Mañana es el día del padre, me emociona
la capacidad del márquetin moderno para poner el punto sobre algo que debería
ser normalidad, es decir, relaciones paterno filiales sanas. Sin embargo es del
gusto de la industria, esa mano negra
entrañable que nos gobierna, al menos, desde hace ciento cincuenta años, el
inventar el día de, después promocionarlo y, para acabar, obligar con sutil
amenaza de ser un ser anti social, consumir como si no hubiera mañana, posiblemente
no lo haya, pero, ¡qué coño! a mí me importa una higa de las buenas. Uno de los
regalos estrella, por seguir el discurso, es un libro, objeto de veneración,
casi mítico, objeto, repito, dotado de un carácter místico e inalcanzable que
se ofrece tal tesoro maya y que el padre, ser comprensivo, recibe con éxtasis
teresiano porque quedará divino en su estantería de premios planeta y, si es
muy mayor, en la colección completa del reader digest, obra de
referencia en los anales de la literatura.
En estas estoy, rezando, nunca es tarde,
para que a mis hijos no se les pase por la cabeza hacerme ningún regalo, ni,
que decir, acordarse de hacerme una felicitación gratuita y molesta. Imagínense
que tuviera que repartir besos amables y abrazos por doquier y, lo que es peor,
que me comiera el remordimiento y llamara a mi padre, que lo tengo jodido con
sus ochentaypico y la lectura imposible de Solenoide, tengo esa
influencia en los míos, les inoculo el veneno de la literatura y, claro, ya se
sabe, después viene el insomnio y el decirme, “cariño, qué falta hacía a mis
años meterme en esa oscuridad, es que ni un rayo de sol, ni un vestigio de luz,
es el libro más oscuro que he leído en mi vida” para rematar con solera, “ la
Montaña mágica de Mann pudo conmigo, pero este me lo quiero leer” y es que no
hay nada como la literatura para acabar con un padre.
Y vuelvo a Bukowski. Leo en El
confidencial el artículo de Alberto Olmos, Ya
nadie lee a Bukowski y me divierte porque me identifico con muchas de las
cosas que dice y me recuerda cómo empecé con el autor. Así que tomo otro libro
de relatos y me invade cierta sensación de déjà vu como si algunos de
los relatos ya los hubiera leído, que puede ser, así que me propongo revisar
las decenas sobre las que he hablado, pero en el último momento, tal vez
arrepentido, me lanzo a escribir independientemente de si sí o si no, con un
par.
Hijo de Satanás. “Yo tenía once años” y empezaba la
vida, y el recuerdo viene al escritor para descubrir qué. Cuando quiere es un
prosista clásico que sabe jugar con las anécdotas para construir el relato sin
concesiones al lector, solo concentrándose en los hechos que desencadenan la
acción, la anécdota que construye la historia.
La vida de un vagabundo. En Bukowski hay un mundo sin salida, una parte desagradable y sucia que se recrea en lo sórdido como elementos que construyen al ser humano. Aquí tenemos a un vagabundo y su deseo incontrolable de autodestruirse como el personaje sin nombre de Hambre.
A Harry no le gustan los pensamientos
profundos, Los pensamientos profundos podían conducir a errores profundos…
Y el pensamiento del dolor, la existencia
como carente de finalidad, ese existencialismo de ir por casa que nos engancha.
Está jodido, pensó Harry, y yo estoy
jodido. Todos estamos jodidos sólo que de diferentes maneras. No hay verdad, no
hay nada real, no hay nada.
Un día. Un día en la fábrica. Un día en la cadena de
producción. Un día cuando se llega a casa después de trabajar. Un día con la
botella de ginebra. Un día cualquiera en que tus hijos no cenan porque se ha
quemado la comida.
La venganza de los malditos. Me sigue gustando cuando un hecho
acapara la acción narrativa y la configura. Unos vagabundos toman unos grandes
almacenes como una parábola de cómo los desheredados no toman la tierra.
Acción. Es muy difícil explicar las sensaciones de un
jugador en un hipódromo: lo irracional, la soledad, los nervios. Pero él lo
hace a la perfección creando un ambiente que es capaz de plasmar en una
historia más sobre el hipódromo. Además encontramos temas recurrentes: el
desencanto, la soledad, la escritura, el cinismo, “La esclavitud no ha sido
abolida, solamente se ha expandido para incluir a nueve décimas partes dela
población. En todas partes. Santa Mierda.”
Se había casado dos veces con la misma
mujer. Había perdido 350 000 dólares en el hipódromo. No había podido
pagar sus impuestos. Le quitaron la casa, le quitaron todo. Sólo le dejaron el
coche, la máquina de escribir y la mujer. Dinero que debía a Hacienda:
440 000 dólares. ¿Cómo llegaron las cosas a ese punto? Henry solía pagar
un 6% de interés sobre los impuestos atrasados, ahora pagaba un 16%.Y él era
aquel tipo que solía escribir relatos sobre un personaje que escribía en un
cuarto pequeño y se moría de hambre. ¡Qué bien le iba entonces! Ahora debía más
dinero que el que jamás podría ganar. Estaba en la ruina, el gobierno estaba en
la ruina, el mundo estaba en la ruina. ¿Quién coño tenía el maldito
dinero?
