martes, 12 de enero de 2016

Diario de la guerra del cerdo, Adolfo Bioy Casares


Es cierto que en ocasiones nos encontramos con alguien y nos comenta que tal autor es fantástico, que es parte de su canon, que su descubrimiento fue algo importante en su vida. Otro tiempo nos encontramos con otra persona que se manifiesta en los mismos términos, que loa y admira a tal autor y es entonces cuando nos peguntamos por las razones por las que nosotros nunca hemos leído nada de tal autor. Parece inverosímil, parece una postura de autismo concienciada y es así como el lector casual de historias saca su artillería para afearte tu mal gusto, tu falta de sensibilidad artística y de decoro, ¿cómo puedes haber leído a fulano y nunca a tal? En el fondo me imagino que es cierto, que tienen razón, que su intelectualismo mal entendido esconde una voluntad didáctica por llevarnos al gozo literario o estético; pero esto pasa con cualquier parcela de la vida: nos solemos creer que nuestro canon, nuestro microuniverso es el único y configura la universalidad absoluta. ¿Existen obras básicas, universalmente aceptables para todo ser humano sobre la tierra? Lo dudo, lo dudo mucho.

Esto me pasa con Bioy Casares. Lógicamente lo conozco, claro, he leído sobre él, e incluso, había leído fragmentos de sus obras, sin embargo nunca había tenido la oportunidad consciente de abordarlo, como si mi subconsciente rechazara algo invisible en él, en su manera de ser, de escribir, de hacer literatura, sin embargo soy consciente de la gilipollez, no hay nada que me repela, nada que haga que me aleje conscientemente, pero ha sido así, como seguro ha sido con muchos otros autores que no puedo abordar, que no quiero abordar, o que no alcanzo a conocer (léase, por ejemplo, Julián Marías).
En este punto de autohumillación he de deciros que habré leído a cientos de escritores, si os cogéis el canon de Bloom veréis con sorpresa que habré leído, fácil, el 75% de esos libros, mas nunca he caído en manos de Alfredo, ¿por qué? Sinceramente, no lo sé, me perpleja, pero no lo sé.
El libro es extraño, utiliza el diálogo como forma de expresión principal y para que los personajes adquieran dimensión propia. Sus discusiones, sus reflexiones, las razones que se dan unos a otros en esta guerra absurda de géneros y tiempos, absurda pero real, configuran el dinamismo de la trama. La historia no se resiente por el diálogo, resiste bien el efecto de verosimilitud en el surrealismo de las acciones, de hecho le da un toque de frescura que se agradece en los primeros pasajes cuando estamos algo perdidos por lo que sucede. Y lo que sucede es que las generaciones se enfrentan, como a lo largo de toda la historia, y los jóvenes deciden acabar con lo falso inútil, con los viejos, con los cerdos, metáfora horrorosa, dolorosa, que describe lo que gran parte de la sociedad piensa de los mayores, que cual piara son alimentados, comen, duermen, cagan, y molestan con su olor a pocilga. Cruel, digo, pero su veracidad radica en que no nos sorprende, en que el intento por postergar al mayor de la sociedad actual es tan descarado que la actualidad de la novela es absoluta: vivimos en una sociedad vacía de neones y píxeles, en una sociedad donde el hecho de ser joven, más o menos simétrico, es un valor en sí mismo. Los valores sociales, humanos democráticos, no dejan de ser un estorbo burgués para canonizar el efecto mágico de lo bello. Ser joven, en definitiva, hace que la persona parezca que tiene más que ofrecer en lo político, más que crear en lo cultural, más que decir en lo social, y eso no deja de ser una guerra soterrada al cerdo, a esa piara silenciosa que parece dejarse llevar al matadero sin protestar en exceso.


