jueves, 8 de agosto de 2019

República luminosa, Andrés Barba

Resultado de imagen de republica luminosaLa infancia es ese espacio mitificado en donde los adultos pensamos que ha quedado la esencia de lo que no pudimos llegar a ser. Así, los niños, se convierten en objeto protegido del deseo y de la ficción no por lo que son, sino por el significado del espacio que ocupan, por los recuerdos que hemos reconfigurado en nuestra mente y que, de ningún modo, fueron como creemos. Un niño en la piscina se tira mojando a una señora mayor, que le recrimina, crimen inaudito en una sociedad de ortodoxias, la madre, rauda, con la presteza que no ha tenido en ningún momento a lo largo del día en el cuidado del ángel, recrimina a la señora la osadía de romper con el espacio protegido que su hijo ocupa. En el supermercado una niña se lanza al suelo e interpreta la danza del vientre reptando, chillando e insultando a sus abuelos y madre, es curioso que aparezca solo la madre, me pregunto, muchas veces, por los padres ausentes, acaso ¿ellos no verán en la infancia esa arcadia perdida y feliz? Lo desconozco,pero me reconforta saber que la educación de las criaturas la hemos fiado, al fin, a las sabias manos del Estado, me reconforta y me llena de una profunda alegría no tener niños que convivan conmigo.


Podrá parecer inverosímil,pero fue mirando aquel pájaro cuando me pregunté por primera vez si aquellos niños nos odiaban. Si nos odiaban como tal vez solo pueden llegar a odiar los niños. Y es que sabemos cómo es el amor infantil, pero sobre su odio nuestras ideas son elementales y a menudo equívocas: pensamos que en ellos ese sentimiento se mezcla con el miedo y quizá por eso de nuevo también con el amor o con una especie de amor, que el odio en los niños está compuesto de canales que unen unos sentimientos con otros y que hay algo que los hace resbalar hacia allí.

Son 32. La densidad del ambiente, la abrumadora ansiedad que crea Barba en el lector justifica las anodinas primeras páginas, su historia de amor, no tanto la paternidad heredada, la ansiedad de ejercer esa potestad con entrega, prescindibles para situar al personaje y a la trama, porque, amigos lectores, en esta novela la trama importa, la historia, como he dicho, se adensa y se entrega con pasión a nuestro tiempo de lectura, nos sedue y nos agobia con igual eficacia. Son 32. No os diré cómo mueren, él anuncia numerosas veces sus muertes, sus cuerpos extendidos. No, hablaré de la invasión de la infancia, de la metáfora de lo que es, de nuestros miedos, de nuestros deseos y proyecciones, de la incapacidad de las políticas, del populismo, de la inoperancia de los servicios sociales, de la niñez como espacio, en la novela, físico, palpable, presente. Los niños (incluyo niñas) están y viven con lenguaje propio, con normas propias, con sentimientos propios, es la infancia en estado puro, metáfora certera de la pérdida. ¿Mitificaremos por miedo a la muerte? No lo sé, pero la novela no tiene reparos en transitar por nuestras angustias, nuestros reproches, por la exaltación absurda de un espacio de tránsito. Son 32, y han de morir porque, no le demos más vueltas, la infancia desaparece y queda recogida en una república luminosa y surrealista más propia de los sueños que de la verdad, si acaso hay verdad.
Es hábil en la construcción, narra el acontecimiento principal a través de diferentes focos, diferentes medios y diferentes tiempos que dotan, de perspectiva, lo narrado dotándolo de verosimilitud, ¿realmente ocurrió?¿Murieron? Teresa Otaño en sus diarios; Víctor Cobán en sus crónicas fechadas en El Imparcial; el reportaje de Telesiete que se emitió en 1995 dentro del progrma de Maite Muñiz; las diferentes actas de los plenos del ayuntamiento de San Cristóbal; en La vigilancia, ensayo sobre los altercados de la profesora García Rivelles; las imágenes que incluye Valeria Danas en su tendencioso documental Los chicos; la propia voz del protagonista que toma la primera persona para explicar su implicación y culpa en lo ocurrido.
Así, a través del artificio de la falsa objetividad se crea el ambiente propicio para que el lector tenga criterio propio, reflexione sobre el amor y el rechazo que producen los niños, sus acciones, la violencia, la ocupación de espacios que no les son propios, para que podamos ir levantando, junto al narrador, el lugar que es la infancia, construyendo y destruyendo. Ese es el mérito.

El amor y el miedo tienen algo en común, ambos son estados en los que permitimos que nos engañen y nos guíen, confiamos a alguien la dirección de nuestra credibilidad y, sobre todo, de nuestro destino.

Yo lo veo como un libro heterodoxo, y ¿tú? Podemos encontrarlo en Anagrama.

ISBN 978-84-339-9846-0
EAN 9788433998460
PVP CON IVA 16.90 €
ISBN E-BOOK 978-84-339-3849-7
EAN E-BOOK 9788433938497
PVP CON IVA E-BOOK 9.99 €
NÚM. DE PÁGINAS 192
COLECCIÓN Narrativas hispánicas
¿Qué tiene que suceder para que nos veamos obligados a redefinir nuestra idea de la infancia? La aparición de treinta y dos niños violentos de procedencia desconocida trastoca por completo la vida de San Cristóbal, una pequeña ciudad tropical encajonada entre la selva y el río. Veinte años después, uno de sus protagonistas redacta esta República luminosa, una crónica tejida de hechos, pruebas y rumores sobre cómo la ciudad se vio obligada a reformular no solo su idea del orden y la violencia sino hasta la misma civilización durante aquel año y medio en que, hasta su muerte, los niños tomaron la ciudad. Tensa y angustiosa, con la nitidez del Conrad de El corazón de las tinieblas, Barba suma aquí, a su habitual audacia narrativa y su talento para las situaciones ambiguas, la dimensión de una fábula metafísica y oscura que tiene el aliento de los grandes relatos.

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