jueves, 12 de septiembre de 2019

Cuentos completos John Cheever


Que raro volver a hablar con vosotros, comunicarme en este final del mundo a medida que sufrimos por la gota fría, calientes, o fresquitos, en nuestras casas, mientras las imágenes de la catástrofe, a escasos metros de nosotros, se suceden por la televisión como si fuera una serie de HBO, en el fondo, espectáculo: la muerte, la devastación, la fuerza de los ríos que solo eran eriales, de las montañas que devoran poblaciones y de la gente huyendo escalando montañas, todo una sucesión de imágenes que vienen a nosotros sin esfuerzo. Antes la desgracia nos alcanzaba en diferido, era más impactante.

Como sabéis tengo un placer especial por leer relatos, cuentos, narraciones breves, me resulta indiferente el nombre, es más, me niego a entrar en la discusión filológica y erudita sobre los géneros. Relato breve, ¿No? o ¿No? No importa, porque lo que me fascina es la capacidad de síntesis en la elaboración de la trama, la centralidad, podríamos decir, de la historia que se desliza en su concreción por escasas páginas y, claro, alguna me dirá, colega, pero si llevas tres lecturas de más de mil páginas, entre Thomas Wolfe y Cheever lo petas, no nos vengas con monsergas, pero es cierto, soy muy cervantino, la extensión no tiene que ver con la capacidad de síntesis, vaya que tontería, digo, pero es cierto, me gusta el impacto adrenalínico del episodio, soy así de aventurero.
No voy a extenderme mucho más, he de hablaros de toda la cuentística del autor, toda, eso dice la edición, imaginaos la sensación de vértigo de afrontar la lectura de todo lo que ha escrito un señor en un género o, al menos, clasificado en un género, abismal, vertiginoso, nada menos que  sesenta y un cuentos, una burrada, que van transitando por los sueños ficticios del sueño americano, por la sensación ilusoria del bienestar de toda una época, por los viajes a Europa, por la vida del norteamericano medio, y  no tan medio, en la ficción de la felicidad.
Adiós, hermano mío. Qué difícil es escribir con esta sencillez, describir la tensión incalculable de lo cotidiano, hacer que la trama transcurra con fluidez. Me ha parecido extraordinaria la descripción de la tensión familiar, y veremos cómo esto se repite en más relatos.
si bien no somos una familia distinguida, nos hacemos la ilusión, cuando nos hallamos reunidos, de que los Pommeroy son únicos.
Qué bien explica cómo es Lawrence, su inquietud, du desazón vital, cómo son las personas que son incapaces de ser.
al cabo de ocho meses en la capital federal llegó a la conclusión de que la administración Roosevelt era sentimental, y también le dijo adiós. De Washington se marcharon a un barrio residencial de Chicago, donde mi hermano fue diciendo adiós a todos sus vecinos, uno por uno, por razones de alcoholismo, pesadez e imbecilidad. Dijo adiós a Chicago y se trasladó a Kansas; dijo adiós a Kansas para irse a Cleveland. Y ahora había dicho adiós a Cleveland y había vuelto al este, deteniéndose el tiempo suficiente en Laud’s Head para decir adiós al mar.
Un día cualquiera. Qué difícil es escribir sobre un día cualquiera, sobre lo cotidiano que se desarrolla sin ser nada excepcional.
La monstruosa radio. La realidad va más allá de la apariencia de las cosas, la trasciende. Las vidas son una sucesión infinita de p osibilidades.
Jim e Irene Westcott pertenecían a esa clase de personas que parecen disfrutar del satisfactorio promedio de ingresos, dedicación y respetabilidad que alcanzan los exalumnos universitarios, según las estadísticas de los boletines que ellos mismos editan.
Oh, ciudad de sueños rotos. La ciudad fagocita los sueños y se adueña de ellos, así el individuo tiene pocas opciones se ser él mismo o sucumbir a la vorágine de los tiburones hambrientos. El teatro tiene estas cosas.
Los Hartley.Tremendo y doloroso. Es posible que no tomar las decisiones adecuadas a tiempo pueda llevar a un dolor mucho más intenso. Eso dicen.
La historia de Sutton Place. Inquietante. Otra escena de la burguesía. Otra escena de la decadencia y de las relaciones extrañadas entre hombres y mujeres. Una niña que se pierde. Secretos y el arte de transformar lo cotidiano en excepcional.
Granjero de verano. Una historia  cruda. La apariencia se ve rota por lo inesperado que no deja de ser, también, aparente.
Canción de amor no correspondido. La vida transcurre de manera absurda como un suceso de lapsos y siempre Joan Harris como constante de una desgracia que nunca llega. Hasta el final.
La olla repleta de oro. El cuento de la lechera moderno. La tentación de la ilusión como metáfora del destino del esclavo. Un sueño americano de riqueza y éxito violentado por la realidad y de fondo, como en un paisaje renacentista, el amor y la lealtad.
