Como llevo
tiempo sin visitaros me entretengo más de lo normal mirando los libros que he
leído últimamente y pensando sobre qué me apetece escribir. Descubro que sobre
nada. La nada, el vacío. Leo un artículo sobre los microbios que hay en las
pantallas de los móviles y comento en voz alta que lo que nos faltaba,
quedarnos sin la máquina del noser. Así que miro el ebook y me decido
entre: El sindicato de policía Yiddish, de Michael Chabon; Cuatro por
cuatro, de Sara Mesa; Lincoln en el Bardo, de George Saunders; De
música ligera, de Aixa de la Cruz o Amor fou, de Marta Sanz, y descubro
con estupor que recuerdo solo pinceladas de las tramas mientras escribo esto,
que, en realidad, los libros no son más que otra de mis adicciones, como los
mail del trabajo en el Smart. Así que, ciego, mi dedo elige a Chabon.
Los libros de
policías son una de mis debilidades y he escrito tanto sobre ello que me da
vergüenza repetirme, pero claro, eso presupone que habéis leído todos mis
comentarios al respecto o, más recientemente, mi libro sobre Donna Leon, y como
sé que eso es demasiado, me repito, como en realidad se repiten todas mis
entradas. Solo escribo sobre mí mismo, esa es la cruda realidad, sobre mi
psicología, así, los posts no dejan de ser una terapia barata que
sustituye la ansiedad psicológica del terapeuta o el calor distante del
confesor y puedo, qué alegría, hablar sobre todas las vidas que no han sido y
todo lo que no he imaginado, es decir, puedo hablar sobre mí mismo.
Tiene la
memoria de un convicto, las pelotas de un bombero y la vista de un desvalijador
de casas.
La novela
policiaca necesita policías, es decir, necesita de un cuerpo legalmente constituido
que ejerza el uso legítimo de la autoridad por delegación y de la violencia, si
hace falta. Es un cuerpo complejo porque está pensado para mantener el statu
quo del sistema, es decir, una sociedad occidental burguesa tendrá una
policía que defienda la propiedad privada, la ausencia de la violencia, el mantenimiento
del decoro, por ejemplo; y un estado dictatorial velará por el control y
censura del pensamiento, será ojos y oídos, además de ejercer las funcionas
delegadas que se le atribuyen. Una policía judía en un estado ficcional judío
sito en Alaska, no el Israel soñado que se convierte en una especie de quimera,
velará por el mantenimiento de una ortodoxia propia y de una ideología que
sustente la posibilidad de la epopeya del pueblo. Pero aquí radica la
inteligencia del autor, la epopeya ha muerto y los canadienses y los americanos
han decidido cargarse el estado judío que se asentó en Alaska, vuelven a
llevarlos a la diáspora, a alejarlos del sueño ficcional de la tierra y, en ese
momento exacto, aparecen nuestros policías, una policía casi sin atributos, una
policía que no representa a ninguna idea porque su razón de ser va a
desaparecer y, la trama es divertida, han de resolver muertes y un complot para
que la ortodoxia triunfe sin lugar a dudas.
Así el policía
se convierte en detective, es decir, hay un cambio sutil en el género y se
deambula por ese individualismo que tanto gusta en Norteamérica, Meyer
Landsman es el shammes más condecorado del distrito de Sitka. Y, de repente,
nos damos cuenta de que es bonito encontrarse con el recuerdo noir en el
cerebro, con el policía roto por el alcohol, encontrarse con una literatura de
otra época en esta ucronía estupenda. Ahora el policía funcionario educado
juega con las travesuras de niño malo y te ayudan a sonreír al recordar cuando empezaste
a leer la sordidez de las cloacas del delito y de la miseria humana.
Landsman le
quita el tapón a la botella de vodka y da un trago largo y agarrotado. La
bebida quema como un compuesto de disolvente y lejía. Cuando termina quedan
varios centímetros en la botella, pero Landsman ha quedado lleno hasta arriba
de nada más que la quemadura de los remordimientos.
Esos guiños a la
novela clásica, a los grandes detectives que llenaron mi adolescencia de ávido
lector. ¡Qué placer!
Nunca más
dormirá sin la ayuda de un puñado de Nembutal o sin los buenos oficios de su
M-39 recortada.(…)
No me puedo
creer que estés viviendo así. Dios bendito, ¿no te avergüenzas de ti mismo?
Pero la novela
tiene más, tiene tensión dramática, tiene política, tiene amor, tiene poder y corrupción, tiene
religión, tiene inteligencia, tiene mesianismo, tiene homosexualidad, tiene, en
una palabra, sentido.
La señora
Shpilman pasó mucho rato sentada en la silla Luis XIV, horas, años enteros. Un
frío la invadió, un asco gélido hacia la Creación, hacia Dios y sus obras mal
concebidas. Al principio el horror que sentía pareció cernirse sobre su hijo y
sobre el pecado al que se estaba negando a renunciar, pero pronto se convirtió
en horror a sí misma.
Me ha gustado
mucho, es una novela policíaca atípica, inteligente, amena, política, sexual,
meramente literaria, estupenda, que diría mi amiga Maite. Aquí os dejo algún
dato que os interesa en Debolsillo.
Nº de
páginas: 432
Editorial:
DEBOLSILLO
Idioma:
CASTELLANO
Encuadernación:
Tapa blanda
ISBN:
9788499081397
Año de
edición: 2010
El sindicato
de policía Yiddish imagina una historia alternativa en la que, durante más de
sesenta años, los judíos refugiados y sus descendientes han vivido
tranquilamente en el distrito federal de Sitka, un espacio temporal dependiente
de Estados Unidos, en Alaska, en el que los judíos han residido en paz. Sin
embargo, el sueño de «un hogar para los judíos» parece llegar a su final, y una
vez más la Historia los arrastra a un destino incierto. El asesinato de un
carismático miembro de la comunidad judía servirá para poner de manifiesto las
poderosas fuerzas ocultas que manejan los habitantes de Sitka, así como la
capacidad analítica del fabuloso detective Meyer Landnsma.
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