Aunque
no ha sido el apocalipsis zombi, nos acercamos a la hecatombe
sistémica con que Hollywood amenaza cada cierto tiempo en las
pantallas de nuestros televisores (nótese la ironía metonímica).
Así que en mi encierro interior y exterior deambulo por mi casa como
un espectro atendiendo cualquier señal de vida más allá de las
paredes, observo, escucho y aplaudo como cualquier autómata a las
ocho de la tarde mirando las ventanas, viendo las mismas caras como
si fueran amigos antiguos que no acabo de recuperar en la memoria.
Pero no importa amigos, esta entrada es de celebración, de
autocelebración y aniversario sin fecha, es lo que tiene este
formato de escritura, sí, celebro mi aniversario número
cuatrocientos, nada más y nada menos. Cuatrocientas entradas en el
espacio, como un jinete postmoderno con un cohete entre las piernas,
cuatrocientas del ala, ¡toma colonialismo!, cuatrocientos libros que
he leído con devoción y cristianamente, es decir, hasta el final,
me hayan gustado o no, haya disfrutado o no, como una penitencia a la
que me obliga mi alma de pecador. Mi padre me dice que aproveche mi
talento natural, he dicho que esta entrada es de autobombo, y me
pregunto en el yerno de los pasillos, si el talento no es más que
una ilusión que el otro proyecta sobre uno, o sea, que el talento no
es más que una impresión del amor, me lo huelo, porque el talento
implica trabajo, voluntad, disciplina, concentración; me decía hace
poco un amigo que gano si me concentro, es posible, pero no mantengo
la concentración, soy un TDAH como un pino, sin duda, menos mal que
me he autodiagnosticado a tiempo y podré gozar de adaptaciones a
medida de mi problema (nótese la concesión que os hago,
compañeras).
Así
que aquí estoy, reflexionando sobre la letra y el espacio, sobre la
pandemia que nos devuelve a nuestro estado primero e, insisto, nos
hace recuperar el silencio que tanto he reivindicado, el silencio
interior y exterior, la soledad, el nosotros mismos que nos limpia
del ruido infernal de nuestras vidas: conversaciones vacuas,
trivialidad insoportable, necesidades impuestas, relaciones sociales
tóxicas, vorágine complaciente, estrés incontrolable, miedo,
triunfo, poder. Aquí estoy, digo, y he de escribir una crítica. Me
voy a parar aquí. Mi blog no pretende ser un espacio de crítica
literaria, es decir, no manejo bibliografía, no me detengo en
aspectos controvertidos, no rehago interpretaciones de académicos ni
utilizo las herramientas metodológicas que obliga al ensayo
literario. Mi blog es un espacio coloquial de un lector, una
biblioteca comentada donde puedo acudir en cualquier momento y
revisar anotaciones que he hecho sobre algunas lecturas; un blog es
como una bitácora, un diario íntimo de mis viajes por cientos de
espacios y universos que configuran dimensiones que ahora conozco. No
he ido al exotismo de países de ensueño, he viajado, sí, pero de
una manera conservadora, así que desde pequeño me he visto obligado
a leer como alternativa maravillosa a la obscenidad de la geografía.
Por eso celebro la feliz idea, que fue inducida, de haberme adentrado
en esta aventura bizantina que me ha dado la posibilidad de conocerme
mucho más de lo que hubiera esperado, a conocer, también, a tantos
personajes que me han acompañado por este periplo vital que me trae
hasta vosotros. Porque hasta vosotras he llegado, hasta los lectores
que leen sobre lo que yo leo, hasta quienes se gustan de participar
de mi viaje y disfrutan con la finalidad para la que fue creado el
blog. Para todos vosotros es, para mí, por supuesto, pero esta
obscenidad pornográfica que llevo practicando tanto tiempo, me ha
permitido seguir sin conoceros, mas me habéis dado la posibilidad de
gozar de loo que más me gusta. Escribir.
