En
este mundo inquietante en el que vivimos, rodeados de falsedades y
alucinaciones hipnóticas, la literatura es un refugio necesario para
sobrevivir, para no dejar el cerebro en apagado preventivo y poder
gritar con fuerza que somos personas, que pensamos, que nos
entristecemos, que vivimos la ansiedad como buenamente podemos, que
somos imperfectos, que no nos gustan ciertas cosas, que nos da
repelús el ofendidito, que no tenemos piel de acero, que
lloramos, incluso, en ocasiones, que nos emocionamos con una escena
de amor, que tenemos miedo cuando la soledad nos invade en la
palabra, que queremos, que odiamos, menos, que necesitamos correr,
que queremos ser, que viajamos a las ficciones recreadas
especialmente por nuestro cerebro, en una palabra, que nos dejamos
vencer por el deseo irrefrenable de ser inspirados por el placer de
leer lo que nos da la real gana
Los
niños repudiados, los niños difíciles. Parábola, al fin y al
cabo, sobre la dificultad del adulto de encontrarse con el
adolescente, con el niño, dificultad de aceptar el reflejo inmaduro
e inacabado de quienes fuimos; así el niño aparece como enemigo,
como elemento disruptivo de la vida lineal del adulto. Niño
molesto, niño que hiere con su verdad y su ausencia de
construcciones sociales; Jesucristo tuvo que decir, dejad que los
niños se acerquen a mí, molestos, debían de ser, porque el mandato
implica que dejemos y abramos nuestra mente al universo ruidoso y
estridente. Oé, pues, golpea.
Los
niños repudiados, los huérfanos, los niños rechazados doblemente,
los niños evacuados por carreteras intrincadas. El pueblo que
aparece con una hostilidad sobrevenida, que hace de la plaga
responsabilidad del irresponsable y crea una utopía gobernada por la
niñez, sin candor, realista, donde la violencia y la violación son
parte de la vida porque los repudiados se convierten, o tal vez ya lo
son, en adultos inquietantes; de ahí que podamos pensar en la imposibilidad de la utopía moderna, de ahí, es posible, que los intentos del clan, de la armonía, solo sean ecos. Y así trascurre esta novela en su
sordidez sin poesía buscando la posibilidad de un mañana. Lo sé, Oé es un poeta, me remito a su
obra extraordinaria, pero aquí adecua el lenguaje a la situación
dramática y vemos la crueldad y la desnudez sin interpretación. Los
niños son llevados del reformatorio de aldea en aldea, repudiaditos,
y dejados donde los aceptan como mercancía dudosa. El apocalipsis de
la guerra es el apocalipsis del nómada.
―gritó
inesperadamente el alcalde cuando parecía que su sermón había
terminado, con voz ronca―. ¡Si os cogemos robando, provocando
incendios o alborotando, os matamos a palos! ¡Recordad que para
nosotros sólo sois parásitos!¡Y encima, tenemos que daros de
comer!¡Recordad que no sois más que parásitos y que no os
necesitamos para nada, desgraciados!
El
realismo del protagonista, su voz, nos ahoga en sus inquietudes, nos
traslada su alma atormentada y su claridad, su visión angustiosa del
mundo. Se enfrenta a la muerte, a la violencia y a la violación, al
hambre y a la desesperación. Es el reflejo del hombre, de una visión
existencialista del hombre, claro, el deseo del bien y la imposición del dolor.
Iban
a liberarme de la prisión a la que me habían arrojado. Pero fuera
seguiría estando igualmente encerrado. No podría escapar jamás.
Tanto dentro como fuera, había puños duros y brazos brutales
dispuestos a herirme y golpearme.
En
Anagrama.
ISBN 978-84-339-0892-6
EAN 9788433908926
PVP
CON IVA 17.90 €
ISBN
E-BOOK 978-84-339-3869-5
EAN
E-BOOK 9788433938695
PVP
CON IVA E-BOOK 9.99 €
NÚM.
DE PÁGINAS 192
COLECCIÓN Panorama
de narrativas
CÓDIGO PN
422
TRADUCCIÓN Miguel
Wandenbergh
PUBLICACIÓN 01/04/199
La
primera novela del más celebrado escritor japonés
viviente, Arrancad
las semillas, fusilad a los niños narra
las proezas de quince chicos adolescentes de un reformatorio,
evacuados en tiempo de guerra a un remoto pueblo de montaña, cuyo
alcalde cree que hay que suprimir a los revoltosos «desde la
semilla». El narrador, que es el cabecilla de la banda, su hermano
pequeño y sus colegas son todos delincuentes marginados, temidos y
detestados por los campesinos del lugar. Cuando se declara una
epidemia, los habitantes del pueblo los abandonan y huyen,
encerrándolos dentro del pueblo vacío; el breve intento de los
chicos de construirse una vida autónoma de dignidad, amor y valor
tribal, como reacción a la muerte y a la adulta pesadilla de la
guerra, está condenado inevitablemente al fracaso.
Esta
novela, en la que aparecen ecos desde Mark Twain y el Golding de El
señor de las moscas hasta
Mailer y Camus, encierra todas las cualidades que distinguen la
escriture de Oé: su ira radical, su evocación de mito y arquetipo y
su extraordinario estilo poético.
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