Compartían sentadas con sus niños los contaminados atardeceres, cuando hacia el sur la ciudad arde como un alto horno, el aire huele a carbón, las grandes piedras húmedas brillan como escorias, y el parque mismo parece una franja de árboles en el límite de una ciudad minera. Luego la señora Holinshed recordaba que se le hacía tarde —siempre se le hacía tarde para algo misterioso y espléndido—, y las dos mujeres iban juntas hasta donde terminaban los árboles. Este contacto indirecto con el mundo del lujo agradaba a Laura, y el placer que le producía se prolongaba mientras empujaba el cochecito de la niña hacia Madison Avenue; luego empezaba a preparar la cena oyendo el ruido sordo de la plancha de vapor y oliendo el líquido quitamanchas de la tintorería de la planta baja.
Clancy en la torre de Babel. Un ascensorista e inquilinos que suben. Un retrato de la vida y las apariencias.
Clancy se fue andando a casa a las cinco. El cielo estaba negro. Llovía hollín y cenizas. Sodoma, pensó, la ciudad indigna de clemencia, el lugar de imposible redención, y, al alzar los ojos para ver la lluvia y las cenizas caer del cielo, sintió una gran desesperanza por sus semejantes. Habían perdido la capacidad de alcanzar misericordia; en la ciudad, a su alrededor, todo se orientaba hacia la autodestrucción y el pecado. Sintió nostalgia de la sencilla vida de Irlanda y de la Ciudad de Dios, pero se sentía contaminado por el hedor del gas.
La navidad es triste para los pobres. Es hermoso dar cuando alguien necesita más que una.
Una aura beatífica iluminó la cara de la casera cuando advirtió que podía dar, podía ser heraldo de alegría, mano salvadora en un caso de mayor necesidad que el suyo, y, al igual que la señora DePaul y la señora Weston, al igual que el propio Charlie y la señora Deckker, que a su vez habría de pensar posteriormente en los pobres Shannon, se dejó invadir primero por el amor, luego por la caridad y finalmente por una sensación de poder.
Tiempo de divorcio. Cuando se está perdido en el mundo actual, cuando se tiene todo y se anhela más algo intangible, se produce, invariablemente, un sentimiento de pérdida.
A menudo criticamos el modo en que nos educaron, pero al parecer nos esforzamos por criar a nuestros hijos conforme a las mismas pautas, y supongo que, a su debido tiempo, irán a los mismos centros y universidades a los que nosotros fuimos.
Los relatos hablan de muchísimas cosas, desde la mujer ama de casa pero con un poder casi diabólico hasta su empoderamiento cuando se libera y entra de lleno en la vida y manifiesta la necesidad de ser ella misma, dar pleno sentido a su vida.
Hoy día no podría leer un periódico francés sin diccionario, no tengo tiempo de leer ningún periódico, y me avergüenzo de mi incompetencia, me avergüenzo de mi aspecto. Oh, creo que te quiero, sé que quiero a los niños, pero también me quiero a mí misma, amo la vida, aún significa algo para mí, y aún me quedan cosas por hacer, y las rosas de Trencher me hacen pensar que me estoy perdiendo todo esto, que estoy perdiendo mi dignidad. ¿Sabes a lo que me refiero, comprendes lo que quiero decir?
La casta Clarissa. La casta y virginal Clarissa, la virtud hecha mujer. Pero es importante el tesón de un hombre, ver que el reconocimiento puede abrir muchas puertas.
La cura. La vida con sus vaivenes, las ilusiones frustradas, el ser lo que nunca pensamos. La realidad, una vez más, se impone en una clase media perdida, decadente, incapaz, en muchos aspectos, de vivir en plenitud el sueño del triunfo.
Me dije que uno puede curarse de un matrimonio romántico, carnal y desastroso, y que, como cualquier clase de adicto después de las agonías de una cura, uno tiene que medir con exquisito cuidado cada paso.
El superintendente. Un inmueble es una ciudad, un espacio que sintetiza un universo.
Los chicos. El espíritu servil que se sustenta en quienes son capaces de aprovecharse del esclavo silente, dominado, feliz de estar sometido por el señor, por las almas despiadadas de quienes se creen dueños del universo magistral.
Las amarguras de la ginebra. Qué vacua y trivial la vida de la clase media, su indiferencia, su individualismo, la apatía vital, el alcoholismo y cómo el autor juega con la trama para construir esa sensación de desasosiego que te acompaña cada palabra.