Es
evidente que me dejo muchas cosas por decir, es necesario, quiero
seguir escribiendo, sí que me atrevo a presentaros el libro que he
elegido para esta efeméride: El amor en los tiempos del cólera,
claro, cómo no, funciona como una ironía perfecta de nuestro tiempo
, como elemento de atracción fatal de nuestros temores. Pero os
equivocáis, no he elegido el libro por esas razones, porque la peste
que nos anega no está en el aire, sino en nuestros corazones, así
que pensé qué elegir. Decidí que había de ser una relectura.
Además una lectura que me hubiera proporcionado placer, que me
hubiera despertado sensaciones encontradas, que me hubiera
emocionado. Además era importante que no la hubiera apreciado lo
suficiente cuando la leí; quería que me proporcionara elementos
suficientes para reflexionar entreteniéndome y, además, que supiera
que me iba a gustar. Mi relación con la relectura siempre es
difícil, muy difícil, temo enfrentarme a los recuerdos que pueda
haber reconstruido, a lo idealizado. Releo poco, vamos, por eso
estuve pensando varios días qué hacer y me decidí por ella, me
decidí al final nada más por un detalle: cumplía todas las
premisas, pero además, aportaba un elemento fundamental: cuando una
sociedad abandona a sus mayores, cuando los individuos nos olvidamos
de los padres, cuando dejamos de lado nuestra cultura para abrazar
posiciones tan íntimamente relacionadas con la predestinación y el
destino manifiesto, es necesario parar y mirar quiénes son, quiénes
fueron, qué somos y en qué nos convertiremos. Amigos, el paraíso
terrenal no existe, siento ser yo quien os lo diga, la muerte es lo
que somos y adonde inexorablemente vamos; existe el dolor, la
traición, el egoísmo y la ceguera, pero hermanas, no os preocupéis,
también existe el amor.
Y
eclosiona sin remedio en sus páginas, triunfa en cada una de las
aventuras efímeras que Florentino explora en el viaje interminable
de su vida. Porque sí, es una novela de amor, romántica, que dicen
ahora, un folletín sin enmienda, no lo oculta, una novela hermosa,
inteligente, equilibrada, con una estructura perfecta, donde el autor
no teme ser y donde es capaz de mostrarnos todos sus logros
estilísticos: la extensión de los enunciados, la puntuación, la
construcción sintáctica, la elección léxica, el entramado de
historias, la connotación, lo literario, pues, se abre camino sin
vergüenza, tomando lo mejor de otros géneros y encajándolo sin
demora. El inicio. ¡Qué difícil es comenzar bien una novela! En mi
única entrada
sobre el autor (prometo hacer una de Cien años de soledad)
hablaba de la importancia de comenzar bien una novela, de ser capaz
de sintetizar qué se quiere decir y proyectar toda la trama con
pocas palabras. Cuando he vuelto a esta novela, que leí con su
publicación en el año 1985, y he leído la primera línea me he
estremecido, me ha brotado, literalmente, lágrimas de
agradecimiento, me ha emocionado porque me ha recordado la felicidad
y dicha de haber sido elegido por mi memoria como su lector. No cabe
más belleza e inteligencia, ni perfección formal, como os he dicho.
Cuando me preguntan que cómo debe de comenzar una novela mi
contestación es con una línea, solo con una línea donde se
condense, repito, todo el poder de la palabra, la entrega del talento
al lector. Escuchaba, en ese momento el Divertimento in D major
K205 de Mozart. Qué cosas.
Era
inevitable: el olor de las almendras amargas recordaba siempre el
destino de los amores contrariados.
