Los caminos de la literatura son como son, inexplicables,
difíciles. Llevo un montón de tiempo leyendo sobre escritores que escriben
sobre escritores, que reflexionan sobre el hecho literario y sobre sus vidas, o
sobre sus vidas como excusa perfecta para su literatura. Lo ficcional muere
ahogado en las dudas, en los problemas de la trama, en la propia historia del
autor aterrado por triunfar o alucinado por haberlo hecho y colapsado por la
intensidad del triunfo desconcertante de lo literario.
Fante vuelve a estas páginas después de Llenos de vida por
culpa de Bukowski, que lo prologa, y es por su culpa, porque lo menciona como
fundamental en su carrera de escritor, y claro, quiero descubrir cuáles son las
razones que le llevan a afirmar esto, los porqués ocultos que le hicieron creer
que este autor y no otro merecía la pena. Y merece la pena. La merece porque a
través de su alter ego literario, Arturo Bandini, John Fante nos describe la
vida miserable y estoica del escritor en búsqueda de la historia, de cómo vive
la felicidad estúpida de un breve reconocimiento a través de un cuento y como,
la casualidad, le hace volver a tener cierto éxito. La literatura como una
necesidad vital, como una droga que exprime todo lo que hay en los autores, que
los hace diferentes, que los trasforma en seres egoístas. ¿Qué más veo? que la
vida es la excusa de la literatura, solo escribimos de lo que nos pasa, para
qué inventar, diría B, por eso se adentra en las contradicciones, en las
miserias sin cuidarse de adornarlas, no hace falta, la vida es mucho más
poderosa que lo ficcional, es la piedra filosofal de lo contado.
Tardaste diez años en
escribir un libro, así que tómatelo con calma, sal a la calle, aprende de la
vida, pasea por ahí. Porque ése es tu problema: que no sabes nada de la vida(…)
Todas y cada una de
las palabras del libro son verdaderas. He vivido el libro, es experiencia pura (…)
El amor no lo era
todo. Las mujeres no lo eran todo. Un escritor tenía que reservarse las
energías.
Su escritura está llena de amargura irónica, puede ser que
si queréis esté llena de ironía filosófica, no sé si es lo mismo, pero me parece
que sí. La bohemia, la probreza como estadio intermedio, es un camino que anega
todo de sordidez y de culpa, de privaciones y de dolor.
Época difícil y de
resolución. Es el término exacto, resolución: Arturo Bandini ante la máquina de
escribir durante dos días seguidos, resuelto a ser algo grande; pero no sirvió
de nada, el asedio más largo de su vida y con la más firme de las resoluciones,
y ni una sola línea, sólo una palabra repetida a lo largo y ancho de la página,
la misma palabra siempre: palmera, palmera, palmera, una guerra a muerte entre
la palmera y yo, y ganó la palmera: ved cómo se mece en el aire azul, cómo
cruje con dulzura en el aire azul. La palmera venció después de dos días de
combate y yo salí por la ventana y me senté al pie del árbol(…)
Había mucha tristeza
en el fondo de mi estómago. Había mucho llanto y nubes de gas, pequeñas y
sombrías, me acorralaban el corazón.
Y todo esto genera una violencia incoherente que practica de
una manera irracional e intuitiva, cabreado con el mundo, pero es tan
verosímil, tan humano en sus acciones que la estupidez sin causa, la imbecilidad
de su comportamiento como sociópata hace que el libro adquiera un dramatismo
violento, y a que el lector no puede identificarse con el autor, pero lo
comprende, y comprende su decisión de construir una literatura, de ser.
—Princesita mexicana
—dije—. Eres encantadora y muy inocente.
Apartó la mano y
comenzó a ponerse pálida.
—¡Yo no soy mexicana!
—dijo—. Soy americana.
Cabeceé.
—No —dije—. Para mí
serás siempre una obrerita tonta. Una violetera del querido México.
—¡Macarroni hijoputa!
—dijo.
Me dio donde más me
dolía, pero seguí sonriendo.
Así que todo va confluyendo hacia esa violencia verbal, esa
mala leche incontrolada que vamos a encontrar posteriormente en B. Esta carta
no tiene desperdicio, podemos observar todos los elementos del realismo sucio:
la realidad cruda y sin adornos, lo vivido como real doloroso, la angustia del
ser, el cinismo sin límites; es brutal y maravillosa a un tiempo, irónica y
malvada.
