Conforme
pasan los días de confinamiento el cuerpo cambia, la mente, el alma
se encuentra ante uno mismo y ya no hay ruidos que nos distraigan. La
vorágine de lo cotidiano desaparece y se instala la sensación del
tiempo detenido, de la rutina inmóvil. Levantarse, leer, trabajar,
escribir, comer, moverse, leer, trabajar, comer, dormir, en un
silencio desconocido, en nuestra dimensión de seres sin oídos. Somos
sordos, insensibles a los movimientos que se desencadenan a nuestro
alrededor, esclavos de ilusiones incrustadas en nuestro cerebro
pequeño burgués: una casa, un jardín, dinero, comodidades,
respirar, igual viajar, no importa, el sueño está en nosotros
grabado a fuego, sin remedio. Así, cuando nos invade este miedo
irracional, esta epidemia, nos vemos en la obligación de ser
nosotros mismos, oírnos, establecer la dialéctica inaplazable de
saber si vamos a ser los mismos,, si todo va a permanecer
inalterable, ¿ves?, en el fondo somos conservadores.
Wallandeer
también. Busca una casa, un sitio ideal donde vivir con su perro,
con jardín, con paz y donde el sonido no llegue, donde el ruido
desaparezca y sea reemplazado por la meditación o la contemplación.
Martinson le proporciona la coartada para liberarse de su piso y
acercarse a ese sueño burgués de la propiedad aislada, del sitio
con el que nos identificamos. El Li Chin dice muchas veces que es
propicio tener a donde ir, ese es el drama, que en esta época de
dolor, de zozobra de la civilización acomodada, estamos donde no
sabemos si queremos estar y el ruido ha sido sustituido por el rumor
constante de las olas de nuestro cerebro. Nos sorprende, es así,
escuchar que tenemos una voz interior que no habíamos escucha en
mucho tiempo, y nos aterra, nos da miedo reconocer que somos como
somos. Es una tragedia. Por eso Wallander, es un héroe cotidiano,
quiere un lugar donde no se oiga nada más, por eso mira la casa, por
eso cierra los ojos y escucha, porque necesita saberse vivo, alejado
de la distorsión humana de la ciudad, necesita tener un lugar a
donde ir.
Y
ese es el desencadenante, no puede ser, por eso cuando pasea por el
jardín aparece el esqueleto de una mano, de un muerto, de un cadáver
que sabremos que murió hace cuarenta, cincuenta años, luego otro,
como un jardín de los horrores cualquiera, casualidad literaria,
claro, que el policía se encuentre con el misterio, no un ciudadano,
no, el héroe sueco que necesita desentrañar la verdad, la del
crimen que fue, pero también su propia verdad, es decir, la de saber
quién es en realidad.
Puede
que mi mayor deseo sea que no me moleste mi propio yo, esa sensación
creciente de desazón que me acompaña últimamente.
La
novela, pues, se adentra en el pasado, en solucionar algo que ocurrió
en el pasado. Sabemos por Mankell que la escribió para una edición
holandesa y que solo más tarde se ha publicado, sería la penúltima
del comisario. Es tal vez por eso que está muy centrada en ser
convertida en guion, con pocos personajes, con una trama
relativamente sencilla, con todos los ingredientes que hacen a
Wallander mayor, claro, porque crece y vive, y se hace. Luego os lo
explica Mankell. Así, algunos aspectos que no se relacionan con la
trama sí que me interesan. Me interesa su reflexión sobre la vida,
o esta reflexión sobre la vejez, sobre el ser mayor, sobre la vida
que pasa en el tiempo, nunca mejor que ahora en que, como voces sin
miedo, los portavoces de la nada vuelven a gritar que hemos de
limpiar la tierra de lo viejo, en ese canto supremacista de una
juventud asustada por el vacío que observan bajo sus pies. Sin
embargo, pobres corderos, no saben que quieren conservarlo todo.
Cuando
por fin terminaron de hablar, se preguntó qué implicaría en el
fondo llegar a viejo. ¿Cómo lo sobrellevaría él?¿Qué haría al
verse mayor y con una necesidad incontenible de hablar con alguien?
