lunes, 27 de julio de 2020

La chica de ojos verdes, Girl with Green Eyes, Edna O'Brien

¿Pensabais acaso, personas de poca fe, que había desaparecido del mundo, que me había olvidado de este blog? Siento decepcionaros o alegraos el día, es más simple, más prosaico, claro, el trabajo me ha superado y ha sido imposible dedicar el tiempo necesario para escribir sobre los libros que sigo leyendo, igual no al ritmo que me gustaría, pero sigo leyendo y adentrándome en el universo imaginado de otros u otras, en las dimensiones creadas que nos ofrecen las páginas que nos liberan de la realidad irreconocible en que vivimos. Ayer pensaba que es posible que la realidad no sea adivinada, prevista por gurús, tontería del día, si no que la imaginación del escritor se recrea en la realidad como una nueva construcción que no ocurriría si no existiera previamente lo escrito. Reflexiones.

Pero vengo a hablaros de Edna O’Brien, del segundo libro de la serie tras Chicas de Campo, del cual ya os he hablado en este blog. Hay veces que la fama de un libro viene determinada por factores que se me escapan, no sé, el haber sido escrito en una época determinada, el hecho de haber roto una serie de tabús específicos, o ha sido capaz de retratar el esplendor o la decadencia de una época determinada. Ahí, igual, está el valor que, en muchas ocasiones, el lector no es capaz de desentrañar por qué el tiempo no ha sido generoso con el libro. Hay veces que estar fuera del ambiente originario del mismo hace que sea imposible entender el valor que ha llevado a este a un éxito y aclamación tan notables como la de la extraordinaria Alice Munro que dice Edna O’Brien escribe las historias más bellas. Ningún escritor o escritora puede compararse a ella, en ningún lugar. Mas a mí me cuesta.

La historia vuelve a Caithleen que vive su vida de ciudad huyendo del yugo ortodoxo del pueblo, de su padre borracho, de una vida pequeña, muy pequeña, y encuentra la posibilidad de florecer ante la vida y el amor, ante lo adulto, con sus contradicciones y prisas, con sus riesgos, con la tiranía del padre, imagino que plasmación del patriarcado, con la presencia ruin de la iglesia, dadora de moral y de lo correcto sin falta. Ahí, veo, está el valor de la novela, en una personaje dotada psicológicamente de fuerza, de contradicciones, de dolor, de rebeldía, pero que sufre la debilidad que la mujer sufrió como ser de segunda. Sí, definitivamente ahí está su valor.


No fuimos a la capilla del pueblo porque sabía que el cura me abordaría a la salida, habida cuenta de que ya me había escrito tres cartas.


Me ha fascinado siempre el poder del alcoholismo, la destrucción del ser humano, la aceptación social que tiene y ha tenido. Me fascina la degradación, el nihilismo, el egoísmo subyacente, el yoismo mal entendido. ¿Padre? En absoluto padre, un padre es otra cosa; la decadencia es clara. Para mí su presencia intimidante tiene el poder de lo antiguo, de lo totalitario de lo inflexible, es fundamental entenderlo en su dimensión alegórica como representante de una paternidad perdida.


Lo siento”, no se cansaba de decir mi padre cuando me sentaba en la cama y le acercaba el vaso a los labios. Las manos le temblaban a tal punto que no alcanzaba a sostener el vaso ni la cuchilla de afeitar. Lloraba como un bebé. A sus episodios de alcoholismo siempre le sucedían varios días de llanto en los que se avergonzaba de hablar con la gente. Eran unas depresiones espantosas.


En errata naturae.


Autor/es: Edna O’Brien

Traducción: Regina López Muñoz

Colección: El Pasaje de los Panoramas

Fecha de publicación: 12/05/2014

Formato: 14 × 21,5

Páginas: 336

PVP: 18,50 €

ISBN: 978-84-15217-65-7

Caithleen (luego Kate) y Baba, dos amigas irlandesas —encantadoras unas veces, contradictorias otras—, se han instalado, tras una adolescencia de paisajes rurales e internados, en una excéntrica pensión de Dublín. Bajo las luces de la gran ciudad, sus vidas giran y se agitan en torno al tumulto y la confusión de las nuevas amistades, las madrugadas fuera de casa, las aventuras y desventuras, y los amoríos insignificantes.


Baba busca diversiones despreocupadas, amores de ocasión, mientras que Kate, tan profunda, se empeña en hablar de los libros que lee con sus nuevos conocidos. Aunque, curiosamente, será esta última quien desate el escándalo entre parientes y amigos católicos cuando se enamore de Eugene, un director de cine protestante que acaba de separarse de su mujer y vive en los Montes Wicklow.


Durante un tiempo, Kate verá sus sueños cumplidos: alcanzará un sofisticado refugio idílico y literario, cosmopolita a pesar de encontrarse en medio del campo. Pero cuando su padre se entere de esa relación, hará todo lo posible por impedirla y desatará la ira de toda una peculiar comunidad —whisky mediante— contra ella y su enamorado.


Humor y amor, como en toda rima fácil, al mismo tiempo que —otra rima— dolor, el dolor de vivir cuando la alegría de la juventud se vuelve oscura, se convierte en su reverso. Es esta novela un bellísimo ejemplo de iniciación a la vida y a la feminidad. Nadie como Edna O’Brien ha escrito con tanta intensidad sobre la pasión y el valor, las tristezas y alegrías —y también la vulnerabilidad— de la juventud: sus grandes planes y sus indefinidos anhelos.



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