Hay
muchísimos elementos de los que no os voy a hablar. Me he fijado en
aspectos concretos queme han llamado la atención, que me han dicho
algo en el momento en que los he subrayado, este es el fin de este
blog, hablar de lo que me habla a mí. uno de los aspectos, pues, es
el uso delas descripciones tanto de personas como ambientes o
lugares. En ocasiones utiliza el contraste final entre diferentes
elementos, por ejemplo, entre la ciudad moderna burguesa de los
criollos frente a los barrios suburbiales de mulatos y negros del
puerto; la madera podrida frente al olor a limpio. Si cierras los
ojos observas la imagen de una película (me parecen muy interesantes
los aspectos del lenguaje fílmico en la novela) inmortal, como un
cinematógrafo eterno que eche la película en nuestro ánimo
mientras suena a lo lejos una banda sonora que nos acompaña.
La
independencia del domino español, y luego la abolición de la
esclavitud, precipitaron el estado de decadencia honorable en que
nació y creció el doctor Juvenal Urbino. Las grandes familias de
antaño se hundían en silencio dentro de sus alcázares
desguarnecidos. En los vericuetos de las calles adoquinadas que tan
eficaces habían sido en sorpresas de guerras y desembarcos de
bucaneros, la maleza se descolgaba por los balcones y abría grietas
en los muros e cal y canto aun en la mansiones mejor tenidas, y la
única señal viva al as dos de la tarde eran los lánguidos
ejercicios de piano en la penumbra de la siesta. Adentro, en los
frescos dormitorios saturados de incienso, las mujeres se guardaban
del sol como de un contagio indigno, y aun en las misas de madrugada
se tapaban la cara con la mantilla. Sus amores eran lentos y
difíciles, perturbados a menudo por presagios siniestros, y la vida
les parecía interminable. Al anochecer, en el instante opresivo del
tránsito, se alzaba de las ciénagas una tormenta de zancudos
carniceros, y una tierna vaharada de mierda humana, cálida y triste,
revolvía en el fondo del ama la certidumbre de la muerte.
Si
bien, como hemos visto, se maneja en el realismo subjetivo que
determina lo descrito desde la perspectiva del uso del lenguaje por
parte del autor y dota a la descripción de la visión particular,
Márquez usa lo mágico, lo hiperbólico de lo real como imaginado en
otras descripciones que nos acercan a otras novelas del autor.
había
apelado a los recursos más arduos de su pasión pedagógica, hasta
que el loro aprendió a hablar francés como un académico. Después,
por puro vicio de la virtud, le enseñó el acompañamiento de la
misa en latín y algunos trozos escogidos del Evangelio según San
Mateo, y trató sin fortuna de inculcarle una noción mecánica de
las cuatro operaciones aritméticas
Así,
tras la emergencia de las primeras páginas, tras la presentación de
la amistad, de los secretos de la vida y de la muerte, el amor va
llamando a la puerta. Es una historia de amor verdadero, de las vidas
que comienzan cuando este entra y llama sin aviso. Así, la historia
de Florentino debe empezar con un desencadenante argumental que
propicie su tránsito sobre la vida, la muerte y los amores
camuflados que caracterizarán su vida. Fermina Daza vuelve a nacer
en la narración después de que la novela parecía clausurada y así,
se nos anuncia que el presente quedará en suspenso mientras se
resuelva el laberinto del amor.
La
lección no se interrumpió, pero la niña levantó la vista para ver
quién pasaba por la ventana, y esa mirada casual fue el origen de un
cataclismo de amor que medio siglo después aún no había terminado.