—¿Qué leías?
—En Ultima Hora, el recuadro sobre La guerra al cerdo.
- ¿La guerra al cerdo? —repitió Vidal.
—Yo pregunto —dijo Arévalo— ¿por qué al cerdo?
- Ese al me parece incorrecto —opinó Rey.
—No, hombre —protestó Arévalo—. Pregunto por qué ponen cerdo. Este pueblo no es consecuente en nada, ni siquiera en el uso de las palabras. Siempre dijimos chancho.(...)
—¿De dónde sacaron la idea? Dicen que los viejos —explicó Arévalo— son egoístas, materialistas, voraces, roñosos. Unos verdaderos chanchos.
—Tienen bastante razón —apuntó Jimi.(...)
—Por algo los esquimales o lapones llevan a los viejos al campo para que se mueran de frío —dijo Arévalo—. Solamente con argumentos sentimentales puede uno defender a los viejos: lo que hicieron por nosotros, ellos tienen también un corazón y sufren, etcétera.

Y así trascurre, entre las conversaciones de un grupo de amigos, y ante la perplejidad por los diferentes atentados y asesinatos debidos al odio iracundo y a la fascinación irracional, ambas se dan, por lo que significa ser viejo.

CUANDO llegó a casa de Néstor, la conversación trataba de viejos que habían sido arrojados, más por diversión que por saña, a las hogueras de San Pedro y San Pablo. Se tenía noticia de cuatro o cinco incineraciones parciales ocurridas dentro del perímetro del barrio: las víctimas atendieron sus chamuscaduras en la farmacia de Garaventa, salvo una, con quemaduras de segundo grado, que fue curada en el hospital Fernández. También se habló de secuestros, nueva modalidad en esta guerra, donde el afán de lucro apuntaba por primera vez, dijo Vidal(...)
“Lo razonable, lo que se espera”, reflexionó, “es que uno se deje vejar. Si es viejo, se entiende”. 

Pero el libro no deja de ser una reflexión sobre las generaciones, sobre el papel de la vejez en nuestras sociedades avejentadas, en las que la caza al viejo, al voto del viejo, se ha convertido en un caballo de batalla político, esta reflexión es muy interesante, me encanta su sarcasmo y su fina ironía.


—La juventud es presa de desesperación —repitió Faber—. En un futuro próximo, si el régimen democrático se mantiene, el hombre viejo es el amo. Por simple matemática, entiéndanme. Mayoría de votos. ¿Qué nos enseña la estadística, vamos a ver? Que la muerte hoy no llega a los cincuenta sino a los ochenta años, y que mañana vendrá a los cien. Perfectamente. Por un esfuerzo de la imaginación ustedes dos conciban el número de viejos que de este modo se acumulan y el peso muerto de su opinión en el manejo de la cosa pública... Se acabó la dictadura del proletariado, para dar paso a la dictadura de los viejos.

Y no lo olvidemos nunca, 

Hay un nuevo hecho irrefutable: la identificación de los jóvenes con los viejos. A través de esta guerra entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de algún joven ¡De ellos mismos, tal vez! Otro hecho curioso: invariablemente el joven elabora la siguiente fantasía; matar a un viejo equivale a suicidarse. 
 
Lo podemos encontrar en Alianza editorial, y aquí os dejo los datos que vais a necesitar.

Colección: El libro de bolsillo>Bibliotecas de autor>Biblioteca Bioy Casares
Páginas: 240
Publicación: 02 de mayo de 2014
Precio: 9,95€
I.S.B.N.: 978-84-206-8728-5
Código: 3403520
Formato: Estándar, Papel
Tamaño: 12,5 x 18
Páginas: 240
Edición: 01ª edición
Clasificación IBIC: Ficción moderna y contemporánea (FA)

Los hallazgos expresivos y los temas recurrentes que forman el universo narrativo de Adolfo Bioy Casares, regido por relojes y medidas diferentes de los que existen en la vida cotidiana, confluyen de manera especialmente intensa en “Diario de la guerra del cerdo”. El conflicto de los tiempos desiguales, manifestado ya de distintas maneras en “La invención de Morel” y en “El sueño de los héroes”, adopta en esta novela la forma de una lucha entre generaciones: pandillas de jóvenes violentos parecen amenazar a ancianos y personas de edad, sin que se alcance a adivinar muy bien los motivos que los guían. Sin embargo, cuanto más realista resulta la geografía en la que se desarrolla la acción de esta utopía pesimista, más irreales resuenan esos lugares, conductas y hombres a los que el autor ha revestido con la apariencia de la cotidianidad y la costumbre.

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