Es
posible que este sea un tiempo de reencuentro, de explorar los
recodos de la memoria y reconstruirla como mejor nos convenga. Así
los recuerdos son nuestro repositorio particular de vivencias, un
pozo en que se revuelven incómodos momentos, situaciones que creemos
haber experimentado con una nitidez que nos abruma y parecen
indelebles en nuestra alma, pero no es así querido lector, en
absoluto, la sorpresa del destello, el dolor en el vientre o las
apreturas del corazón no son más que un puzle reconstruido, rehecho
a nuestra imagen y semejanza para que encaje con nuestra alegría o
nuestro dolor. ¿Significa esto que los hechos no han ocurrido, que
no los hemos experimentado, que no nos han alegrado, dolido, marcado
o lastrado? En absoluto, han pasado, han ocurrido, nos han salvado,
enamorado o hundido, pero nuestros recuerdos son el resultado
necesario de una reformulación manipulada por el ego, si no, no
podríamos vivir. O sí, pero no podemos olvidar que la perspectiva
de algo es poliédrica, multivariable y nosotros solo experimentamos
lo que nuestro cerebro está preparado para asimilar, o no. El
recuerdo, como veis, es pura contradicción, incluso su explicación.
Así,
nos aparecen voces ocultas, personas que viven y sienten, que están,
pero que permanecían en algún limbo indeterminado, es decir,
vivían, soñaban, amaban, dolían, pero nosotros no éramos
conscientes de que compartían el espacio con nosotros en otro punto,
lejos, en lugares remotos que no tenemos la certeza de que existan.
Otros han muerto, han desaparecido y podemos cerrar los ojos para
sorprendernos del tiempo que hace que no los veíamos, de la ausencia
real de su cuerpo, a veces, incluso, de su voz. Así, la memoria es un
recurso de la necesidad en estos tiempos de decadencia moral, de
zozobra espiritual o, más simple aún, de indiferencia. Los recuerdos
nos necesitan para vivir, son esclavos de nuestras neuronas, de
nuestra cultura, de nuestra visión particular del mundo: así como
un hecho trágico no es vivido igual por todas las víctimas, un
hecho hermoso tampoco adquiere la misma importancia en todos los
participantes. El libro, pues, explora con cierto sentimentalismo, he
de decirlo, pero también con ironía e inteligencia este campo
minado. Disección inteligente de la vida, del amor, de las
relaciones de pareja y del peso que el pasado tiene en nuestros
corazones. Indaga, de una manera indirecta, en las diferencias en el
punto de vista para mostrarnos lo que os quería transmitir, lo
endebles que pueden ser los recuerdos.
El
libro se remonta a la adolescencia del personaje para que podamos
entender todo esto que os estoy contando. La poética del recuerdo,
las diferencias con lo real, incluso con lo no presenciado y amoldado
por el lector, pide difuminarse bajo el prisma del punto de vista.
Esto
último no lo vi realmente, pero lo que acabas recordando no es
siempre lo mismo que lo que has presenciado.
Como
os he dicho la ironía es importante porque obliga a un
distanciamiento emocional que permite afrontar, en ocasiones, hechos
complejos.
Sí,
puede que ustedes se repitan: pobre infeliz. ¿Y seguiste creyendo
que era virgen cuando te desenrollaba un condón en la polla? De un
modo extraño, la verdad es que sí. Pensé que podría ser una de
esas intuitivas habilidades femeninas de las que yo inevitablemente
carecía. Bueno, puede que lo fuera.
—Tienes
que sujetártelo cuando tires hacia fuera —susurró—
(¿pensaba ella, quizá, que yo era virgen?)
Una
de mis obsesiones intelectuales es cómo los recuerdos se disuelven
para reconstruirse. Siempre he pensado que cuando decimos que en la
vejez los recuerdos más antiguos reaparecen con la fuerza de lo
vivido, en realidad lo que ocurre es que nos tomamos más tiempo para
editarlos a nuestro gusto, el actual, y hacerlos digeribles por
nuestra psique.
Vivimos
con suposiciones muy fáciles, ¿no? Por ejemplo, que la memoriaes
igual a sucesos más tiempo. Pero e algo mucho más extraño. ¿Quién
dijo que la memoria es lo que creíamos que habíamos olvidado? Y
debería ser obvio que el tiempo no actúa como un fijador, sino más
bien como un disolvente. Pero no conviene —no
es útil—
creer esto; no nos ayuda a seguir adelante; por loo tanto, lo
pasamos por alto.
