Pasan tantas cosas en un par de semanas que cualquier pensamiento parece que se queda obsoleto antes de ser materializado. A veces pienso en cómo introducir mi próximo post en este blog, construyo mentalmente un discurso que intente comprender i/o analizar un hecho que me pueda preocupar, sin embargo queda rápidamente atrás, como un recuerdo vago e inconsistente que no puede explicar el nuevo mundo que se ha generado en pocos minutos. Hoy veo con preocupación la masacre que el virus hace en la India, los bombardeos de Hamás y la más que probable respuesta israelí, veo los datos del paro o me preocupan las razones por las que no llegan componentes para la industria; leo en las redes sociales a gurús del odio, o asisto como espectador al nacimiento de las nuevas religiones, abandonados los trabajadores, esquilmados, los nuevos popes necesitan políticas identitarias que van o irán cayendo en sus propias contradicciones, pero que generarán, con el proselitismo necesario, nuevos acólitos, que con la genuflexión pertinente, señalarán, vituperarán y militarán en las cruzadas postmodernas de la nada. Mientras respiro el poniente asfixiante de mayo con un libro en las manos, para qué quiero pensar más de lo necesario si tengo pan y circo.
Y a
Cercas le dan el Planeta, me alegro, claro, pero me llama la atención que sea
con una novela de género, es decir, con una novela entretenimiento cuya
finalidad, en todo caso, es satisfacer las necesidades de ocio del espectador
lector. Cercas, sí, el mismo de Soldados
de Salamina o El impostor, el
grandísimo escritor que lleva el falso objetivismo a categoría, se adentra en
un género en el que no me lo imaginaba y eso dice mucho de él, porque ser capaz
de explorar nuevas perspectivas me parece interesante para el creador que no
siempre ha de ser el sesudo intelectual que destripa el golpe de febrero.
La
novela es de policías, es decir, es una novela protagonizada por un policía,
Melchor, al que se le atribuyen características que lo construyen como héroe
atormentado y que podría, en nuestro imaginario, acercarse a alguno de los
detectives de la novela negra. Si bien la acción bascula entre el pasado, que
ayuda a la configuración del personaje, y un presente donde la acción motivada
por un asesinato escabroso muy parecido al que encontramos en la novelística
sueca, la novela mantiene cierto equilibrio narrativo que, desde mi punto de
vista, no favorece al género. Veo cierta distancia, porque aunque el personaje
parezca un antihéroe con todos los ingredientes que le pueden ayudar a serlo:
hijo de una puta, violento, expresidiario, matón de un cárter, atormentado por
el pasado, vemos en él esa distancia, esa falta de pasión que le faltaría para
ser veraz de veras. Eso no impide, no obstante, que la novela se lea muy bien,
sea cómoda e intente abordar algún problema social, hecho este tan de moda en
el género. Sin embargo no la adscribiría en la novela policíaca mediterránea
junto con Camilleri, Donna Leon o
Márkaris. Ahora mismo estoy leyendo la segunda entrega recién publicada, Independencia.
Una
característica de este tipo de novelas es la estereotipación de los personajes
porque l idea es que sean fácilmente identificables. Eso lo consigue: el
sargento mosso d’esquadra independentista, Olga, la mujer de Melchor, débil,
quebradiza, mayor, como proyección del anhelo de una madre; el propio Melchor,
ya analizado o los policías que aparecen en una sucesión como apoyos necesarios
a la acción. Así, con esta técnica, aparece lo que llamo la imagen fílmica con
la que el lector, al que antes he llamado espectador, recrea las imágenes y se
puede, con el tiempo, plasmar en una serie para plataformas. Sirve, la técnica,
como anclaje de la trama.
Vivales resultó ser un hombretón con
cara de pedrada y cuerpo de camionero, despeinado y sin afeitar, que vestía una
gabardina gris, un traje arrugado y una camisa llena de manchas, con el nudo de
la corbata flojo. A pesar de la desconfianza que infundía su aspecto de
picapleitos de tercera, Melchor decidió escucharlo.
