tela de araña, obviando el espíritu crítico y colonizando sistemáticamente todas las instituciones, filtrándose, apoderándose o asaltándolas.

Nuestro personaje va a participar directamente en la Solución final, en ese eufemismo calculado para extender los progromos a la Alemania hitleriana, así, este se convierte en parte del engranaje en diferentes lugares de Centro Europa, desde la eliminación de judíos y discapacitados casi artesanal de los primeros años, con fusilamientos indiscriminados, a la incorporación en los campos de los primeros camiones exterminadores y, posteriormente, las famosas y tristes cámaras de gas.

Su periplo, pues, lo será a través del mal, normalizándolo, banalizándolo y adecuándose a él como parte de la vida, como único fin de la existencia, asumiendo los preceptos que van a ir llevando a Alemania al desastre. Después llegará a Rusia, a Stalingrado, para acabar gestionando los campos o calculando el volumen de mano de obra esclava necesaria par poder sostener la guerra.

Es un libro voluminoso, más de 1000 páginas. Me parece acertado el tono cínico del personaje porque le dota de verdad, del ansia del hombre por adaptarse, por ser; su homosexualidad le da, además, un toque de realismo porque lo lleva al límite mismo de la existencia.


Así que una vida que respetase todas las convenciones sociales me venía estupendamente: una ganga confortable, incluso aunque la mire a veces con ironía y otras veces con odio. A este ritmo, espero llegar algún día al estado de gracias de Jéróme Nadal y no tener inclinación por nada que nos sea no tener inclinación por nada. Resulta que me estoy volviendo libresco; es uno de mis defectos. Lo siento por la santidad, pero aún no me he liberdao de mis defectos.


La reflexión del poder sobre la realidad de la burocracia es exacta, es la consagración de la mediocridad. Los mandarines establecen una política y quien es capaz de adaptarse triunfa. Nunca hay lugar para la iniciativa. El buen sirviente es quien acepta el sistema, no destaca, ensalza al jefe, así se imponen en una administración elefantíasica que se convierte en un fin en sí misma que se retroalimenta y genera sus propias necesidades. Quien abandona la línea recta y piensa en bienes mayores no puede permanecer en ella.


No tardé en entender que, en los interminables juegos circenses nacionalsocialistas, me había desviado gravemente del camino recto, había interpretado mal las ambiguas señales de las altas esferas y no había anticipado correctamente la voluntad del Führer. Mis análisis eran atinados, los de Thomas erróneos; a él lo premiaban con un destino envidiable al que se sumaban oportunidades de promoción y a mí me dejaban de lado: valía la pena pensar en ello.


El mandarinato, pues, es el entramado intangible y supuestamente perfecto que rige lo burocrático. Se rige por las relaciones personales y no está bien vista la iniciativa, como he señalado. Un mandarín no puede ocultar a otro si no es para aniquilarlo. El entramado sobrevive incluso cuando cambia el gobierno como piezas que se desencajan y se vuelven a encajar. Yo lo he vivido y os aseguro que es tal cual se refleja en este fragmento.


Notaba perfectamente que Mandelbrod estaba intentando colocarme, pero cómo y en relación con quién era algo que aún no tenía claro; sabía demasiado poco de sus relaciones con el Reichsführer, o con Speer por lo demás, para poder calibrarlo y era algo que me inquietaba; notaba que aquellas jugadas me superaban. Me preguntaba si Hilde o Hedwig habrían podido despejarme alguna incógnita; y , al tiempo, sabía muy bien que ni siquiera en la cama me dirían nada que Mandelbrod no quisiera que supiese yo. ¿Y Speer?


La novela pretende hacer una disección o más precisa posible dela vida de nuestro personaje encada una de sus etapas en las que describe el horror en sus diferentes manifestaciones.


Siguieron otras salvas, que subrayaban las detonaciones más secas de los obuses de los carros o de la artillería. El ruido se había convertido en algo enloquecido, insensato, que vivía su propia vida, que llenaba el aires y se agolpaba contra la entrada, en parte taponada, del bunker. Me acometió el terror al pensar que podría quedarme enterrado vivo, y poco me faltó para salir huyendo, pero me controlé. Al cabo de diez minutos, cesó de golpe el bombardeo intensivo. Pero el ruido, su presencia, su presión, tardaron más en retirarse y en disiparse. El olor acre de la cordita picaba en la nariz y en los ojos. Uno de los oficiales despejó con la mano la entrada del bunker y salimos, arrastrándonos.



Lo tenemos en Galaxia Gutemberg


Traducción del francés de María Teresa Gallego Urrutia

Colección: Narrativa

ISBN: 978-84-17747-06-0

Publicado: 20/03/2019

Páginas: 1

Precio: 29,90€


Mucho se ha escrito sobre el nazismo pero pocas han sido las novelas que han osado penetrar en la consciencia de un nazi. En Las benévolas, Jonathan Littell nos ofrece el punto de vista del verdugo, el oficial de las SS Maximilien Aue, quien décadas después del fin de la Segunda Guerra Mundial narra en primera persona su participación en la guerra y en las masacres en el frente del este, cuando tenía entre veinticinco y treinta años.


Nazi convencido, sin remordimientos ni reproches morales, Aue asume su compromiso con la maquinaria criminal de Hitler, como miembro de los Einsatzgruppen, y por tanto como responsable de crímenes contra la humanidad, en Ucrania, en Crimea y en el Cáucaso. Narra su intervención en la batalla de Stalingrado hasta que es enviado a Berlín donde trabaja en el Ministerio del Interior bajo las órdenes de Himmler, y colabora en la puesta en marcha y ejecución de la «Solución Final».


Pero Las benévolas no es sólo una de las grandes novelas sobre el nazismo y la banalidad del mal. Es a la vez una indagación sobre el lado oscuro de las relaciones familiares y de las obsesiones sexuales. Max Aue vive asaltado por el fantasma del incesto con su hermana y por su homosexualidad, razón de su entrada en las SS, y por el odio a la madre. De este modo, Historia y vida privada parecen entrelazarse en la fatalidad, al modo de la tragedia clásica. No en vano, el título de Las benévolas alude a La Orestiada de Esquilo. Electra de Sófocles y Vida y destino de Vasili Grossman son otros clásicos con los que la novela de Jonathan Littell dialoga.


Las benévolas fue galardonada con el Premio Goncourt y el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa. Y sus lectores se cuentan por millones en todo el mundo.

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