Es
curioso cómo nuestros miedos, aquellos que desconocemos, alteran nuestra línea
de visión y nos hacen ver cosas que no existen.
La
novela de Ford tiene eso, es larga, farragosa, se nota cómo el autor se
recrea en la experiencia de la escritura exprimiendo las acciones y los elementos
a que pudiera dar lugar la trama. Los giros
de la historia son interesantes, pero conscientemente, quedan reducidos en el
espacio, no son lo importante. Lo que motiva la escritura es la escritura, las
reflexiones, la capacidad de moverse en un lapso temporal muy reducido. La tentación
para el autor es absoluta, por eso, entiendo, toma la primera persona para
darle más ritmo y hacerla algo más atractiva. Esta pertenecería al tercer
grupo: novelas bien escritas, pero pesadas.
Las
relaciones entre los compañeros y amigos se analizan con precisión para
construir la escena precisa de la vida.
Por
eso odio a los hombres de mi edad. Todos emanamos una sensación de juventud
perdida y tragedia en el horizonte. Resulta imposible no sentir lástima por
cada pequeño revés que sufrimos.
La
novela se lee de manera sencilla, fluida. Trabaja los aspectos cotidianos y la
personalidad de los personajes entretejiendo una acción verosímil para ir
tratando diferentes temas como la especulación inmobiliaria o el ámbito
político.
Eso
era fácil de creer, porque los republicanos están genéticamente dispuestos a
confiar en la naturaleza superficial de todo el mundo, que es donde prospera la
mayoría de las amistades, mientras que los demócratas siempre se enredan con el
sentido profundo de cualquier puñeta, experimentando dudas, arrepintiéndose de
sus actos y volviéndose coléricos, resentidos y
porfiados, que es como languidecen las amistades.
Este tipo de novela, que se recrea en la escritura con largas descripciones,
que rellena una trama que podría escribirse en un relato, tiene consistencia. Esta
apariencia de futilidad, de relleno, va construyendo el ambiente en que
adquiere sentido la historia. Es difícil descubrir, ser ágil y no dormirse en la
ilusión estética. A mí me produce placer, pero cuesta.
Asbury
Park, por donde pasamos ahora y donde he trabajado con algunos bancos, se ha
ido convirtiendo lamentablemente a lo largo de los años en una bolsa de pobreza
en medio de los adinerados y entrelazados municipios de la costa, de Deal a
Allenhurst, de Avon a Bay Head. Esas acaudaladas ciudades necesitaban
asistencia doméstica de confianza que pudiera llegar en autobús, y Asbury se
prestó a esa tarea. Ilusionados negros procedentes de Bergen County y Crown
Heights, somalíes y sudaneses recién bajados del avión, más tenderos iraníes a
quienes Harlem resultaba demasiado duro, pueblan ahora las calles por donde
pasamos. Aquí y allá, perdura una sombreada Linden Lane o una bien cuidada
Walnut Court, con su anciano dueño y ocupante trabajando en su parcela mientras
se hunde el precio de la vivienda y ese factor empieza a incidir en su
economía. Y eso se nota en la mayoría de las calles: ventanas arrancadas,
mansiones cerradas con tablas, césped lleno de hierbajos, aceras deshechas,
chapuzas mecánicas en plena calle, negros esperando algo en las esquinas, niños
recorriendo las aceras con triciclos, y voluminosas señoras africanas con
pañuelos de colores vivos apoyadas en las barandillas de los porches, viendo
pasar a la gente. Asbury Park cien podría ser Menphis o Birmingham: nada ni
nadie parecería fuera de lugar.
La
tenemos en Anagrama.
ISBN 978-84-339-7481-5
EAN 9788433974815
PVP
CON IVA 29 €
NÚM.
DE PÁGINAS 736
COLECCIÓN Panorama de narrativas
CÓDIGO PN 700
TRADUCCIÓN Benito Gómez Ibáñez
PUBLICACIÓN 01/04/2008
OTRAS
EDICIONES Compactos (CM 493)
Tras
años de incertidumbre emocional, Frank Bascombe se encuentra instalado en una
madurez relativamente feliz, aunque en el fondo no tan apacible como le
gustaría. Sigue trabajando como agente inmobiliario, ahora en la empresa que
posee en Sea-Clift, en la zona costera de Nueva Jersey, donde se fue a vivir
junto a su segunda esposa. Inesperadamente, esta le abandona. Poco después
descubre que padece un cáncer de próstata. Se resquebraja así el -frágil-
bienestar que había logrado obtener.
Acción
de Gracias relata los días previos a este día festivo del año
2000 (en plena disputa electoral entre Bush y Gore), en los que los
acontecimientos se precipitan y devienen en un importante punto de inflexión en
la vida del ex periodista deportivo. De nuevo acompañaremos a Bascombe en sus
travesías en automóvil por las carreteras de Nueva Jersey, de encuentro en
encuentro (con su empleado tibetano, algunos clientes, su exesposa, viejos
amigos...), mientras rememora su pasado reciente, reflexiona sobre su situación
actual y anticipa los días venideros; a un nivel inmediato, el día de Acción de
Gracias, y más a largo plazo, en cuanto al devenir de su propia existencia. «No
hay escape de la vida, hay que afrontarla en su totalidad», concluye Frank
Bascombe: ante la cercanía y la toma de conciencia del propio final intentará
aceptarse a sí mismo y a los que le rodean, un catártico proceso nada sencillo
para alguien tan desligado de sus sentimientos y emociones como este
meditabundo y solipsista agente inmobiliario, en quien se encarnan las más
hondas tribulaciones del hombre moderno.
Acción
de Gracias supone la culminación del ciclo narrativo de Frank Bascombe,
iniciado hace veinte años con El periodista deportivo, la novela que
consagró a Richard Ford como uno de los escritores más importantes de su
generación, y continuado diez años después por El Día de la Independencia (que
obtuvo los premios Pulitzer y PEN/Faulkner). Un extraordinario cierre a una
trilogía que supone un hito en las letras norteamericanas contemporáneas.
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