miércoles, 15 de abril de 2020

El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Márquez


Aunque no ha sido el apocalipsis zombi, nos acercamos a la hecatombe sistémica con que Hollywood amenaza cada cierto tiempo en las pantallas de nuestros televisores (nótese la ironía metonímica). Así que en mi encierro interior y exterior deambulo por mi casa como un espectro atendiendo cualquier señal de vida más allá de las paredes, observo, escucho y aplaudo como cualquier autómata a las ocho de la tarde mirando las ventanas, viendo las mismas caras como si fueran amigos antiguos que no acabo de recuperar en la memoria. Pero no importa amigos, esta entrada es de celebración, de autocelebración y aniversario sin fecha, es lo que tiene este formato de escritura, sí, celebro mi aniversario número cuatrocientos, nada más y nada menos. Cuatrocientas entradas en el espacio, como un jinete postmoderno con un cohete entre las piernas, cuatrocientas del ala, ¡toma colonialismo!, cuatrocientos libros que he leído con devoción y cristianamente, es decir, hasta el final, me hayan gustado o no, haya disfrutado o no, como una penitencia a la que me obliga mi alma de pecador. Mi padre me dice que aproveche mi talento natural, he dicho que esta entrada es de autobombo, y me pregunto en el yerno de los pasillos, si el talento no es más que una ilusión que el otro proyecta sobre uno, o sea, que el talento no es más que una impresión del amor, me lo huelo, porque el talento implica trabajo, voluntad, disciplina, concentración; me decía hace poco un amigo que gano si me concentro, es posible, pero no mantengo la concentración, soy un TDAH como un pino, sin duda, menos mal que me he autodiagnosticado a tiempo y podré gozar de adaptaciones a medida de mi problema (nótese la concesión que os hago, compañeras).

