miércoles, 10 de abril de 2019

Hambre, Sult Knut Hamsun


Estoy a punto de matarme. La afirmación es mucho más prosaica que un grito desesperado por la vida, hecho que no desmerece el que pueda hacer un grito más o menos potente por la vida, ya que, en tiempos de eutanasia, o al menos lo ficcional del debate sobre la eutanasia, el suicidio o el suicidio asistido no están entre mis prioridades vitales. Un accidente te cambia, debería hacerlo; sin embargo, no siento nada especial más allá del dolor físico, de la imposibilidad de hacer como un día ordinario, por eso, tal vez, ya debería brindar al sol: se acabó, al menos por un tiempo, el día de la marmota, la salud física y la anomia vital porque te escuchas mucho más, estás atento a la posición en que debes acostarte o sentarte, en el fondo, te cambia la pequeña vida, pero ¿y la grande? Un accidente, reitero, debería ser un aviso del cosmos para que te recodifiques, para que des gracias por vivir la vida, por despertarte, respirar o mirar con ojos de adolescente las cosas que, todavía, puedan sorprenderte, pero no siento nada especial, no he entrado en una dinámica literaria de autoafirmación o reconstrucción. Soy el mismo, pero jodido.
El hambre me hacía delirar; estaba ebrio de hambre.

Hambre, hambre es lo que deberíamos tener para cambiar la rueda de la fortuna, hambre es lo que debería hacer que intentáramos vivir la vida como si no hubiera mañana: hambre de ser, hambre de movernos, hambre de tiempo. El hambre te devora, te debilita, aunque puede ser el empuje que necesitas. Pero el hambre puede convertirse, tan solo, en una incomodidad física, en una preocupación básica y no ser aprovechada para cambiar. Porque nuestro anónimo personaje, ¿de qué tiene hambre? ¿Por qué tiene hambre? Su hambre le debilita, le condiciona, le miseriza, pero ¿en qué cambia, cómo lo hace? El lector se pregunta si la voluntad va a surtir efecto, si va a ser capaz de ser el hombre nuevo o un simple esclavo del ego, y me temo que el yo se lo come, la vanidad, la ilusión de la ficción, la incapacidad para la frustración. Esa falsa voluntad puede engañarnos, pero hemos de estar atentos, es una moral de esclavos, no el hombre nuevo que pretende ser porque es rehén de sí mismo, de sus fantasías y no es capaz, a través, precisamente de esa voluntad, de ser en el sentido total del término. 

No toleraba la comida; no está hecho para ella; era una singularidad mía, una característica especial.

Así el lector establece poca empatía con el personaje, con su ficción, lo ve desde lejos, lo observa y toma una actitud de distancia protectora: me parece insufrible, un verdadero idiota. Esa es la virtud del autor, el presentarnos a este personaje que no es capaz de sacar nada positivo de la bohemia, hecho que contrasta con autores como Kafka, Bukowski, Miller o Hayashi   que admiraron este libro. He intentado saber las razones por las cuales veían en él algo diferente. Primero porque en la época había lo que había, claro, pero también por su actitud vagabunda, intelectual y tópica que consagra al escritor como un creador resultado de un proceso de sufrimiento. 

¿Tu conciencia, dices? Sandeces, eres demasiado pobre para preocuparte por tu conciencia.

La acción se desarrolla en Oslo (Christiania, y el personaje principal no es nombrado, pero sí otros actantes que ayudan a situarlo en la acción como Ylayali. Es autodestructivo y depresivo. El hambre va rompiendo diferentes aspectos del personaje que vive completamente alienado con un extraño sentido de la dignidad y la moral. El hambre deteriora, el hambre acaba con la dignidad.

Me doy asco a mismo; incluso mis manos me parecen repugnantes. Ese aspecto flácido e impúdico del dorso de mis manos me atormenta, me causa malestar; me siento brutalmente afectado al ver mis esqueléticos dedos, odio mi cuerpo delgado y me estremezco por arrastrarlo conmigo, por sentirlo a mi alrededor.

En cualquier caso, la construcción del personaje obedece a razones literarias, obviamente, y abre el camino para la introspección, las contradicciones y el camino abisal hacia la pérdida de percepción; el hambre como metáfora devastadora de la vida y la voz interior como recurso estilístico para potenciar un nuevo tipo de literatura que sea capaz de aunar cierto autobiografismo con lo puramente ficcional-literario.

Yo tenía la mala costumbre de considerarme superior, de sacudir la cabeza y de decir "no, gracias". En ese momento podía comprobar a lo que conducía tal conducta: pues de nuevo me encontraba en la calle.

Podemos encontrarla en  Ediciones de la Torre.


Título Hambre
Autor Knut Hamsun
ISBN 9788479607920
Formato 160 x 240 mm.
Encuadernación Cartoné
N.º de páginas 220
PVP 18,00 €

El protagonista de Hambre no tiene nombre, no tiene edad, no sabemos nada de su origen o de su familia. Es un hombre sin pasado, arrancado, comouna planta, de su contexto y lanzado al anonimato y la hostilidad de la gran ciudad. Una ciudad, una sociedad, éstas en las que nos movemos, donde el individuo siente con más fuerza su soledad en medio de la multitud, y donde, si queremos comprender a la persona, habremos de prestar atención, como el propio Hamsun decía, a los "secretos movimientos que se realizan inadvertidos en lugares apartados de la mente, de la anarquía imprevisible de las percepciones, de la sutil vida de la fantasía que se esconde bajo la lupa, de esos devaneos sin rumbo que emprenden el pensamiento y el sentimiento, viajes aún no hollados, que se realizan con la mente y el corazón, extrañas actividades nerviosas, murmullos de la sangre, plegarias de huesos, toda la vida interior del inconsciente"Hambre influyó en escritores de la talla de Thomas Mann, Henry Miller, Herman Hesse, Stefan Zwueig, Isaac Singer y otros... y hoy se nos presenta, sin duda, como un texto de nuestro tiempo y de nuestra sociedad.




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