—Parece que lo pasan bien, ¿no es cierto? Durante los cuatro días que llevo aquí, todas las noches han salido o tenían invitados a cenar. —Puso la Biblia boca abajo sobre el regazo y sonrió, aunque no a Amy—. Claro está que lo que se bebe en esta casa queda justificado por razones sociales, y además, lo que hagan tus padres no es asunto mío, ¿verdad? Pero me preocupa la bebida más que a la mayoría de la gente debido a mi pobre hermana. Mi pobre hermana bebía demasiado. Durante diez años fui a verla los domingos por la tarde, y la mayor parte del tiempo estaba non compos mentis. A veces la encontraba acurrucada en el suelo con una o dos botellas de jerez vacías al lado. A veces podría haberle parecido serena a un extraño, pero yo me daba cuenta en un segundo por la manera que tenía de hablar de que estaba tan borracha que ya no era ella misma. Ahora mi pobre hermana se ha ido, y ya no tengo a nadie a quien visitar.
¡Adiós juventud! ¡Adios belleza! Es único para retratar el ambiente decadente materializado en Cash, antiguo atleta. Cómo la clase media vive en una superficialidad que necesita suplir, de alguna manera, la falta de objetivos vitales tangibles, y cómo la tragedia puede convertirse en la única salida del hombre.
El día que el cerdo se cayó al pozo. La clave de los cuentos radica en contar lo cotidiano. Si Munro cuenta historias de mujeres, este lo hace de familias.
El tren de las cinco cuarenta y ocho. Inquietante. Mientras leía el relato conseguía que estuviera nervioso porque no podemos prever cómo se puede relacionar el pode, la locura y la venganza.
Solo una vez más. La decadencia de la clase media, qué pesadito estoy, burguesa, pues, con sus vidas inadecuadas es un retrato magnífico del quiero y no puedo. Relato universal de la apariencia que disfrutamos en el dolor de Lázaro de Tormes.
Estoy hablando de los años treinta y cuarenta, de la época anterior y posterior a la segunda guerra mundial: años en que los problemas económicos de los Beer debieron de verse complicados por el hecho de que sus hijos estaban ya en edad de ir a colegios caros. Hicieron algunas cosas desagradables; firmaron cheques sin fondos y, después de pedir prestado un coche durante un fin de semana y caérseles en una zanja, desaparecieron, lavándose las manos en el asunto. Semejantes jugarretas crearon cierta inestabilidad, tanto en su situación social como económica, pero sobrevivieron gracias a un margen de simpatía y de esperanzas —no había que olvidar la existencia de tía Margaret en Filadelfia y de tía Laura en Boston—, y, todo hay que decirlo, debido a que resultaban encantadores. A la gente siempre le agradaba verlos porque, a pesar de ser las patéticas cigarras de un esplendoroso verano económico, eran capaces de hacer recordar muchas cosas buenas —sitios agradables, diversiones, comidas y amigos—, y la intensidad con que buscaban caras conocidas en los andenes de las estaciones puede perdonárseles si se tiene en cuenta que buscaban en realidad un mundo que les resultara inteligible.
El ladrón de Shady Hill. Cuento con moraleja moderna: no hace falta ser bueno para redimirte y que se perdonen los pecados. Estos pueden desaparecer por andar bajo una lluvia fresca. Hay una escena que me ha impactado y nos cuenta cómo el hombre paga la bondad con la maldad.
El autobús a St. James. Nos encontramos ante el relato de la clase ociosa, de la burguesía de los hombres que trabajan y las mujeres que compran, de escuelas para niños con normas de otros tiempos y el amor que cruza clandestinamente entre la rigidez de las normas.
Lois Bruce, como muchísimas otras neoyorquinas, pasaba una enorme cantidad de tiempo de compras en la Quinta Avenida. Leía los anuncios de los periódicos con mayor interés que su marido las páginas de economía. Su ocupación principal era ir de tiendas. Por hacerlo era capaz de levantarse de su lecho de enferma. La atmósfera de los grandes almacenes producía efectos reconstituyentes sobre su salud.
El gusano en la manzana. La clave del relato está en descubrir un elemento inmoral en la felicidad, una brecha en lo honorable. Hay un reportaje que, como el recorrido de una cámara, muestra los espacios y personajes que pueden ser el gusano.
Los Crutchman eran tan felices, tan extraordinariamente felices, y tan moderados en todas sus costumbres, y todo lo que les pasaba les parecía tan bien que uno se veía obligado a sospechar la existencia de un gusano en su sonrosada manzana, y a imaginar que el llamativo color de la fruta no tenía otro objeto que esconder la gravedad y la extensión de la enfermedad.
El problema de Marcie Flint. Describe los momentos cotidianos de la clase media. La discusión en un ayuntamiento o el aburrimiento del ama de casa no dejan de ser, una vez más, la exposición de los síntomas de una decadencia.
