lunes, 24 de mayo de 2021

El día del ajuste, Adjustment Day, Chuck Palahniuk

 

¡Cuántas veces me tocará hablar de las relaciones humanas! Es un tema inagotable, da para crear un blog en el que solo hablemos de ello. Cada día descubro, entre sorprendido y sumiso, que la realidad no se agota en sí misma y es mucho más amplia de lo que puedo imaginar. Hace poco hablaba de la amistad, de lo importante que es, dentro de ese abanico inabarcable que es las relaciones humanas, de que tener un amigo llena la vida de gozo, de autoafirmación y de ganas de vivir, pero sé que aquello obedecía a un anhelo o , peor, a un estado de ánimo que determinaba mi visión positiva de la vida. Sé que me equivoco, soy adorablemente equívoco o equivocador, o ingenuo, sé que la amistad no es más que un espejismo donde proyectamos nuestro deseo de contentar y ser admitidos; me parece que volvemos inevitablemente a la infancia cuando en el patio del cole buscábamos la aprobación de tal o cual compañero, no descansamos hasta lograrlo, somos inasequibles al desaliento, pero no deja de ser una fantasía de la psique que juega con nosotros como lo que somos, niños.


Primero había existido la era de la religión, cuando las catedrales o las mezquitas dominaban las ciudades. Las cúpulas y los pináculos hacían que todas las estructuras se encogieran a su alrededor y parecieran pequeñas por comparación. Luego había llegado la era del comercio y los rascacielos de los negocios y las columnas acanaladas de los bancos se habían elevado por encima de las iglesias. Las fábricas habían crecido más que las mezquitas de mayor tamaño y los almacenes habían eclipsado a los templos. En tiempos más recientes se había iniciado la era del gobierno, durante la cual habían proliferado en el horizonte los edificios que regulaban la vida civil. Unos monolitos gigantescos que albergaban un poder que la religión y el comercio solo podían soñar con ostentar. Recintos opulentos destinados a proteger y exhibir la soberanía de legisladores y jueces.


Pero volvamos a las relaciones humanas, volvamos a esta época de silencios, de ruido ensordecedor y de temores ante los tiranos de los gestos y las palabras, volvamos a lo políticamente correcto, a lo eufemístico, a los políticos que desvirtúan el sistema en la demagogia, a los gestores que se refugian en la corrupción, en los periodistas que repiten, genuflexos, los discursos que les dicta el amo; volvamos a ver la vida como lo que es, un sinsentido contradictorio y maravilloso llena de rufianes y malabaristas de la existencia, de gente trabajadora, de inválidos emocionales y de gente llena de amor (qué y cómo será su amor). Cierro los ojos y veo una realidad diferente, construida sin la luz de la mañana, tardía, veo a los hombres a mi lado, veo a quienes están y a quienes no están, siento su amor y su desprecio, su ira y su deseo, siento cómo reflejan en sus actitudes lo que son o querrían ser, veo sin ver, porque, de verdad, no hace falta abrir los ojos, somos capaces de mucho más de lo que nos permitimos.

El ajuste. Tela. El ajustar cuentas como parábola de lo prohibido, de la conversación del bar “ si a mí me dejaran esto lo arreglaba en dos días”; el ajuste como literatura, como utopía sin sentido del dorado de las identidades. ¿Qué sería de un mundo en que estas identidades ideologizadas: Black power, LGTBI nation o Supremacistas blancos, dominaran sus respectivos territorios? Pasaría lo imaginado en las ensoñaciones de bar: una nación blanca preocupada por producir hijos; una nación negra de una prosperidad mágica; un mundo LGTBI de relaciones obligadas. Pasaría lo que quieren que pase, lo que nos gritan desde las redes sociales o desde las tribunas políticas y mediáticas los gurúes de la diferencia, del conflicto permanente, de la injusticia por la injusticia; pasaría lo que imaginamos que pasaría, el odio, la diferencia, la discriminación serían imprescindibles para cortar con la disidencia, pero para eso se deberían levantar nuevas fronteras, fronteras que en realidad se han levantado ya, que vivimos y respiramos cada vez que leemos a un gurú del odio. Tendríamos las tan deseadas nuevas religiones laicas.

Si bien el libro es irregular, acierta en la hipérbole, en destacar los rasgos ridículos de la identificación, en usar las violencias como motores del cambio, en señalar que, en ese nuevo territorio mágico que serían los USA, solo caben estas tres identidades, todos los demás deberán marcharse.


Gunnar sostenía que la gente que se muere de hambre no busca el reconocimiento público. Asimismo, los chavales analfabetos no se darán cuenta nunca de que la Historia prescinde de ellos. Pero si alimentas bien al excedente de jóvenes y les das una educación, se convertirán en una manada de lobos voraces y en pos de atención.

 

Esta división de la nación en territorios políticamente correctos, eufemísticos, consagrados a la verdad, la única, fija la ficción en la idea de la imposibilidad de convivir sin ofender al no idéntico, pero claro, las lesbianas se pueden ofender con los gays o los subsaharianos con los magrebíes o los chinos con los filipinos o los hispanos con los WASP, pero toda la estructura es algo infantil porque necesita ser hiperbólica, como he dicho, jugar con el cuento y la exageración para poner el énfasis en lo ridículo del imaginario identitario.


