domingo, 7 de marzo de 2021

La mujer singular y la ciudad, The Odd Woman and the City, Vivian Gornick

 

Mañana es 8 de marzo. No me gustan los días en que se celebran cosas, no me gustan nada, imagino que obedece a un deseo irrefrenable por parte del organismo bien pensante de crear necesidades y tributar a colectivos que se lo merecen, que necesitan ser reconocidos. Esta celebración se asocia a los movimientos feministas que se la han apropiado como punta de lanza de un lucha identitaria que abarca, al menos, los últimos sesenta años, aunque podríamos irnos hasta la ilustración o los movimientos sufragistas. A mí me interesa mucho el pensamiento feminista, he leído a pensadoras notables como Butler, Falquet, Freedman,  Glick, Guillaumin, Karkasis, Lagarde, Lamas, Lavigne o Witting,  por eso respeto las aportaciones teóricas e ideológicas y me alejo de sectarismos hostiles e inútiles que utilizan la dialéctica para prescindir de ella: lo notable parte de la discusión, del enfrentamiento crítico, de la necesidad de confrontar y estar dispuesto a ceder. Hoy en día los grandes movimientos ideológicos, el me too, el black matter, la celebración del 8 de marzo, son movidos por hooliganismos que me preocupan porque alejan la posibilidad de cualquier mirada crítica, de cualquier pensamiento propio, sigo diciendo que el espíritu del puritanismo norteamericano lo invade todo como un virus. Hoy me permito hablaros de esto, aunque las últimas tendencias impiden a quien no sea de un colectivo discriminado hablar del mismo, permítanme la licencia de escribidor. Y eso no es digno de ser celebrado.

Así que, en este blog, ya he hablado de alguna autora feminista como la autora que hoy os traigo. Gornick, que se autodefine como feminista radical, es una atora que me gusta, habla sobre ella misma, oh sorpresa, de su percepción del mundo y de los hombres, de sus relaciones, de sus miedos como escritora, de su relación con la madre. Pero aquí también importa New York, la ciudad. Las sensaciones son precisas, es tremendamente significativo, la verdad, me ayuda a entenderme porque la literatura es lo que hace, ayuda a entender qué te pasa, mis subidas y bajadas de niño, se atenúan cuando tomo la bici y paseo por la montaña o las carreteras, cuando observo el amanecer, la niebla o siento la lluvia, pero la sensación de ir a Valencia y levantar la cabeza, ver los edificios, la gente tropezándose, sonreír a alguien que se cruza contigo, como cuando vas en bici y saludas a otro conductor Es algo increíble, humano y nos ayuda a saber que seguimos siendo personas, esas pequeñas cosas insignificantes, triviales, efímeras, sí, esa sensación.


Para Johnson, la ciudad siempre fue lo que lo ayudaba a levantarse cuando estaba deprimido, el lugar donde abocaba su profundo malestar, su monumental desasoeigo. La clle lo sacaba de su lúgubre aislamiento, lo reunía con la humanidad, resucitaba su generosidad innata, le devolvía el fervor de su intelecto. En la calle, Johnson hacía observaciones que han perdurado hasta nuestros días; allí se revelaba su sabiduría. Cuando, bien entrada la noche, merodeaba por las tabernas buscando conversación, se sentía aliviado al ver sus necesidades reflejadas en la compañía que encontraba, en aquellos que bebían y hablaban del Hombre y de Dios hasta que amanecía, porque ninguno de ellos quería volver a casa.


El libro es muy interesante. Parte de las reflexiones vitales para evolucionar hacia la literatura con pensamientos que no me dejan indiferente, que me interesan,  por ejemplo su relación con el sexo, con el placer, con su yo, con el placer del otro, inteligente y precisa, divertida y profunda.

 

Aprendí que era sensual, pero no buscaba la sensualidad; que gozaba con los orgasmos, pero que la tierra no temblaba bajo mi cuerpo; que podía prolongar la obsesión erótica durante más o menos seis meses, pero que sabía que la emoción se apagaría. En una palabra: hacer el amor era sublime, pero no lo era todo para mí.


Me fascina con qué claridad el puritanismo determina los designios del amor, nadie puede estar con quien no está predeterminado y eso amplía la soberbia humana más, si es posible, ya que solo podemos relacionarnos con nuestros iguales, con los que triunfan como nosotros, pero nunca dejar que el amor sea un sentimiento confuso que nos lleve a querer a quien no debemos. Este determinismo elitista siempre me ha fascinado y lo observo plasmado en muchas series de televisión norteamericanas donde el abogado puede follarse a la adjunta, pero solo puede asarse con quien es de su misma posición social. Esta estratificación, que tapona el ascenso, fuerza el sentimiento elitista de superioridad cuando veo o leo sobre NY como el documental de Scorsese sobre Lebowitz. Me quedo con la copla de la no pertenencia a ese espacio privilegiado de lo sublime.


Entre nosotras había mujeres jóvenes elegantes, con talento y atractivas unidas, o a punto de unirse, con hombres de mente o espíritu mediocre que inevitablemente las arrastrarían con ellos. La perspectiva de un destino parecido nos atormentaba.


Muchos pensamientos son estupendos, te hacen sonreír porque son parte de la cotidianeidad de una mujer en el marco de la ciudad.

 

Además del sexo, la forma de conexión más vital que existe es la conversación.


Así la ciudad da paso a diferentes voces que la autora anota o retiene en diferentes espacios que radiografían una NY, la de la autora, un recuerdo y una vivencia particular, pero no veo a esta, la ciudad, como personaje, sino como espacio orgánico que facilita la interacción.

 

Dos horas después estoy en casa, cenando y contemplando la ciudad desde la mesa a la que estoy sentada. Repaso mentalmente a todos los que se han cruzado hoy en mi camino. Oigo sus voces, veo sus gestos, empiezo a inventar vidas para ellos. Enseguida me acompañan, son una compañía magnífica. Pienso: «Esta noche preferiría estar con vosotros que con cualquier otra de las personas que conozco».

 

En Sexto piso

 

Año: 2018

Formato: Rústica

Género: Memorias

Páginas: 148

Tamaño: 15 x 23 cm

 

Continuación natural de Apegos feroces, en La mujer singular y la ciudad Vivian Gornick sigue mostrándose como una mujer lúcida, sensible e insobornable que, siendo la realidad como es, no acepta su lugar en el mundo.

La mujer singular y la ciudad es un mapa fascinante y emotivo de los ritmos, los encuentros fortuitos y las amistades siempre cambiantes que conforman la vida en la ciudad, en este caso Nueva York –una ciudad, nos dice Gornick, que hace soportable su soledad–. Mientras pasea por las calles de Manhattan, de nuevo en compañía de su madre o sola, Gornick observa lo que ocurre a su alrededor, interactúa con extraños, busca su propio reflejo en los ojos de un desco­nocido. Y se reconoce en su amistad de más de veinte años con Leonard –un hombre que vive su propia infelicidad con sofisticación y que la ha ayudado «a comprender la misteriosa naturaleza de las relaciones humanas más que ninguna otra relación íntima que haya tenido»–, pues ambos comparten la necesidad de encontrar un agravio que combatir. 

Vigoroso collage que intercala anécdotas personales, viñetas narrativas y piezas reflexivas sobre la amistad, sobre la a menudo irreprimible atracción por la soledad y sobre qué significa ser una feminista moderna –una «mujer singular»–, estas memorias son el autorretrato de una mujer que defiende con ferocidad su independencia y que ha decidido vivir hasta el final sus conflictos en lugar de sus fantasías.

 

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