Es estupendo empezar a leer un libro y encontrarte con algo reconocible. Seguro que ya lo he dicho en más de una ocasión: lo importante es la comodidad del lector y con ello no quiero decir su comodidad intelectual, ni mucho menos, he leído libros con los que no podía avanzar, libros cuya temática era tan dura que me resultaba imposible leerlos sin cierta repulsión, sin embargo en todos ellos reconocía los patrones necesarios para poder seguir leyéndolos con un esfuerzo más o menos grande.
Por eso lo que esperamos es leer lo que queremos leer, sorprendiéndonos más o menos por aspectos constitutivos como la trama o la estructura, el lenguaje o el armazón, pero nos encontramos perfectamente como lectores. Eso me ha pasado con este libro que entronca directamente con la magnífica tradición norteamericana de narración. Grandes historias que evolucionan en el tiempo, construyendo espacios y personajes que evolucionan junto con la escritura. Libros largos, libros en que el lector puede hacer un ejercicio de identificación y de empatía, conocer a los personajes como si fueran de su propia familia, y las historias, las historias ser vividas en primera persona.
Y precisamente de eso quería hablaros, no me había dado cuenta, pero la gran mayoría de libros que estoy leyendo, y leo unos cuantos, están escritos en primera persona. No todos toman la estructura de unas memorias, como este del que os hablo, pero se utiliza la primera persona como refugio de identificación para poder desarrollar los argumentos de una manera veraz. Veréis. Si usamos la primera persona en la narración, existe una identificación necesaria de lector-autor, ya que pensamos, subconscientemente, o inconscientemente, nunca lo he tenido muy claro, lo dela diferencia, que lo contado es lo vivido.
La novela es la historia de un chaval que crece, ni más ni menos. Esa historia se desarrolla utilizando un bar como leitmotiv de la acción y de la trama, usándolo como excusa para contar diferentes historias y ayudar en la evolución personal de Moehringer en su camino hacia la adultez: amor, crecimiento, estudios, amistad. El bar como foco de atención, como sancta sanctorum que organiza y dirige la vida de un pueblo, al estilo dela canción de Ryan Adams, The bar is a beautiful place.
El libro sigue la estructura clásica del viaje iniciativo del niño a adulto dentro del estilo de unas memorias, ofreciendo el crecimiento personal del personaje.
Me preguntaba si desprenderse de la niñez era algo así como la amnesia, si te olvidabas de ti mismo y de tu antigua vida, si olvidabas todas las cosas que te eran familiares y que creías que nunca olvidarías, y empezabas de cero. Esperaba que así fuera. Le pedí ese deseo a la estrella más brillante que encontré. Y deseé que hubiera alguien a quien pudiera preguntárselo.
Steve creía que la barra de un bar era el punto de encuentro más igualitario de todos los que existían en América, y sabía que los americanos siempre habían venerado sus bares, sus salones, sus tabernas y sus «gin mills», una de sus expresiones favoritas.
Las diferentes casas en que viven con su madre. La relación con su madre es fundamental ya que ella, divorciada, ha de hacerse cargo del personaje luchando por salir adelante compaginando la vida independiente con la vida en casa de los abuelos. El amor a la madre se manifiesta a lo largo de toda la obra. El padre aparece lejano, como una Voz de radio: contradictorio. Su presencia, la del padre, es más residual y conflictiva.
Aunque a mí no me encantaba la Casa Mierda, no la odiaba tanto como mi madre. El techo hundido, los muebles sostenidos con cinta aislante, la fosa séptica embozada, el sofá del bicentenario… Todo aquello me compensaba si a cambio podía estar con mis primos, a los que adoraba. Mi madre lo entendía, pero la casa del abuelo le chupaba la energía hasta tal punto que las compensaciones que pudiera proporcionarme a mí ya no le valían de nada. Estaba muy cansada, decía. Muy muy cansada.
Como siempre la literatura como reflexión. Me gusta cuando el autor nos cuenta sus dudas, sus necesidades como creador, su método, es muy interesante.
Decían que al optar por los libros, por los libros adecuados, y al leerlos despacio, cuidadosamente, siempre podría mantener, al menos, el control de aquello...
