Siempre se puede hablar de muchas cosas elegir, pues, un tema es algo relativamente sencillo. Hay desencadenantes internos como el estado de ánimo, la experiencia personal o externos como la lectura, el observar algo o el leer una noticia. La enfermedad es algo espantoso, todas tienen su grado de tremendismo: las enfermedades mentales que anulan a la persona y las aísla de su entorno, las hace vulnerables e incluso violentas; el cáncer que se convierte en un Armagedón contemporáneo que amenaza y atenaza, que asusta y con el que vivimos en nuestro hábitat; las enfermedades neurodegenerativas, crueles, que dejan a la persona con su cascarón y las despoja de dignidad, de recuerdos, de su mismidad; cardíacas, pulmonares, físicas, degenerativas. Todo un muestrario infinito con el que convivimos intentando no preocuparnos más de la cuenta. Ante tanta información, pienso, la hipocondría es casi una consecuencia lógica.
Leo
que Bruce Willis tiene afasia, casualmente
he leído un libro sobre una paciente con afasia. Debo escribir, pues, sobre ese
libro porque la realidad se impone a la literatura siendo, sin embargo, la
literatura la que marca el camino de la verdad. El actor se aleja de la
persona, el héroe de Luz de luna no
es más que sus personajes, claro, no conocemos a la persona: sus hijos, sus
parejas, sus amigos, sus familiares, no sé, no conocemos más que la apariencia
mediática que nos han mostrado, pero a los personajes, a esos sí que los
conocemos, los hemos disfrutado u odiado, nos hemos identificado o hemos
permanecido indiferentes, es cine. La enfermedad, no obstante, parece real, muy
real, tan real que uno piensa en la pérdida de la armonía de las palabras, de
la imposibilidad de definir el mundo, de decir lo que queremos y lo que
sentimos, pero no podrá ser, no le dejará su cerebro, no lo permitirá como no
lo hace con nuestra personaje, porque la enfermedad va instalándose poco a
poco, cala hasta los huesos, rige las relaciones y las conversaciones, tal vez
los pensamientos que ya no tienen una forma definida, se convierten en sueños,
en puro onanismo ficcional porque a la manzana ya no la llamamos manzana, sino alba, amanecer, círculo, y no podemos, así, imaginar qué queremos. El mundo, al
fin y al cabo, se escapa, se va a evaporar porque ya no podrá ser definido. Sí,
lector, te queda la literatura para poder experimentar con todo aquello que
todavía no conoces, con lo que, incluso, puedes haber abandonado. No
desaproveches la oportunidad.
La
novela habla de la relación entre una niña acogida, con la que será su amiga y
madre, esta y su afasia que la merma hasta ir perdiéndose en el laberinto cruel
de la pérdida de los nombres y su logopeda, con el que establece un vínculo
especial. La protagonista acabará, pues, en un asilo ante la dificultad de
poder cuidarla, que se convierte en el fin terminal que no se puede evitar, un
lugar de retiro que se erige en salvación cuando uno no puede ir por la vida
sin tropezar más de lo habitual. Destacaría la polifonía enunciativa, esas
voces que se superponen para darnos la perspectiva del hecho, para que la trama
se pueda construir desde varios puntos de vista.
Eso es
lo que te espera, Minchk’: pasos cortos, cantidades pequeñas, meriendas
frugales, salidas breves, visitas rápidas.
Una
vida reducida, menguada, pero perfectamente ordenada.
La
tenemos en Anagrama
Nº de páginas:176
Editorial:ANAGRAMA
Idioma:CASTELLANO
Encuadernación:Rustica
ISBN:9788433980830
Año de edición:2021
Plaza de edición:BARCELONA
Traductor:PABLO MARTÍN SÁNCHEZ
Fecha de lanzamiento:10/02/2021
Alto:22,00
cm
Ancho:14,00 cm
Peso:251,00
gr
Colección:PANORAMA DE NARRATIVAS
Número:1041
Una bellísima novela sobre la gratitud,
sobre lo importante que es poder dar las gracias a aquellos que nos han ayudado
en la vida.
"Hoy ha muerto una anciana a la que yo
quería. A menudo pensaba: ”Le debo tanto.“ O: ”Sin ella, probablemente ya no
estaría aquí.“ Pensaba: ”Es tan importante para mí.“ Importar, deber. ¿Es así
como se mide la gratitud? En realidad, ¿fui suficientemente agradecida? ¿Le
mostre mi agradecimiento como se merecía? ¿Estuve a su lado cuando me necesitó,
le hice compañía, fui constante?", reflexiona Marie, una de las narradoras
de este libro. Su voz se alterna con la de Jerôme, que trabaja en un geriátrico
y nos cuenta: "Soy logopeda. Trabajo con las palabras y con el silencio.
Con lo que no se dice. Trabajo con la vergüenza, con los secretos, con los
remordimientos. Trabajo con la ausencia, con los recuerdos que ya no están y
con los que resurgen tras un nombre, una imagen, un perfume. Trabajo con el
dolor de ayer y con el de hoy. Con las confidencias. Y con el miedo a morir.
Forma parte de mi oficio."
A ambos personajes –Marie y Jerôme– los
une su relación con Michka Seld, una anciana cuyos últimos meses de vida nos
relatan estas dos voces cruzadas
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