La construcción del recuerdo es un tema sobre el que siempre reflexiono, vamos, siempre que tengo la oportunidad o viene al caso. El recuerdo como construcción del cerebro, como necesidad de la psique de conformar lo que fue, o debió ser, o pudo ser, o lo que nosotros podemos soportar: un amor total y definitivo, un dolor insoportable, una traición sin remedio, un hecho traumático, la culpa sin castigo, el castigo sin culpa, da lo mismo, cuanto más tiempo pasa lo que pudo ser se convierte en un ser que se instala en nosotros y al que nos acomodamos para poder. Pasa con casi todos los ámbitos, en nuestro caso me interesa la literatura, por eso en ocasiones reflexiono sobre el hecho de la relectura, de volver sobre lo que ha quedado en nosotros como una sensación positiva o negativa.
Cuando me decidí a llevar adelante este blog una de las razones fundamentales fue que no me fiaba de mi memoria, ni de las sensaciones que la lectura había dejado en mí. ¿Es cierto que cuando tenía 12 años mi diversión favorita era leer en la cama hasta la hora de comer?¿Es cierto que tal libro me produjo hermosas sensaciones? No lo sé, me fio, sin hacerlo, más de la segunda afirmación, las sensaciones son más fiables, eso creía. Cuando leemos por primera vez un libro hay muchos factores que ayudan a la construcción de la literatura, es decir, no solo lo escrito, que es inamovible, sino también lo leído que se construye sobre nuestros conocimientos de ese momento, nuestras lecturas, nuestro estado de ánimo, nuestras ilusiones, nuestra motivación, por ejemplo. Por eso la lectura que fue es, literalmente, imposible que vuelva a producirse jamás porque algo que abordé, como es el caso, hace treinta años, no puede ser abordado igual en estos momentos de mi vida. Y aquí llegan los problemas. Lo inaugural tiene el gusto d elo prohibido, del descubrimiento, de la aventura que supone adentrarse en la selva de la trama y de la construcción literaria, de lo ficcional maravilloso.
Me pasó con la maravillosa Juegos de la Edad tardía, de Landero. Las sensaciones que siguieron a su lectura me acompañaron durante años como un mito fundacional y amor incondicional por el autor. Leí lo que publicó después, todo, y en cada lectura quise reencontrarme con lo que sentí ante la exuberancia cervantina, la inteligencia y el oficio de aquella novela inaugural. Y volví a leerla. Es cierto que muchos estudiosos de la literatura se centran a lo largo de toda su vida en un autor, más probablemente, en alguna obra de algún autor, imagino el gozo de descubrir el uso preposicional veinte años después y treinta lecturas mediante. Debe ser el colmo del placer, imagino, sin embargo soy más prosaico, creo menos en las sabias palabras de mi excompañero Paco que me decía: “Jaume, para qué leer más novelas, todo lo encuentro En busca del Tiempo Perdido”, pues qué bien, alegrado me hallo. Mas no he podido gozar de esa misma manera. Sí con El amor en los tiempos del Cólera, de la que os hablé recientemente, también en el aniversario de Cien años de Soledad hice la relectura pertinente y me encantó, con algunos clásicos, El lazarillo, El quijote, claro, que trasmiten la potencia del canon en sentido puro, sin embargo aquella lectura inaugural, repito, me dejó un amargo sabor de boca.
