lunes, 15 de noviembre de 2021

El hombre inquieto, Den orolige mannen, Henning Mankell

 

Las despedidas las asociamos a las pérdidas. Creemos que despedirnos de algo, o de alguien, lleva inequívocamente a la extinción de la relación, es un finiquito inevitable. Pero no siempre es así. Hay despedidas que son un hasta  luego, se necesita aire, se necesita perspectiva o, simplemente, se reivindica un espacio alternativo. Es cierto, no obstante, que hay despedidas que son pérdidas, sobre todo cuando no ha habido despedida. Una pérdida es la ausencia definitiva de lo otro y eso crea una sensación de inseguridad, necesita de duelo: perdemos por la muerte o por los cambios de espacio, perdemos porque desaparece el objeto o parte del objeto o porque decidimos que se desvanezca de nuestras vidas, en todos los casos la momentánea liberación, si la hay, lleva el dolor de la ausencia, menos cuando es una liberación.  Por eso, una vez más, la literatura resuelva como nadie este dilema: las pérdidas podemos recuperarlas volviendo a leer el libro que nos ha hecho felices, hasta el infinito si hiciera falta; y las despedidas, bueno, las despedidas son adioses momentáneos, siempre podemos recuperar a nuestro personaje favorito rememorando lo bueno y la felicidad que nos proporcionó a lo largo de nuestra vida.

 

Aquellas lagunas de memoria lo aterraban

Al fin he dejado que Wallander se vaya. He tardado años, muchos. Recuerdo hablar con un profesor de filosofía, en el café, de nuestro amor por el personaje, por la profundidad de su evolución, su pesimismo tan nórdico, su visión pesimista y triste de la existencia, me acuerdo hablando con él de la inauguración real de la novela policíaca sueca en Kurt, recuerdo muchas cosas, he rescatado, pues, esos recuerdos cada vez que he ido leyendo las novelas, una cada varios años, estas dos últimas en un breve período de tiempo, e iba posponiendo este final que he aceptado. Sabía que se acababa la serie porque el autor había fallecido, así que no podía haber tentación de retomar la obra, y porque hacía años que lo había anunciado en vida. Lo que no imaginaba era el final del personaje: la crueldad de los nórdicos es inagotable, Wallander no muere, pero se le condena a una muerte paulatina en vida, si bien feliz, no deja de ser un final miserable para un personaje inmenso, pero acaso, ¿la vida no es una tragedia en que los finales de Disney solo son posibles en la imaginación adolescente? Tal vez.

La novela sigue las pautas establecidas en las anteriores, pero en esta ocasión el crimen, abyecto por supuesto, no deja de ser una anécdota de la trama, ya que se centra, como si quisiera acabar a lo grande, en una investigación histórica sobre el espionaje de la guerra fría en Suecia, convirtiendo la novela en la primera, que yo sepa, que escribe Mankell de espionaje. Sí, es más bien una novela de espionaje donde se impone la realidad que vive el comisario: su decadencia, sus lagunas de memoria, su instinto, su paternidad, el convertirse en abuelo, su interés por la investigación, todo un cóctel que, desde mi punto de vista, funciona. Sé que hay otros lectores de la serie que no piensan lo mismo, lo achaco a que no saben dejar ir al personaje. Wallander debía seguir su propia evolución para completar esa virtud que tanto admiré en Cervantes de matar a Alonso Quijano, porque ese hecho, tan trágico y tan griego, los convierten en personajes eternos y, lo que es más importantes, en personajes verosímiles. Yo me sigo creyendo a Kurt Wallander.

De la serie me gustan sus reflexiones políticas, su visión social y que inscriba la acción en el marco real en que ocurre sin estereotipar más de lo necesario ni esquematizar en exceso. Este hecho lleva a que se rompa, en muchas ocasiones, el imaginario colectivo de alucinada mitología mediática.

 

No tenía vínculo alguno con las bases del partido. Olof Palme era un tránsfuga, seguro que serio y sincero en su convicción política, pero un peregrino políticamente forastero, que llegó para quedarse por siempre.

 

Wallander sí es un personaje que evoluciona en su vida y en sus actos, está vivo, como he dicho, no es esclavo de su deber literario: el ser policía. Es un hombre que presenta problemas y contradicciones más allá de lo meramente profesional.

 

Yo me espero lo peor insistió Wallander sombrío.