Así que aquí estoy, reflexionando sobre la letra y el espacio, sobre la pandemia que nos devuelve a nuestro estado primero e, insisto, nos hace recuperar el silencio que tanto he reivindicado, el silencio interior y exterior, la soledad, el nosotros mismos que nos limpia del ruido infernal de nuestras vidas: conversaciones vacuas, trivialidad insoportable, necesidades impuestas, relaciones sociales tóxicas, vorágine complaciente, estrés incontrolable, miedo, triunfo, poder. Aquí estoy, digo, y he de escribir una crítica. Me voy a parar aquí. Mi blog no pretende ser un espacio de crítica literaria, es decir, no manejo bibliografía, no me detengo en aspectos controvertidos, no rehago interpretaciones de académicos ni utilizo las herramientas metodológicas que obliga al ensayo literario. Mi blog es un espacio coloquial de un lector, una biblioteca comentada donde puedo acudir en cualquier momento y revisar anotaciones que he hecho sobre algunas lecturas; un blog es como una bitácora, un diario íntimo de mis viajes por cientos de espacios y universos que configuran dimensiones que ahora conozco. No he ido al exotismo de países de ensueño, he viajado, sí, pero de una manera conservadora, así que desde pequeño me he visto obligado a leer como alternativa maravillosa a la obscenidad de la geografía. Por eso celebro la feliz idea, que fue inducida, de haberme adentrado en esta aventura bizantina que me ha dado la posibilidad de conocerme mucho más de lo que hubiera esperado, a conocer, también, a tantos personajes que me han acompañado por este periplo vital que me trae hasta vosotros. Porque hasta vosotras he llegado, hasta los lectores que leen sobre lo que yo leo, hasta quienes se gustan de participar de mi viaje y disfrutan con la finalidad para la que fue creado el blog. Para todos vosotros es, para mí, por supuesto, pero esta obscenidad pornográfica que llevo practicando tanto tiempo, me ha permitido seguir sin conoceros, mas me habéis dado la posibilidad de gozar de loo que más me gusta. Escribir.
Es evidente que me dejo muchas cosas por decir, es necesario, quiero seguir escribiendo, sí que me atrevo a presentaros el libro que he elegido para esta efeméride: El amor en los tiempos del cólera, claro, cómo no, funciona como una ironía perfecta de nuestro tiempo , como elemento de atracción fatal de nuestros temores. Pero os equivocáis, no he elegido el libro por esas razones, porque la peste que nos anega no está en el aire, sino en nuestros corazones, así que pensé qué elegir. Decidí que había de ser una relectura. Además una lectura que me hubiera proporcionado placer, que me hubiera despertado sensaciones encontradas, que me hubiera emocionado. Además era importante que no la hubiera apreciado lo suficiente cuando la leí; quería que me proporcionara elementos suficientes para reflexionar entreteniéndome y, además, que supiera que me iba a gustar. Mi relación con la relectura siempre es difícil, muy difícil, temo enfrentarme a los recuerdos que pueda haber reconstruido, a lo idealizado. Releo poco, vamos, por eso estuve pensando varios días qué hacer y me decidí por ella, me decidí al final nada más por un detalle: cumplía todas las premisas, pero además, aportaba un elemento fundamental: cuando una sociedad abandona a sus mayores, cuando los individuos nos olvidamos de los padres, cuando dejamos de lado nuestra cultura para abrazar posiciones tan íntimamente relacionadas con la predestinación y el destino manifiesto, es necesario parar y mirar quiénes son, quiénes fueron, qué somos y en qué nos convertiremos. Amigos, el paraíso terrenal no existe, siento ser yo quien os lo diga, la muerte es lo que somos y adonde inexorablemente vamos; existe el dolor, la traición, el egoísmo y la ceguera, pero hermanas, no os preocupéis, también existe el amor.
Y eclosiona sin remedio en sus páginas, triunfa en cada una de las aventuras efímeras que Florentino explora en el viaje interminable de su vida. Porque sí, es una novela de amor, romántica, que dicen ahora, un folletín sin enmienda, no lo oculta, una novela hermosa, inteligente, equilibrada, con una estructura perfecta, donde el autor no teme ser y donde es capaz de mostrarnos todos sus logros estilísticos: la extensión de los enunciados, la puntuación, la construcción sintáctica, la elección léxica, el entramado de historias, la connotación, lo literario, pues, se abre camino sin vergüenza, tomando lo mejor de otros géneros y encajándolo sin demora. El inicio. ¡Qué difícil es comenzar bien una novela! En mi única entrada sobre el autor (prometo hacer una de Cien años de soledad) hablaba de la importancia de comenzar bien una novela, de ser capaz de sintetizar qué se quiere decir y proyectar toda la trama con pocas palabras. Cuando he vuelto a esta novela, que leí con su publicación en el año 1985, y he leído la primera línea me he estremecido, me ha brotado, literalmente, lágrimas de agradecimiento, me ha emocionado porque me ha recordado la felicidad y dicha de haber sido elegido por mi memoria como su lector. No cabe más belleza e inteligencia, ni perfección formal, como os he dicho. Cuando me preguntan que cómo debe de comenzar una novela mi contestación es con una línea, solo con una línea donde se condense, repito, todo el poder de la palabra, la entrega del talento al lector. Escuchaba, en ese momento el Divertimento in D major K205 de Mozart. Qué cosas.

Era inevitable: el olor de las almendras amargas recordaba siempre el destino de los amores contrariados.

Hay muchísimos elementos de los que no os voy a hablar. Me he fijado en aspectos concretos queme han llamado la atención, que me han dicho algo en el momento en que los he subrayado, este es el fin de este blog, hablar de lo que me habla a mí. uno de los aspectos, pues, es el uso delas descripciones tanto de personas como ambientes o lugares. En ocasiones utiliza el contraste final entre diferentes elementos, por ejemplo, entre la ciudad moderna burguesa de los criollos frente a los barrios suburbiales de mulatos y negros del puerto; la madera podrida frente al olor a limpio. Si cierras los ojos observas la imagen de una película (me parecen muy interesantes los aspectos del lenguaje fílmico en la novela) inmortal, como un cinematógrafo eterno que eche la película en nuestro ánimo mientras suena a lo lejos una banda sonora que nos acompaña.

La independencia del domino español, y luego la abolición de la esclavitud, precipitaron el estado de decadencia honorable en que nació y creció el doctor Juvenal Urbino. Las grandes familias de antaño se hundían en silencio dentro de sus alcázares desguarnecidos. En los vericuetos de las calles adoquinadas que tan eficaces habían sido en sorpresas de guerras y desembarcos de bucaneros, la maleza se descolgaba por los balcones y abría grietas en los muros e cal y canto aun en la mansiones mejor tenidas, y la única señal viva al as dos de la tarde eran los lánguidos ejercicios de piano en la penumbra de la siesta. Adentro, en los frescos dormitorios saturados de incienso, las mujeres se guardaban del sol como de un contagio indigno, y aun en las misas de madrugada se tapaban la cara con la mantilla. Sus amores eran lentos y difíciles, perturbados a menudo por presagios siniestros, y la vida les parecía interminable. Al anochecer, en el instante opresivo del tránsito, se alzaba de las ciénagas una tormenta de zancudos carniceros, y una tierna vaharada de mierda humana, cálida y triste, revolvía en el fondo del ama la certidumbre de la muerte.

