viernes, 4 de junio de 2021

Máquinas como yo, Machines Like Me, Ian McEwan

 

La tecnología invade todos los espacios de nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestros espacios. La tecnología se ha convertido en la sacralización deificada que puede transformar o crear cualquier cosa: sustituye el anhelo indeleble del hombre de creer que su vida tiene algo más de sentido de lo que sus proyecciones le dicen, que el constructo de su personalidad no se evaporará en el mismo instante de la muerte, porque el hombre moderno no quiere mirar a la muerte, no acepta el devenir oscuro de la existencia, no, necesita emular las hazañas de los dioses, sentirse superior a cualquier deidad que haya existido o que pueda existir, de ahí su obsesión por que la tecnología se convierta en el único fin que, como especie, hemos de conseguir. Sin embargo, la tecnología, no es más que una aplicación mecánica de nuestra inteligencia, una ayuda que nos permite evolucionar a un ritmo diferente, a encontrar nuevos espacios que podamos explorar en nuestro afán aventurero, por eso atrae tanto, por eso nos entregamos a sus abrazos, a sus contradicciones, porque si no lo hacemos, quedaremos desnudos ante un espacio con olor a tierra húmeda ( o quemada, no lo sé, pero desde luego ante la naturaleza que se nos ofrece, en realidad, como la única certeza de destino).

Este libro ahonda las contradicciones de la tecnología construyendo un espacio forzadamente distópico en una Inglaterra ochentera donde Tacher ha perdido la guerra de las Maldivas, y Turing es el genio informático de nuestro tiempo, un mundo que ha creado un androide absolutamente humano que desarrolla una inteligencia artificial capaz de crear o someterse a la conciencia. ¿Dónde radica el interés de esta novela de ciencia ficción? En el desarrollo que hace de la personalidad del hombre, en el análisis filosófico de los márgenes de la ética, de la construcción de la personalidad, de la autopercepción, al fin, como constitutivo de lo humano, como hecho diferencial que se desarrolla en la máquina. Así el ser humano ya es un dios, crea una vida mecánica con olor a aceite, pero con esa capacidad de amar y autopercibirse que, parece ser, nos podría definir como humanos. La reflexión es muy interesante, mucho porque los límites de lo humano se difuminan cuando el androide adquieere las características de lo humano, claro, por eso nos hemos de enfrentar a nuestras contradicciones y aceptar los límites que impone el comportamiento ético, pero ¿qué ocurre si la máquina tiene, también, un comportamiento ético humano?, pues que la máquina es un ser humano no orgánico, claro, y nuestros principios rectores se ven movidos por la evidencia tecnológica. Aquí radica el interés de la obra, precisamente aquí, es decir, en que el lector pueda reflexionar sobre los límites de lo humano.

Hay aspectos, como en algunas novelas, que invitan a la reflexión, eso me gusta de las novelas, que podamos participar de las ideas del autor y sacar nuestras propias conclusiones. Por ejemplo sobre la futilidad del consumo que hace que se difumine el interés por lo real: consumir es un acto efímero que apenas satisface el interés que previamente nos ha suscitado el mismo sistema, interés y desinterés porque lo necesario, a duras penas, sabemos dónde se encuentra.


¿Y qué sucedía con los cascos de potenciación de la cognición, los frigoríficos parlantes y con sentido del olfato? Atrás había quedado el tiempo de la alfoombrilla del ratón, la agenda Filofax, el cuchillo eléctrico, el juego para foundue. El futuro seguía llegando. Nuestros brillantes juguetes nuevos empezaban a oxidarse antes de que pudiéramos llegar con ellos a casa, y la vida seguía más o menos como siempre.


