Sigue fluyendo la vida a pesar del dolor, del aluvión de seres que se van difuminando de una manera asombrosa en el éter de los medios. La vida no es ser feliz, esa es la estafa que nos venden los gurús de los nuevos tiempos, esa paja diaria, ese orgasmo sostenido en cuerpos de un ensueño del que se hace difícil despertar. La felicidad es un recurso, un estado transitorio, la vida es dolor, trabajo, amor, frustración, soledad, tristeza, alegrías, la vida es todo ese conjunto que la hace apasionante, difícil, trabajosa, tremendamente compleja de transitar y administrar. La vida, la vida comporta la muerte, la pérdida que se oculta y solo se nos muestra cuando sobrepasa el horror tolerable de las normas, pero la muerte es una parte tan significativa y necesaria en lo humano que asusta aceptar que es normal. Ahora todo cambia sin permiso, somos parte del plan sin estructura de unas mentes que habitan el egoísmo sin miramientos, pero nos queda el refugio de saber que somos humanos, de verdad os lo digo, que sentimos dolor, que podemos aceptar que no somos el algoritmo. No pienso más, necesito que leáis esto que os ofrezco como el pan, como el vino, como el aire que añoráis, ahora, sí, ahora mismo, para abrir la mente y entender que somos mucho más que imágenes:
Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada).
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.
(José Hierro, Vida)
El
libro del que os hablo es hermoso, triste, alegre, difuso, pero hermoso, porque
lo bello se esconde tras las palabras, al acecho, esperando su momento para asaltar
nuestro corazón y recordarnos la belleza de la literatura, para mostrarnos la
inteligencia humana y sus infinitas posibilidades. La muerte, sí, habla de la
muerte y de las pérdidas, de la enfermedad mental y del cáncer, sí, con todas
las letras, habla del odio, del abandono y del reencuentro gracias al amor,
para ello, el mérito, la autora trabaja incansablemente el lenguaje, sus
símbolos centrados en los ojos de la madre, y consigue así, una novela redonda
por inteligente, literaria porque consigue hacernos entender la vida.
Llevaba tres días lloviendo sin parar.
El agua había lavado todo rastro de color y de luz. El campo de girasoles había
perdido los pétalos y ahora parecía un rostro hermoso destrozado por el acné.
Miles de círculos negros, como cráteres, se elevaban tristes en los tallos amarillentos
y pelados. Sentía de forma casi física la falta de pétalos amarillos, de
amapolas rojas, de ciruelas violetas —todo implacablemente arrojado al suelo— y
de Jude.
El
libro comienza vomitando las vísceras al lector a través de la voz del narrador
personaje consiguiendo hacer una composición aproximada de qué vamos a leer en
qué términos y consigue que nos aborden todos nuestros prejuicios.
Aquella mañana en que la odiaba más que
nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea.
Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la ventana
mientras ella esperaba junto a la puerta de la escuela como una pordiosera. La
habría matado con medio pensamiento.
Ante
la enfermedad mental que, presuntamente, padece nuestro héroe (como cualquier
quijote de la literatura, los héroes modernos padecen una especie de alienación
que va de la mano con la locura), el psicoanálisis nos brinda posibilidades de
reflexión apasionantes porque podemos interpretar a través de las acciones
verbales el contenido del alama.
(Cap.
11) Los ojos de mi madre fea eran los restos de una madre ajena muy guapa.
Las ensoñaciones
de los personajes dentro de su mundo onírico y ficcional de sensaciones, crean
pequeños momentos que juegan un papel a la vez turbador y clarificador de sus
caracteres.
De nuevo las rodillas. Pequeñas y lisas,
envueltas en el trozo de piel más fino del cuerpo, como si fueran ellas el
origen de todo su ser y escondieran su corazón u otro órgano vital que la
mantenía viva. Sus rodillas brillantes y obedientes, junto a las cuales me
había caído tantas veces y que había besado tantas mañanas que a veces temía
que se fueran a romper en mi boca como una cáscara de huevo caliente y entonces
ella se escurría cruda, hasta la última gota, a través de las heridas abiertas
por mis labios. Estiré la mano para tocarla, pero mi sueño se hizo miles de
añicos multicolores, y desapareció como un gemido, vivo y forcejeante todavía. Moira.
