Cierto sentido del pudor no me permite escribir cuando estoy en estado de ausencia, cuando el decaimiento me lleva a retrotraerme del mundo, aunque siga llevando una vida normalizada: trabajo, risas, trabajo, carretera, lecturas, películas, no sé, navego en mi universo, en los entresijos de los recuerdos y de las ausencias que no consigo recordar, en los vacíos que ya no se van a llenar, en una búsqueda de la esencia del ser que parece no va a llegar antes de partir. Es, la búsqueda, un camino abstruso, lleno de trampas del ego, soluciones sencillas a densidades insondables del alma, pero uno debe seguir siendo, hablando o interactuando en los otros, es un destino fatal de la existencia. La búsqueda es el único objetivo de una vida que merezca la pena.
Os
traigo el último libro de la trilogía de Edna O’Brien, Chicas felizmente
casadas, un libro que se adentra en ese viaje y que finaliza el recorrido por
la vida de Baba y Kate. La ironía, el humor en su expresión más inteligente,
dotan a la novela de una fuerza magnífica y hacen que el lector disfrute
enormemente con su inteligencia y oficio. Las primeras dos novelas me gustaron,
tenéis las referencias en este blog, pero esta, la tercera, me ha parecido la
más brillante, la más inteligente porque trata temas complejos con un gran
sentido del humor. El adulterio que es consecuencia de la necesidad de
expresión y de felicidad de Baba, pero que no deja de ser una ilusión con
consecuencias transcendentes; en Kate es, directamente, una ilusión que destapa
la verdadera naturaleza de Eugene, el marido, en toda su estupidez. La
maternidad y la paternidad más como una institución social que como una
necesidad del amor, me parece inteligente. Las relaciones de amistad entre las
dos amigas, las envidias y fidelidades. El uso de la primera persona con Baba
y de la tercera con Kate, dotan al relato de una flexibilidad y viveza que lo
hacen muy atractivo.
Como
he dicho es un libro inteligente. No hay mejor manera de empezar un libro que como
lo hace: resumiendo a la perfección los anhelos adolescentes sintetizados en la
materialización de la ilusión del matrimonio y la realidad anodina de la vida.
Hace poco nos lamentábamos Kate Brady y
yo, mientras tomábamos unos tristes gin fizz en un bar del centro de Londres,
de que nada nunca iría mejor en nuestras vidas, de que moriríamos en el mismo
estado en que nos encontrábamos: bien alimentadas, casadas, insatisfechas.
Me
gusta mucho, como os he dicho, la retranca de Baba, su sentido del humor, su
cinismo vital y cómo construye el amor a modo de ficción de la literatura ante
el pragmatismo de su necesidad regido por los objetivos que se ha prefijado en
la vida.
Sólo entonces me parecía mínimamente
satisfactorio el matrimonio: cuando me gastaba el dinero de mi marido.
Entonces, para animarla, le dije que si estaba pensando en quitarse de en medio
se acordase de legarme sus diarios.
Como
os he dicho tiene momentos hilarantes, como este con la criada lleno de ese
humor cínico que te obliga a sonreír imaginando una situación imposible.
Cooney había desconectado. El aparatejo.
Porque usa un audífono. Tienen un oído envidiable, pero lo había conseguido por
un puñado de higos a través del servicio de salud. Es de esas personas capaces
de sacarse una muela con tal de aprovecharse de las que ponen gratis. Le di un
codazo en las costillas.
Baba
no deja de ser, pues, un alma libre, mucho menos pusilánime que Kate, por eso
la veo más libre porque tiene la determinación inequívoca de disfrutar la vida
sin límites a pesar de que las circunstancias no dejan de ser un peso que
subyuga, en realidad, sus vidas.
Había un puñado de sementales vendiendo
camisetas y collares y postales, siempre con el “disfrute” en la boca. Me
sentaba en la playa a cavilar. No hay nada como cavilar sobre un polvo
inocente. Ramas enormes que se mecían, el mar repleto de destellos, nadie que
me incordiase o me calentase la cabeza. Me olvidé de Durack, me olvidé de los pescaderos,
me olvidé de nuestra cocina de pino y de si había que volver a tapizar el puto
sofá. Hasta se me olvidó mi número de teléfono. Olvidé las cenas que dábamos
dos veces por semana con invitados que beben demasiado y de repente se ofenden,
y se atacan vigorosamente echando espumarajos por la boca, y toda esa
hostilidad de mierda que estalla con algún hecho irrelevante, como por quién
van a votar o quién debería ser primer ministro.
Erratanaturae,
aquí la tenemos.
Autor/a: Edna O’Brien
Traducción: Regina López Muñoz
Colección: El Pasaje de los Panoramas
Fecha de publicación: 16/02/2015
Formato: 14 × 21,5
Número de páginas: 272
ISBN: 978-84-15217-85-5
A mitad de los años cincuenta del siglo
pasado, Kate y Baba, dos amigas tan distintas como complementarias, vivieron su
infancia en los bellos paisajes rurales de la Irlanda profunda, rodeadas de un
sinfín de personajes, algunos entrañables y otros maravillosamente detestables. Tras pasar por un internado y
dejar atrás a sus singulares familias, se instalaron en Dublín y se abalanzaron
sobre el amor en todas sus formas conocidas, no todas «convenientes», desde
luego, y no siempre con fortuna… Pero han pasado los años, e Irlanda y los años
de juventud quedan lejos. Ambas, casadas finalmente, viven en Londres: Kate, ya
madre, con su gran amor de Dublín; Baba, con un ostentoso constructor (sí, un
nuevo rico) que le ofrece la vida de comodidades y lujos a la que siempre
aspiró. Dos mujeres aún jóvenes e impetuosas, dos hombres definitivamente
maduros. Una nueva ciudad y unas vidas nuevas. La maternidad y la madurez al
fin… Y, sin embargo, tantas inseguridades todavía. Kate y Baba parecen
hablarnos desde nuestro propio presente: cómo viven, cómo aman, cómo temen. La
vida se repite, y no acalla sus preguntas, esas que regresan una y otra vez,
esas que no encuentran casi nunca respuesta. Nos salva, en ocasiones, la mano
amiga, la persona que mejor nos conoce, la que puede hablarnos con toda
sinceridad. Esta novela corrosiva y llena de vida no sólo trata sobre
matrimonios felices (más bien lo contrario), sino también sobre el poder de la
amistad a través del tiempo y de las miserias, de todo tipo, que muchas mujeres
han tenido que soportar durante siglos… Así, la voz de Cate, que nos habla
siempre desde un tono grave y por ello al tiempo algo ingenuo, se alterna con
la de Baba, que con su desenvoltura y sarcasmo nos hace reír… y también pensar.
Ambas nos guían a través de los pequeños y grandes momentos de la existencia
hasta un maravilloso epílogo, tan real, según los tópicos, como la vida misma.
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