Como todos los hombres amargados, Flint conocía menos de la mitad de la historia y estaba más interesado en desahogar sus sentimientos de ira que en conocer la verdad. Marcie, la esposa de la que estaba huyendo, era una mujer de pelo y ojos negros; no era posible considerarla joven ni con un esfuerzo de la imaginación, pero poseía abundantes dosis de dulzura y cortesía femeninas. No había contado a los vecinos que Charlie la había abandonado; ni siquiera había llamado a su abogado, pero había despedido al cocinero y en aquel momento seguía un rumbo sur-suroeste entre la cocina y el fregadero, preparando la cena de los niños. No acostumbraba a analizar el pasado, como hacía su marido, ni a examinar las fuerzas capaces de distanciar irremediablemente a un matrimonio que llevaba felizmente casado quince años.
«La bella lingua». Americanos en Italia, este hecho sirve de excusa para aprender el idioma, para trazar una inteligente semblanza de diferentes personajes. Absolutamente delicioso y magnífico.
el pobre Streeter descubrió que su italiano era aún tan deficiente que no entendía la letra de la canción, lo que significaba que tampoco entendía apenas el paisaje que la rodeaba. Sus sentimientos eran muy parecidos a los que podía haber experimentado acerca de algún hermoso lugar de veraneo: un escenario donde, quizá de niños, hemos mantenido una relación momentánea con la belleza y la simplicidad, relación bruscamente truncada por el final de las vacaciones. Streeter se rebeló contra la evocación de una felicidad prestada, momentánea, agridulce; pero la criada siguió cantando, y él no entendía una sola palabra.
Los Wryson. En esta narración podemos observar varios elementos ya comentados y cómo la trama va derivando en diferentes historias y personajes que se entrelazan con maestría.
El marido rural. Francis ha tenido un mal día. La rutina de esta clase anómica, el matrimonio social se ve, momentáneamente, interrumpido por el deseo, por la ensoñación, incluso por la violencia, pero todo es un espejismo en el devenir cómo de la vida.
El cielo había estado antes de un color azul brumoso, con nubes exclusivamente por debajo del avión, aunque tan juntas que no se veía la tierra. Luego empezó a formarse vaho en el exterior de las ventanillas, y penetraron en una nube blanca de tal densidad que reflejaba las llamas del escape de los motores. El color de la nube se oscureció hasta convertirse en gris, y el avión empezó a mecerse.
Reflexiona profundamente sobre el papel del hombre proveedor. En este caso acaba de sufrir un amago de accidente de avión y en casa parece un extraño.
Francis dice que también hay que comprenderlo a él; ha estado a punto de morir en un accidente aéreo, y no le gusta volver a casa todas las noches y encontrarse con un campo de batalla. Ahora Julia se siente muy afectada. Le tiembla la voz. Francis no se encuentra todas las noches con un campo de batalla. Es una acusación mezquina y estúpida. Todo estaba tranquilo hasta que él llegó. Julia se interrumpe, deja el cuchillo y el tenedor sobre la mesa y contempla su plato como si fuera un abismo. Empieza a llorar.
La duquesa. Delicioso fresco de unos nobles italianos y de su hija que busca marido. Me encanta su cinismo.
Sus padres lloraron, pero se mantuvieron firmes en su lucha contra aquella resuelta tendencia a la honradez que su hijo había demostrado poseer desde niño. Su padre, que lo amaba como a su propia vida, dijo que Winifred-Mae no traspasaría las puertas de Roma mientras él viviese, y ella no lo hizo.
El camión de mundanzas escarlata. El cinismo y la ironía hacen de este libro algo absolutamente recomendable. La trama se mueve de manera abrupta porque la vida es abrupta.
se asemejaba a una ciudad de las colinas en un solo aspecto, es decir, en que los enfermos, los desencantados y los pobres no podían escalar el escarpado sendero moral que constituía su defensa natural, y en que llegado el momento en que cualquiera de sus vecinos caía bajo el virus de la infelicidad o el descontento, consciente de la inutilidad de residir en un paraje de tal altura espiritual, se iba a vivir a la llanura.
Simplemente dime quién fue. La descripción de la vida burguesa la hace como nadie, parece descuidado, casual, dejando caer la información que el lector reconstruye.
Edith Hastings era una de esas mujeres (y había muchas en Shady Hill) cuyos maridos dedicaban mensualmente tres semanas a viajes de negocios. Vivía, conyugalmente hablando, como la esposa de un pescador que faenase en los Grandes Bancos, pero sin ninguna de las tradiciones marineras como compensación. Todas —o casi todas— aquellas viudas estaban libres de la acusación de no haber afrontado valientemente sus problemas. Recaudaban fondos para el cáncer, procardíacos, cojera, sordera y enfermedades mentales. Cultivaban plantas tropicales en un clima caprichoso, tejían, hacían cerámica, se ocupaban amorosamente de sus hijos y hacían todo lo imaginable para sobrellevar la irremediable ausencia de sus hombres. Mujeres solitarias, desarrollaban una natural inclinación al chismorreo.