Estimado Sammy:
La putilla que tú y yo
conocemos ha estado aquí esta noche; ya sabes, la sudaca de cuerpo escultórico
y cerebro de subnormal. Me enseñó unos cuentos que, según me dijo, habías
escrito tú. Me dijo también que estabas a punto de irte al otro barrio. En
circunstancias normales, la situación sería ya horrible de por sí. Pero después
de leer la mierda que has escrito, permíteme decir, en nombre del mundo en
general, que si desapareces de este valle de lágrimas será una suerte para
todos. No sabes escribir, Sammy. Te sugiero que dediques las últimas energías
que te quedan a poner en orden tu espíritu de mongólico antes de que abandones
un mundo que respirará de alivio cuando desaparezcas. Me gustaría poder decirte
con sinceridad que no quiero que te mueras. También desearía que, al igual que
yo, pasaras a la posteridad con algún monumento que recordara el tiempo que
pasaste en la tierra. Pero como salta a la vista que ello es imposible,
quisiera ayudarte a pasar los pocos días que te quedan sin amargura ni
resentimiento. La vida ha sido muy cruel contigo. Al igual que el resto de los
mortales, supongo que también tú estarás contento de que todo vaya a acabarse
dentro de poco y de que los garabatos con que has engorrinado la blancura
inmaculada del papel no tengan nunca la oportunidad de analizarse desde un
punto de vista más intolerante. Cuando te insto a que quemes toda la basura que
has cometido y a que en lo sucesivo te mantengas al margen de todo sacrilegio
literario, lo hago en nombre de todas las personas sensibles y civilizadas. Si
tienes máquina de escribir, mi dictamen sigue siendo el mismo; porque
mecanografiar tus manuscritos sería una desgracia para la humanidad. No
obstante, si persiste tu delictivo deseo de escribir, te ruego me envíes las
cagarrutas que te dicte la inspiración. Ya sé que no lo haces adrede, pero me
río mucho leyéndote. Algo es algo.
Y también entra el alcohol, las drogas y una ingenuidad que
me deja perplejo: ingenuidad, sentimiento de culpa, falta de adultez, pero el
caso es que combina perfectamente.
Toda la noche nos la
pasamos llorando y bebiendo, y pude decirte borracho las cosas que me bullían
en el corazón, palabras impresionantes, símiles ingeniosos, porque llorabas por
otro tipo y no oías nada de lo que te decía, pero yo me oía a mí mismo y Arturo
Bandini estuvo genial aquella noche, porque hablaba con su amor de verdad, que
no eras tú, ni Vera Rivken tampoco, sino sólo su amor de verdad.
Un gran libro que me ha encantado: sórdido, ingenuo y veraz.
Lo publica Anagrama, y aquí os dejo datos que van a ser de vuestro interés.
ISBN 978-84-339-6942-2
PVP sin IVA 11,54 €
PVP con IVA 12,00 €
Núm. de páginas
Colección Panorama de narrativas
Los Ángeles en la década de los
años treinta. Instalado en un sórdido
hotel en los barrios marginales, el joven aprendiz de escritor Arturo Bandini
lucha por la dura supervivencia, mientras sueña con el triunfo tras haber
conseguido publicar un relato en una pequeña revista. Guiado por su mentor y
editor J. C. Hackmuth, Arturo proclama que es un genio de las letras, mientras
se enfrenta a una compleja relación amorosa con Camilla, una chica mexicana que
trabaja como camarera. Incapaz de
mostrarle sus auténticos sentimientos, Arturo se ve abocado a una destructiva
relación de amor-odio, mientras sigue soñando con alcanzar la gloria.
Novela de supervivientes urbanos
que entusiasmó a Bukowski, Pregúntale al polvo es un nuevo volumen de la saga
protagonizada por Arturo Bandini, álter ego de John Fante, cuya infancia se
narra en Espera a la primavera, Baldini, publicado también en esta colección.
«Una obra maestra que se lee como
un cruce entre Knut Hamsun y Nathanael West» (The Sunday Telegraph).
«Con toda su carga de tragedia y
farsa, John Fante evoca la ciudad de Los Ángeles en los años treinta con tanta
fuerza e inmediatez como Raymond Chandler» (Alva Svoboda, News & Reviews).
«Una historia rebosante de
interés, de fascinación, de frescura, escrita con un estilo sencillo adelantado
a su tiempo, insólito extraño, delicado, precursor de Bukowski y de Carver»
(Fernanda Pivano).
«Cierto día cogí un libro, lo
abrí... Cada renglón poseía vida propia. He ahí, por fin un hombre que se
asustaba de los sentimientos. El humor y el dolor se entremezclaban con
soberbia sencillez. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan
fenomenal, como imprevisto. Se titulaba Pregúntale al polvo. Tendría una
influencia en mis propios libros durante toda mi vida» (Charles Bukowski).
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