Tú intenta no pensar en las palabras. No te esfuerces en buscar la frase perfecta. Eso no existe. Escribir es cuestión de adivinar. Cada frase es un tanteo educado, tanto del lector como tuyo. Piénsalo así la próxima vez que metas una hoja de papel en la máquina de escribir.
Saqué mi cuaderno de notas de Yale de mi mochila...
Visto en perspectiva, lo que me resulta más destacable es la cantidad de páginas que producía, la cantidad de borradores que terminaba, lo mucho que lo intentaba antes de dejarlo. No era propio de mí persistir tanto, lo que demostraba hasta qué punto el bar me cautivaba, mi intensa necesidad de describirlo. Noche tras noche, me sentaba a mi escritorio, sobre el restaurante de Louie el Griego, intentando escribir sobre las voces del bar, sobre las risas contagiosas de hombres y mujeres, todos juntos en un lugar en el que yo me sentía a salvo. Intentaba escribir sobre los rostros envueltos en nubes de humo, explicar que muchas veces parecían fantasmas en un más allá de niebla, y que la charla chispeante podía pasar de las carreras de caballos a la política, de la política a la moda, de la moda a la astrología, de la astrología al béisbol, del béisbol a las grandes historias de amor de la Historia, y todo en lo que tardaba en consumirse una cerveza.
El Publicans, el pub, como centro que sirve para estructurar la obra y la memoria del autor.
–El Publicans es la lámpara de Aladino de Long Island –dije–. Pides un deseo, frotas un poco el bar, y listos. Aladino, alias el Publicans, provee.
Y la importancia que la música tiene para nuestro crecimiento personal. En ester caso su obsesión por Sinatra como reflejo de su obsesión por la Voz de su padre en la radio.
La voz de Sinatra, le dije, es la voz que la mayoría de hombres oye en el interior de su cabeza. Es el paradigma de la masculinidad. Tiene el poder al que los hombres aspiramos, y la confianza. Y, aun así, cuando Sinatra está herido, afectado, su voz cambia. No es que desaparezca la confianza, pero por debajo aparece un atisbo de inseguridad, y oyes los dos impulsos guerreando por su alma, oyes toda esa confianza y esa inseguridad en cada nota porque Sinatra te deja que las oigas, se expone desnudo, algo que los hombres rara vez hacen.
Me preguntaba si desprenderse de la niñez era algo así como la amnesia, si te olvidabas de ti mismo y de tu antigua vida, si olvidabas todas las cosas que te eran familiares y que creías que nunca olvidarías, y empezabas de cero. Esperaba que así fuera. Le pedí ese deseo a la estrella más brillante que encontré. Y deseé que hubiera alguien a quien pudiera preguntárselo.
Steve creía que la barra de un bar era el punto de encuentro más igualitario de todos los que existían en América, y sabía que los americanos siempre habían venerado sus bares, sus salones, sus tabernas y sus «gin mills», una de sus expresiones favoritas.
Las diferentes casas en que viven con su madre. La relación con su madre es fundamental ya que ella, divorciada, ha de hacerse cargo del personaje luchando por salir adelante compaginando la vida independiente con la vida en casa de los abuelos. El amor a la madre se manifiesta a lo largo de toda la obra. El padre aparece lejano, como una Voz de radio: contradictorio. Su presencia, la del padre, es más residual y conflictiva.
Aunque a mí no me encantaba la Casa Mierda, no la odiaba tanto como mi madre. El techo hundido, los muebles sostenidos con cinta aislante, la fosa séptica embozada, el sofá del bicentenario… Todo aquello me compensaba si a cambio podía estar con mis primos, a los que adoraba. Mi madre lo entendía, pero la casa del abuelo le chupaba la energía hasta tal punto que las compensaciones que pudiera proporcionarme a mí ya no le valían de nada. Estaba muy cansada, decía. Muy muy cansada.
Como siempre la literatura como reflexión. Me gusta cuando el autor nos cuenta sus dudas, sus necesidades como creador, su método, es muy interesante.
Decían que al optar por los libros, por los libros adecuados, y al leerlos despacio, cuidadosamente, siempre podría mantener, al menos, el control de aquello...
