Lo único que no me ha fallado nunca es la literatura, siempre tan flexible, tan variada, es un hecho, lo reconozco, su diversidad me atrae irremediablemente, me siento a gusto, no me abandona cuando me encuentro triste, cuando entro en fases introspectivas, cuando puedo estar frustrado o a disgusto con el mundo, no, la literatura ha sido siempre ese reducto de mismidad en el que soy yo mismo, en el que puedo trasladarme a cualquier sitio, puedo ser infeliz, puedo abandonarme o encontrarme con quienes me entienden, con quienes comparten conmigo lo ficcional, esa imaginación que tanto me ayudó cuando nada me ayudaba, cuando me ofreció los universos posibles que, paradójicamente, explicaban mi propia dimensión. Sí, fui un niño solitario y triste, pero no infeliz. La literatura me ayudó a no estar nunca solo, a tener amigos, a superar mis problemas físicos, la compasión que los otros tenían por mis manos o mis pies, que tanto me dolía, el dar pena, no fue un obstáculo para convertirme en un hombre, para entender el mundo y poder convivir con los demás, efectivamente, la literatura siempre está ahí.
Me
gusta la diversidad, pues, me fascina lo lingüístico, la variedad del idioma,
porque me gusta la variedad de vidas posibles, de situaciones infinitas que
puedo encontrar en los libros. El que hoy os traigo es interesante, atractivo
y, como digo en ocasiones, hipnótico. Me fascina que la autora mezcle
mexicanismos que convierten la narración en algo más coloquial, con una prosa
brillante, los cambios de registro ayudan, sin duda, a que la acción adquiera la
verosimilitud que necesita, porque si no, sería difícilmente creíble. La novela
entra de lleno en los deseos inmaduros de la adolescencia, en la necesidad del
todo o nada, es decir, las cosas son o como yo las veo o no son, aquí la carga
de la acción, que lleva al terrible desenlace, solo es posible desde esa
perspectiva, es decir, desde la visión de la inmadurez que, hábilmente,
contrapone en las perspectivas de los dos protagonistas.
La
novela es violenta, imagino que porque Méjico es violento. Aparecen los narcos,
los sicarios, los asesinatos, pero no habla de eso, lo usa para conseguir
recrear el entorno que da credibilidad a la acción. La novela trabaja la
relación que se establece entre Polo y Franco, entre esa adolescencia pueril y
violenta, irracional, que pretende conseguir todo ya, a cualquier precio,
frente a la adolescencia que supone la contradicción, el no saber ubicarse, el
dejarse ir, el querer ser quien no se es. Lo hace de manera, a mi juicio,
brillante.
Ya, pendejo, le dijo el gordo, y se inclinó para quitarle la botella. Lo estás regando todo, chingados. Polo se bebió el trago de putazo. A la próxima vienes conmigo, entonces, lo retó el gordo, a ver si muy malandro.
Así
pues, el libro me gusta porque es capaz de reflejar no solo la violencia
absurda que rigen los actos de los hombres, sino también por la capacidad de
indagar en lo más profundo del ser. El uso, como he dicho, de modismos, no se
hace pesado para el lector peninsular, se puede seguir bien el ritmo porque se
entiende que son parte necesaria del todo para construir el universo particular
de deseos y realidades que recrea la autora.