Debido al elevado número de jóvenes homosexuales que había en Caucasia esperando visados de salida, la nación queer estaba buscando de forma intensiva a heterosexuales escondidos para intercambiarlos por los gays que querían emigrar a Gaysia.


La compartimentación por estados los convierte en una sucesión de “cuentos de la criada” donde se exagera el hecho diferencial: los blancos prohíben la ciencia y consagran la fecundidad; los negros son una nueva Florencia, un renacimiento sustentado en lo mágico africano sin parangón en la historia humana; una nación queer plural, tolerante, menos en el sexo y en las relaciones obligadas.


A los hombres de Gaysia se les obligaba a donar [semen], pero las mujeres tampoco carecían de responsabilidades de cara a asegurar el futuro de la nación. A lo largo de la historia se había llamado a filas a los hombres para que cumplieran con el servicio militar. Habían entregado sus cuerpos y sus vidas al Estado. Siguiendo aquel precedente, ahora se alistaba a las mujeres. Si eran elegidas como aptas, las ciudadanas mujeres de Gaysia tenían que aceptar que las inseminaran. La semilla donada se usaba para crear una vida nueva y la mujer la llevaba dentro. Todas las mujeres fértiles eran candidatas, y solo una urgencia médica podía excusar a alguien de servir como madre.


En el fondo todos sabemos que las revoluciones sociales y los movimientos sociales son básicamente urbanitas y universitarios, que se alejan de la gente y no cuentas con los individuos a los que consideran como masa o no aptos; son juegos de salón que los niños bien hacen antes de tomar el té.


En las montañas no se estaba organizando ninguna contrarrevolución de gente que se alimentaba de galletas y conspiraba para recuperar el poder con un poema muy, pero que muy mordazmente brillante.



El paraíso de los negros, esa Florencia imaginada, reproduce con ironía todo el imaginario utópico y victimista racializado y mítico de una raza oprimida; el pensamiento o movimiento woke se impone y es de tal envergadura la sátira que se convierte en puro ácido.


El primer motivo de orgullo para Jamal era el levitador. Los mismos principios electro-espirituales que hacían flotar las grandes pirámides espaciales, aquella misma tecnología de base negra apuntalaba unos vehículos de transporte personal que venían a ser pequeñas plataformas flotantes capaces de planear a velocidades increíbles. A lo largo de la historia, los blancos habían afirmado que las alfombras mágicas no existían simplemente porque eran un logro que ningún blanco podía replicar. Durante mucho tiempo, los blancos habían intentado humillar ostensiblemente a los negros a base de afirmar que estos no habían inventado la rueda.

La criatura llamada Barnabas trató de subirse a la plataforma flotante tal como le indicaba Jamal. En África los negros no habían necesitado ruedas porque volaban. No habían necesitado ningún lenguaje escrito porque combinaban su sabiduría usando la técnica de la amalgamación cognitiva. Toda aquella sabiduría había sido guardada en secreto cuando los europeos habían empezado a invadir el continente.


El mundo gay pierde el sentido lúdico y se convierte en una condena de sus ilusiones, lo somete sus propias contradicciones y críticas.


Los gays, que antaño habían vivido unas vidas tan mundanas y libres, en Gaysia estaban sometidos a la campaña nacional para la reproducción. Las draconianas recogidas de semen dejaban a la mayoría de hombres sin apenas dinero ni energía. Y la mujeres habían perdido por completo el control de sus derechos reproductivos. A todas las mujeres sanas se les pedía que se registraran y en última instancia se las reclutaba para que llevaran...¡no armas, sino bebés!


El mundo blanco es absolutamente nazi, sin medias tintas, llevando a lo extravagante, la ideología de la exclusión.


A los ciudadanos de Caucasia no les iba mucho mejor. Aunque antaño habían sido los reyes de la ciencia, ahora la tenían prohibida. Habían regresado a la agricultura jeffersoniana y reinstaurado una cultura europea blanca. Las grandes metrópolis de Caucasia habían degenerado rápidamente hasta convertirse en letales zonas prohibidas donde los licenciados en humanidades sin techo se cazaban los unos a los otros para devorarse. Los más afortunados habían conseguido escapar para convertirse en siervos de la gleba de los caciques y en mano de obra de las gigantescas plantaciones productoras de alimentos.


Los tenemos en Random house.


Páginas 400

Traductor Javier Calvo Perales

Target de edad Adultos

Tipo de encuadernación Tapa blanda con solapas

Idioma ES

Fecha de publicación 2021-02-01

Autor Chuck Palahniuk

Editorial LITERATURA RANDOM HOUSE

Referencia 9788439737797

La palabra se transmite únicamente entre los elegidos de plena confianza. El misterioso libro azul de Talbott Reynolds pasa de mano en mano en la clandestinidad y una sociedad sedienta de la sangre de la élite se prepara para seguir sus instrucciones: el Día del Ajuste está aquí. Cuando llegue, los Más Odiados de América serán ejecutados y un nuevo orden se instaurará. Y los Estados Unidos se reunificarán en tres nuevos estados separados según la raza y las preferencias sexuales.


Chuck Palahniuk muestra sin tapujos la grotesca realidad que tendría lugar si las fantasías separatistas y las teorías conspirativas que alberga la psique norteamericana se llegasen a imponer. Esta deforme y macabra sátira de la sociedad estadounidense aviva, con una exageración todavía más brutal y en un presente de agitación social sin precedentes, los puñetazos que El club de la lucha asestó al sistema.

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