¿De qué se puede hablar cuando no se tiene ganas de hablar? ¿De qué se puede escribir cuando no se tiene ganas de hacerlo? Las fiestas son extrañas porque simbolizan lo mejor, pero también sacralizan tristezas que difícilmente pasan: evocamos el nacimiento, pero también el dolor, las pérdidas, los que están o los que no. Sin embargo, estamos, los que transitamos, tenemos la responsabilidad de vivir, de respirar, de dejar a un lado nuestras proyecciones, nuestros temores y alertar a los otros de que hemos llegado. No es fácil llegar, la vida no parece dejarse ser vivida, lo pone difícil; aun así, millones llegamos, más o menos doloridos, con más o menos carga a la espalda, mas lo hacemos. Eso es lo hermoso, saber que estamos, que el dolor, el miedo o la rabia dejarán paso, algún día, a respirar el aire, mirar al cielo o bañarse en el mar, aprender del error, erradicar la toxicidad, ser inclementes con quienes no nos dejan ser, liberarnos para encontrarnos, prescindir para encontrar. Quien no quiera, que se baje, pero que no nos pida que le acompañemos en sus abismos. Nadie dijo que fuera fácil.
Zarco
quiere ser él mismo, detective de la nada, vive la historia del asesinado como invitado,
no es su función descubrir al culpable, él está para encontrarse, para aceptar
el amor que dejó atrás y vuelve como un eco que dialoga; se instala como un
personaje que le acompaña a lo largo de la trama. El detective no sabe dónde
está, la novela, pues, transita en la línea difusa de descubrir lo humano, las
contradicciones, las pasiones y las proyecciones en los otros: la envidia, el
propio temor, el dolor. Pocas pasiones no aparecen en el cúmulo de escrituras
que se entrelazan. La lección de la literatura es siempre la misma, no se ha de
vivir la vida que no te corresponde, has de saber decir no a quien no puede
estar en tu vida, caminar sin temor. Zarco está en el tránsito del deseo. La
novela lo logra.
Me
gusta mucho la sensibilidad y perspicacia para la descripción que dota al
relato de algo más que de trama, se agradece.
Marina observa la inmensidad azul. El
cielo, el mar y la masa violeta y verde de la montaña contra la que se
encajonan los rascacielos. Es sólo un efecto óptico: los rascacielos son una
lengua amurallada frente al mar y esta ciudad es una fila de volúmenes
ordenados por tamaños, una superposición de pantallas que hay que superar para
acceder al siguiente nivel en la consola.
También
me gusta la enumeración caótica verborrea que avasalla al lector y no le deja
pensar. La lucidez hipnótica atrapa sin remedio, el estilo es un prodigio que
no te deja centrarte cuando lo lees, es literatura, un juego de artificios,
pero me importa poco, me gusta.
―Offside!
Por el paseo desfilan las amarteladas
parejas de la tercera edad que ya se han puesto de largo para bailar El chachachá
del tren. Su noche empieza pronto y no acabará nunca. Instalarán bafles dentro
de sus cajas de pino. Algunas mujeres se recuperan de sus malas caídas, de su
fractura de cadera, apoyándose en un andador ante la mirada de estar hasta las
narices de mucamas-acompañantes cuyos dedos aún no he tenido tiempo de contar.
Las mujeres estropeadas ―en la reparación, el traumatólogo no atornilla bien
los clavos― resultan perturbadoras para los bailarines nocturnos: esquela, recordatorio,
cama de hospital. Otros clanes viejos ―cuadrillas, peñas― que se han entrenado
al amanecer en siniestros grupos gimnásticos ―estiramientos de bíceps y de
cuádriceps― se dan alegres capones, juegan a los chinos, se adelantan los unos
a los otros, piropean a las chicas. A ver quién la tiene más larga. Me los
imagino orinando contra el mismo muro para comprobar quién puede mear mayor cantidad
y más lejos. Las niñas de catorce años, entre los hierros de sus aparatos
dentale, vociferan:
―¡Llevo un pedo psicológico, llevo un
pedo psicológico!
El castigo
más improcedente es machacar a una persona; acto intolerable de egoísmo. No hay
excusa porque obedece a una proyección del propio miedo.
Procuro olvidarme ―aunque lo recordaré
en el insomnio y la semi-penumbra― de que dos de las mujeres que más quiero en
el mundo se han ausentado. No me hablan. Están mudas y creo que callan por
propia voluntad. Proyecto sobre Marina el rencor que me produce el silencio de
Paula. Sumo los mutismos y decido que ninguna de las dos tiene derecho a
castigarme.
En Anagrama.
ISBN 978-84-339-7238-5
EAN 9788433972385
PVP CON IVA 19.9 €
NÚM. DE PÁGINAS 320
COLECCIÓN Narrativas hispánicas
CÓDIGO NH
495
PUBLICACIÓN 01/01/2012
OTRAS EDICIONES Compactos (CM 644)
Zarco, aquel detective tan poco convencional
de Black, black, black, cuarentón
y gay, ex marido de Paula y luego novio de Olmo -tan joven, tan seductor, y
ahora tan infiel- se va de viaje. Para olvidar y para que le olviden.
También para huir de la compasión irónica de su ex mujer. Se refugiará en
el riurau que la
riquísima familia de Marina Frankel, una antigua amiga, tiene en las
afueras de una ciudad de la costa mediterránea.
Marina pertenece a una estirpe de
gemelas monocigóticas: Amparo y Janni, la primera generación; Marina y su
hermana llse; las hijas de llse. Abandonadas por Janni cuando eran niñas,
Marina e llse han sido criadas por la tremenda Amparo, única heredera del
viejo Orts, que con su vitalidad y su rústico talento para los negocios ha
multiplicado la fortuna familiar. Ya mayor, Amparo se casa con Marcos
Cambra, un bello podólogo que se parece a Delon, y vive en el riurau rodeado de mujeres
que representan las dos caras de una extraña moneda familiar: una casi
fea, la otra bellísima. El camaleónico poder de las hermanas rodea de
misterio a esta familia de espesa femineidad y enigmas múltiples. Zarco,
inesperado detective nunca escueto en palabras, los irá desvelando uno a
uno, aunque de repente note, en su interior más recóndito, que también él
necesita que alguien lo encuentre...
Este libro es una moderna novela
detectivesca y un cuento de hadas que transcurre en el castillo de un país de
nunca jamás y acaba con un banquete de celebración. Hay una madrastra, un
padre muerto o mudo, una bella a quien vemos dormir, un príncipe sapo, un
zapato de cristal, una criada fiel, conjuros para convocar la suerte, un
tesoro, la ilusión de un hada madrina, Pepito Grillo, habitaciones
cerradas en las que siempre pasa algo que no podemos ver. Y retratos y
espejos, infinitos espejos.
En esta novela se abordan las
psicopatologías -políticas, sociales- propias de los cuentos de hadas: sexo,
pareja, matrimonio, incesto, duplicidad, castidad, maltrato, la
posibilidad de que la madrastra sea la madre y la madre la madrastra,
envidia, vampirismo, travestismo, necrofilia, adicciones, servidumbre,
abyección... Porque todos somos más de una persona y la literatura quizá
no debería empeñarse en ser discreta, recatada y natural como esas mujeres
que se pintan sin que se note. Porque esta novela es una mujer que lleva
los labios pintados por fuera, el rimel corrido, y tiene un aire a la loca de
Chaillot...
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