martes, 18 de diciembre de 2012

La mano del amo, Tomás Eloy Martínez


¡Y yo que creía que el realismo mágico había pasado de moda! Piensas, mea culpa, que algo no es cuando los grandes gurús de la literatura dicen que algo ha acabado. Lees sesudos tratados sobre el cambio de tendencia, o sobre cómo muere un etilo. Ya no está el realismo de García Márquez, Asturias, Rulfo, Carpentier, de Oneti, fue en un tiempo y ahora hay otra literatura, más trivial  o falsamente intelectual, encumbrada por los intereses editoriales, o la crítica que vive de esos intereses. No lo digo yo, lo dicen ellos mismos. Igual la nómina no es correcta, imperdonable para el profesor de literatura, o sí, o no existe un realismo de los fantástico. Me da lo mismo.

A mí estos debates no me interesan, mi canon es mío, sin sistema, sin método, leo lo que me pide el hígado, lo que me encuentro, buceo en la memoria y recuerdo, miro y escucho, leo, disfruto, o no, pero nadie me dicta lo que quiero, aquí soy libre, me niego a formar parte de la tiranía. Que ¿existe el realismo mágico? bien, que ¿no? ¿y? Yo sé que cuando leo cierta literatura entiendo que es diferente a otra literatura, y eso me sobra. Por eso siempre os digo que no me hagáis mucho caso, leo para sentirme vivo, para conocer la realidad que no existe en este mundo siendo de este mundo, para saber que hay otras dimensiones que creamos conforme nos deslizamos por las paginas escritas. Os habíais preguntado cuántos mundos existen, yo sí, y siempre llego a la misma conclusión: tantos como lectores.
Me ha encantado el libro, he disfrutado de la fluidez de la prosa, de los artificios del lenguaje, de la imaginación, de la complicidad con el lector. Me ha fascinado el uso de la realidad para describir el paraíso que no existe, aunque nos lo presente a la otra orilla de un río circular color púrpura, con unas montañas amarillas de azufre que se erigen como faro de esa felicidad que ansía el hombre, y que se hielan en un invierno a treinta y cinco grados centígrados. He sufrido con la tiranía del gato, de los gatos, que tiranizan a Carmona, nuestro personaje, como antes lo hizo Madre, queriéndose solo a ella, en ella y para ella, tiranizando todas las vidas que lleva ligadas alrededor. Me he sentido cómplice de la garganta de Carmona, de su voz de soprano, de su fa  sobreagudo, de sus madrigales, de su uso como mono de feria, de su cuerpo descomunal encerrado en una voz que llegó antes de la  lectura, de la lectura que llegó después de la música y de la primera frase que su madre le enseñó: la mano del amo, del ama, en realidad; he sentido la calidez de la palabra, el uso y urdimbre de la trama en la muerte, en la vida después de la muerte de Carmona con su madre siendo los gatos, en su trasformación gatuna, en su lengua áspera, en su falta de tacto, en su plato de leche tibia, en las heridas de la lengua. He sentido todo el poder de la literatura, he visto hasta donde podemos llegar con las palabras, me he sentido eterno, he sentido que la literatura está viva en mí, que me puedo emocionar todavía, que soy feliz leyendo una obra bien trabajada.

La realidad nos confunde porque solo queremos conocer la nuestra  y no nos preguntamos cómo será la felicidad, posiblemente porque la felicidad es preguntarse por ella, igual que el paraíso, nosotros somos nuestro paraíso y nuestro infierno, como Carmona, que es su propio infierno y su paraíso, su vida y su muerte.

La novela nos desliza por lo absoluto: la muerte, la gran zanja metafórica que recorre el país de una punta a la otra al igual que una muralla china invertida, una muralla interior llena de zarzas y maleza que no nos deja traspasar las fronteras de nuestras limitaciones; el paraíso añorado por la población metafóricamente representado por una montaña amarilla sulfurosa, es decir, infernal, que da origen a Carmona, por lo tanto a la trama, y que aparece como faro de la felicidad: en realidad el paraíso es el infierno interior del hombre.

En fin, gran novela que publica Alfaguara. Aquí os dejo la sinopsis:


En un territorio dividido por una zanja construida un siglo antes –una muralla china hacia abajo–, el paraíso no está en el mismo sitio para todos. Unas montañas amarillas esconden la felicidad; hay un río redondo de aguas púrpuras, una luna con lunas; un país sin mapas y un tiempo solitario y sin pasado, donde conviven vivos y muertos, recuerdos, sueños y realidades.

En la familia de Carmona, Madre decide el destino de los demás. Ella es también quien no pierde su poder ni siquiera con la muerte. Carmona es un cantante de voz prodigiosa para quien la dicha del paraíso consiste en ser huérfano. Ha heredado una casa y unos gatos que prolongan la voluntad de Madre, quien solo se quiere a sí misma.

El autor de El vuelo de la reina, Premio Alfaguara de novela 2002, crea aquí un universo distinto que nos permite acercarnos al humor y al sexo y encontrarnos también con otros temas que nos preocuparán siempre: los conflictos sociales y políticos, el destino, la muerte, y la búsqueda de la felicidad en un mundo en continuo proceso de transformación. Pero, sobre todo, esta novela puede ser leída como una parábola sobre la creación artística doblegada por el poder.

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