Mas, el cinismo entra desbocado y la mala leche supura sin remedio.
Y esa tarde le compraría un regalo en prenda de su amor y su perdón. Le compraría perlas, oro o zafiros; en todo caso, algo caro; quizá esmeraldas; un obsequio que ningún hombre joven pudiera costearse.
Brimmer. Me ha sorprendido el puritanismo de la voz narrativa, la ética que juzga el comportamiento del otro.
La edad de oro. El protagonista no es solo un poeta, auqnue querría serlo, es guionista, que sería el equivalente a los nuevos poetas que realmente hacen el mundo.
La cómoda. Es cierto, hay quien vive adaptando a los demás a su ser. También aquí observamos cierto regusto moral, sobrias mochilas del pasado, el peso que soportamos y la necesidad de librarnos de él.
Cierta gente convierte sus pasiones más en una actuación que en una aventura. Al parecer, no se enamoran ni hacen amistades, sino que representan con hombres, mujeres, niños y perros un bullicioso drama para el que estaban predestinados desde el momento de su nacimiento. Esto es especialmente notable en aquellos cuya teatralidad está limitada por la pobreza de su gama emocional. Su torpe actuación desvía nuestra atención hacia la obra.
La profesora de música. La magia, l amúsica puede dulcificar lo imposible. Curioso e intrigante.
Una mujer sin país. Me encantan estos divertimentos deliciosos que juegan con un argumento simple.
La muerte de Justina. La trama es sencilla, de nuevo. Un publicista se entera que ha muerto la prima de su mujer. Debe de escribir un texto. La solución textual es francamente brillante.
Clementina. Magnífico el contraste entre Italia y América, es sublime, inteligente y los contrastes perfectamente pensados. Me ha encantado, delicioso.
No la dejaré que se case con Joe, Clementina.
—Pero ¿por qué?
—No la dejaré que se case con él si no es para ser su mujer. Tiene que estar enamorada.
—Pero, signore, en Nascosta no tendría sentido casarse con un hombre cuyas tierras no están junto a las tuyas, y ¿quiere eso decir que tiene que hacerte perder la cabeza?
—Esto no es Nascosta.
—Pero todos los matrimonios son así, signore. Si la gente se casara por amor, el mundo no sería un sitio para vivir, sino un manicomio. ¿No se casó la signora con usted por el dinero y por todas las comodidades que usted le proporciona? —Él no respondió, pero Clementina vio cómo enrojecía hasta las orejas—. Signore, signore! —prosiguió—. Habla usted como un muchacho ilusionado, como un chiquito con la cabeza llena de poesía. Solo trato de explicarle que voy a casarme con Joe para quedarme en este país, y usted me contesta como un niño.

Un muchacho en Roma. Una historia sobre la iniciación, la responsabilidad, la honradez o el descubrimiento del mundo en un ambiente de cierta decadencia. Me gusta como enfrenta el pragmatismo a la poesía e ironía, casi puede entenderse como contrapunto al carácter norteamericano.
El cielo era dorado, pero no pasaba de ser un espejismo de gasolina y fuego; el agua era azul, pero esa zona del puerto está llena de desagües de alcantarillado, y las muchísimas luces de lo alto de la colina procedían de las ventanas de casas frías y feas cuyas habitaciones debían de oler a cortezas de parmigiano, y a coladas. La luz era dorada, pero luego adquirió otro color, más oscuro y rosáceo, y me pregunté dónde había visto antes aquella tonalidad, y creí que tal vez en los pétalos exteriores de esas rosas que florecen tarde en las montañas después de la escarcha. Luego el cielo palideció, se puso tan pálido que se podía ver el humo de la ciudad elevándose en el aire. A través de la humareda brotó la estrella vespertina con una llamarada como de farol, y empecé a contar las restantes estrellas a medida que iban apareciendo, pero en seguida fueron incontables. De pronto mi madre se echó a llorar y yo supe que lloraba porque estaba muy sola en el mundo, y lamenté mucho mi momentáneo deseo de asestarle un puntapié. Luego me dijo que por qué no íbamos a San Cario y cogíamos el tren a Roma, cosa que hicimos, y ella se alegró de ver a Tibi tumbado en el sofá cuando regresamos.
Miscelánea de personajes que no aparecerán. Inteligente. Los personajes deambulan en sus apuntes recreando microrelatos deliciosos.
Alguien abrió una lata de cerveza y se la pasó, y Florrie se puso en pie y reanudó sus paseos por la línea de falta y fuera de las páginas de mi novela, porque jamás volví a verla.
La quimera. La ironía es fundamental para entender al autor, parte de su carácter y de su manera de escribir. Es parte de su técnica y recurso de la inteligencia para diseccionar un modo de vida. Solo imaginando podemos romper la unidad de lo cotidiano.

