Hay autores a los que nos acercamos con cierta veneración. Nunca he sabido si ésta parte de su interés literario o de un áurea mediática que nos hace identificarnos con algo que hay en ellos. Los leemos en la prensa, los vemos en la televisión, cuando presentan una nueva obra los podemos oír o ver, y eso hace que nos sintamos cercanos, que podamos encontrar en ellos algo que nos falta, que nos atrae, que nos identifica como lectores o escritores. Ya sabéis que no me interesa la vida de los autores, no me gustan las biografías, no venero a nadie en particular, sin embargo me descubrí buceando en internet buscando datos de Muñoz Molina, datos morbosos de su relación con la escritora Elvira Lindo, sobre su anterior matrimonio, sobre sus hijos, sobre su vida en Ganada, sus relaciones con Lisboa. Lo hice mecánicamente, como predestinado por la modernidad a bucear en vidas ajenas, husmeando como un perro en busca de una carnaza etérea y poco tangible, pero deseable, provocativa, emocionante.
La literatura tiene muchas aristas y nuestra relación con los escritores se establece desde la mismidad y soledad lectora, desde nuestra visión particularísima de lo dicho. Yo me decanto por el anonimato, no el mío, os escribo, sino el de ellos. Pocas veces me he dejado llevar por la curiosidad de lo real, interesándome mucho más la realidad de lo ficcional, ya os lo he dicho en multitud de ocasiones, pero la cercanía del agente literario, el percibirlo como un ser viviente cercano, cotidiano, contemporáneo a mi espacio y tiempo, tal vez, sea el motivo por el que me he adentrado en otra dimensión ignota de la percepción literaria.
El libro es dual, al menos dual, la trama va construyéndose con los elementos clásicos de la elaboración novelística: información recabada sobre lo que vamos a escribir, reconstrucción cronológica de lo que vamos a contar y, tal vez, distanciamiento de lo contado.
Hasta la vida más clandestina va dejando tras de sí un rastro indeleble.
Esta visión alejada de la implicación del autor, esta omnipresencia omnisciente que dota de realismo a lo dicho, tan decimonónico, va construyendo la realidad de la historia de James Earl Ray, Martin Luther King, en su relación alejada, extrañada que los lleva a encontrarse en la muerte. El autor destripa los datos, caracteriza a los personajes, y la historia real, la verdad histórica, sabéis que no es tal, va tomando forma a través de sus acciones. El autor se adentra en sus temores, en sus contradicciones, en las acciones pormenorizadas que los van haciendo en la historia que cuentan: la muerte y huida del segundo y del primero.
Hasta la vida más clandestina va dejando tras de sí un rastro indeleble.
Esta visión alejada de la implicación del autor, esta omnipresencia omnisciente que dota de realismo a lo dicho, tan decimonónico, va construyendo la realidad de la historia de James Earl Ray, Martin Luther King, en su relación alejada, extrañada que los lleva a encontrarse en la muerte. El autor destripa los datos, caracteriza a los personajes, y la historia real, la verdad histórica, sabéis que no es tal, va tomando forma a través de sus acciones. El autor se adentra en sus temores, en sus contradicciones, en las acciones pormenorizadas que los van haciendo en la historia que cuentan: la muerte y huida del segundo y del primero.
Hasta aquí tenemos la novela, que como otras del autor, se adensa en lo anecdótico, se complejiza para construir una literatura que le es propia y que podemos reconcer en la lectura. Hasta aquí, porque la trama obliga al escritor a rehacerse, a retomar lo contado y a introducir lo personal existencial en el devenir literario, y así, una breve estancia de diez días en Lisboa ( El tiempo tenía en Lisboa una duración apaciguada, no hiriente, una serenidad parecida ala de la luz. ) de James, revive en Muñoz Molina su breve estancia en la ciudad, confluyendo ambas tramas en una historia única de casualidades y encuentros. Así la trama principal, la novela, deja paso a las sombras que amenazan la estructura conocida y se adentran en este campo nuevo en que la historia del autor, entendida como lo real objetivo, se hace con el pulso narrativo. Hasta ahora me había parecido magistral el modo en que lo hacía Cercas, su manera periodística y aséptica de contar los datos, y su honradez literaria de mostrarnos las contradicciones que surgen en la escritura. Hasta ahora. Muñoz Molina se adentra en esta nueva escritura, no tan nueva, pero sí novedosa, donde el autor es personaje de su propia vida, y cuenta, con todas las trampas que le permite la ficción, aquello que le parece relevante de la existencia.
treinta años, casi treinta y uno, casado, con un hijo y a la espera de otro, una escritura de propiedad a mi nombre y una hipoteca que terminaría de pagarse al comienzo del próximo siglo, una plaza fija de funcionario. Debajo de una superficie tranquila mi vida era una yuxtaposición sin orden de vidas fragmentarias, un sin vivir de deseos frustrados, de piezas dispersas que no cuadraban. Una gran parte de lo que hacía me era ajeno. Lo que yo era por dentro y lo que me importaba de verdad permanecía oculto para la mayoría de las personas que trataban conmigo. Por pereza, por la pura inercia de las coacciones exteriores, llevaba años instalado en la conformidad y en el disgusto, en la sensación de habitar mundos transitorios y muy separados entre sí, ninguno de los cuales era del todo el mío. Era funcionario, porque no había encontrado otra forma de ganarme la vida, pero también, o en realidad, era escritor, aunque no se me ocurría usar con naturalidad la palabra.(...)