Tú intenta no pensar en las palabras. No te esfuerces en buscar la frase perfecta. Eso no existe. Escribir es cuestión de adivinar. Cada frase es un tanteo educado, tanto del lector como tuyo. Piénsalo así la próxima vez que metas una hoja de papel en la máquina de escribir.
Saqué mi cuaderno de notas de Yale de mi mochila...
Visto en perspectiva, lo que me resulta más destacable es la cantidad de páginas que producía, la cantidad de borradores que terminaba, lo mucho que lo intentaba antes de dejarlo. No era propio de mí persistir tanto, lo que demostraba hasta qué punto el bar me cautivaba, mi intensa necesidad de describirlo. Noche tras noche, me sentaba a mi escritorio, sobre el restaurante de Louie el Griego, intentando escribir sobre las voces del bar, sobre las risas contagiosas de hombres y mujeres, todos juntos en un lugar en el que yo me sentía a salvo. Intentaba escribir sobre los rostros envueltos en nubes de humo, explicar que muchas veces parecían fantasmas en un más allá de niebla, y que la charla chispeante podía pasar de las carreras de caballos a la política, de la política a la moda, de la moda a la astrología, de la astrología al béisbol, del béisbol a las grandes historias de amor de la Historia, y todo en lo que tardaba en consumirse una cerveza.
El Publicans, el pub, como centro que sirve para estructurar la obra y la memoria del autor.
–El Publicans es la lámpara de Aladino de Long Island –dije–. Pides un deseo, frotas un poco el bar, y listos. Aladino, alias el Publicans, provee.
Y la importancia que la música tiene para nuestro crecimiento personal. En ester caso su obsesión por Sinatra como reflejo de su obsesión por la Voz de su padre en la radio.
La voz de Sinatra, le dije, es la voz que la mayoría de hombres oye en el interior de su cabeza. Es el paradigma de la masculinidad. Tiene el poder al que los hombres aspiramos, y la confianza. Y, aun así, cuando Sinatra está herido, afectado, su voz cambia. No es que desaparezca la confianza, pero por debajo aparece un atisbo de inseguridad, y oyes los dos impulsos guerreando por su alma, oyes toda esa confianza y esa inseguridad en cada nota porque Sinatra te deja que las oigas, se expone desnudo, algo que los hombres rara vez hacen.
El libro lo tenemos en Duomo ediciones, y aquí os dejo datos de vuestro interés.
Traducción: Juanjo Estrella
Colección: Nefelibata
ISBN: 9788416261017
Encuadernación: Rústica con solapas
Formato: 14 x 21,5 cm
Páginas: 464
PVP: 19.80 €
PVP ebook: 9.99 €
Traducción: Juanjo Estrella
Colección: Nefelibata
ISBN: 9788416261017
Encuadernación: Rústica con solapas
Formato: 14 x 21,5 cm
Páginas: 464
PVP: 19.80 €
PVP ebook: 9.99 €
J.R. creció con su madre, pues su padre los abandonó cuando J.R. no había pronunciado su primera palabra. Él, sin embargo, sabe quién es su padre: un DJ de Nueva York que tiene un programa de radio y cuya voz J.R. escucha con la oreja pegada al aparato. Hasta que un día la voz desaparece del aire y J.R. se queda sin nadie a quien escuchar. Encontrará refugio en el amor de su madre y en el Dickens, el bar de su barrio, un sitio donde poetas, policías, apostadores, soldados, boxeadores y estrellas de cine tienen una historia que contar. Allí, entre todas esas voces que lo cautivan como en un sueño, J.R. podrá darle voz a su propio destino y podrá forjarse, también, una identidad. Conmovedor y emocionante, firmado por un premio Pulitzer, El bar de las grandes esperanzas es un libro hermoso que puede leerse como una novela de aprendizaje o como una historia apasionadamente sincera y real.
DEL AUTOR QUE ESCRIBIÓ EL FENÓMENO EDITORIAL OPEN
«Si les apetece una buena dosis de la materia
de la que está hecha la buena literatura,
El bar de las grandes esperanzas
es una estupenda opción.»
Manuel Rodríguez Rivero, El País Babelia
«Un talento inconmensurable.»
Alessandro Baricco
«Un libro maravilloso. Ojalá el whisky diera tanto placer
como leer estas páginas.»
James Salter
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