Mi mujer y yo somos terriblemente desdichados juntos, pero tenemos tres niños preciosos y tratamos de no sacar las cosas de quicio. Hago lo que tengo que hacer, como todo el mundo, y una de las cosas que me han tocado en suerte es servir el desayuno en la cama a mi mujer. Trato de prepararle un excelente desayuno, porque a veces el detalle mejora su carácter, por lo general horrible. Una mañana no hace mucho tiempo, al llevarle la bandeja, se tapó la cara con las manos y se echó a llorar. Miré la bandeja para ver si había cometido algún error. El desayuno era perfecto: dos huevos duros, un pedazo de queso danés y una Coca-Cola con un chorrito de ginebra; es lo que le gusta. Jamás he aprendido a preparar el tocino. Los huevos tenían buen aspecto y los platos estaban limpios, de modo que le pregunté qué le pasaba. Retiró las manos de los ojos ojerosos y arrasados de lágrimas y dijo, con el acento peculiar de la familia Boysen:
—No puedo aguantar por más tiempo que me sirva el desayuno en la cama un hombre peludo en calzoncillos.

Las casas junto al mar. Las sensaciones que alguien siente cuando llega a una casa de veraneo donde viven otras personas que tienen otras vidas, una vida, y que dejan huellas que delatan historias.
La playa describe una curva, y veo las luces de otras casas donde la gente amontona una reserva de felicidad o de dolor que encontrarán los inquilinos que vengan en agosto o el verano que viene. ¿Estamos de verdad tan cerca los unos de los otros? ¿Es preciso que los extraños carguen con nuestros problemas? ¿Es tan ineludible nuestro sentido de la universalidad del sufrimiento?
El ángel del puente. Con la ironía habitual cuenta la historia de un personaje con fobia a cruzar los puentes con el sarcasmo que me gusta. Me parece interesante la visita al psicólogo.
El brigadier y la viuda del golf. A veces los cuentos indagan sobre el sueño burgués de la abundancia. Además aquí juega con un refugio atómico propio de la guerra fría como símbolo de estatus y reflejo de una época.
Pero ¿quién era ella? ¿Quién se creía que era para hacerle una cosa así? No era más que una ama de casa con su soledad a cuestas, ni más ni menos. A las dos encargó la comida. Se sentía derrotado. ¿Qué había sido su vida sentimental en aquellos últimos años, excepto una serie de aventuras de una noche, muchas veces deprimentes por añadidura? Pero sin ellas su vida hubiera sido insoportable.
Una visión del mundo. Una vez más nos encontramos ante un relato excepcional escrito desde la primera persona que da una dimensión diferente a la trama. El cielo estaba azul y tenía una claridad musical. La escritura es tan clara y sencilla como efectiva. Perfecto.
—Nada; pero tengo otra vez la horrible impresión de ser un personaje en una comedia de la televisión —dijo—. Quiero decir que soy una persona agradable, voy bien vestida, y mis hijos son guapos y simpáticos, pero me angustia la sensación de que solo existo en blanco y negro, y de que cualquiera, con solo usar el mando del televisor, puede hacerme desaparecer.
Reunión. Tener un padre idiota es una desgracia cuando además, no lo has visto en tres años, simplemente un suplicio.
Una culta mujer norteamericana. Una mujer superior y los complejos de inferioridad de las vidas individuales, metas y sueños. ¿Qué importa realmente en la vida? Magnífico, duro y sin concesiones emocionales.
Fue en Nantucket donde su madre habló por primera vez con ella sobre un tema para el que carecemos de vocabulario en inglés: el amor.
Es un autor sorprendente, enocasiones no solo es capaz de pintar la anodina vida del ama de casa, sino de expresar conceptos muy contemporáneos en línea con el pensamiento feminista.
Su apasionado temperamento sexual atribuía a su esposa la suavidad, la tibieza y la total ceguera del amor; pero ¿por qué —se preguntaba mientras sacaba brillo a los tenedores— daba la impresión de existir cierta contradicción entre esos atributos y la posesión de una mente clara? La inteligencia, Georgie lo sabía muy bien, no es un atributo masculino, aunque el peso de la tradición haya colocado a lo largo de los siglos tanto poder en las manos de los hombres que su antigua supremacía resulte difícil de olvidar. Pero ¿por qué su instinto lo hacía esperar que la mujer entre cuyos brazos pasaba las noches procurase al menos ocultar sus muchos conocimientos? ¿Por qué parecía existir cierta fricción entre el enorme amor que sentía por ella y la incapacidad de Jill para entender la teoría del quantum?
No nos engañemos, Georgie estaba celoso de su inteligencia.
Metamorfosis. Nos encontramos en el paso entre la vida y la muerte. Cuatro historias de muerte que reflejan la futilidad de la invisibilidad.
a su muerte propusieron a la viuda que se incorporase a la empresa. En su favor hablaban su inteligencia, su belleza y el hecho de que, si hubiese retirado las acciones de su esposo, la sociedad se habría resentido.
