Hay autores con los que sabes que algo bueno te espera. Puede que no estés ante su mejor novela, o que no te identifiques con la temática, con los ritmos, con la ideología que subyace a la trama, pero no importa porque sabes que te vas a encontrar con algo sólido, con una estructura coherente, con un trabajo honrado, literario, tenaz. Eso es complicado, algunos lo llaman estilo, a mí me gusta ese término: estilo, manera de hacer algo reconocible. Con ello no quiero decir que clonen las novelas, no, pero tienen ese sello perceptible de que nos hemos encontrado con un autor familiar, cierto, cotidiano.
Eso
me pasa siempre con McEwan, sé que voy a disfrutar con su novela, me
guste o no, y voy a reconocer un montón de guiños literarios con
los que disfrutaré como lector. Su estilo directo, impactante en lo
literario, muchas veces breve, le da al texto un aire de pinceladas
despreocupadas que hacen trabajar la lectura.
-
Lo necesito. Tengo cincuenta y nueve años. Es mi último cartucho.
Todavía no he visto pruebas de que exista otra vida después de
esta.
La
novela trascurre en la difícil línea de la toma de decisiones, en
el abismo que se abre ante el juez cuando ha de determinar
responsabilidades penales con menores o en asuntos de familia
marcando contraste con las decisiones que se han de tomar en el
ámbito privado de la propia familia. Es muy complejo ser fiel a la
ley y a la propia vida. Por eso las decisiones son, tantas veces, un
abismo.
A
mi juicio, su vida es más preciosa que su dignidad...
Hombres que ocultaban sus ingresos en cuentas del extranjero; mujeres que reclamaban una vida tranquila para siempre. Madres que impedían a sus hijos que vieran a su padre, a pesar de las órdenes judiciales; maridos que pegaban a su mujer y a sus hijos, esposas que mentían, rencorosas, un cónyuge o el otro, o los dos, borrachos, o drogadictos, o psicóticos; y otra vez niños, forzados a cuidar de padres incompetentes, niños que habían sufrido auténticos abusos, sexuales, mentales o ambos, y cuyo testimonio se transmitía en la pantalla al tribunal.
Hombres que ocultaban sus ingresos en cuentas del extranjero; mujeres que reclamaban una vida tranquila para siempre. Madres que impedían a sus hijos que vieran a su padre, a pesar de las órdenes judiciales; maridos que pegaban a su mujer y a sus hijos, esposas que mentían, rencorosas, un cónyuge o el otro, o los dos, borrachos, o drogadictos, o psicóticos; y otra vez niños, forzados a cuidar de padres incompetentes, niños que habían sufrido auténticos abusos, sexuales, mentales o ambos, y cuyo testimonio se transmitía en la pantalla al tribunal.
La
novela trascurre en un ambiente culto, dentro de los parámetros de
una burguesía acomodada que gusta de la música, de la lectura, de
la conversación con un vino, trascurre en la civilización.
El equipo de alta fidelidad de la sala, rara vez encendido, emitía música de piano de un disco antiguo de Keith Jarrett, Facing You. El primer tema. Se detuvo a escuchar en la puerta del dormitorio. Hacía mucho tiempo que no oía aquella melodía vacilante, parcialmente lograda. Había olvidado la fluidez con que adquiría confianza y cobraba vida cuando la mano izquierda se zambullía en un bailoteo extrañamente alterado que se convertía en una fuerza incontenible, como una locomotora de vapor que acelera. Solo un músico de formación clásica liberaba a sus manos entre sí como Jarrett. Al menos esa era la opinión parcial de Fiona.
Es
una novela interesantísima, me ha gustado mucho. Como siempre McEwan
reflexiona sobre la vida, trasciende y nos hace reflexionar sobre los
límites del matrimonio, de la madurez, de la vida, de la justicia y
de nosotros mismos, de nuestras líneas rojas, de nuestras
trasgresiones y anhelos.
Él
dijo simplemente:
-He
velado tu sueño.
Al
cabo de un rato, un largo rato, ella susurró:
-Gracias.
La
tenemos en la editorial Anagrama,
y como siempre os dejo datos que van a ser de vuestro interés.
ISBN
978-84-339-3637-0
PVP
SIN IVA €
PVP
CON IVA 11,99 €
NÚM.
DE PÁGINAS
COLECCIÓN Ebooks
TRADUCCIÓN
Jaime Zulaika
Acostumbrada
a evaluar las vidas de los demás en sus encrucijadas más complejas,
Fiona Maye se encuentra de golpe con que su propia existencia no
arroja el saldo que desearía: su irreprochable trayectoria como
jueza del Tribunal Superior especializada en derecho de familia ha
ido arrinconando la idea de formar una propia, y su marido, Jack,
acaba de pedirle educadamente que le permita tener, al borde de la
sesentena, una primera y última aventura: una de nombre Melanie. Y
al mismo tiempo que Jack se va de casa, incapaz de obtener la
imposible aprobación que demandaba, a Fiona le encargan el caso de
Adam Henry. Que es anormalmente maduro, y encendidamente sensible, y
exhibe una belleza a juego con su mente, tan afilada como ingenua,
tan preclara como romántica; pero que está, también, enfermo de
leucemia. Y que, asumiendo las consecuencias últimas de la fe en que
sus padres, testigos de Jehová, lo han criado, ha resuelto rechazar
la transfusión que le salvaría la vida. Pero Adam aún no ha
cumplido los dieciocho, y su futuro no está en sus manos, sino en
las del tribunal que Fiona preside. Y Fiona lo visita en el hospital,
y habla con él de poesía, y canta mientras el violín de Adam
suena; luego vuelve al juzgado y decide, de acuerdo con la Ley del
Menor.
Con
lo que ocurre después para ambos compone IanMcEwan, con un oficio
que extrae su fuerza de no llamar nunca la atención sobre sí mismo,
una pieza de cámara tan depurada y económica como repleta de
conflictos y volúmenes; una novela grácil y armoniosa, clásica en
el mejor sentido de la palabra, que juega su partida en el terreno
genuino de la escritura más indagadora: el de los dilemas éticos y
las responsabilidades morales; el de las preguntas difíciles de
responder pero imposibles de soslayar. La
ley del menor habla
del lugar donde justicia y fe se encuentran y se repelen; de las
decisiones y sus consecuencias sobre nosotros y los demás; de la
búsqueda de sentido, de asideros, y de lo que sucede cuando éstos
se nos escapan de las manos: lo hace con la seguridad tranquila de un
maestro en la plenitud quintaesenciada de sus facultades.
«Un
McEwan veloz y cautivador, que pide ser leído de una sola sentada.
Hay pocos escritores con ese dominio de la prosa. La ley del menor
está compuesta con tanta habilidad y ejecutada con tanta fluidez que
es un placer de principio a fin» (David Sexton, London
Evening Standard).
«Está
entre las mejores y más conseguidas novelas de McEwan. Es difícil
de entender cómo logra combinar tantos temas» (NealAscherson, The
New York Review of Books).
«Alternativamente
tierna, sorprendente y conmovedora. El lector no puede hacer otra
cosa que ir pasando las páginas. Pulida y equilibrada» (Anthony
Quinn, The
Mail on Sunday).
«Con
su mezcla de sabiduría arcana, intensidad emocional y,
especialmente, su interés por los giros siempre misteriosos del
corazón, La ley del menor es otra entrega notable de uno de los
mejores escritores vivos» (Ron Charles, The
Washington Post).
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