El jockey. Los personajes siguen siendo perdedores
en algún sentido, personas que han padecido algún contratiempo que les ha
llevado al sufrimiento.
Camus. Un profesor y jóvenes en la universidad. Un
día cualquiera y una clase caótica porque la literatura moderna se enseña
enfrentando a los alumnos a la vida, a sus contradicciones, no recitando un
canon que parece un misal antiguo.
Allí estaban: aquellas jovencitas,
promesas efímeras, aquellas jovencitas, aquellos fantásticos adornos pasajeros,
tan relucientes, tan frescas. Le gustaban. Los chicos estaban casi tan bien
como las chicas. A medida que pasaban las décadas, chicos y chicas se estaban
volviendo casi iguales.
Fama. Relato americano, si se puede decir así:
duro, directo, sencillo y desprovisto de artificio. Magistral.
John Marlowe y su agente David Hudson
habían estado turnándose al volante. John conducía cuando salieron de las
colinas y se encontraron de frente con la carretera larga y llana que parecía
interminable.
Hacia arriba sin alas. Volar es recobrar los sueños de la
adolescencia, creer en una libertad que no tenemos.
Mala noche. Un hombre solo que busca sexo o
compañía en cualquier caso, un vacío existencial, ya lo he señalado
anteriormente, que conlleva una indiferencia vital. Relato magnífico. Muy
potente.
el sexo no había estado mal con ninguna
de las dos mujeres. Pero gradualmente los matrimonios se convertían en empleos.
Carecían de variedad. En seguida esos dos matrimonios se habían vuelto un
concurso, un concurso de quién podía agotar al otro. Se habían vuelto un juego
de odio. Monty tuvo que abandonar las dos veces. Con los ligues había sido más
o menos lo mismo. ¿Cuántas vidas había como la suya? ¿Cuánta gente que
simplemente continuaba de modo insensato?
Así aparece el sexo como motivo, elemento
de la pasión, elemento primitivo de instintos sin afectos, el sexo como medio
de la existencia.
Las fotos de coños le aburrían. ¿Era eso
lo que querían los hombres? Que farsa maldita, era como meter el mango de una
fregona en un hoyo succionador. Siempre la misma cosa, siglos de la misma cosa.
Un aburrimiento.
Tráeme tu amor. Ya te leí, pienso, en otro libro. Lo
cotidiano y el sexo invaden los espacios de la vida. Es un callejón
difícilmente transitable y mis sensaciones cambian de entonces a hoy. Cuando se
relee la sensación es extraña porque escribo sobre lo escrito, pero también leo
sobre lo leído y lo recordado en mi memoria. Seguro que entonces dije otras
cosas, hoy me dejo llevar por el momento.
La mesa era de hierro, pintada de blanco,
una mesa que duraría siglos. Había un pequeño recipiente con flores en el
centro, flores marchitas y muertas que colgaban de tallos blandos y tristes.
Los escritores. Si vemos las cosas desde la perspectiva
de los escritores todos los tópicos, todas las incoherencias aparecen
desfilando. Es genial poder salirse de uno para escribir del otro.
—¡Follawski! ¡Es tan feo!
¿Cómo puede una mujer besarlo sin vomitar?
—¿Tú crees que realmente ha conocido a
todas esas mujeres sobre las que escribe, Nelson?
Bukowski utiliza el artificio para
hablar sobre sí mismo en un alarde de cinismo e ironía maravilloso.
—¿Por qué lo leen? ¿Por qué compran sus
libros?
—Es por el estilo simple que tiene. Esa
falta de profundidad les da confianza.
Efectivamente escribe sobre la vida,
sobre lo que es como alegoría de lo que
podría ser. No tiene compasión, su arte es artificio, la escritura es un hecho
compulsivo, es una adicción como la bebida.
A Follawski le gustaba que sus páginas
aparecieran entre fotografías de coños despatarrados.
Bloqueado. Qué fina se plantea la línea que divide
la realidad de lo imaginado.
El alcohol le transpiraba por los poros.
Había escrito 27 libros, había sido traducido a 7 u 8 idiomas y nunca había
tenido un bloqueo de escritor, pero ahora tenía un jodido bloqueo de escritor.
El arte de escribir, la pasión que
aparece en multitud de relatos como motivo recurrente. Hipódromo, bar, casas,
escritura. La ironía, Siempre la ironía.
El teléfono sonaba siempre que estaba
follando. Ya no lo hacía. Era escritor, no podía perder el tiempo follando.