El libro va analizando diferentes aspectos reales, desde el empleo, pasando por la ecosostenibilidad, para describir este mundo que se sitúa en esos falsos ochenta tacherianos. La técnica que utiliza es la de alterar los hechos y jugar con “qué hubiera pasado si”, con lo cual da paso a los personajes olvidados de la historia y a las promesas que se hicieron y nunca pudieron cumplirse, a las ilusiones que se materializan, en esta dimensión de lo literario, pero que fracasan con el mismo estrépito que la realidad que creímos vivir, porque, si una máquina es un ser, la historia, por qué no, puede ser la ficción de una ensoñación maliciosa. Sin embargo, el resultado, es una presentación de nuestra propia vida: no aceptamos la muerte, ni tampoco qué implica el algoritmo.


En la era de la mecanización avanzada y la inteligencia artificial, dijo a la multitud, los empleos ya no podrían protegerse. No en una economía dinámica, inventiva y globalizada. Los empleos para toda la vida eran cosas del pasado.


Poder partir de la IA permite reflexionar sobre las estructuras que nos hacen humanos y que nos configuran como tales. Esa conciencia de que se nutre y cómo interactúa, cuál es su fin o cómo se percibe queda sintetizado en Adán, el androide que siente con claridad el yo, que aprende de sus errores y busca una justicia objetiva y racional, y aquí, en este punto exacto, es donde su vida carece del factor humano: la mentira y la irracionalidad, sí, esta es la clave, porque nuestra moral es mucho más compleja que un equilibrio entre el bien y el mal.


--Un yo creado a partir de la matemática, la ingeniería, ciencia de los materiales y demás… De la nada. Sin historia, y no es que yo quiera una falsa. Antes de mí, nada. Una existencia consciente de sí misma. Soy afortunado por tenerla, pero hay veces e que pienso que debería saber mejor qué hacer con ella. Para qué es. A veces parece que carece por completo de sentido.


Lo encontramos en Anagrama.

 

ISBN 978-84-339-8046-5

EAN 9788433980465

PVP CON IVA 20.9 €

NÚM. DE PÁGINAS 360

COLECCIÓN Panorama de narrativas

CÓDIGO PN 1010

TRADUCCIÓN Jesús Zulaika Goicoechea

PUBLICACIÓN 04/09/2019

McEwan explora la ciencia ficción: ¿puede una máquina llegar a entender y juzgar la complejidad moral de las decisiones de un ser humano?

Londres, años ochenta del siglo pasado. Pero un Londres distópico y alternativo, en el que la historia ha seguido algunos senderos diferentes. Por ejemplo, el Reino Unido ha perdido la Guerra de las Malvinas y el científico Alan Turing no se ha suicidado atormentado por las consecuencias del juicio al que fue sometido en los años cincuenta por su homosexualidad, sino que sigue vivo. No solo vivo, de hecho, sino plenamente activo, y dedicado al desarrollo de la inteligencia artificial, campo en el que ha conseguido un hito: la creación de los primeros seres humanos sintéticos, unos prototipos a los que da el nombre –según su sexo– de Adán y Eva.

Charlie compra uno de los Adanes de la primera hornada, pensados para hacer compañía y ayudar en la casa, y con ayuda de su amante, la joven Miranda, lo programa a su gusto. Pero Miranda oculta un terrible secreto,y ese ser sintético prácticamente perfecto, sin las fisuras pero también sin los matices morales de los verdaderos humanos, acabará descubriéndolo.

Y así, la peculiar relación triangular entre Charlie, Miranda y Adán derivará en una creciente tensión que obligará a los personajes a tomar decisiones difíciles y arrastrará al lector a plantearse dilemas morales tan incómodos como necesarios. Tras deslumbrarnos con esa suerte de revisitación del Hamlet shakespeariano narrada por un feto que era Cáscara de nuez, Ian McEwan afronta otra propuesta osada y ambiciosa, en la que se sirve de la ciencia ficción para lanzar algunas preguntas inquietantes: ¿qué es en definitiva lo que nos hace humanos? ¿Dónde están los límites éticos de la inteligencia artificial? ¿El fin justifica los medios? ¿Puede una máquina llegar a entender y juzgar la complejidad moral de las decisiones de un ser humano?

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