La
infancia es ese espacio mitificado en donde los adultos pensamos que
ha quedado la esencia de lo que no pudimos llegar a ser. Así, los
niños, se convierten en objeto protegido del deseo y de la ficción
no por lo que son, sino por el significado del espacio que ocupan,
por los recuerdos que hemos reconfigurado en nuestra mente y que, de
ningún modo, fueron como creemos. Un niño en la piscina se tira
mojando a una señora mayor, que le recrimina, crimen inaudito en una
sociedad de ortodoxias, la madre, rauda, con la presteza que no ha
tenido en ningún momento a lo largo del día en el cuidado del
ángel, recrimina a la señora la osadía de romper con el espacio
protegido que su hijo ocupa. En el supermercado una niña se lanza al
suelo e interpreta la danza del vientre reptando, chillando e
insultando a sus abuelos y madre, es curioso que aparezca solo la
madre, me pregunto, muchas veces, por los padres ausentes, acaso
¿ellos no verán en la infancia esa arcadia perdida y feliz? Lo
desconozco,pero me reconforta saber que la educación de las
criaturas la hemos fiado, al fin, a las sabias manos del Estado, me
reconforta y me llena de una profunda alegría no tener niños que
convivan conmigo.
Podrá
parecer inverosímil,pero fue mirando aquel pájaro cuando me
pregunté por primera vez si aquellos niños nos odiaban. Si nos
odiaban como tal vez solo pueden llegar a odiar los niños. Y es que
sabemos cómo es el amor infantil, pero sobre su odio nuestras ideas
son elementales y a menudo equívocas: pensamos que en ellos ese
sentimiento se mezcla con el miedo y quizá por eso de nuevo también
con el amor o con una especie de amor, que el odio en los niños está
compuesto de canales que unen unos sentimientos con otros y que hay
algo que los hace resbalar hacia allí.
Son
32. La densidad del ambiente, la abrumadora ansiedad que crea Barba
en el lector justifica las anodinas primeras páginas, su historia de
amor, no tanto la paternidad heredada, la ansiedad de ejercer esa
potestad con entrega, prescindibles para situar al personaje y a la
trama, porque, amigos lectores, en esta novela la trama importa, la
historia, como he dicho, se adensa y se entrega con pasión a nuestro
tiempo de lectura, nos sedue y nos agobia con igual eficacia. Son 32.
No os diré cómo mueren, él anuncia numerosas veces sus muertes,
sus cuerpos extendidos. No, hablaré de la invasión de la infancia,
de la metáfora de lo que es, de nuestros miedos, de nuestros deseos
y proyecciones, de la incapacidad de las políticas, del populismo,
de la inoperancia de los servicios sociales, de la niñez como
espacio, en la novela, físico, palpable, presente. Los niños
(incluyo niñas) están y viven con lenguaje propio, con normas
propias, con sentimientos propios, es la infancia en estado puro,
metáfora certera de la pérdida. ¿Mitificaremos por miedo a la
muerte? No lo sé, pero la novela no tiene reparos en transitar por
nuestras angustias, nuestros reproches, por la exaltación absurda de
un espacio de tránsito. Son 32, y han de morir porque, no le demos
más vueltas, la infancia desaparece y queda recogida en una
república luminosa y surrealista más propia de los sueños que de
la verdad, si acaso hay verdad.
Es
hábil en la construcción, narra el acontecimiento principal a
través de diferentes focos, diferentes medios y diferentes tiempos
que dotan, de perspectiva, lo narrado dotándolo de verosimilitud,
¿realmente ocurrió?¿Murieron? Teresa Otaño en sus diarios; Víctor
Cobán en sus crónicas fechadas en El Imparcial; el reportaje de
Telesiete que se emitió en 1995 dentro del progrma de Maite Muñiz;
las diferentes actas de los plenos del ayuntamiento de San Cristóbal;
en La vigilancia, ensayo sobre los altercados de la profesora
García Rivelles; las imágenes que incluye Valeria Danas en su
tendencioso documental Los chicos; la propia voz
del protagonista que toma la primera persona para explicar su
implicación y culpa en lo ocurrido.
Así,
a través del artificio de la falsa objetividad se crea el ambiente
propicio para que el lector tenga criterio propio, reflexione sobre
el amor y el rechazo que producen los niños, sus acciones, la
violencia, la ocupación de espacios que no les son propios, para que
podamos ir levantando, junto al narrador, el lugar que es la
infancia, construyendo y destruyendo. Ese es el mérito.
El
amor y el miedo tienen algo en común, ambos son estados en los que
permitimos que nos engañen y nos guíen, confiamos a alguien la
dirección de nuestra credibilidad y, sobre todo, de nuestro destino.
Yo
lo veo como un libro heterodoxo, y ¿tú? Podemos encontrarlo en
Anagrama.
ISBN 978-84-339-9846-0
EAN 9788433998460
PVP
CON IVA 16.90 €
ISBN
E-BOOK 978-84-339-3849-7
EAN
E-BOOK 9788433938497
PVP
CON IVA E-BOOK 9.99 €
NÚM.
DE PÁGINAS 192
COLECCIÓN Narrativas
hispánicas
¿Qué
tiene que suceder para que nos veamos obligados a redefinir nuestra
idea de la infancia? La aparición de treinta y dos niños violentos
de procedencia desconocida trastoca por completo la vida de San
Cristóbal, una pequeña ciudad tropical encajonada entre la selva y
el río. Veinte años después, uno de sus protagonistas redacta esta
República
luminosa,
una crónica tejida de hechos, pruebas y rumores sobre cómo la
ciudad se vio obligada a reformular no solo su idea del orden y la
violencia sino hasta la misma civilización durante aquel año y
medio en que, hasta su muerte, los niños tomaron la ciudad. Tensa y
angustiosa, con la nitidez del Conrad de El
corazón de las tinieblas,
Barba suma aquí, a su habitual audacia narrativa y su talento para
las situaciones ambiguas, la dimensión de una fábula metafísica y
oscura que tiene el aliento de los grandes relatos.
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