Qué mala leche tiene,
esgrimía el poder de la grosería con tanta pericia que nunca la sorprendían en posición desairada, y cuando la gente comentaba cómo lo conseguía, ello solo acrecentaba su ventaja.
Mene, mene, tekel upharsin. Vemos como un presagio de mala literatura en un escritor prodigio, de la florituras ridículas.
Una tarde estaba esperando el tren de Nueva York en la Union Station de Indianápolis. Venía con retraso. La estación local, proporcionada como una catedral e iluminada por un rosetón, constituye un melancólico y brillante ejemplo de esa clase de arquitectura que pretende expresar el señorío y el dramatismo del viaje y de la separación. Los colores de los rosetones, límpidos como los de un caleidoscopio, bañaban las paredes de mármol y la sala de espera. Un rayo de color azul lavanda caía sobre una mujer con una bolsa de la compra. Un anciano dormía en un pozo de luz amarilla. Entonces vi un letrero que indicaba el camino hacia los urinarios de hombres, y me pregunté si no encontraría allí otra muestra de aquella curiosa literatura que había descubierto pocas horas después de mi regreso.
Montraldo. En este relato podemos encontrar un robo y un estrafalario viaje a Italia.
El océano. Hace una disección perfecta de la vida burguesa del matrimonio, del papel de la mujer, de la reubicación del hombre, de la paternidad, de la filiación, en el fondo, de lo extraño que es vivir.
«Marito in città». El destino extraño del hombre moderno que se ha de reubicar en un mundo donde hay una distancia respecto a la mujer y a los hijos.
El señor Estabrook escogió una de las cuarenta mesas vacías. No puede decirse en realidad que se sintiera decepcionado por su situación; normalmente se hallaba rodeado por un crecido número de hombres, mujeres y niños, y era algo completamente lógico que se sintiera, como de hecho se sentía, no ya solo, sino solitario.
La geometría del amor. La desazón y cierta misoginia irónica aparecen de cuando en cuando, vaya contraste, en cuentos descarnados donde el hombre es un ser sufriente, una marioneta en manos de los designios de un dios cruel. Hemos de fijarnos en cómo es capaz de atraer al lector, cómo crea un marco de expectativas y construye un ambiente idóneo.
Era una de esas tardes lluviosas en las que el departamento de juguetes de Woolworth’s, en la Quinta Avenida, está lleno de mujeres que parecen recién salidas de un lecho adúltero, y en ese momento compran un regalo para su hijo pequeño antes de regresar a casa. Aquella tarde concreta había unas ocho o diez, bonitas, fragantes y bien vestidas, pero con el aire cariacontecido de las mujeres a quienes poco antes ha desnudado un caradura cualquiera en una anónima habitación de hotel del centro de la ciudad cuando están a punto de volver al hogar, a recibir los abrazos de un niño cariñoso. Era Charlie Mallory, que acababa de comprar un destornillador en el departamento de ferretería, quien había llegado a dicha conclusión. No era un juicio de orden moral. Se le ocurrió generalizar principalmente para conferir algún interés y animación a la lasitud de una tarde de lluvia. Las cosas iban muy despacio en su oficina. Después del almuerzo, había empleado su tiempo en reparar un fichero. Para eso quería el destornillador. Una vez formulada esa conjetura, miró más de cerca los rostros de las mujeres y le pareció hallar en ellos alguna confirmación de su fantasía. ¿Qué otra cosa que no fueran las congestiones y los desengaños del adulterio podía prestarles un aire tan espiritual, tan lloroso? ¿Por qué suspiraban tan profundamente al tocar las cosas con que juega la inocencia? Una de las mujeres llevaba un abrigo de piel parecido al que Mallory había regalado en Navidad a su mujer, Mathilda. Observando con más atención, vio que no solo era el abrigo de Mathilda, sino Mathilda en persona.
El nadador. Fascinante y demoledora. Alegórico. Es fascinante cómo muestra la historia y solo al final entiendes el camino del personaje, su hazaña. Atraviesa un condado de piscina en piscina, nadando, como una aventura crepuscular, como un reto del fin del mundo para alguien que se ha perdido, definitivamente, en un mundo lleno de ficciones.
El mundo de las manzanas. El poeta busca su ser en las profundidades de la edad, angustiado por la obscuridad que le acecha. Una delicia. Bascomb, el genio de la poesía, solo puede deambular por la obscenidad animal gozando la culpabilidad de una trasgresión.
A continuación salió a escena la soprano, una espléndida rubia ceniza que lucía un vestido carmesí, y mientras cantaba Die Liebhaber der Brücke, el viejo Bascomb se entregó al repugnante y funesto vicio de desnudarla en su imaginación. ¿Corchetes? —se preguntó—. ¿Cremallera? Mientras ella cantaba Die Feldspar y Le temps des lilas et le temps des roses ne reviendra plus, se decidió por la cremallera, e imaginó que le desabrochaba el vestido por detrás y le descubría delicadamente los hombros.