La conjura de los necios es un libro inteligente que ha formado parte de mi particular canon durante muchísimos años: lo he citado, lo he puesto como ejemplo y lo he usado de referencia para hablar de otros libros sobre los que podía decir algo así como que eran al estilo de. No me desdigo, vuelvo a ver en él la inteligencia del autor, la crítica a los sistemas y configuraciones sociales actuales, el libro sigue teniendo un formidable poder de predicción y descripción de una sociedad enferma que está en decadencia, al menos, desde la segunda guerra mundial, si no antes, cuando los sistemas parlamentarios liberales se van extendiendo por el mundo y todos los males que Aristóteles adjudica a la democracia van imponiéndose con una constancia admirable. Esa decadencia, acentuada en este siglo, probablemente gracias al papel revolucionario de las redes sociales, incluidos influencers, que no son más que Ignatius replicantes que, en el mejor de los casos, predican gilipolleces que, literalmente, millones de acólitos siguen necesitados de alguna nueva religión a la que adorar siguen como idiotas titulados; Ignatius subido en la fábrica arengando a la huelga y a la destrucción, manipulando el discurso intelectual para convencer de la anarquía a las pobres almas hambrientas de algo que no entienden y que puedan seguir como mansos corderos, digo, no tiene precio. Es cierto, además, que la multitud de reflexiones absolutamente fuera del contexto de lo políticamente correcto, fuera de la norma que imponen los nuevos mandarines de la ortodoxia bien pensante, del ofendido profesional, del yo protegido ad nauseam por el estado totalitario, son geniales, divertidas nihilistas y anárquicas en el sentido libertario de un alma que no podemos encajar en ningún sitio. Ignatius, probablemente, es el resultado del hombre moderno llevado a un extremo irreverente que sirve como ejemplo magnificado, como un Munchausen, un Pantagruel, del egoísmo absoluto del hombre manipulado para creer que es un dios en sí mismo.
En los alrededores de Levy Pants hay un bar en cada esquina, indicio de que en la zona los salarios son abismalmente bajos. En calles en las que los habitantes están particularmente desesperados, hay hasta tres y cuatro bares en cada cruce.
El libro no solo empieza con la descripción de Ignatius que imaginamos como en la portada de Anagrama, exactamente igual, sino con la declaración ideológica que estará tras toda la novela, es decir, empieza a gestionarse el intradiscurso que elabora en sus formidables cuadernos escolares y que, al estilo cervantino, inserta pequeños ensayos en los que se reflexiona sobre diferentes aspectos del mundo. La relectura tiene este poder, es decir, las sensaciones te abandonan, tienen cierta prevención ante lo conocido, te sorprendes cuando un fragmente adquiere dimensiones diferentes a las orginales. Por eso puedes ir tranquilo, sin ansiedades, fijándote en los detalles que sabemos imprescindibles.
La posesión de algo nuevo o caro sólo reflejaba la falta de teología yde geometría de una persona. Podía proyectara incluso dudas sobre el alma misma del sujeto.
No hay lugar a dudas, es un libro que será revisado y, con toda probabilidad, quemado en una pira liberadora. Inmediatamente prohibido en este puritanismo infantil promovido por quienes nos dejaron fantasear con la civilización. Vuelven los adictos a las brujas y a los espacios sin dolor ─es curioso que a él siempre le duela todo el cuerpo─. Ignatius es un nihilista, el superhombre que mira sin avergonzarse sabiéndose un ser superior, con una actitud ética propia, reprochable, mas ¿qué importa si hablamos de un héroe?
Esta ciudad es famosa por sus jugadores, prostitutas, exhibicionistas, anticristos, alcohólicos, sodomitas, drogadictos, fetichistas, onanistas, pornógrafos, etafadores, mujerzuelas, por l gente que tira la basura a la calle, por sus lesbianas… gentes todas que viven en la impunidad mediante sobornos. Si tiene usted un momento, estoy dispuesto a discutir con usted el problema de la delincuencia; pero no cometa el error de fastidiarme a mí.
Otro aspecto destacado es la ironía, la sorna inenarrable de sus escritos, la lucidez anarquista, la inserción de las crónicas en la literatura, todo muy quijotesco y universal, inteligente, literario.
(Ver Reilly, Ignatius, J. Sangre en sus manos: El gran crimen, un estudio de ciertos abusos que se cometieron en la Europa del siglo XVI, monografía, dos páginas, 1950, sección de libros raros, pasillo izquierdo, tercer piso, Biblioteca en Memoria de Howard Tilton, Universidad de Tulane, Nueva Orleans 18, Lousiana.)(Nota: Envié esta monografía singular a la Biblioteca como un regalo. Sin embargo, no estoy totalmente seguro de que la hayanm aceptado. Muy bien pudieron tirarla a la papelera, porque estaba escrita a lápiz en una hoja de cuaderno.) El giroscopio se había ampliado. La Gran Cadena del Sur se había roto como si fuera una serie de clips unidos por algún pobre imbécil; el nuevo destino de Pedro Labrador sería muere, destrucción, anarquía, progreso, ambición y auto superación. Iba a ser un destinno malévolo: ahora se enfrentaba a la perversión de tener que IR A TRABAJAR.
