martes, 24 de septiembre de 2024

La prueba, La Preuve, Agota Kristof

 


La perspectiva es tan fundamental como los hechos. Algo acontece pretendidamente como verdad, es decir, reflejo fiel de la realidad, pero no es exactamente así. Vemos y contamos conforme entendemos el mundo. Si alguien ve lo que no conoce, o bien lo ignora, o bien usa la metáfora para explicarlo, es decir, inventa. Esa característica de lo humano nos sirve para defendernos y saber, es un instrumento evolutivo poderosísimo, porque permite interaccionar con la realidad a pesar de esta. Los hechos acontecen, incluso los podemos grabar, sin problemas, pero habrá una perspectiva e, incluso, cuando dos personas visionen lo mismo, con toda probabilidad, lo expresarán con diversidad. Al fin y al cabo, lo acontecido es una impresión de nuestros sentidos, difícilmente objetivable con certeza absoluta, más bien lo que pasa en una trama, la vida es una trama, se distorsiona a través de nuestra manera peculiar de entender y sentir. Dos personas pueden diferir y comprender de manera muy diferente siendo ciertas ambas perspectivas. O falsas.

Con esto nos encontramos en este segundo libro de la trilogía. Lucas se ha quedado solo, Claus ha abandonado la dictadura. Lo primero que nos sorprende es que no es Lucas que esperamos, es otro Lucas, además un Lucas que vive la experiencia de la vida desde una perspectiva alejada de lo que fue el niño de la primera parte. Los hechos se suceden como reflejo de lo que es una sociedad sometida, abrumada por el poder, y nuestro personaje, emerge en una soledad compleja que nos hace dudar de la existencia del gemelo. Claus, tal vez ¿es un reflejo de lo que no es Lucas? No lo sabemos, no entendemos, como lectores, que no aparezca, que esté ausente, perdido en la trama y esa inseguridad se nos transmite con eficacia.

La escritura no es tan directa e impactante como la primera novela, pero se observa la inteligencia y la capacidad de análisis, la visión de una escritora brillante.

Este segundo volumen es, pues, menos fresco, el hecho de centrarse el Lucas que vive esa soledad del pueblo fronterizo, esa metáfora de lo inamovible, de lo decadente que contrasta con su bondad, con la obligación autoimpuesta de hacer que la gente que le rodea sea feliz sin pararse a pensar en las consecuencias de lo que tiene que hacer. Pero esa bondad tiene el precio que paga hacia sí mismo, como si la bonhomía no pudiera imponerse sobre la maldad. Por eso mismo la perspectiva sabemos que distorsiona lo que ocurre, que se cuenta con unos ojos que no son los ojos pretendidamente asépticos del escritor.


«Volví a la librería, me senté en el mostrador. No había ningún cliente. Todavía era verano, las vacaciones escolares, y nadie necesitaba libros ni nada. Allí sentado, viendo los libros que había en los estantes, me acordé de mi libro, del libro del que había hablado mi hermana, de aquel libro que proyectaba escribir desde mi adolescencia. Quería ser escritor, escribir libros, ése era el sueño de mi juventud, y mi hermana y yo habíamos hablado de ello a menudo. Ella creía en mí, yo también creía en mí mismo, pero cada vez menos, y finalmente ese sueño de escribir libros lo olvidé por completo.

No tengo más que cincuenta años. Si dejo de fumar y de beber, o más bien de beber y de fumar, podré escribir un libro todavía. Muchos libros no, pero un solo libro, quizá. Estoy convencido, Lucas, de que todo ser humano ha nacido para escribir un libro, y sólo para eso. Un libro genial o un libro mediocre, poco importa, pero el que no escriba nada es un ser perdido, no ha hecho m´s que pasar por la tierra sin dejar huella alguna.»


Encontramos, de manera sencilla, la trilogía en Libros del Asteroide.

Previamente en Seix Barral.


Editorial ‏ : ‎ Seix Barral; N.º 1 edición (1 enero 1988)

Idioma ‏ : ‎ Español

Tapa blanda ‏ : ‎ 160 páginas

ISBN-10 ‏ : ‎ 8432246131

ISBN-13 ‏ : ‎ 978-8432246135

Peso del producto ‏ : ‎ 500 g

En una desolada y represiva posguerra, Lucas vive, en una localidad fronteriza, el infierno cotidiano del totalitarismo. El estilo posee la concisa y dolorosa precisión que, en contraste con la deliberada vaguedad de tiempo y espacio, otorga a la narrativa de Agota Kristof su inconfundible aire de pesadilla en la que se revelan al trasluz no pocas terribles realidades de nuestra época. Como en el interior de una campana neumática, los personajes viven y actúan en un mundo en el que no hay esperanzas de futuro y del que ha sido abolido el pasado. En palabras de François Maspero: «Desde Kafka hasta Kundera, se ha tratado de la broma en las formas más diversas. Pero rara vez en un tono tan atroz. Una «buena» broma, en resumidas cuentas».

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