Otra historia. Otra historia más, efectivamente, entre hombres y mujeres, entre la incomprensión y el abismo, entre el qué y el por qué, es distancia infinita entre el puede ser y el soy.
Percy. El sentido de la ironía, nuevamente, esa delicia intelectual. Está infiltrando muchos de los cuentos que, como no puede ser de otra manera, te envuelven y hacen que el tiempo de lectura pase en un suspiro.
Llegada la hora de la reunión, la abuela fue preguntando a sus hijos qué pensaba hacer cada uno en la vida. El tío Tom quería ser soldado. El tío Harry quería ser marino. El tío Bill prefería el comercio. La tía Emily deseaba casarse. Mi madre quería ser enfermera y curar a los enfermos. La tía Florence —que más tarde se rebautizaría a sí misma como Percy— exclamó: «¡Yo quisiera ser una gran pintora, como los maestros del Renacimiento italiano!». La abuela comentó entonces:
—Puesto que al menos uno de vosotros tiene una idea clara de su destino, Florence irá a una escuela de arte y los demás os pondréis a trabajar.
La cuarta alarma. Me gusta mucho cuando busca la situación extravagante y cómo reflexiona sobre las burguesas ociosas en búsqueda de sí mismas. Hoy el empoderamiento hace que veamos es situaciones como anacrónicas, pero Cheever refleja muy bien el ambiente de cambio, la ansiedad que siente la mujer por no estar donde debería, el hombre perdido en busca de algo que no sabe bien qué es.
Le explicaron que actuaría desnuda durante todo el espectáculo. Entre sus obligaciones figuraba simular o realizar el coito dos veces durante la representación e intervenir en una experiencia sexual múltiple con participación del público.
Y adquiriendo voz propia
Allí estaba yo, desnuda delante de aquellos desconocidos y sintiendo por vez primera en mi vida que me había encontrado a mí misma.
Artemis, el honrado cavador de pozos. El amor se cuela en una historia surrealista en plena guerra fría. el deseo a través de la burocracia. Inteligente y triste.
Tres cuentos. El primero establece un diálogo entre la panza y el hombre, dialéctica del buen comer y del buen vivir. Aun así me parece atractivo que los desenlaces sean, en muchos casos, inesperados.
No había nacido en Norteamérica, desde luego —el último nativo auténtico, así como la última vaca, murieron hace veinte años—, y no recuerdo dónde habían nacido ella o su marido. Él era calvo. Tenían tres hijos, y llevaban una vida escrupulosamente ordinaria hasta cierta mañana de otoño.
Las joyas de los Cabot. Retazos de escenas. La narración es un impacto breve, un punto en el espacio que describe un acontecimiento. La clase media sale a la luz, su hipocresía, sus miedos, su idea de familia. Cheever retrata una sociedad que hemos visto en las pelis, que hemos leído y visto en las series. Autor fundamental y excepcional.

 No dejéis de leer estos relatos, vale la pena. Algunos datos de interés. La tenemos en RBA
Nº de páginas:1088
Editorial:RBA LIBROS
Idioma:CASTELLANO
Encuadernación:Tapa blanda
ISBN:9788490063958

Año de edición:2012

Autor imprescindible para comprender las inquietudes, los deseos y los miedos de toda una clase social, John Cheever es considerado hoy un clásico incontestable de las letras estadounidenses, especialmente gracias a sus relatos breves, auténticas gemas literarias de una belleza que lo sitúan entre los mejores escritores modernos del género. Estos cuentos, ambientados sobre todo en urbanizaciones situadas en el extrarradio de las grandes urbes, aunque también en otros lugares como la ciudad de Nueva York o Italia, son certeros retratos sociológicos de una clase media norteamericana que disfruta de lujos materiales pero que paradójicamente se ve acosada por una inefable sensación de vacío y soledad. Con estas piezas maestras, Cheever deja al desnudo los secretos más íntimos de estas personas acomodadas, reflejando su confusión y las contradicciones en las que caen ante la necesidad de mantener a cualquier precio el estatus y las convenciones sociales. Recopilados por primera vez en los Estados Unidos en 1978, estos relatos alcanzaron un inmediato éxito de ventas y significaron el reconocimiento definitivo de John Cheever como uno de los grandes narradores estadounidenses de su generación. Al año siguiente, el autor recibió el Premio Pulitzer y el National Book Critics Circle, que vinieron a certificar su consagración. Desde entonces, Cheever ha sido considerado como el cronista más sensible e insidioso de la clase media de los años cincuenta en su país, y ha conquistado lectores de todas las edades en el mundo.

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