Vuelve Montalbano, más cansado, más esquemático, con los mismos guiños de siempre, con los personajes mucho más tópicos, más reconocibles, poco evolucionados psicológicamente. Obra de profesionales, diría, sí, de un profesional del género. Ninguna sorpresa, todo esperable, pero eso no es nada negativo, no nos engañemos a nosotros mismos, es lo que queremos.
Montalbano sigue siendo machista, sigue dejándose llevar por una mujer hermosa. En este caso es una mujer fatal arquetípica, mala, pero que guarda un secreto, eso parece, de cierta fidelidad a sí misma.
Augello, un don Juan caricaturesco, prácticamente borrado de la acción, o Fazio que se convierte en un segundo Montalbano, aunque sigue con su costumbre de ser un registro civil, queda mucho más mitigado, y mi queridísimo Catarella, arquetipo, a su modo, del rural siciliano, con su manera de hablar compleja, sencilla, un alma cándida.
-¿Están Augello y Fazio?
-Dottori, están in situ.
-Mándalos a mi despacho.
-¿Y cómo van a ir, dottori?- Preguntó CAtarella, perplejo.
-¿Cómo que cómo van a ir? ¡Pues por su propio pie, digo yo!
-Pero no están aquí, dottori, están in situ donde está el sitio.
-¿Y dónde está ese sitio?
-Espere, que lo miro -Cogió una hoja-. Aquí pone via Pissavicane, veintiocho.
-¿seguro que se llama via Pissaviacane?
-Tan seguro como la muerte, dottori.
Encantador, a mí me gusta reencontrarme con lo que espero, me reconforta saber que están ahí, echo de menos a Ingrid y Livia es una pequeña sombra que no resiste la fuerza del comisario, pero siempre hay algo que me hace sentirme bien.
En esta novela hay cierta concesión, pequeña, a las tendencias contemporáneas en la novela negra de lo escabroso y sucio, pero no me molesta.
-¿Violada en vida o después de muerta?
-En mi opinión, mientras agonizaba.
Montalbano notó que se le cerraba la boca del estómago.
Otro rasgo que no suelo comentar es la obsesión de Camilleri por determinar que las novelas que escriben se alejan de la realidad, o que no son consecuencia de sus guiones cinematográficos. Siempre que alguien me habla de Montalbano le digo, lee la nota del maestro al finalizar el libro, tiene algo divertido, es un juego entre la literatura y el lector, donde el escritor es un facilitador que se ríe de sí mismo y de la realidad que le rodea.
Esta novela no nació, como muchas otras de la serie Montalbano, a partir de uno o varios sucesos. Es pura invención. Por ello puedo decir con más motivo que los nombres de los personajes, situaciones y acontecimientos no guardan relación con hechos que realmente hubieran ocurrido cuando la escribí. Podrían ocurrir, desde luego. Y ocurrieron, en efecto, en el verano de 2010, después de que hubiera terminado la novela. Pero ese es otro tema.
Porque lo inquietante de la literatura es que es real desde que las primeras palabras se escriben, pero eso no es otro tema, es el tema
La tenemos, como siempre, en Salamandra.
Título original: Il gioco degli specchi
ISBN: 978-84-9838-576-2
Número de páginas: 224
Tipo de edición: Rústica con solapas
Sello editorial: Salamandra
Colección: Narrativa
PVP: 15,00 €
ISBN e-book: 978-84-15630-56-2
PVP e-book: 9,99 €
La explosión de un pequeño artefacto frente a un almacén vacío, en pleno centro de Vigàta, y la consiguiente investigación puesta en marcha por el comisario Montalbano y su equipo, precipitan una serie de acontecimientos que se suceden de forma caótica y vertiginosa: pistas contradictorias, cartas anónimas, delaciones misteriosas... Montalbano tiene la sensación de que alguien pretende guiar sus pasos, confundirlo y manejarlo como si fuera una marioneta, alejándolo de la verdad de los hechos. Y cuando además entra en escena Liliana, su nueva vecina, una mujer de rompe y rasga cuyo marido se halla a menudo ausente por razones de trabajo, Salvo se encontrará inmerso en un mar de confusión que dificultará su trabajo más allá de lo tolerable.
Realidad e ilusión se confunden en esta última entrega del comisario Salvo Montalbano, en la que Andrea Camilleri rememora la magistral escena de los espejos de La dama de Shanghai, de Orson Welles, en la que sólo una de las imágenes es la auténtica. Para escapar de este laberinto de reflejos, Montalbano habrá de recurrir a su veteranía y su finísima intuición, sin perder nunca el irreverente sentido del humor que lo caracteriza.
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