El
libro va desarrollándose de manera lineal como en una serie de televisión con
saltos temporales que nos explican acciones o situaciones, sin indagar en
exceso en los conflictos. Sigue las pautas de las novelas de policías donde
aparecen estos de manera coral centralizados en un personaje antihéroe que
encuentra cierto sentido a su vida intentando romper la norma. En ocasiones
algún pensamiento me resulta interesante como este del juez porque incide en
algo que he dicho en innumerables ocasiones sobre lo importante que e aprender
a administrar la frustración.
―Mire, hijo ―le reconviene, asiendo los
tirantes con sus manos regordetas― . En nuestro oficio hay que aprender a
convivir con la frustración. En el suyo y en el mío. Y en cualquiera. Como
decía uno de mis maestros, en eso consiste la vida civilizada: en aprender convivir de manera razonable con la
frustración.
Como
he dicho antes hay alguna reivindicación social tan de moda en la novelística
policíaca, en este caso sobre el papel de la policía.
Entonces te das cuenta de lo que
significa ser policía en este país. De
lo mal que nos tratan, de lo que nos machacan. Sí, claro, cuando las
cosas se ponen feas recurren a nosotros para que los protejamos y nos juguemos
el tipo por ellos. Pero, mientras tanto, nos consideran escoria, nos pagan
sueldos de miseria, nos humillan y, si pudieran, nos tendrían escondidos,
porque les damos vergüenza. Qué asco, Dios. Cuando pienso en estas cosas se me
quitan las ganas de ser policía.
También
aborda el procés de independencia
como elemento.
El sentimiento resultó ser exacto, como
demostró el hecho de que el grupo ni siquiera se agrietara en los días
anteriores y posteriores al referéndum independentista del 1 de octubre, poco
después de su llegada a Terra Alta, cuando el Tribunal Constitucional suspendió
la consulta, los jueces ordenaron a los Mossos d’Esquadra que impidieran la
votación y, presionados por los políticos independentistas que habían convocado
el plebiscito ilegal desde el gobierno autónomo, los mandos del cuerpo dieron a
sus subordinados instrucciones soterradas, pero suficientes de que no
obedecieran a los jueces, o no demasiado, o no del todo. Esta discrepancia
entre las órdenes explícitas de la judicatura y las órdenes de los mandos
provocó tensiones en casi todas las comisarías del cuerpo.
La
novela gana en las historias intercaladas gracias a cierta vena cervantina, así
adquiere más interés porque narra con fluidez construyendo con solidez los
relatos.
Pero sí quiero contarle otro día, otra
escena de otro día, quiero decir. Yo no asistí a ella, me la contaron, o más
bien la reconstruí a partir de frases o comentario que escuché susurrar aquí y
allá, nunca la he tenido del todo clara, quizá porque durante año no quise
tenerla clara, o porque me daba miedo aclararla, y cuando quise hacerlo ya era
tarde. Pero lo esencial sí lo sé.
En Planeta.
Nº de páginas:384
Editorial:PLANETA
Idioma:CASTELLANO
Encuadernación:Tapa dura
ISBN:9788408217848
Año de edición:2019
Plaza de edición:BARCELONA
Un crimen terrible sacude la apacible
comarca de la Terra Alta: los propietarios de su mayor empresa, Gráficas Adell,
aparecen asesinados tras haber sido sometidos a atroces torturas. Se encarga del
caso Melchor Marín, un joven policía y lector voraz llegado desde Barcelona
cuatro años atrás, con un oscuro pasado a cuestas que le ha convertido en una
leyenda del cuerpo y que cree haber enterrado bajo su vida feliz como marido de
la bibliotecaria del pueblo y padre de una niña llamada Cosette, igual que la
hija de Jean Valjean, el protagonista de su novela favorita: Los miserables.
Partiendo de ese suceso, y a través de
una narración trepidante y repleta de personajes memorables, esta novela se
convierte en una lúcida reflexión sobre el valor de la ley, la posibilidad de
la justicia y la legitimidad de la venganza, pero sobre todo en la epopeya de
un hombre en busca de su lugar en el mundo.
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