Si bien, como hemos visto, se maneja en el realismo subjetivo que determina lo descrito desde la perspectiva del uso del lenguaje por parte del autor y dota a la descripción de la visión particular, Márquez usa lo mágico, lo hiperbólico de lo real como imaginado en otras descripciones que nos acercan a otras novelas del autor.

había apelado a los recursos más arduos de su pasión pedagógica, hasta que el loro aprendió a hablar francés como un académico. Después, por puro vicio de la virtud, le enseñó el acompañamiento de la misa en latín y algunos trozos escogidos del Evangelio según San Mateo, y trató sin fortuna de inculcarle una noción mecánica de las cuatro operaciones aritméticas

Así, tras la emergencia de las primeras páginas, tras la presentación de la amistad, de los secretos de la vida y de la muerte, el amor va llamando a la puerta. Es una historia de amor verdadero, de las vidas que comienzan cuando este entra y llama sin aviso. Así, la historia de Florentino debe empezar con un desencadenante argumental que propicie su tránsito sobre la vida, la muerte y los amores camuflados que caracterizarán su vida. Fermina Daza vuelve a nacer en la narración después de que la novela parecía clausurada y así, se nos anuncia que el presente quedará en suspenso mientras se resuelva el laberinto del amor.

La lección no se interrumpió, pero la niña levantó la vista para ver quién pasaba por la ventana, y esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor que medio siglo después aún no había terminado.

Un aspecto que me acompaña en la lectura es que no puedo dejar de pensar en la palabra exuberancia, ni tampoco en los encuentros que veo con El Quijote. Cervantes planea sobre la escritura como un cóndor y Alonso Quijano se materializa en el bueno de Florentino de una manera irremediable. No solo la estructura de la historia que encierra historias engarzadas, de las tramas sucesivas encadenadas, de las reflexiones morales, sino la propia configuración del personaje. Florentino lo lee todo sobre el amor, pero como buen personaje romántico tiende hacia la autodestrucción, pero con la novedad de mantenerse para la amada. Es interesante comprobar la pervivencia del romanticismo en hispanoamérica con sus ecos franceses y alemanes, así emula a Wether o Moreau en el dolor desmesurado del amor, y a Quijano en su construcción de un homo viator de alcobas y de lector impenitente del amor y de la poesía de florituras. Cervantes está presente. Márquez en Vivir para contarla, dijo «hasta que un amigo me aconsejó que lo pusiera (El Quijote) en la repisa del inodoro y tratara de leerlo mientras cumplía con mis deberes cotidianos. Solo así lo descubrí, como una deflagración, y lo gocé al derecho y al revés hasta recitar de memoria episodios enteros». Así Alonso Quijano vuelve la ficción caballeresca de su mente en una realidad que le invita a creer que la ficción no es literatura y Florentino embebido de los folletines de lágrimas, cree que el amor es la única fuerza para ser feliz, por eso transita sin remedio por los laberintos carnales y la inflamación de un loco ingenuo y feliz.(Gracias profesor Manuel Cabello Pino por su hermoso artículo El influjo cervantino en El amor en los tiempos del cólera)

La lectura se le convirtió en un vicio insaciable. Desde que lo enseñó a leer, su madre le compraba los libros ilustrados de los autores nórdicos, que se vendían como cuentos para niños, pero que en realidad eran los más crueles y perversos que podían leerse a cualquier edad. Florentino Ariza los recitaba de memoria a los cinco años, tanto en las clases como en las veladas de la escuela, pero la familiaridad con ellos no le alivió el terror. Al contrario, lo agudizaba. De allí que el paso a la poesía fue como un remanso. Ya en la pubertad había consumido por ordende aparición todos los volúmenes de la Biblioteca Popular que Tránsito Ariza les compraba a los libreros de lance del Portal de los Escribanos, y en los que había de todo, desde Homero hasta el menos meritorio de los poetas locales. Pero él no hacía distinción: leá el columen que llegara, como una orden dela fatalidad, y no le alcanzaron todos sus años de lecturas para saber qué era bueno y qué no lo era en lo mucho que había leído. Lo único que tenía claro era que entre la prosa y los versos prefería os versos, y entre estos prefería los de amor, que aprendía de memoria aun sin proponérselo desde la segunda lectura, con tanta más facilidad cuanto mejor rimados y medidos, y cuanto más desgarradores.