Ignatius, desvanecida momentáneamente su visión de la historia garrapateó un nudo corredizo abajo de la página.
Más que un libro de carácter satírico, es un libro que retrata las miserias y proyecciones de la sociedad americana, el sueño de prosperidad, deformado por la ironía, de una burguesía alucinada por la prosperidad de los años cincuenta y sesenta. La entrevista de trabajo de Levy Pants, por ejemplo, o la escena con Jones en el bar, reflejan, por una parte, de manera irónica la realidad de los pequeños negocios y, como he dicho, del sueño americano, y por otra, utiliza el absurdo para llegar al fondo d ella realidad de los bajos salarios, las desigualdades y asimetrías, el racismo laboral hacia los negros.
─Debería decí a sus clientes que usaran el cenicero, debía deciles que tiene aquí a un hombre trabajando por meno del salario mínimo. A lo mejó, si se lo dice, son un poco más consideraos.
─Debería alegrarse de que le diese una oportunidad, muchacho ─dijo Lana Lee─. En estos tiempos, hay por ahí la tira de chicos de color buscando trabajo.
─Sí, y también hay muchos chicos de coló que se hacen vagabundos cuando ven los salarios que ofrece la gente. A veces, pienso que pá un negro es mejó sé vagabundo.
─Debería alegrarse de estar trabajando.
─Caigo de rodillas toas las noches.
Tal Alonso Quijano, dije, discursea y analiza la sociedad que mide con ojos distorsionados que acercan la realidad como esperpento norteamericano con la lucidez enfermiza del misántropo, con la iluminación desvergonzada del que no tiene miedo a la norma.
(...En consecuencia, el Mississipi como Padre-Dios-Moisés-Papi-Falo-Ra es un símbolo totalmente falso, creado, imagino, por el funesto farsante llamado Mark Twain. Esta incapacidad de establecer contacto con la realidad, es, sin embargo, característica de casi todo el “arte” de Norteamérica. Cualquier relación entre el arte norteamericano y el marco geográfico norteamericano es pura coincidencia; pero esto se debe sólo a que la nación como conjunto no tiene contacto alguno con la realidad. Esta es sólo una de las razones por las que siempre me he visto forzado a vivir en los márggenes de nuestra sociedad, consignado en el Limbo reservado a los que connocen la realidad cuando la ven), nunca he visto crecer el algodón y no tengo el menor deseo de verlo.
Por eso Ignatius es un misántropo, nihilista, anarquista que invita al desorden; pura contradicción de este héroe, del hombre americano encerrado en sí mismo, hostil al entorno, metáfora cruel de la postmodernidad.
Pese a lo que han estado sometidos, los negros son una gente bastante agradable en general. Yo había tenido poca relación con ellos, en realidad, pues sólo me relaciono con mis iguales, y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie.
Además de Jones, personaje fundamental e increible, Myrna es la contraposición femenina, la heroína, la materialización intelectual de izquierdas, del revisionismo, de la sacralización de la culpa del movimiento de los ofendidos, el intelectualismo que debe imponerse al hombre ignorante oprimido que no es consciente de su mismidad alienada e histórica, el buenismo que arrasa recreando una deuda histórica y ficcional que atenaza la libertad necesariamente.
Cuando la vi tras su último “viaje de inspección”, estaba bastante sucia y desvencijada. Había hecho paradas por el Sur rural, para enseñar a los negros canciones populares que había aprendido en la Biblioteca del Congreso. Parece ser que los negros preferían la música contemporánea y que encendían sus transistores ruidosa y desafiantemente cuando Myrna iniciaba una de sus lúgubres endechas. Aunque los negros habían procurado ignorarla, os blancos habían mostrado gran interés por ella.
La mala leche, la creación magnífica de espacios en que la realidad se deforma al gusto de Reilly para atrapar al lector en la literatura del absurdo que, no lo olvidemos, tiene la virtud de explicar lo real desde la dimensión de lo imaginado.
─ La próxima guerra ─continuó─ podría acabar en una gigantesca orgía. Dios santo. ¿Cuántos dirigentes militares del mundo pueden ser simplemente viejos sodomitas enloquecidos que desempeñan un falso papel imaginario?…
─Los dirigentes del mundo enloquecidos por el poder quedarían muy sorprendidos sin duda al descubrir que sus soldados y jefes militares noe ran más que sodomitas disfrazados, deseosos de encontrarse con los ejércitos de sodomitas de las otras naciones para fiestas y bailes, para aprender algunos pasos de danzas extranjeras.