Necesitaba el tiempo para escribir sobre sexo.
No hay canciones de amor. Lo cotidiano se puede volver una
ensoñación de realidad, con momentos antológicos.
—Me llamo Rosie —dijo.
—Gordon Plugg —le dije.
—¿Quieres un Chapuzón? —me preguntó
Rosie—, ¿o una Vuelta al Mundo? ¿Quieres un enema, un Perrito Caliente o Lluvia
Dorada? ¿Disciplina Estricta? ¿Una Ventosa Chupadora? ¿Un Francés Completo?
También hago el Tres Manos y el Lazo Malayo. ¿Qué quieres?
—Quiero renovar mi carnet de conducir —le
dije.
—Eso serán 50 pavos.
—¿Tú haces eso?
—Sí.
—Muy bien.
Strikeout. Un incidente en un partido de béisbol con
un árbitro, una gota infinitesimal en el devenir de una historia como si lo que
importase fuera pintar lo que al lector le pasa desapercibido cuando lee la
trama. Siempre una visión específica de la sociedad, una claridad dolorosa.
Todo el campo de béisbol estaba lleno de
millonarios. Los pobres venían a ver jugar a los millonarios. Los millonarios
invertían en artículos y formaban corporaciones. Lo único que tenían que hacer
era golpear y coger esa pequeña pelota blanca durante unos pocos años, utilizar
diferentes métodos para desgravar impuestos, y estaban salvados.
.191. Ese es el promedio de un
bateador. Ese es el número del todo a la nada.
Solo en la cumbre. Ser un gánster significa dominar los
miedos y los tiempos. La muerte debe siempre acompañarte.
Entonces, mientras esperaba, vio una
mosca gorda volando en círculos por toda la habitación. Metió la mano en el
cajón de su mesa, sacó un 45, le quitó el seguro, levantó el revólver y apuntó
a aquella maldita cosa.
Cómprame cacahuates y caramelos. Es el tercer relato seguido sobre el béisbol.
Me interesa por el mundo profesional del deporte: managers. Como la vida misma.
Los hombres entraban y se sentaban
pesadamente en los taburetes de la barra, aturdidos por todo lo que el día les
había hecho. Buscaban algo más pero no había nada más. Bueno, estaba Tanya. Y
algunos tenían esposa en casa. Por eso venían al bar. Y algunas de las esposas
estaban en otros bares.
El ganador. Un combate de boxeo. El desarrollo de la irracionalidad, la dureza todo ello con una plasticidad asombrosa hasta el
momento de la victoria.
No hay trato. Manny Hyman y las Vegas. Otro relato
que vuelve a mí. Me gustó la primera vez. Me gusta la segunda. El cómico y el
espectáculo, la gracia y el síndrome del payaso que se pierde en los abismos de sí mismo.
Lo suficientemente loco. Para saber, Creen que si los
escritores sufren serán mucho mejores. Eso es pura mierda. El sufrimiento es
exactamente igual que cualquier otra cosa: si te dan demasiado, al cabo de un
tiempo puedes hundirte. Es el intento de escapar del sufrimiento lo que crea
grandes escritores: te sientes tan bien que haces que los lectores se sientan
bien.
Chinaski vuelve. Hollywood vuelve. Una
película.
Como siempre, en Anagrama.
ISBN 978-84-339-1467-5
PvP 8,9 €
Núm. Págs.208
Charles Bukowski, la más impactante prosa
de alcantarilla: la indecente energía de la furia, el malhablado lenguaje de
los bares y una exuberante impertinencia constituyen su voz experta en
interrumpir la algarabía de «un mundo lleno de canciones de amor espantosas».
Entre borrachos y suicidas, Bukowski ha
conseguido que los miserables tengan su poeta y que la ironía sea capaz de
derrotar a la peor de las tragedias. ¿No podría, entonces, llevarnos hasta el
infierno y traernos sanos y salvos? Sanos, sí; a salvo, no. Y es que en este
viaje, pleno en humor cruel y furia etílica, Bukowski despliega sus mejores
artes de narrador despiadado para ofrecer una veintena de historias
sarcásticas, explosivas y absolutamente inolvidables.
Nadie sale ileso: ni el boxeador al que
entre round y round le recomiendan tirarse, ni el escritor que va al hipódromo
buscando una «acción» que lo arruina, ni el joven aburrido que lleva una
prostituta a su casa, ni el actor que trata de escapar de la tiranía de la
fama... Ni mucho menos, desde luego, el lector.
Hijo de Satanás, «un triste, cómico y potente libro como
jamás escribió este importante autor», según la revista View,
implica un paseo electrizante por el paisaje de la decadencia. A través de ese
camino, Charles Bukowski ofrece la llave para abrir las secretas puertas del
infierno. El callejón está abierto, y las emociones, aseguradas.
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