martes, 31 de marzo de 2020

Huesos en el jardín, Handen Henning Mankell


Conforme pasan los días de confinamiento el cuerpo cambia, la mente, el alma se encuentra ante uno mismo y ya no hay ruidos que nos distraigan. La vorágine de lo cotidiano desaparece y se instala la sensación del tiempo detenido, de la rutina inmóvil. Levantarse, leer, trabajar, escribir, comer, moverse, leer, trabajar, comer, dormir, en un silencio desconocido, en nuestra dimensión de seres sin oídos. Somos sordos, insensibles a los movimientos que se desencadenan a nuestro alrededor, esclavos de ilusiones incrustadas en nuestro cerebro pequeño burgués: una casa, un jardín, dinero, comodidades, respirar, igual viajar, no importa, el sueño está en nosotros grabado a fuego, sin remedio. Así, cuando nos invade este miedo irracional, esta epidemia, nos vemos en la obligación de ser nosotros mismos, oírnos, establecer la dialéctica inaplazable de saber si vamos a ser los mismos,, si todo va a permanecer inalterable, ¿ves?, en el fondo somos conservadores.

Wallandeer también. Busca una casa, un sitio ideal donde vivir con su perro, con jardín, con paz y donde el sonido no llegue, donde el ruido desaparezca y sea reemplazado por la meditación o la contemplación. Martinson le proporciona la coartada para liberarse de su piso y acercarse a ese sueño burgués de la propiedad aislada, del sitio con el que nos identificamos. El Li Chin dice muchas veces que es propicio tener a donde ir, ese es el drama, que en esta época de dolor, de zozobra de la civilización acomodada, estamos donde no sabemos si queremos estar y el ruido ha sido sustituido por el rumor constante de las olas de nuestro cerebro. Nos sorprende, es así, escuchar que tenemos una voz interior que no habíamos escucha en mucho tiempo, y nos aterra, nos da miedo reconocer que somos como somos. Es una tragedia. Por eso Wallander, es un héroe cotidiano, quiere un lugar donde no se oiga nada más, por eso mira la casa, por eso cierra los ojos y escucha, porque necesita saberse vivo, alejado de la distorsión humana de la ciudad, necesita tener un lugar a donde ir.
Y ese es el desencadenante, no puede ser, por eso cuando pasea por el jardín aparece el esqueleto de una mano, de un muerto, de un cadáver que sabremos que murió hace cuarenta, cincuenta años, luego otro, como un jardín de los horrores cualquiera, casualidad literaria, claro, que el policía se encuentre con el misterio, no un ciudadano, no, el héroe sueco que necesita desentrañar la verdad, la del crimen que fue, pero también su propia verdad, es decir, la de saber quién es en realidad.

Puede que mi mayor deseo sea que no me moleste mi propio yo, esa sensación creciente de desazón que me acompaña últimamente.

La novela, pues, se adentra en el pasado, en solucionar algo que ocurrió en el pasado. Sabemos por Mankell que la escribió para una edición holandesa y que solo más tarde se ha publicado, sería la penúltima del comisario. Es tal vez por eso que está muy centrada en ser convertida en guion, con pocos personajes, con una trama relativamente sencilla, con todos los ingredientes que hacen a Wallander mayor, claro, porque crece y vive, y se hace. Luego os lo explica Mankell. Así, algunos aspectos que no se relacionan con la trama sí que me interesan. Me interesa su reflexión sobre la vida, o esta reflexión sobre la vejez, sobre el ser mayor, sobre la vida que pasa en el tiempo, nunca mejor que ahora en que, como voces sin miedo, los portavoces de la nada vuelven a gritar que hemos de limpiar la tierra de lo viejo, en ese canto supremacista de una juventud asustada por el vacío que observan bajo sus pies. Sin embargo, pobres corderos, no saben que quieren conservarlo todo.

Cuando por fin terminaron de hablar, se preguntó qué implicaría en el fondo llegar a viejo. ¿Cómo lo sobrellevaría él?¿Qué haría al verse mayor y con una necesidad incontenible de hablar con alguien?