Un
aspecto que me acompaña en la lectura es que no puedo dejar de
pensar en la palabra exuberancia, ni tampoco en los encuentros que
veo con El Quijote. Cervantes planea sobre la escritura como
un cóndor y Alonso Quijano se materializa en el bueno
de Florentino de una manera irremediable. No solo la
estructura de la historia que encierra historias engarzadas, de las
tramas sucesivas encadenadas, de las reflexiones morales, sino la
propia configuración del personaje. Florentino lo lee todo sobre el
amor, pero como buen personaje romántico tiende hacia la
autodestrucción, pero con la novedad de mantenerse para la amada. Es
interesante comprobar la pervivencia del romanticismo en
hispanoamérica con sus ecos franceses y alemanes, así emula a
Wether o Moreau en el dolor desmesurado del amor, y a
Quijano en su construcción de un homo viator de
alcobas y de lector impenitente del amor y de la poesía de
florituras. Cervantes está presente. Márquez en Vivir
para contarla, dijo «hasta
que un amigo me aconsejó que lo pusiera (El Quijote) en la repisa
del inodoro y tratara de leerlo mientras cumplía con mis deberes
cotidianos. Solo así lo descubrí, como una deflagración, y lo gocé
al derecho y al revés hasta recitar de memoria episodios enteros».
Así Alonso Quijano vuelve la ficción caballeresca de su
mente en una realidad que le invita a creer que la ficción no es
literatura y Florentino embebido de los folletines de
lágrimas, cree que el amor es la única fuerza para ser feliz, por
eso transita sin remedio por los laberintos carnales y la inflamación
de un loco ingenuo y feliz.(Gracias profesor Manuel Cabello Pino
por su hermoso artículo El influjo cervantino en El amor en los
tiempos del cólera)
La
lectura se le convirtió en un vicio insaciable. Desde que lo enseñó
a leer, su madre le compraba los libros ilustrados de los autores
nórdicos, que se vendían como cuentos para niños, pero que en
realidad eran los más crueles y perversos que podían leerse a
cualquier edad. Florentino Ariza los recitaba de memoria a los cinco
años, tanto en las clases como en las veladas de la escuela, pero la
familiaridad con ellos no le alivió el terror. Al contrario, lo
agudizaba. De allí que el paso a la poesía fue como un remanso. Ya
en la pubertad había consumido por ordende aparición todos los
volúmenes de la Biblioteca Popular que Tránsito Ariza les compraba
a los libreros de lance del Portal de los Escribanos, y en los que
había de todo, desde Homero hasta el menos meritorio de los poetas
locales. Pero él no hacía distinción: leá el columen que llegara,
como una orden dela fatalidad, y no le alcanzaron todos sus años de
lecturas para saber qué era bueno y qué no lo era en lo mucho que
había leído. Lo único que tenía claro era que entre la prosa y
los versos prefería os versos, y entre estos prefería los de amor,
que aprendía de memoria aun sin proponérselo desde la segunda
lectura, con tanta más facilidad cuanto mejor rimados y medidos, y
cuanto más desgarradores.
Uno
de los aspectos inquietantes sería determinar las razones que
llevan al autor a llamar al amor en el cólera. Entiendo que el
cólera tiene una doble dimensión, por un lado la médica, es una
enfermedad que se extiende en las orillas del río y que golpea por
sistema cada cierto tiempo, ahí aparece ya el padre de Juvenal
Urbino, y luego él mismo como personaje: todo personaje que se
precie ha de tener su alter ego, su equilibrio emocional y
narrativo que resalte sus flaquezas y heroicidades, por eso se
necesita a Juvenal Urbino, su moderación incluso en la infidelidad,
su saber estar, su apostura, su perfecta insulsez, su amor sin amor,
su matrimonio de equilibrista. Y por otro adquiere un significado
imaginado de los estragos que la vida hace en las personas, las
convenciones sociales, la hipocresía que se extiende como una
pandemia y no deja ser.
Desde
que se proclamó el bando del cólera, en el alcázar de la
guarnición local se disparo un cañonazo cada cuarto de hora, de día
y de noche, de acuerdo con la superstición cívica de que la pólvora
purificaba el ambiente. El cólera fue mucho más encarnizaddo con la
población negra, por ser la más numerosa y pobre, pero en realidad
no tuvo miramientos de colores ni linajes. Cesó de pronto como había
empezado, y nunca se conoció el número de sus estragos, no porque
fuera imposible establecerlo, sino porque una de nuestras virtudes
más usuales era el pudor de las desgracias propias.