Uno de los aspectos inquietantes sería determinar las razones que llevan al autor a llamar al amor en el cólera. Entiendo que el cólera tiene una doble dimensión, por un lado la médica, es una enfermedad que se extiende en las orillas del río y que golpea por sistema cada cierto tiempo, ahí aparece ya el padre de Juvenal Urbino, y luego él mismo como personaje: todo personaje que se precie ha de tener su alter ego, su equilibrio emocional y narrativo que resalte sus flaquezas y heroicidades, por eso se necesita a Juvenal Urbino, su moderación incluso en la infidelidad, su saber estar, su apostura, su perfecta insulsez, su amor sin amor, su matrimonio de equilibrista. Y por otro adquiere un significado imaginado de los estragos que la vida hace en las personas, las convenciones sociales, la hipocresía que se extiende como una pandemia y no deja ser.

Desde que se proclamó el bando del cólera, en el alcázar de la guarnición local se disparo un cañonazo cada cuarto de hora, de día y de noche, de acuerdo con la superstición cívica de que la pólvora purificaba el ambiente. El cólera fue mucho más encarnizaddo con la población negra, por ser la más numerosa y pobre, pero en realidad no tuvo miramientos de colores ni linajes. Cesó de pronto como había empezado, y nunca se conoció el número de sus estragos, no porque fuera imposible establecerlo, sino porque una de nuestras virtudes más usuales era el pudor de las desgracias propias.

Así, se extiende por el río y aldeas, es reincidente en la naturaleza que deviene siempre personaje, signo inaugural de la literatura hispanoamericana desde la alucinación edénica de Colón en sus diarios cuando creyó ver el paraíso terrenal, por eso el río inhóspito del principio, con sus selvas y el ruido de sus micos no domados, esa literatura que fue, se calma y se civiliza en la parte final de la novela, desapareciendo las florestas y dando lugar a un yermo para el amor de senectud. Florentino transitará ambos cóleras, ambos ríos, como una maldición divina en su doble confinamiento de amante sin amor de su oficina y amante pleno en el camarote del tránsito final.

El capitán no pudo obtener ninguna información sobre aquel signo alarmante, porque el otro buque no respondió a sus señales. Pero ese mismo día encontraron otro que estaba cargando ganado para Jamaica, y este informó que el buque con la bandera de la peste llevaba dos enfermos de cólera, y que la epidemia estaba haciendo estragos en el trayecto del río que aún les faltaba por navegar. Entonces se prohibió a los pasajeros abandonar el buque no sólo en los puertos siguientes, sino aun en los lugares despoblados donde arrimaba a cargar leña. De modo que el resto del viaje hasta el puerto final, que duró otros seis días, los pasajeros contrajeron hábitos carcelarios. Entre estos, la contemplación perniciosa de un paquete de postales pornográficas holandesas que circuló e mano en mano sin que nadie supiera de dónde habían salido, aunque ningún veterano del río ignoraba que eran apenas un muestrario de la colección legendaria del capitán. Pero hasta esa distracción sin porvenir terminó por aumentar el hastío.

Nuestro héroe, pues, se abre paso entre los estragos del río y de la vida. Sus dos primeras relaciones, de muchas más que tendrá y que le ayudarán a llegar virgen al amor, son abruptas, salvajes, donde la mujer domina su deseo cautivo, su necesidad de un amor verdadero, pero aparentemente enfermizo, y lo hace con la heroicidad inteligente de la imaginación, con la belleza de la lengua. No nos engañemos, no hay nada más hermoso y prohibido que la lengua.