Entraba en la cocina, para no hacer
ruido, y se desnudaba en silencio y se tendía sobre el tejido áspero del
petate, en medio de la sala a oscuras, insoportablemente caldeada por el sol
que todo el día daba de lleno sobre el tejado de lámina, y cerraba los ojos y
se cubría el rostro con un brazo y pensaba en el río negro bajo el puente, el caudal
imparable, fétido y cautivante, y la brisa fresca que llevaba consigo el
humilde y sutil perfume de las islas flotantes de lirios, y de pronto el
escarceo de la peda, el piso oscilando por culpa de los tragos, se convertía en
el suave vaivén del río cantando bajo su cuerpo, la corriente siempre
cambiante, siempre desmemoriada de las aguas oscuras descendiendo hasta el mar
en el bote que su abuelo y él habrían podido construir si el viejo no se
hubiera muerto antes, un barca modesta y estrecha pero lo suficientemente
espaciosa como para que Polo pudiera tumbarse dentro a mirar el transcurrir del
cielo entre palios de ramas y madreselvas, el clamor de millares de grillos
negros y los chillidos melodiosos de las sabandijas que fornicaban y se
devoraban unas a otras ahogados por la voz perentoria del río, su canto frío,
incansable, más sonoro de noche que en cualquier otra hora del día.
La
autora es ácida, directa e inteligente a la hora de describir situaciones con
la certeza del testigo y es capaz de hacer relatos notables.
Los únicos que quedaban en Progreso eran
los puros morros, hatillos más jóvenes que Polo, o puras viejas fondongas sin
nada que hacer, y a quienes era imposible sacarles nada: a los hatillos porque
todos trabajaban para aquellos y se creían las grandes cacas con sus radios y
sus bolistas de coca rebajada con laxante y sus motonetas pedorras, llamándose
a sí mismos halcones aunque no llegaran ni a pepenchas, y a las viejas
fondongas, todas guangas de parir chamacos, porque parecía que lo único que les
importaba en la vida era escupir más hijos al mundo y chismear el día entero
sentadas en los zaguanes de sus casas, desde donde podían mirar lo que ocurría
en la calle y lanzarle besitos coquetos a cualquier reata que pasara.
Lo
tenemos en Random House.
Nº de páginas: 160
Editorial: LITERATURA RANDOM HOUSE
Idioma: CASTELLANO
Encuadernación: Rústica
ISBN: 9788439737711
Año de edición: 2021
Plaza de edición: ES
Fecha de lanzamiento: 04/02/2021
«Fernanda Melchor explora la violencia y
la desigualdad en esta novela brutal. Lo hace con una destreza técnica
deslumbrante, oído absoluto para la oralidad y precisión de neurocirujana para
la crueldad. Páradais es
un breve e inexorable descenso al infierno.» Mariana Enríquez
En un conjunto residencial de lujo, dos
adolescentes inadaptados se reúnen por las noches para embriagarse a escondidas
y compartir sus descabelladas fantasías. Franco Andrade, obeso y solitario,
adicto a la pornografía, sueña con seducir a la vecina de al lado #una
atractiva mujer casada, madre de familia-, por quien ha desarrollado una
obsesión malsana; mientras que Polo, su reacio compañero, fantasea con
renunciar a su agobiante empleo como jardinero del exclusivo fraccionamiento y
huir de su casa, de su pueblo infestado de narcos, y del yugo de su dominante
madre. Ante la imposibilidad de conseguir lo que cada uno cree merecer, Franco
y Polo maquinarán un plan tan pueril como macabro.
Páradais, escrita por Fernanda Melchor, una de
las escritoras mexicanas más destacadas de la actualidad, explora la facilidad
con la que el deseo puede convertirse en obsesión y, más aún, en violencia, al
tiempo que narra la alianza entre los polos opuestos de la sociedad mexicana
contemporánea.
Fernanda Melchor (Verazcruz, México,
1982) es autora de las novelas Falsa
liebre (2013) y Temporada
de huracanes (2017, traducida a más de 15 idiomas), así como del
libro de crónicas Aquí no es
Miami (2013). Es periodista egresada de la Universidad Veracruzana
y maestra en Estética y Arte por la Universidad Autónoma de Puebla. En 2019
ganó el Premio Internacional de Literatura otorgado por la Casa de las Culturas
del Mundo de Berlín, y el Premio Anna Seghers. En 2020 fue finalista del
prestigioso International Booker Prize por la traducción al inglés de Temporada de huracanes. Páradais es su más
reciente novela.
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