Y
así, sin darnos cuenta, acaba el libro y empieza el ensayo.
Wallander se convierte en una idea y Mankell toma el testigo. Sí,
nos cuenta que en mayo de 1990 eligió el nombre de Kurt y el
apellido Wallander, que le preocupaba el racismo, que le preocupaban
ciertos delitos y entendió que la novela policíaca era el camino
para la denuncia, para abrir los ojos a los lectores.
Yo
residía entonces en Escania. En el corazón de lo que podríamos
llamar "el territorio Wallander". Vivía en una granja a
las afueras de Trunnerup. Veía el mar y las torres de las iglesias
desde la explanada. Cuando volví de mi paseo, cogí la guía
telefónica. El primer nombre en el que me detuve fue "Kurt".
Era corto y bastante normal. Le iría bien un apellido
algo largo. Estuve buscando un buen rato, hasta que encontré el de
"Wallander".
Ni
corriente ni raro.
Así
iba a llamarse mi policía. Kurt Wallander. Y se me ocurrió que
podía nacer el mismo año que yo, en 1948(Por más que los obsesos
de los datos digan que no concuerda en todos los libros. Y sí,me
figuro que no. Pero ¿qué concuerda en la vida?)
El
ensayo me ha parecido fascinante, necesario, enriquece nuestra visión
y comprensión del personaje. En algún momento analiza su visión
premonitoria. o la visión premonitoria de la literatura, porque
cuando tenemos todos los sentidos sobre la realidad, esta puede
aparecer en dimensiones que nos sorprenderían. Eso es la intuición.
De
las novelas de Wallander se ha dicho en más de una ocasión que se
anticipan a acontecimientos que luego se producen. Y creo que es
cierto. Creo firmemente que es posible predecir ciertos aspectos del
futuro sin equivocarme.
En
ocasiones os he hablado de la importancia de lo verosímil en la creación de un personaje. Podemos crear un estereotipo ficcional,
absolutamente ficcional, una caricatura irreal y fantástica
meramente literaria, es una opción, claro;pero la novela moderna
gusta de crear personajes que son seres como nosotros, con los que
nos podemos identificar en su cotidianidad, es decir, pueden ser
nuestro alter ego literaturizado. Ese mérito no lo consiguen todos.
Es muy difícil
debía
crear a un hombre que fuese yo y que, al mismo tiempo, fuese el
lector desconocido. Un hombre que evolucionara y cambiara, tanto
mental como físicamente. Al igual que cambio yo, también cambiaría
él.
Tuquets
Editorial:
Tusquets Editores S.A.
Temática:
Novela negra | Novelas de policías
Colección:
Andanzas | Serie Inspector Wallander
Traductor:
Carmen Montes Cano
Número
de páginas: 192
En
octubre de 2002, un Kurt Wallender cansado y refunfuñón va a
visitar la que podría ser la casa de sus sueños, en la campiña de
Löderup. Sin embargo, mientras deambula a solas por el jardín de la
casa, rumiando si comprarla o no, tropieza con algo semioculto entre
la hierba. Para su sorpresa, son los huesos de una mano. Esa misma
noche, cuando los técnicos encienden sus focos y cavan alrededor,
sale a la luz un cadáver o, mejor dicho, un esqueleto que, según
los forenses, presenta signos de ahorcamiento y que lleva más de
cincuenta años enterrado en ese jardín. Muy poco antes de Navidad,
y pese a los recortes presupuestarios en la policía de Escania,
Wallander, Martinsson y Stefan Lindman (el protagonista de El retorno
del profesor de baile) echan horas para investigar lo que parece ser
un asesinato muy antiguo. Pero ¿cómo investigar una desaparición
ocurrida hace unos sesenta años? ¿Es posible esclarecer un crimen
cometido tanto tiempo atrás? Cuando ya están a punto de darse por
vencidos, Wallander regresa al jardín de lo que podría ser su
futura casa. Y algo suscita en él nuevas sospechas que se
convertirán en un nuevo hallazgo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Debido a algún comentario improcedente que no respeta ni al autor del blog ni a los participantes del mismo, me veo obligado a moderar los comentarios. Disculpa las molestias.