Sentada en el borde de la cama donde Florentino Ariza estaba acostado sin saber qué hacer, empezó a hablarle de su dolor inconsolable por el marido muerto tres años antes, y mientras tanto iba quitándose de encima y arojando por los aires los crespones de la viudez, hasta que no le quedó puesto ni el anillo de bodas. Se quitó la blusa de tafetán con bordados de mostacilla, y la arrojó a través del cuarto en la poltrona del rincón, tiró el corpiño por encima del hombro hasta el otro lado de la cama, se quitó de un solo tirón la falda talar con el pollerín de volante, la faja de raso del liguero y las fúnebres medias de seda, y lo esparció todo por el piso, hasta que el cuarto quedó tapizado con las últimas piltrafas de su duelo. Lo hizo con tanto alborozo, y con unas pausas tan bien medidas, que cada gesto suyo parecía celebrado por los cañonazos de las tropas de asalto, que estremecían la ciudad hasta los cimientos(...)no había de entender nunca cómo unas ropas de penitente habían podido disimular los ímpetus de aquella potranca cerrera que lo desnudo sofocada por su propia fiebre,como no podía hacerlo con el esposo para que no la creyera una corrompida, y que trató de saciar en un solo asalto la abstinencia férrea del duelo, con el aturdimiento y la inocencia de cinco años de fidelidad conyugal.

Como he señalado, una de las virtudes de la novela es el paso de las tramas entre los diferentes personajes entrelazándose en encrucijadas complejas. Fermina es una mujer difícil, de carácter, por eso debe contrastar con Florentino en todas las fases vitales que ellos van andando para poder descubrir si es posible encontrar el amor verdadero.

Pero cuando tuvo que enfrentar la decisión de casarse con Juvenal Urbino sucumbió en una crisis mayor, al darse cuenta de que no tenía razones válidas para preferirlo después de haber rechazado sin razones válidas a Florentino Ariza. En realidad, lo quería tan poco como al otro, pero además lo conocía mucho menos, y sus cartas no tenían la fiebre de las cartas del otro, ni le había dado tantas pruebas conmovedoras de su determinación. La verdad es que las pretensiones de Juvenal Urbino no habían sido nunca planteaadas en términos de amor, y era por lo menos curioso que un militante católico como él sólo le ofreciera bienes terrenales: la seguridad, el orden, la felicidad, cifras inmediatas que una ve sumadas podrían tal vez parecerse al amor: casi el amor. Pero no lo eran, y estas dudas aumentaban su confusión, porque tampoco estaba convencida de que el amor fuera en realidad lo que más falta le hacía para vivir.

Nuestro personaje femenino sigue creciendo en el marasmo de un matrimonio conveniente y de un amor pausado, esperable, por eso cuando llega el hijo cambia, se refugia en el amor hacia el niño como espacio propio, como una necesidad de sentir que está viva.

Se refugió en el hijo recién nacido. Ella lo había sentido salir de su cuerpo con el alivio de liberarse de algo que no era suyo, y había sufrido el espanto de sí misma al comprobar que no sentía el menos afecto por aquel ternero de vientre que la padrona le mostró en carne viva, sucio de sebo y de sangre, y con la tripa umbilical enrollada en el cuello. Pero en la soledad del palacio aprendió a conocerlo, se conocieron, y descubrió con un grande alborozo que los hijos no se quieren por ser hijos sino por la amistad de la crianza.

La novela presenta un tiempo cierto, se aleja del tiempo mítico, que cuando se entrelazan las tramas de manera lineal, es un tiempo percibido en el interior de los personajes que viven en lo que piensan y sienten, así las acciones van y vienen y se proyectan para que las edades se conviertan en literatura.

De modo que la tarde en que vio las golondrinas en los cables de la luz repasó su pasado desde el recuerdo más antiguo, repasó sus amores de ocasión, los iincontrables escollos que había tenido que sortear para alcanzar un puesto de mando, los incidentes sin cuento que le había causado su determinación encarnizada de que Fermina Daza fuera suya, y él de ella por encima de todo y contra todo, y solo entonces descubrió que se le estaba pasando la vida. Lo estremeció un escalofrío de las vísceras que lo dejó sin luz, y tuvo que soltar las herramientas de jardín y apoyarse en el muro del cementerio para que no lo derribara el primer zarpazo de la vejez.

El devenir del amor y de las vidas consigue encuentros puntuales, pequeños guiños que se permite el amor.