Si bien la historia es fascinante, con el tremendo trabajo psicológico del autor y su interés por encontrarse con la realidad de los personajes, sus constantes referencias a la literatura me parecen fantásticas.siempre me ha fascinado la metaliteratura, el autor como fin de la trama, actor factotum. Esta reflexión tan compleja que he comprendido en los últimos libros de Cercas, como os he dicho, incluso en Landero, redimensiona la historia y la convierte en una parte de ellos mismos, porque como dice Bukowski, solo se puede hablar de lo que le pasa a uno.
Quizás por eso los únicos mundos en los que me encontraba de verdad a mis anchas eran los de la literatura y el cine, donde cualquier cosa puede suceder y al mismo tiempo no haber sucedido, donde las normas tediosas de la vida real no rigen, los disparos no matan a nadie, las desgracias desatan las lágrimas pero no provocan verdadero dolor, las historias empiezan tan limpiamente como terminan, sin dejar residuos, como cigarrillos que no provocaran cáncer ni mal aliento ni dejaran ceniza, sólo volutas de humo flotando en el aire entre los personajes, hilos de humo saliendo de la boca entreabierta de una mujer inexistente y deseable, a ser posible en blanco y negro. Veía películas y leía libros para esconderme en ellos, para quedar absuelto de lo mediocre de la realidad y de mi disimulo y cobardía.
Pero todo va confluyendo en la misma historia, la única, la de Muñoz Molina con Elvira Lindo, su búsqueda de dos personajes le hace encontrarse con otros, con ciudades americanas y reencontrarse, claro, con Lisboa, pero todo confluye, todo va hacia un punto concreto en que podemos identificar las acciones de la historia. Sus periodos larguísimos, su escritura adensada en la sintaxis, la trama incrustada en las palabras, este es Muñoz Molina.
Voy por Memphis una tarde de mayo buscando su rastro pero no voy solo como los viajeros de la literatura. Tú vienes conmigo por esta calle en la que no nos cruzamos con nadie y estabas en la habitación del hotel cuando yo me asomaba a la ventana y veía el río en la distancia y el disco amarillo y luego rojizo del sol en la bruma violeta.(...)
Mi mirada podría ser la suya. Pero miro a los viajeros de otro tranvía que escala gallardamente la cuesta en dirección contraria y uno de ellos, solo entre los demás, con gafas oscuras, con palidez de extranjero, que se me queda mirando un instante, podría ser él, haber sido él, en esa Lisboa conjetural de ahora mismo y de hace cuarenta y seis años en la que tengo atrapada la imaginación, mientras finjo, con frecuencia sin mucho éxito, incluso ante ti, que vivo en la realidad y en el presente, que cierro el portátil, el cuaderno, me levanto del escritorio, me doy una ducha, me pongo la ropa limpia y ligera de las noches de verano, y salgo a la calle como si saliera de una oficina, cancelando las tareas que dejo atrás.
La podemos encontrar en Seix Barral, es decir, Planeta. Aquí os dejo datos que os pueden interesar.Fecha de publicación: 25/11/2014
536 páginas
Idioma: Español
ISBN: 978-84-322-2415-7
Código: 10100479
Formato: 13,3 x 23 cm.
Presentación: Rústica con solapas
Colección: Biblioteca Breve
El 4 de abril de 1968 Martin Luther King fue asesinado. Durante el tiempo en que permaneció en fuga, su asesino, James Earl Ray, pasó diez días en Lisboa tratando de conseguir un visado para Angola. Obsesionado por este hombre fascinante y gracias a la apertura reciente de los archivos del FBI sobre el caso, Antonio Muñoz Molina reconstruye su crimen, su huida y su captura, pero sobre todo sus pasos por la ciudad. Lisboa es paisaje y protagonista esencial en esta novela, pues acoge tres viajes que se alternan en la mirada del escritor: el del prófugo Earl Ray en 1968; el de un joven Antonio que en 1987 parte en búsqueda de inspiración para escribir la novela que lo consagró como escritor, El invierno en Lisboa, y el del hombre que escribe esta historia hoy desde la necesidad de descubrir algo esencial sobre estos dos completos desconocidos. Original, apasionante y honesta, Como la sombra que se va aborda desde la madurez temas relevantes en la obra de Antonio Muñoz Molina: la dificultad de recrear fielmente el pasado, la fragilidad del instante, la construcción de la identidad, lo fortuito como motor de la realidad o la vulnerabilidad de los derechos humanos, pero cobran aquí forma a través de una primera persona completamente libre que indaga de forma esencial en el proceso mismo de la escritura.
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