Así,
se extiende por el río y aldeas, es reincidente en la naturaleza que
deviene siempre personaje, signo inaugural de la literatura
hispanoamericana desde la alucinación edénica de Colón en sus
diarios cuando creyó ver el paraíso terrenal, por eso el río
inhóspito del principio, con sus selvas y el ruido de sus micos no
domados, esa literatura que fue, se calma y se civiliza en la parte
final de la novela, desapareciendo las florestas y dando lugar a un
yermo para el amor de senectud. Florentino transitará ambos cóleras,
ambos ríos, como una maldición divina en su doble confinamiento de
amante sin amor de su oficina y amante pleno en el camarote del
tránsito final.
El
capitán no pudo obtener ninguna información sobre aquel signo
alarmante, porque el otro buque no respondió a sus señales. Pero
ese mismo día encontraron otro que estaba cargando ganado para
Jamaica, y este informó que el buque con la bandera de la peste
llevaba dos enfermos de cólera, y que la epidemia estaba haciendo
estragos en el trayecto del río que aún les faltaba por navegar.
Entonces se prohibió a los pasajeros abandonar el buque no sólo en
los puertos siguientes, sino aun en los lugares despoblados donde
arrimaba a cargar leña. De modo que el resto del viaje hasta el
puerto final, que duró otros seis días, los pasajeros contrajeron
hábitos carcelarios. Entre estos, la contemplación perniciosa de un
paquete de postales pornográficas holandesas que circuló e mano en
mano sin que nadie supiera de dónde habían salido, aunque ningún
veterano del río ignoraba que eran apenas un muestrario de la
colección legendaria del capitán. Pero hasta esa distracción sin
porvenir terminó por aumentar el hastío.
Nuestro
héroe, pues, se abre paso entre los estragos del río y de la vida.
Sus dos primeras relaciones, de muchas más que tendrá y que le
ayudarán a llegar virgen al amor, son abruptas, salvajes, donde la
mujer domina su deseo cautivo, su necesidad de un amor verdadero,
pero aparentemente enfermizo, y lo hace con la heroicidad inteligente
de la imaginación, con la belleza de la lengua. No nos engañemos,
no hay nada más hermoso y prohibido que la lengua.
Sentada
en el borde de la cama donde Florentino Ariza estaba acostado sin
saber qué hacer, empezó a hablarle de su dolor inconsolable por el
marido muerto tres años antes, y mientras tanto iba quitándose de
encima y arojando por los aires los crespones de la viudez, hasta que
no le quedó puesto ni el anillo de bodas. Se quitó la blusa de
tafetán con bordados de mostacilla, y la arrojó a través del
cuarto en la poltrona del rincón, tiró el corpiño por encima del
hombro hasta el otro lado de la cama, se quitó de un solo tirón la
falda talar con el pollerín de volante, la faja de raso del liguero
y las fúnebres medias de seda, y lo esparció todo por el piso,
hasta que el cuarto quedó tapizado con las últimas piltrafas de su
duelo. Lo hizo con tanto alborozo, y con unas pausas tan bien
medidas, que cada gesto suyo parecía celebrado por los cañonazos de
las tropas de asalto, que estremecían la ciudad hasta los
cimientos(...)no había de entender nunca cómo unas ropas de
penitente habían podido disimular los ímpetus de aquella potranca
cerrera que lo desnudo sofocada por su propia fiebre,como no podía
hacerlo con el esposo para que no la creyera una corrompida, y que
trató de saciar en un solo asalto la abstinencia férrea del duelo,
con el aturdimiento y la inocencia de cinco años de fidelidad
conyugal.
Como
he señalado, una de las virtudes de la novela es el paso de las
tramas entre los diferentes personajes entrelazándose en
encrucijadas complejas. Fermina es una mujer difícil, de carácter,
por eso debe contrastar con Florentino en todas las fases vitales que
ellos van andando para poder descubrir si es posible encontrar el
amor verdadero.