Y así, sin darnos cuenta, acaba el libro y empieza el ensayo. Wallander se convierte en una idea y Mankell toma el testigo. Sí, nos cuenta que en mayo de 1990 eligió el nombre de Kurt y el apellido Wallander, que le preocupaba el racismo, que le preocupaban ciertos delitos y entendió que la novela policíaca era el camino para la denuncia, para abrir los ojos a los lectores.

Yo residía entonces en Escania. En el corazón de lo que podríamos llamar "el territorio Wallander". Vivía en una granja a las afueras de Trunnerup. Veía el mar y las torres de las iglesias desde la explanada. Cuando volví de mi paseo, cogí la guía telefónica. El primer nombre en el que me detuve fue "Kurt". Era corto y bastante normal. Le iría bien un apellido algo largo. Estuve buscando un buen rato, hasta que encontré el de "Wallander".
Ni corriente ni raro.
Así iba a llamarse mi policía. Kurt Wallander. Y se me ocurrió que podía nacer el mismo año que yo, en 1948(Por más que los obsesos de los datos digan que no concuerda en todos los libros. Y sí,me figuro que no. Pero ¿qué concuerda en la vida?)

El ensayo me ha parecido fascinante, necesario, enriquece nuestra visión y comprensión del personaje. En algún momento analiza su visión premonitoria. o la visión premonitoria de la literatura, porque cuando tenemos todos los sentidos sobre la realidad, esta puede aparecer en dimensiones que nos sorprenderían. Eso es la intuición.

De las novelas de Wallander se ha dicho en más de una ocasión que se anticipan a acontecimientos que luego se producen. Y creo que es cierto. Creo firmemente que es posible predecir ciertos aspectos del futuro sin equivocarme.

En ocasiones os he hablado de la importancia de lo verosímil en la creación de un personaje. Podemos crear un estereotipo ficcional, absolutamente ficcional, una caricatura irreal y fantástica meramente literaria, es una opción, claro;pero la novela moderna gusta de crear personajes que son seres como nosotros, con los que nos podemos identificar en su cotidianidad, es decir, pueden ser nuestro alter ego literaturizado. Ese mérito no lo consiguen todos. Es muy difícil


debía crear a un hombre que fuese yo y que, al mismo tiempo, fuese el lector desconocido. Un hombre que evolucionara y cambiara, tanto mental como físicamente. Al igual que cambio yo, también cambiaría él.

Tuquets

Editorial: Tusquets Editores S.A.
Temática: Novela negra | Novelas de policías
Colección: Andanzas | Serie Inspector Wallander
Traductor: Carmen Montes Cano
Número de páginas: 192
En octubre de 2002, un Kurt Wallender cansado y refunfuñón va a visitar la que podría ser la casa de sus sueños, en la campiña de Löderup. Sin embargo, mientras deambula a solas por el jardín de la casa, rumiando si comprarla o no, tropieza con algo semioculto entre la hierba. Para su sorpresa, son los huesos de una mano. Esa misma noche, cuando los técnicos encienden sus focos y cavan alrededor, sale a la luz un cadáver o, mejor dicho, un esqueleto que, según los forenses, presenta signos de ahorcamiento y que lleva más de cincuenta años enterrado en ese jardín. Muy poco antes de Navidad, y pese a los recortes presupuestarios en la policía de Escania, Wallander, Martinsson y Stefan Lindman (el protagonista de El retorno del profesor de baile) echan horas para investigar lo que parece ser un asesinato muy antiguo. Pero ¿cómo investigar una desaparición ocurrida hace unos sesenta años? ¿Es posible esclarecer un crimen cometido tanto tiempo atrás? Cuando ya están a punto de darse por vencidos, Wallander regresa al jardín de lo que podría ser su futura casa. Y algo suscita en él nuevas sospechas que se convertirán en un nuevo hallazgo.

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