Así el libro es cáustico e incorrecto, tan snob en ocasiones, que a veces no hay por donde cogerlo, se cisca en el supremacismo blanco siendo homófobo, pero relacionándose con homos; racista, pero aleccionando a los negros y mostrando su simpatía moderada; ultra conservador iliberal, pero queriendo salvar a los trabajadores de la opresión del amo; nihilista, pero queriendo liberar las almas hacia un fin moral supremo. Es la antítesis del super héroe siendo un perfecto héroe que lucha contra el destino asumiendo su destino manifeisto. Es pantagruélico y gigantesco como Gargantúa y visceral, pero reflexivo como alonso Quijano en sus pequeños ensayos, o patético en el discurso sobre el ejército de sodomitas, no tiene precio, en la fiesta de Dorian, tan quijotesco. La concepción no deja de asombrarme, el asco que me produce es proporcional a la consagración universal y eterna de un personaje inolvidable.
¿Sabe de algún negro que tenga una úlcera? No, claro que no. Viven contentos en sus cuchitriles. Agradezca a Fortuna no tener ningún padre caucasiano atosigándole. Lea a Boecio.
No, no es la misma lectura que hice entonces, no me produce la emoción del descubrimiento, pero sé apreciar la inteligencia de una obra de arte, es decir, algo único que inaugura y abre la mente, que trasforma y enseña, que entretiene y emociona, que aburre y que engancha. Eso es literatura. La podemos encontrar en Anagrama.
ISBN 978-84-339-3014-9
EAN 9788433930149
PVP CON IVA 19.5 €
NÚM. DE PÁGINAS 368
COLECCIÓN Panorama de narrativas
CÓDIGO PN 14
TRADUCCIÓN Ángela Pérez, José Manuel Álvarez
PUBLICACIÓN 01/01/1982
La Conjura De Los Necios es una disparatada, ácida e inteligentísima novela. Pero no sólo eso, también es tremendamente divertida y amarga a la vez. La carcajada escapa por sí sola ante las situaciones desproporcionadas de esta gran tragicomedia. Ignatius J. Reilly es, probablemente, uno de los mejores personajes jamás creados y al que muchos no dudan en comparar con el Quijote. Más aún, es el antiprotagonista perfecto para una novela repleta de excelentes personajes, situados en la portuaria ciudad de Nueva Orleans, magistral Ignatius. Él es un incomprendido, una persona de treinta y pocos años que vive en la casa de su madre y que lucha por lograr un mundo mejor desde el interior de su habitación. Pero cruelmente se verá arrastrado a vagar por las calles de Nueva Orleans en busca de trabajo, obligado a adentrarse en la sociedad, con la que mantiene una relación de repulsión mutua, para poder sufragar los gastos causados por su madre en un accidente de coche mientras conducía ebria.
El autor, John K. Toole, consigue una crítica clase media. Logra mantener el interés del lector (incluso mayor en una segunda lectura que en la primera) con un abanico de personajes a cuál más desagradable. No deja títere con cabeza y, a través de la tortuosa y enrevesada personalidad de Ignatius, da un repaso a la época que le tocó vivir en un tono de burla que contrasta con la triste visión de las vidas de los personajes retratados. No encontramos únicamente una loca y angustiosa historia de crítica social, sino que el argumento engancha desde el comienzo. Momento en el que, como dice su protagonista, Fortuna hace girar su rueda hacia abajo y nunca sabemos cual es la desagradable sorpresa que nos depara el destino. A partir de aquí, unas situaciones enganchan con otras, al igual que lo van haciendo los personajes, y se va formando una enorme bola de nieve que terminará estallando al final de la novela.
Tras terminar La Conjura De Los Necios, a sus 32 años, el autor intentó infructuosamente que la publicasen. Ello derivó en una profunda depresión que le condujo al suicidio. Gracias a la tenacidad e insistencia de su madre hoy podemos disfrutar de esta deliciosa obra galardonada con el Premio Pulitzer. También podemos encontrar publicada La Biblia De Neón, novela escrita cuando el autor tenía 16 años.
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