miércoles, 28 de diciembre de 2022

Un buen detective no se casa jamás, Marta Sanz

 


¿De qué se puede hablar cuando no se tiene ganas de hablar? ¿De qué se puede escribir cuando no se tiene ganas de hacerlo? Las fiestas son extrañas porque simbolizan lo mejor, pero también sacralizan tristezas que difícilmente pasan: evocamos el nacimiento, pero también el dolor, las pérdidas, los que están o los que no. Sin embargo, estamos, los que transitamos, tenemos la responsabilidad de vivir, de respirar, de dejar a un lado nuestras proyecciones, nuestros temores y alertar a los otros de que hemos llegado. No es fácil llegar, la vida no parece dejarse ser vivida, lo pone difícil; aun así, millones llegamos, más o menos doloridos, con más o menos carga a la espalda, mas lo hacemos. Eso es lo hermoso, saber que estamos, que el dolor, el miedo o la rabia dejarán paso, algún día, a respirar el aire, mirar al cielo o bañarse en el mar, aprender del error, erradicar la toxicidad, ser inclementes con quienes no nos dejan ser, liberarnos para encontrarnos, prescindir para encontrar. Quien no quiera, que se baje, pero que no nos pida que le acompañemos en sus abismos. Nadie dijo que fuera fácil.

Zarco quiere ser él mismo, detective de la nada, vive la historia del asesinado como invitado, no es su función descubrir al culpable, él está para encontrarse, para aceptar el amor que dejó atrás y vuelve como un eco que dialoga; se instala como un personaje que le acompaña a lo largo de la trama. El detective no sabe dónde está, la novela, pues, transita en la línea difusa de descubrir lo humano, las contradicciones, las pasiones y las proyecciones en los otros: la envidia, el propio temor, el dolor. Pocas pasiones no aparecen en el cúmulo de escrituras que se entrelazan. La lección de la literatura es siempre la misma, no se ha de vivir la vida que no te corresponde, has de saber decir no a quien no puede estar en tu vida, caminar sin temor. Zarco está en el tránsito del deseo. La novela lo logra.

Me gusta mucho la sensibilidad y perspicacia para la descripción que dota al relato de algo más que de trama, se agradece.

 

Marina observa la inmensidad azul. El cielo, el mar y la masa violeta y verde de la montaña contra la que se encajonan los rascacielos. Es sólo un efecto óptico: los rascacielos son una lengua amurallada frente al mar y esta ciudad es una fila de volúmenes ordenados por tamaños, una superposición de pantallas que hay que superar para acceder al siguiente nivel en la consola.

 

También me gusta la enumeración caótica verborrea que avasalla al lector y no le deja pensar. La lucidez hipnótica atrapa sin remedio, el estilo es un prodigio que no te deja centrarte cuando lo lees, es literatura, un juego de artificios, pero me importa poco, me gusta.

 

―Offside!

Por el paseo desfilan las amarteladas parejas de la tercera edad que ya se han puesto de largo para bailar El chachachá del tren. Su noche empieza pronto y no acabará nunca. Instalarán bafles dentro de sus cajas de pino. Algunas mujeres se recuperan de sus malas caídas, de su fractura de cadera, apoyándose en un andador ante la mirada de estar hasta las narices de mucamas-acompañantes cuyos dedos aún no he tenido tiempo de contar. Las mujeres estropeadas ―en la reparación, el traumatólogo no atornilla bien los clavos― resultan perturbadoras para los bailarines nocturnos: esquela, recordatorio, cama de hospital. Otros clanes viejos ―cuadrillas, peñas― que se han entrenado al amanecer en siniestros grupos gimnásticos ―estiramientos de bíceps y de cuádriceps― se dan alegres capones, juegan a los chinos, se adelantan los unos a los otros, piropean a las chicas. A ver quién la tiene más larga. Me los imagino orinando contra el mismo muro para comprobar quién puede mear mayor cantidad y más lejos. Las niñas de catorce años, entre los hierros de sus aparatos dentale, vociferan:

―¡Llevo un pedo psicológico, llevo un pedo psicológico!

 

El castigo más improcedente es machacar a una persona; acto intolerable de egoísmo. No hay excusa porque obedece a una proyección del propio miedo.

 

Procuro olvidarme ―aunque lo recordaré en el insomnio y la semi-penumbra― de que dos de las mujeres que más quiero en el mundo se han ausentado. No me hablan. Están mudas y creo que callan por propia voluntad. Proyecto sobre Marina el rencor que me produce el silencio de Paula. Sumo los mutismos y decido que ninguna de las dos tiene derecho a castigarme.

 

En Anagrama.

 

ISBN 978-84-339-7238-5

EAN  9788433972385

PVP CON IVA    19.9 €

NÚM. DE PÁGINAS    320

COLECCIÓN      Narrativas hispánicas

CÓDIGO    NH 495

PUBLICACIÓN   01/01/2012

OTRAS EDICIONES   Compactos (CM 644)

Zarco, aquel detective tan poco convencional de Black, black, black, cuarentón y gay, ex marido de Paula y luego novio de Olmo -tan joven, tan seductor, y ahora tan infiel- se va de viaje. Para olvidar y para que le olviden. También para huir de la compasión irónica de su ex mujer. Se refugiará en el riurau que la riquísima familia de Marina Frankel, una antigua amiga, tiene en las afueras de una ciudad de la costa mediterránea.

Marina pertenece a una estirpe de gemelas monocigóticas: Amparo y Janni, la primera generación; Marina y su hermana llse; las hijas de llse. Abandonadas por Janni cuando eran niñas, Marina e llse han sido criadas por la tremenda Amparo, única heredera del viejo Orts, que con su vitalidad y su rústico talento para los negocios ha multiplicado la fortuna familiar. Ya mayor, Amparo se casa con Marcos Cambra, un bello podólogo que se parece a Delon, y vive en el riurau rodeado de mujeres que representan las dos caras de una extraña moneda familiar: una casi fea, la otra bellísima. El camaleónico poder de las hermanas rodea de misterio a esta familia de espesa femineidad y enigmas múltiples. Zarco, inesperado detective nunca escueto en palabras, los irá desvelando uno a uno, aunque de repente note, en su interior más recóndito, que también él necesita que alguien lo encuentre...

Este libro es una moderna novela detectivesca y un cuento de hadas que transcurre en el castillo de un país de nunca jamás y acaba con un banquete de celebración. Hay una madrastra, un padre muerto o mudo, una bella a quien vemos dormir, un príncipe sapo, un zapato de cristal, una criada fiel, conjuros para convocar la suerte, un tesoro, la ilusión de un hada madrina, Pepito Grillo, habitaciones cerradas en las que siempre pasa algo que no podemos ver. Y retratos y espejos, infinitos espejos. 

En esta novela se abordan las psicopatologías -políticas, sociales- propias de los cuentos de hadas: sexo, pareja, matrimonio, incesto, duplicidad, castidad, maltrato, la posibilidad de que la madrastra sea la madre y la madre la madrastra, envidia, vampirismo, travestismo, necrofilia, adicciones, servidumbre, abyección... Porque todos somos más de una persona y la literatura quizá no debería empeñarse en ser discreta, recatada y natural como esas mujeres que se pintan sin que se note. Porque esta novela es una mujer que lleva los labios pintados por fuera, el rimel corrido, y tiene un aire a la loca de Chaillot... 

 

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