A
través de los ojos de la madre vamos observando la transformación hacia el amor
en capítulos que se conviertan en verdaderos poemas y ese cambio lo que hace es
reproducir el viaje de nuestro homo viator del odio al amor.
(Cáp.49) Los ojos de mi madre eran las
ventanas de un submarino de esmeraldas.
Es
muy difícil transmitir sentimientos sin caer en lo hortera porque mover a la
lágrima fácil es relativamente sencillo, conmover, reflexionar o acercarse al
alma es mucho más complejo. Hace poco le decía a una amiga que amar no es ser
en el otro, sino mirarlo, comprenderlo y necesitar su alegría. Aquí madre e
hijo establecen una relación moderna de amor odio en que casi no llama la
atención ni la desafección ni el dolor que se infligen; el hijo representa el
drama postmoderno, siendo antiguo, que aunque casi aparece como indiferente, consigue
un giro y ahí es cuando la literatura nos vuelve a decir lo que es verdad: el
alma, la persona sin algoritmo, la gestión del dolor y del amor de la vida, en
suma, como la aventura infinita, compleja y terriblemente hermosa que es.
Comprendí que se acercaba el final. Mi
madre había comenzado en ese momento el viaje hacia el lugar en que se
encuentra ahora. Hacia su estrella en la Osa Menor, hacia su campo de girasoles
suspendido en el cielo o tal vez hacia otro universo, donde existe tan solo un
Mar Entero de Esmeralda, que de vez en cuando se desmigaja y llega a otros
mundos en forma de ojos verdes.
La
literatura puede trabajar con la realidad, con los sueños o con ambos,
transformando la visión del narrador personaje en una infinita sucesión de
impresiones que se agolpan en el lector don una fuerza viva verídica. La novela
converge hacia la comprensión y aceptación de la pérdida a través de la palabra
que loa barca todo con fuerza.
Tengo pies de nuevo me crecen por todas
partes del cuerpo como unos órganos eréctiles las plantas son grandes y rojas
inflamadas y las uñas de perlas multicolores el turbante de mi madre da a luz y
aparece una Moira pequeña en forma de aceituna sin hueso en un palillo empieza
a patearme para meterse en mi boca me crece el vientre y alumbro a una madre sin
cáncer limpia por dentro como un jarón esmaltado mi madre me alumbra de nuevo
no estoy loco mi padre me quiere la abuela recupera la vista y grita el tractor
mika corre entre los árboles con la tripa cosida y tiene una corona de princesa
está casada y no trabaja como dependienta las pinturas enloquecen bailan
obscenamente y aparece el invierno las manzanas se hacen grandes y rojas los
pinceles empujan a los gusanos hacia adentro las nueces salen bajo la piel de
mi madre como granos tienen caparazón de caracol giramos todos por la
habitación y el cielo desciende para que subamos cogemos amapolas en la bóveda
lanzamos los pétalos en mi cama con forma de ataúd maria llama viene el médico.
La tenemos en Impedimenta.
ENCUADERNACIÓN
Rústica con sobrecubierta
FORMATO 13 x
20
ISBN 978-84-17553-03-6
PÁGINAS 256
PRECIO 20,50 €
Traducción de
Marian Ochoa de Eribe
Plena de
emoción y crudeza, Tatiana Ţîbuleac muestra una intensísima fuerza narrativa en
este brutal testimonio que conjuga el resentimiento, la impotencia y la
fragilidad de las relaciones maternofiliales. Una poderosa novela que entrelaza
la vida y la muerte en una apelación al amor y al perdón. Uno de los grandes
descubrimientos de la literatura europea actual.
Aleksy aún recuerda el último verano que
pasó con su madre. Han transcurrido muchos años desde entonces, pero, cuando su
psiquiatra le recomienda revivir esa época como posible remedio al bloqueo
artístico que está sufriendo como pintor, Aleksy no tarda en sumergirse en su
memoria y vuelve a verse sacudido por las emociones que lo asediaron cuando
llegaron a aquel pueblecito vacacional francés: el rencor, la tristeza, la
rabia. ¿Cómo superar la desaparición de su hermana? ¿Cómo perdonar a la madre
que lo rechazó? ¿Cómo enfrentarse a la enfermedad que la está consumiendo? Este
es el relato de un verano de reconciliación, de tres meses en los que madre e
hijo por fin bajan las armas, espoleados por la llegada de lo inevitable y por
la necesidad de hacer las paces entre sí y consigo mismos.
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