 

La novela va deslizándose de lo policial a la de espías. Quiere basarse en un episodio histórico en que la armada sueca dejó escapar un submarino nuclear soviético en los años ochenta del siglo XX. Ese movimiento hacia otro género dota de cierto interés diferente al relato que pierde la escabrosidad del crimen y su resolución para centrarse en la tensión de la acción.

 

La existencia de los servicios secretos se basa en un juego cuyos principales y más afilados instrumentos son la mentira y el engaño. Y el hecho de que nosotros, los policías normales y corrientes, caigamos de vez en cuando en sus trampas forma parte de ese juego, aunque ese no sea el punto de partida de nuestra existencia, por así decirlo…

 

El pesimismo vital, ese existencialismo sombrío, está presente en cada capítulo y en el ánimo del personaje como una sombra que determinará sus acciones.

 

Nuestras vidas se deslizan despacio hacia el tramo final. Y eso es algo que difícilmente puede cambiarse.

 

La relación padre e hija se mueve en los márgenes del amor y la cotidianeidad, discusiones, preocupaciones. Wallander es celoso de su intimidad consigo mismo y reivindica su personalidad que se desarrolla a lo largo de la novela, es esta la principal diferencia con otra novela policíaca; el desarrollo vital y psicológico del personaje que no aparece en sus características estereotipadas, sino en su dimensión humana.

 

Wallander se enojó un poco al verla llegar tan temprano: ya que estaba de vacaciones, quería disfrutar tranquilamente de sus mañanas.

Se sentaron en el jardín. ¿Estás mejor?

Mucho mejor. ¿Qué te dije?

Sí ¿qué me dijiste? ¿Qué como poca verdura? ¡Qué sabrás tú lo que yo como y lo que no!

 

Con sabor a final, Wallander puede ser honrado y hacer un balance de la vida, ver con claridad qué ha sido y dónde está.

 

De pronto, vio el transcurso de su vida con toda la claridad. Cuatro grandes momentos la conformaban. ”El primero, el día en que me opuse a la voluntad de mi padre y a su actitud dominante y me convertí en policía”, recordó. “El segundo, cuando maté a un semejante en acto de servicio y pensé que no podría seguir, pero al final decidí continuar en mi profesión. El tercero, cuando dejé el apartamento de Mariagatan, me mudé al campo y me hice con Jussi. Y el cuarto quizá sea el día que acepté por fin que Mona y yo no volveríamos a vivir juntos. Esa es, sin duda, la más dura de mis experiencias. Pero…, elegí no me he pasado la vida deseando y dudando para, un día, comprender que pasó el tren y que ya es demasiado tarde. Y yo soy el único responsable. Cuando veo la amargura que embarga a  muchas de las personas que me rodean, me alegro de no estar en su lugar.

 

Como siempre en Tusquets

Nº de páginas:464

Editorial:TUSQUETS EDITORES

Idioma:CASTELLANO

Encuadernación:Tapa blanda

ISBN:9788483831809

Año de edición:2009

Plaza de edición:BARCELONA

Fecha de lanzamiento:01/10/2009

 

Con El hombre inquietoMankell retoma las andanzas del inspector Wallander, del que supimos por última vez en el volumen Antes de que hiele, y, según asegura el autor sueco, tal vez nos hallemos ante la última aventura protagonizada por el entrañable inspector.
La vida del inspector Kurt Wallander ha cambiado ligeramente: no sólo ha hecho realidad su sueño de tener una casa en el campo, sino que, además, su hija Linda lo ha convertido en abuelo. Sin embargo, su tranquilidad se ve perturbada poco después, un día de invierno de 2008, cuando el suegro de Linda, un oficial de alto rango de la Marina sueca llamado Håkan von Enke, desaparece en un bosque cerca de Estocolmo. Aunque la investigación la dirige la policía de Estocolmo, Wallander no puede evitar implicarse, sobre todo cuando una segunda persona desaparece en misteriosas circunstancias. Algunas pistas apuntan a grupos de extrema derecha en el seno de la Marina sueca y a la época de la Guerra Fría, en particular a la década de los ochenta, cuando varios submarinos soviéticos fueron acusados de violar territorio sueco. Wallander comprende que está a punto de desvelar un gran secreto cuyo alcance abarcaría toda la historia de Suecia tras la segunda guerra mundial. Pero una nube aún más negra asoma por el horizonte.

 

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