15 abril 2025

Acción de gracias, The Lay of the Land, Richard Ford

Cuando empiezo a leer una novela, me siento obligado a terminarla. No siempre es un placer, a veces se convierte en un calvario interminable. Las razones son muchas. Puede que la escritura sea mediocre y su torpeza me irrite. Otras veces, la trama se deshilacha antes de tiempo, sin misterio, como si el autor me hubiese revelado el final desde las primeras páginas. Me aburro. También sucede que el texto me gusta, pero el autor se regodea en su propio talento, disfrutando de su escritura más de lo que lo hace el lector. Ser profesional de lo literario tiene estas servidumbres. Francisco Umbral, sin duda, era mi ídolo. Contaban que, cuando le llegaba una novela que no le gustaba, la lanzaba directamente a su piscina vacía. Un monstruo. Mi piscina está llena, mis estanterías también, pese a las limpiezas y expurgas a los que las someto de vez en cuando. Ahora me inclino por lo virtual, por el préstamo bibliotecario infinito. Tal vez sería más fácil deslizar el dedo sobre la pantalla y borrar para siempre el libro que no me atrapa, pero no puedo. Es el castigo de mi inteligencia. Como Sísifo, empujo una y otra vez la misma roca, subo la montaña con cada libro, juro que nunca más... y vuelvo al inicio para retomar la escalada. Es lo que tienen los vicios.

Es curioso cómo nuestros miedos, aquellos que desconocemos, alteran nuestra línea de visión y nos hacen ver cosas que no existen.

 

La novela de Ford tiene eso, es larga, farragosa, se nota cómo el autor se recrea en la experiencia de la escritura exprimiendo las acciones y los elementos a que pudiera  dar lugar la trama. Los giros de la historia son interesantes, pero conscientemente, quedan reducidos en el espacio, no son lo importante. Lo que motiva la escritura es la escritura, las reflexiones, la capacidad de moverse en un lapso temporal muy reducido. La tentación para el autor es absoluta, por eso, entiendo, toma la primera persona para darle más ritmo y hacerla algo más atractiva. Esta pertenecería al tercer grupo: novelas bien escritas, pero pesadas.

Las relaciones entre los compañeros y amigos se analizan con precisión para construir la escena precisa de la vida.

 

Por eso odio a los hombres de mi edad. Todos emanamos una sensación de juventud perdida y tragedia en el horizonte. Resulta imposible no sentir lástima por cada pequeño revés que sufrimos.

 

La novela se lee de manera sencilla, fluida. Trabaja los aspectos cotidianos y la personalidad de los personajes entretejiendo una acción verosímil para ir tratando diferentes temas como la especulación inmobiliaria o el ámbito político.

 

Eso era fácil de creer, porque los republicanos están genéticamente dispuestos a confiar en la naturaleza superficial de todo el mundo, que es donde prospera la mayoría de las amistades, mientras que los demócratas siempre se enredan con el sentido profundo de cualquier puñeta, experimentando dudas, arrepintiéndose de sus actos y volviéndose coléricos, resentidos y  porfiados, que es como languidecen las amistades.


Este tipo de novela, que se recrea en la escritura con largas descripciones, que rellena una trama que podría escribirse en un relato, tiene consistencia. Esta apariencia de futilidad, de relleno, va construyendo el ambiente en que adquiere sentido la historia. Es difícil descubrir, ser ágil y no dormirse en la ilusión estética. A mí me produce placer, pero cuesta.

 

Asbury Park, por donde pasamos ahora y donde he trabajado con algunos bancos, se ha ido convirtiendo lamentablemente a lo largo de los años en una bolsa de pobreza en medio de los adinerados y entrelazados municipios de la costa, de Deal a Allenhurst, de Avon a Bay Head. Esas acaudaladas ciudades necesitaban asistencia doméstica de confianza que pudiera llegar en autobús, y Asbury se prestó a esa tarea. Ilusionados negros procedentes de Bergen County y Crown Heights, somalíes y sudaneses recién bajados del avión, más tenderos iraníes a quienes Harlem resultaba demasiado duro, pueblan ahora las calles por donde pasamos. Aquí y allá, perdura una sombreada Linden Lane o una bien cuidada Walnut Court, con su anciano dueño y ocupante trabajando en su parcela mientras se hunde el precio de la vivienda y ese factor empieza a incidir en su economía. Y eso se nota en la mayoría de las calles: ventanas arrancadas, mansiones cerradas con tablas, césped lleno de hierbajos, aceras deshechas, chapuzas mecánicas en plena calle, negros esperando algo en las esquinas, niños recorriendo las aceras con triciclos, y voluminosas señoras africanas con pañuelos de colores vivos apoyadas en las barandillas de los porches, viendo pasar a la gente. Asbury Park cien podría ser Menphis o Birmingham: nada ni nadie parecería fuera de lugar.

  

La tenemos en Anagrama.

 

ISBN 978-84-339-7481-5

EAN 9788433974815

PVP CON IVA     29 €

NÚM. DE PÁGINAS    736

COLECCIÓN      Panorama de narrativas

CÓDIGO   PN 700

TRADUCCIÓN   Benito Gómez Ibáñez

PUBLICACIÓN  01/04/2008

OTRAS EDICIONES   Compactos (CM 493)

Tras años de incertidumbre emocional, Frank Bascombe se encuentra instalado en una madurez relativamente feliz, aunque en el fondo no tan apacible como le gustaría. Sigue trabajando como agente inmobiliario, ahora en la empresa que posee en Sea-Clift, en la zona costera de Nueva Jersey, donde se fue a vivir junto a su segunda esposa. Inesperadamente, esta le abandona. Poco después descubre que padece un cáncer de próstata. Se resquebraja así el -frágil- bienestar que había logrado obtener.

Acción de Gracias relata los días previos a este día festivo del año 2000 (en plena disputa electoral entre Bush y Gore), en los que los acontecimientos se precipitan y devienen en un importante punto de inflexión en la vida del ex periodista deportivo. De nuevo acompañaremos a Bascombe en sus travesías en automóvil por las carreteras de Nueva Jersey, de encuentro en encuentro (con su empleado tibetano, algunos clientes, su exesposa, viejos amigos...), mientras rememora su pasado reciente, reflexiona sobre su situación actual y anticipa los días venideros; a un nivel inmediato, el día de Acción de Gracias, y más a largo plazo, en cuanto al devenir de su propia existencia. «No hay escape de la vida, hay que afrontarla en su totalidad», concluye Frank Bascombe: ante la cercanía y la toma de conciencia del propio final intentará aceptarse a sí mismo y a los que le rodean, un catártico proceso nada sencillo para alguien tan desligado de sus sentimientos y emociones como este meditabundo y solipsista agente inmobiliario, en quien se encarnan las más hondas tribulaciones del hombre moderno.

Acción de Gracias supone la culminación del ciclo narrativo de Frank Bascombe, iniciado hace veinte años con El periodista deportivo, la novela que consagró a Richard Ford como uno de los escritores más importantes de su generación, y continuado diez años después por El Día de la Independencia (que obtuvo los premios Pulitzer y PEN/Faulkner). Un extraordinario cierre a una trilogía que supone un hito en las letras norteamericanas contemporáneas.

 

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