Así
la novela va adentrándose en la vejez, con un salto entre la última
adolescencia y parte de la vida adulta. El personaje se cuenta a sí
mismo y va intentando descifrar elementos de su pasado porque es la
única manera de descubrir su presente.
Se
me ocurre que aquí puede residir una de las diferencias entre la
juventud y la vejez: cuando somos jóvenes, nos inventamos futuros
distintos para nosotros mismos; cuando somos viejos, inventamos
pasados distintos para los demás.
Por
eso es tan importante la percepción, el tiempo vivido frente al
tiempo percibido, o los espacios percibidos o imaginados frente e a
los geográficos, porque la vida necesita de contrastes, de rupturas,
de contradicciones para ser vivida.
Los
que niegan el tiempo dicen: cuarenta no son nada, a los cincuenta
estás en plenitud, los sesenta son los nuevos cuarenta y así
sucesivamente. Sólo sé esto: que hay un tiempo objetivo, pero
también uno subjetivo como el que llevas en la cara interior de la
muñeca, al lado de donde está el pulso. y este tiempo personal, que
es el auténtico,s e mide en relación con la memoria. Así que
cuando sucedió aquella cosa rara —cuando
me asaltaron de repente aquellos recuerdos nuevos—
fue como si, en aquel momento, hubieran colocado el tiempo al revés.
Como si en aquel momento el río discurriera hacia arriba.
La
trama me ha gustado por su capacidad para diseccionar el alma y la
vida, sobre todo en la segunda parte donde la introspección se abre
paso con fuerza, sin embargo la resolución es demasiado rebuscada,
incluso arbitraria, porque ahonda los caminos de la culpa y la
responsabilidad de una manera injusta, eso no significa que lo sea,
significa que lo veo así.
Pero
aquello fue diferente, más sencillo. No hubo contradicción:
simplemente lo vi en su cara. En los ojos, en su color y expresión,
y en las mejillas, en su palidez y su estructura subcutánea.
En
Anagrama.
ISBN 978-84-339-7852-3
EAN 9788433978523
PVP CON IVA 16.90 €
ISBN E-BOOK 978-84-339-3406-2
EAN E-BOOK 9788433934062
NÚM. DE PÁGINAS 192
COLECCIÓN Panorama de narrativas
CÓDIGO PN 822
TRADUCCIÓN Jaime Zulaika
PUBLICACIÓN 08/11/2012
Tony
Webster y su pandilla conocieron a Adrian en el instituto. Eran tres,
como los mosqueteros, y luego cuatro, cuando se les unió Adrian.
Hambrientos de sexo, de saber, de literatura, atravesaron juntos una
desgarbada adolescencia con una permanente sequía de chicas,
intercambiando poses, chistes y chismes, humor e ingenio. Quizá
Adrian fuese un poco más serio que los demás, y desde luego el más
inteligente, pero los cuatro se prometieron seguir siendo amigos para
siempre. Y así fue en los primeros tiempos de universidad y las
primeras novias, hasta que la vida de Adrian dio un vuelco trágico y
todos, especialmente Tony, miraron hacia otro lado, se alejaron,
hicieron lo posible por olvidar. Ahora Tony vive solo en un pacífico
y próspero retiro, tras una vida opaca que poco tiene que ver con la
que fantaseaba en su juventud. Está divorciado desde hace años,
aunque mantiene una relación amistosa con su ex mujer, y tiene una
hija ya casada.
Y
un día recibe una carta de un abogado: Sarah Ford, la madre de
Veronica, su primera novia, le ha legado quinientas libras y un sobre
con un manuscrito. Le entregan el dinero y una carta de Sarah, donde
insinúa que es una compensación por el maltrato, la humillación
que sufrió en su primera visita a la familia de Veronica. Pero el
manuscrito nunca llega.
Y
Tony averigua que son los diarios de Adrian, que ahora están en
manos de Veronica y no piensa entregárselos. Y estos diarios, que el
narrador está ansioso por conseguir y el lector ansioso por leer,
son el oscuro, enigmático corazón de una novela espléndida,
premiada con el prestigioso Man Booker, y en la que, como afirmaba
Tony en sus discusiones de estudiante, «la Historia son las mentiras
de los vencedores, pero también las mentiras con que se engañan a
sí mismos los vencidos». Y la memoria no es más que una
construcción cambiante, versiones que adaptamos a aquello en lo que
nos vamos convirtiendo.
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