Pero
cuando tuvo que enfrentar la decisión de casarse con Juvenal Urbino
sucumbió en una crisis mayor, al darse cuenta de que no tenía
razones válidas para preferirlo después de haber rechazado sin
razones válidas a Florentino Ariza. En realidad, lo quería tan poco
como al otro, pero además lo conocía mucho menos, y sus cartas no
tenían la fiebre de las cartas del otro, ni le había dado tantas
pruebas conmovedoras de su determinación. La verdad es que las
pretensiones de Juvenal Urbino no habían sido nunca planteaadas en
términos de amor, y era por lo menos curioso que un militante
católico como él sólo le ofreciera bienes terrenales: la
seguridad, el orden, la felicidad, cifras inmediatas que una ve
sumadas podrían tal vez parecerse al amor: casi el amor. Pero no lo
eran, y estas dudas aumentaban su confusión, porque tampoco estaba
convencida de que el amor fuera en realidad lo que más falta le hacía
para vivir.
Nuestro
personaje femenino sigue creciendo en el marasmo de un matrimonio
conveniente y de un amor pausado, esperable, por eso cuando llega el
hijo cambia, se refugia en el amor hacia el niño como espacio
propio, como una necesidad de sentir que está viva.
Se
refugió en el hijo recién nacido. Ella lo había sentido salir de
su cuerpo con el alivio de liberarse de algo que no era suyo, y había
sufrido el espanto de sí misma al comprobar que no sentía el menos
afecto por aquel ternero de vientre que la padrona le mostró en
carne viva, sucio de sebo y de sangre, y con la tripa umbilical
enrollada en el cuello. Pero en la soledad del palacio aprendió a
conocerlo, se conocieron, y descubrió con un grande alborozo que los
hijos no se quieren por ser hijos sino por la amistad de la crianza.
La
novela presenta un tiempo cierto, se aleja del tiempo mítico, que
cuando se entrelazan las tramas de manera lineal, es un tiempo
percibido en el interior de los personajes que viven en lo que
piensan y sienten, así las acciones van y vienen y se proyectan para
que las edades se conviertan en literatura.
De
modo que la tarde en que vio las golondrinas en los cables de la luz
repasó su pasado desde el recuerdo más antiguo, repasó sus amores
de ocasión, los iincontrables escollos que había tenido que sortear
para alcanzar un puesto de mando, los incidentes sin cuento que le
había causado su determinación encarnizada de que Fermina Daza
fuera suya, y él de ella por encima de todo y contra todo, y solo
entonces descubrió que se le estaba pasando la vida. Lo estremeció
un escalofrío de las vísceras que lo dejó sin luz, y tuvo que
soltar las herramientas de jardín y apoyarse en el muro del
cementerio para que no lo derribara el primer zarpazo de la vejez.
El
devenir del amor y de las vidas consigue encuentros puntuales,
pequeños guiños que se permite el amor.
Florentino
Ariza lo asimiló siempre como un comportamiento propio del carácter
de Fermina Daza. Pero aquella tarde se pregunto con su infinita
capacidad de ilusión si una indiferencia tan encarnizada no sería
un subterfugio para disimular un tormento de amor.
Otro
de los temas que aparece es la muerte, el vacío de los espacios que
debe ocuparse sin la presencia del ser amado, la necesidad de tomar
las riendas de una vida sin compañía. Muerte física y muerte del
alma. En nuestros tiempos del cólera, de esta peste antigua, pero
postmoderna anunciada en televisión y a golpe de twitter, cuando la
vejez se ve como un peligro y la muerte se oculta tras la cifra, es
necesario recordar que los espacios vacíos se tendrán que rellenar
y que la memoria nos golpeará porque hemos dejado muchas cosas por
decir.