Florentino Ariza lo asimiló siempre como un comportamiento propio del carácter de Fermina Daza. Pero aquella tarde se pregunto con su infinita capacidad de ilusión si una indiferencia tan encarnizada no sería un subterfugio para disimular un tormento de amor.

Otro de los temas que aparece es la muerte, el vacío de los espacios que debe ocuparse sin la presencia del ser amado, la necesidad de tomar las riendas de una vida sin compañía. Muerte física y muerte del alma. En nuestros tiempos del cólera, de esta peste antigua, pero postmoderna anunciada en televisión y a golpe de twitter, cuando la vejez se ve como un peligro y la muerte se oculta tras la cifra, es necesario recordar que los espacios vacíos se tendrán que rellenar y que la memoria nos golpeará porque hemos dejado muchas cosas por decir.

Al despertar en su primera mañana de viuda, se había dado vuelta en la cama, todavía sin abrir los ojos, en busca de una posición mas cómoda para seguir durmiendo, y fue en ese momento cuando él murió para ella. Pues sólo entonces tomó conciencia de qu é había pasado la noche por primera vez fuera de casa. La otra impresión fue en la mesa, no porque se sintiera sola, como en efecto lo estaba, sino por la certidumbre rara de estar comiendo con alguien que ya no existía.

Y llegamos al viaje final, a la resolución de todas las tramas, que es la misma, a un Florentino que por fin recobra la cordura no en su lecho de muerte, sino en la vejez porque por fin la literatura obedece a un fin cierto, no a la ficción desbocada y premonitoria, sino a un amor adolescente perpetuo.

Era una carta de seis pliegos que no tenía nada que ver con ninguna otra que hubiera escrito alguna vez. No tenía ni el tono, ni el estilo, ni el soplo retórico de los primeros años del amor, y su argumento era tan racional y bien medido,q ue el perfume de una gardenia hubiera sido un exabrupto.

La realidad es mera imaginación, los ojos transforman para que el cerebro procese las imágenes y se vaya abriendo en nuestra visión la ternura, el amor y la belleza del deseo.

Al final, cuando las caricias se deslizaron por su vientre, tenía ya bastante anís en el corazón.
Si hemos de hacer pendejadas, hagámoslas —dijo—, pero que sea como la gente grande.
Lo llevó al dormitorio y empezó a desvestirse sin falsos pudores con las luces encendidas. Florentino Ariza se tendió bocarriba en la cama, tratando de recobrar el cominio, otra vez sin saber qué hacer con la piel del tigre que había matado. Ella le dijo:"No mires". Él preguntó por qué sin apartar la vista del cielo raso.
Porque no te va a a gustar —dijo ella.
Entonces él la miro, y la vio desnuda hasta la cintura, tal como la había imaginado. Tenía los hombros arrugados, los senos caídos y el costillar forrado de un pellejo pálido y frío como el de una rana. Ella se tapó el pecho con la blusa que acababa de quitarse, y apagó la luz. Entonces él se incorporó y empezó a desvertirse en la oscuridad, tirando sobre ella cada pieza que se quitaba, y ella se las devolvía muerta de risa.

Y llegamos al final. Las últimas páginas de viaje fluvial es un canto a la vida, al sentido de las cosas, a la felicidad, a las ganas de vivir, es tan emocional y hermoso que solo puedes leerlo llorando de dicha porque el libro te haya elegido como lector de este milagro de la palabra, de la imaginación sin fisuras del maestro. Cuando lees la última palabra, tu corazón se rebosa a sí mismo y se pierde en el viaje interminable de la literatura. Si el comienzo determina, el final te recuerda qué es literatura.

El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte,la que no tiene límites.
¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?— le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
Toda la vida— dijo.

Debolsillo

La historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza, en el escenario de un pueblecito portuario del Caribe y a lo largo de más de sesenta años, podría parecer un melodrama de amantes contrariados que al final vencen por la gracia del tiempo y la fuerza de sus propios sentimientos, ya que García Márquez se complace en utilizar los más clásicos recursos de los folletines tradicionales. Pero este tiempo —por una vez sucesivo, y no circular—, este escenario y estos personajes son como una mezcla tropical de plantas y arcillas que la mano del maestro modela y fantasea a su placer, para al final ir a desembocar en los territorios del mito y la leyenda. Los zumos, olores y sabores del trópico alimentan una prosa alucinatoria que en esta ocasión llega al puerto oscilante del final feliz.






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