Al
despertar en su primera mañana de viuda, se había dado vuelta en la
cama, todavía sin abrir los ojos, en busca de una posición mas
cómoda para seguir durmiendo, y fue en ese momento cuando él murió
para ella. Pues sólo entonces tomó conciencia de qu é había
pasado la noche por primera vez fuera de casa. La otra impresión fue
en la mesa, no porque se sintiera sola, como en efecto lo estaba,
sino por la certidumbre rara de estar comiendo con alguien que ya no
existía.
Y
llegamos al viaje final, a la resolución de todas las tramas, que es
la misma, a un Florentino que por fin recobra la cordura no en su
lecho de muerte, sino en la vejez porque por fin la literatura
obedece a un fin cierto, no a la ficción desbocada y premonitoria,
sino a un amor adolescente perpetuo.
Era
una carta de seis pliegos que no tenía nada que ver con ninguna otra
que hubiera escrito alguna vez. No tenía ni el tono, ni el estilo,
ni el soplo retórico de los primeros años del amor, y su argumento
era tan racional y bien medido,q ue el perfume de una gardenia
hubiera sido un exabrupto.
La
realidad es mera imaginación, los ojos transforman para que el
cerebro procese las imágenes y se vaya abriendo en nuestra visión
la ternura, el amor y la belleza del deseo.
Al
final, cuando las caricias se deslizaron por su vientre, tenía ya
bastante anís en el corazón.
—Si
hemos de hacer pendejadas, hagámoslas —dijo—, pero que sea como
la gente grande.
Lo
llevó al dormitorio y empezó a desvestirse sin falsos pudores con
las luces encendidas. Florentino Ariza se tendió bocarriba en la
cama, tratando de recobrar el cominio, otra vez sin saber qué hacer
con la piel del tigre que había matado. Ella le dijo:"No
mires". Él preguntó por qué sin apartar la vista del cielo
raso.
—Porque
no te va a a gustar —dijo ella.
Entonces
él la miro, y la vio desnuda hasta la cintura, tal como la había
imaginado. Tenía los hombros arrugados, los senos caídos y el
costillar forrado de un pellejo pálido y frío como el de una rana.
Ella se tapó el pecho con la blusa que acababa de quitarse, y apagó
la luz. Entonces él se incorporó y empezó a desvertirse en la
oscuridad, tirando sobre ella cada pieza que se quitaba, y ella se
las devolvía muerta de risa.
Y
llegamos al final. Las últimas páginas de viaje fluvial es un canto
a la vida, al sentido de las cosas, a la felicidad, a las ganas de
vivir, es tan emocional y hermoso que solo puedes leerlo llorando de
dicha porque el libro te haya elegido como lector de este milagro de
la palabra, de la imaginación sin fisuras del maestro. Cuando lees
la última palabra, tu corazón se rebosa a sí mismo y se pierde en
el viaje interminable de la literatura.
Si el comienzo determina, el final te recuerda qué es literatura.
El
capitán miró a Fermina Daza
y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha
invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su
amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida,
más que la muerte,la que no tiene límites.
—¿Y
hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del
carajo?— le preguntó.
Florentino
Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres
años, siete meses y once días con sus noches.
—Toda
la vida— dijo.
Debolsillo
La
historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza, en el
escenario de un pueblecito portuario del Caribe y a lo largo de más
de sesenta años, podría parecer un melodrama de amantes
contrariados que al final vencen por la gracia del tiempo y la fuerza
de sus propios sentimientos, ya que García Márquez se complace en
utilizar los más clásicos recursos de los folletines tradicionales.
Pero este tiempo —por una vez sucesivo, y no circular—, este
escenario y estos personajes son como una mezcla tropical de plantas
y arcillas que la mano del maestro modela y fantasea a su placer,
para al final ir a desembocar en los territorios del mito y la
leyenda. Los zumos, olores y sabores del trópico alimentan una prosa
alucinatoria que en esta ocasión llega al puerto oscilante del final
feliz.
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